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Lo Que Es Real, Es Real

En ocasiones me invade el pánico, lo que derrumba los muros de mi cordura, provocando que mi cabeza se inunde de descabellados escenarios hipotéticos, en los que todo es tan grave que mi problema real termina pareciendo una pequeñez. Evidentemente era lo que acababa de sucederme. Y gracias a que el tiempo corría en mi contra o habría sido capaz de imaginar que despertaba de un coma o que me secuestrarían los miembros de una misteriosa secta, o a saber qué más.

Aún así, encontrarme con mis padres seguía siendo un suceso temeroso. Sobre todo cuando un tercero se les había acoplado, que todavía estaba a tiempo de ser un médico o el líder de unos pobres desgraciados con el cerebro lavado.

—Hola.

—¿Hola? Mira, mira... Te, te, te, te-

Si las miradas fueran balas, la suya sería una bomba atómica. Lo malo es que pestañeó y debió de implosionarle dentro. Aunque era típico de mi padre, una mecha corta que luego venía a menos. El problema era mi madre, su silencio sí que podía aniquilar cualquier atisbo de vida cerca de ella.

—¿Qué coño haces tú aquí?

El grito de Chris fue la verdadera sorpresa. A él tuve que agarrarle, porque a pesar de saber lo buenazo que era, su voz avisaba peligro mortal y ya tenía bastante drama en mi cabeza como para permitir que se hiciera realidad. Además, el hombre al que estaba amenazando le sacaba una cabeza, y probablemente tuviera otras dos más en lugar de bíceps. Aunque fue al mirarle a la cara cuando comprendí a Chris, yo también le había visto antes y, atando cabos no era difícil adivinar quién era.

—Tú eres el paparazi que nos ha estado acosando. Tan rastrero que has ido a investigar a mi familia —reclamé con todo el asco del mundo.

—Carolina —prudente e incandescente fue la manera en la que mi madre pronunció mi nombre, haciéndome saber lo errada que estaba y el tremendo percal en el que estaba metida. Incluso las camareras de la cafetería se dieron cuenta.

—¿Qué, mamá? —me envalentoné cuanto debí años antes.

—Nunca escuchas. Por eso hemos acabado aquí, gastándonos un pastizal en saber dónde estaba nuestra hija desaparecida. ¿Secuestrada, violada, muerta? Nos pusimos en lo peor. Irte de esa manera, esfumada con el viento... Eres una desagradecida. No te hemos educado así.

Mi padre agarró su mano del mismo modo que Chris agarró la mía, con apoyo y precaución. Por mi parte, al no haber escuchado jamás a mi madre dirigirse así hacia mí, supe hasta qué punto les había afectado mi marcha. De igual modo, tenía la certeza de que no habían hecho el mismo esfuerzo en entender mis porqués. Aunque en ese momento me importaba mucho más que lo entendiera Chris, o por lo menos, que no me juzgase mal.

—Siento mucho todo el dolor que os haya podido causar. De todo corazón lo siento, porque no era mi intención, aunque eso no importe. Lo que pasa mamá, y papá, es que si no me hubiera ido, me habríais perdido de verdad. No tenéis ni idea de lo desesperada que estaba. Y no lo sabéis porque siempre os habéis hecho los suecos menospreciando mis emociones, solo porque a vosotros os funciona. No os debo nada porque ya lo intenté y me disteis la espalda.

Quise irme de allí, pero al llegar a la puerta mi escudero americano me detuvo.

—Carol... Sé que ellos no se han puesto en tu piel, y puede que no lo hagan. Y también sé que tú eres mejor que eso, que puedes ponerte en su lugar. Dales esa satisfacción y después vayámonos a seguir siendo felices. Te prometo que todos los días dibujaré una sonrisa en tu preciosa cara.

Sus palabras eran acompañadas por tiernas caricias en mi rostro, invadido por su cerúlea mirada. Debió de hipnotizarme porque no fui capaz más que de hacerle caso.

