Halloween
La juventud de los treinta y cinco le había ayudado mucho más que sus ganas de sanar. Debió ser porque le tratamos como a un señorito. Comió a gusto y en la cama, vió todas las películas de Disney que sobrevivieron al agua y arañazos, la hora del baño sólo le agradaba a él; en resumen, gozó de todos los cuidados que suelen necesitar los niños pequeños.
Por otra parte, el hotel disfrutó de tratos parecidos, gracias a los trabajos de fontanería y albañilería que realizó el grandullón. También le ayudé tanto como pude, pero siendo la que menos trabajaba, acababa siendo la que más embadurnada en sudor estaba. Sufrí delirios que creía de telenovela y que jamás contaría a nadie.
Pronto llegó el último jueves antes de Halloween. Al salir de la consulta y ver el nuevo vendaje de Chris, se encendió una bombilla sobre mi cabeza.
— Oye... ¿El lunes tienes planes?
— Para ti, estoy libre —aseguró él.
— Chris... Estás muy tonto últimamente —repliqué—. Ya lo eras, pero tanto estar en casa, te mata las diez neuronas que tenías.
— No es lo único que mata —se apenó.
— Por eso preguntaba, pero veo que no te interesa —afirmé de broma, mientras abría la puerta del coche, donde nos esperaba Argus, quien, sorprendentemente, era un conductor excelente.
— ¿Vas a pedirme salir? —preguntó con demasiada ilusión, así que fingí demencia.
— El lunes es Halloween y, no sé, podría estar bien hacer algo especial.
— Con que tú estés, será especial —afirmó, provocándome una demencia real.
— De paso podemos animar a los del pueblo, a los niños les encantaría, ¿no crees?
— A mi me encantas tú...
— Eh... Pues, eso. Que... —intenté reanudar el discurso pero era francamente complicado, así que cambié de tema—. Creo que hoy intentaré hacer pizza.
Ya no dijo más, lo que al final fue peor. En el momento en que empezó a acariciarme la pierna y mirarme con una cara que vi por primera vez en él, quedé catatónica.
Quise reaccionar, pero no supe cómo. Era todo tan extraño, que rozaría peligrosamente lo siniestro, de no ser porque me agradaba. Era ilógica la tensión formada en los músculos de mis piernas, por sentir su mano en mis muslos, cuando no era la primera vez. Sin embargo, creía fervientemente que podría mantenerme en esa posición si, de pronto, desapareciera el asiento bajo mis posaderas; como en aquel capítulo de los Simpsons, donde Marge se sienta en el aire.
Por si el comportamiento de Chris fuera exiguo, Argus encendió la radio, acto que me llevó a pensar que quería dejar de ser testigo de tales circunstancias. Batí un record, eso sí. En la vida había sufrido tanto pudor en tan poco tiempo. Lo único que faltaba era... Mejor no pensarlo ni saberlo, que con mi suerte, el suceso me impactaría de pleno, marcándose un touchdown. Ah, sí, ahora también entendía algo de fútbol americano, gracias al mayor fan de los Patriots que había conocido, y el único.
De vuelta, disfrutando de la mañana soleada, decidimos sacar una mesa al jardín para comer allí fuera. Ahora que por fin el actor podía moverse más, era menester aprovecharlo. No obstante, para proteger su cabeza del sol, no le quedó otra que ponerse un curioso sombrero con el que estaba muy cómico. Me había hartado de tanta visera, por lo que ideé esconder su colección un tiempo y, así, regodearme hasta que dejase de tener gracia.
— Sonríe, que te voy a hacer una foto —ordené, procurando esconder la carcajada.
— Mi mejor sonrisa, para mi preciosa Carolina —prometió, mientras se colocaba en una buena pose, manteniendo su perfecta sonrisa, induciéndome delirios diurnos.
— Pareces un pardillo adorable.
— ¿He oído bien? ¿Me has llamado adorable? —exclamó alucinado.
— No sé de qué me hablas, te he llamado pardillo —concluí, fingiendo demencia, de nuevo.