—No sé si me da rabia que tengas razón o que acabes de ser tan perfecto... Está bien —regresé a la mesa junto a él y me fijé en mis padres. Parecía que hubieran pasado siglos desde que me fui. No es que hubieran cambiado físicamente, pero sí se notaba que estaban distintos, más envejecidos. Sus rostros eran una pintura al óleo coloreada con insomnio, resignación y delineada con arrugas de tristeza y cansancio. Puede que sí les hubiera hecho sufrir y que eso significaba más que todos los actos que yo había entendido como desentendimiento.

—Señores Núñez, con todo el respeto, creo que debería disculparme con el señor Evans, mientras ustedes tres hablan —dijo el paparazi, que me sorprendía cada vez que le echaba los ojos encima, pues su apariencia era mucho más de estar delante de las cámaras que detrás de ellas.

—Sí, se lo agradecemos —dijo mi padre, poco convencido de alargar la tensión que le había agotado las energías por meses.

—¿Tienes algo más que decir? O te has quedado ya a gusto.

—Cielo...

—No, Francisco. Esta niña malcriada se cree que puede faltarnos al respeto cuando debería besarnos los pies. Nos debes la vida.

La ira contenida en sus palabras no era ni un ápice de lo que me hizo sentir aquella frase. Necesité unos minutos de silencio para procesar bien en mi cabeza lo que mi propia madre acababa de decirme, sin olvidar la pequeña charla del capitán piquito de oro. No estaba siendo nada fácil. Porque todo cuanto saqué en claro era que no quería tener nada que ver con una persona que creía que por traerme al mundo yo le debía la vida. Jamás se lo pedí y era su responsabilidad y su elección darme un techo y una educación. ¿Pero dónde estaba su responsabilidad afectiva? Aunque cómo va a tener algo alguien que nunca lo vio. Y eso no era culpa suya. Así que, después de todo, solo me quedaba una opción: darles la razón y despedirme de ellos para siempre. Ellos se quedarían a gusto y yo no volvería a intoxicarme con su cercanía.

—Tienes toda la razón, mamá. Me lo habéis dado todo y me he comportado con egoísmo. No sé cómo compensaros, pero es algo que quiero hacer.

—Pues claro que vas a hacerlo, para empezar pagando todos los gastos que nos ha llevado buscarte. Y ya puedes olvidarte de volver a casa y de tus cosas. Vamos a llevar todo a la beneficencia, no mereces nada de lo que te hemos dado.

Continuaron con más charla, de la que me evadí más tarde de lo que hubiera deseado. No obstante, me dejó contenta saber que no querían volver a verme y que ellos se quedarían aliviados sacando todo el veneno que tuvieron que aguantarse en mi ausencia. Aún así, era triste saber que mis padres eran aún peores de lo que pensaba, no solo no podía contar con ellos si no que eran prácticamente mis enemigos. Dos personas que no saben otra cosa que herirte, deben de serlo.

—Ey, guapa... ¿Estás bien?

—¿Mm? —su dulce voz me devolvió a una realidad en la que mis progenitores ya me habían dejado en paz, y un aroma de leche caliente con cacao se coló por mi nariz. El beso que dejé en sus carnosos labios le sirvió de respuesta, y sé que le gustó porque supo como utilizar su sedosa lengua avainillada para alargar la conversación.

Ahora mi corazón era el que quería irse bien lejos, pero hacia el cielo para tocar las estrellas. Lo que era real, era que estaba loca. Locamente enamorada.

—Tengo que darte las gracias... Y antes de que seas bobo, disfruta de este pequeño momento de ñoña que te voy a regalar porque no va a durar mucho —bromeé, tocando la punta de su nariz con mi índice—. Me has acompañado hasta aquí, has estado conmigo, me has dado fuerzas y... Aunque es lo que se supone que alguien decente debe hacer, que alguien que te quiere de verdad debe hacer, tú lo has hecho.

—Nos ha fastidiado —se mofó—. Es que te quiero.

—Es lo que quería decir, que tú me quieres de verdad. Y yo a ti.

Cerré los ojos y me acomodé en su abrazo. Pero no aguanté mucho tiempo, si me ablandaba demasiado, se lo creería. Así que le mordí un pezón y aproveché su brinco para separarme y tomar un trago de colacao.

—Te juro por mi vida que voy a cobrarme la venganza de ese mordisco esta misma noche.

Y yo pude jurar que mi mayor deseo era que cumpliese su amenaza.

—¿Qué hora es?

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