No replicó con palabras, pero sí con miradas burlescas y flirteantes. Chasqueé la lengua mientras negué con la cabeza, pasando de su jueguecito. Poco después, mientras nos servimos el postre, consistente en un sencillo bizcocho de limón, regresó la conversación sobre los planes para el lunes.
— Hagámoslo —sentenció.
— ¿El qué? —pregunté temerosa.
— La fiesta, será divertida. Además, sé de quién ir —alardeó.
— Genial —expiré aliviada—. Pero hay poco tiempo, tenemos que empezar hoy mismo.
— ¿De qué habláis? —se interesó Thyra.
— De celebrar Halloween —canturreó el sombrerero loco.
— Qué gran idea, las nietas de Felipa y de Aspasia se van a poner loquitas. ¡Y el pequeño no te cuento!
— Si viniera la mayor, se pondría de otra forma —insinuó Chris, bajando la voz.
— Había pensando —comencé a proponer— en comprar caramelos, disfrazarnos y poner algo de música para estar todos reunidos, no sé, cerca de la playa o donde se pueda.
— Aquí hay espacio, son pocos críos —sugirió Argus.
— Perfecto, hijo mío. Qué orgullosa estoy de ti —le dijo con todo su afecto, sin olvidarse de llenarle de amor de madre por toda la cara.
Charlamos hasta dar con la disposición aceptable de todo. Juntar unas cuantas mesas, arrimándolas a la pared, para dejar todos los aperitivos que trajera aquel que quisiera. Dejar el jardín para que los infantes tuvieran espacio de jugar, corretear y hacer alguna que otra trastada, mientras los padres estuvieran en la zona de las chuches y lo que hubiera. Y, por último, poner música con un equipo nuevo que compraría Chris, sustituyendo al antiguo. Así mataríamos dos pájaros de un tiro, comprando también los caramelos. Lo último que faltaba, eran los disfraces. Dado que no encontramos nada interesante en Paleokonos, viajamos hasta la capital de la isla donde, acertadamente, dimos por sentado que íbamos a encontrar lo que buscábamos. En la tienda de disfraces.
— ¿Quieres?
— Chris, que no son para ti —le recordé, como si fuera un niño de cinco años.
— Los he comprado yo, ergo comeré los que quiera.
— Vale, al igual que te vas a poner toda esa ropa que compraste, ¿no?
— La compro Thy —recalcó—. Olvídalo, no tiene importancia, era un detallito.
— Sí la tiene, porque mientras tú tienes las mejores intenciones yo me siento como un parásito mantenido —confesé—. Eres un cielo preocupandote así por mi, pero no gastes tu dinero de esa forma.
— Da igual el dinero, en serio —determinó—. Quiero que recibas todo lo que das, eres increíble.
— Estoy bien, no necesito nada —insistí.
Le di un breve abrazo, queriendo tranquilizar su conciencia y zanjar la conversación.
— Fíjate, un disfraz de 300 —señalé—. ¡Pruébatelo!
— No —negó rotundamente—. Ese es para ti, yo quiero ir de Megara.
Sólo por imaginarle con aquel vestido violeta escotado, contoneando sus caderas, me quedé sin aire por ataque de risa. Unos adolescentes pasaron de largo, riéndose también, aunque sería de mi ridículo profesional. Les saludé con la mano, guiñándoles un ojo. No supimos más de ellos, como esperaba. Luego de unos cuantos repasos, escogimos los atuendos que más se asimilaban a los de Hércules y Meg, de Disney. Fui al mostrador para pagar las cosas, mientras tanto, el musculitos americano, se entretuvo poniéndose varios accesorios de broma.
— Ahora que te veo, te pega más ir de bufón de la corte.
— Dijo la chistosa.
— No era un chiste —concluí.
Finalmente, el tiempo nos transportó hasta el día 31 por la tarde, cuando unos cuantos habían aceptado venir. Sería una fiesta de corta duración, al tratarse de un día de colegio. Eso sin mencionar que el centro educativo más cercano estaba a media hora de distancia, localizado en otra población. Estaba todo listo, incluso las galletas con forma de fantasma que había preparado recientemente, así como los caramelos que, con gentileza, Chris había dejado para los invitados.
Las primeras en venir, fueron aquellas tres señoras tigresas, tan pellejas como ansiosas por manosear a Chris. No podía juzgarlas, era un comportamiento completamente lógico teniendo cerca tal monumento escultural. Seguidamente, un niño pequeño y dos niñas poco mayores que él, entraron corriendo, directos a por los caramelos. Eran aún peores que Chris, como pequeños devoradores profesionales de dulces que, con sus pintas tenebrosas perfectas para una fiesta de Halloween, bien podrían ser protagonistas de una película de miedo al estilo Chucky.
La música ya estaba sonando, llegaron otros cinco niños más, sus padres y una adolescente bastante intrigante. Disimulaba muy bien, sin embargo, conocía al detalle ese comportamiento espía. Entre jóvenes y mayores, Chris se convirtió en un caramelo más, al que se lo comían con la mirada. Por curiosidad, me acerqué a preguntar.
— Musculitos —le llamé.
— ¿Eres una damisela en apuros?
— Soy una damisela, estoy en apuros. Puedo apañármelas —recité alegremente—. Ahora, en serio, ¿piensas ir hablar con esa chica? Te va a desgastar de tanto mirarte.
— ¿De quién hablas? —se interesó, por lo que señalé al sujeto en cuestión— Mierda... Joder, no tendría que estar aquí... Pasa de ella, ¿entendido?
— Uh, ¿también eres asaltacunas? —le chinché.
— No estoy bromeando —aclaró—. Vete con Argus, por favor.
— Cálmate, ya voy. Pero luego tienes que explicarme de qué va esto.
Dicho lo cual, le hice el favor. Me arrimé al grandullón, quien tras el abandono de su madre, se había quedado solo en un rincón. Me contó lo mucho que le habría gustado a su hija estar ahí, en muy pocas palabras. Aún me sorprendía aquel dato, era difícil imaginarle siendo padre, hablando tan poco, aunque de todas formas era evidente su aprecio por ella, como lo demostraba el brillo de sus ojos cuando la mencionaba. A propósito del breve coloquio, quise vigilar a la joven espía de Chris. No obstante, desde aquella perspectiva, la panorámica del jardín era reducida, obstaculizándome la visión de aquella siniestra adolescente.
La demora se prolongó, a pesar de que la gente se marchó bastante pronto. Con sinceridad, resultó una fiesta muy decepcionante. La consolación que me quedó fue que, en comparación a Chris, mi disfraz era más disimulado, sin llegar a ser tan corriente como para pasearme cualquier día por la calle así ataviada. De haber sido al contrario, el pepito grillo que vivía en mi, me lo habría reprochado hasta mi lecho de muerte, pero así lo haría nada más hasta quedar dormida.
En definitiva, la ilusión de Halloween terminó en un incómodo sentido del ridículo y, sumando el extraño comportamiento del imitador de Hércules, concluí que los lunes, lunes son. Puesto que los comienzos de semana son mejores cuando se acaban, hice lo posible por acostarme pronto y olvidarme de la existencia de ese día. La vida continuaba, así nos adentramos en el primer martes de noviembre, en el que Chris confesó lo que sucedía con aquella joven.
— No importa lo que haga esa chica, tú no eres una mala persona —insistí.
— Precisamente vine aquí para no serlo, y tuvo que hacer eso.
— A ver, entiendo que quisiera estar contigo, pero fuiste un adulto responsable y ella una cría de quince años que se volvió un poco loca —expliqué, al tiempo que acariciaba su oreja derecha, en la que tenía la marca de un antiguo pendiente—. ¿Quién no se volvería loca por ti?
— Pues... Tú.
— ¡Oh, de eso nada! Me vuelves loca cada día —afiemé—. Lo que pasa es que es una forma diferente, pero al final se te coge cariño.
— A ti también se te coge cariño.
— Tontorrón... Estás cerca de conseguir que me lo crea. Últimamente eres tan —me interrumpí, buscando el adjetivo apropiado—. La verdad es que no sé, pero es muy raro.
— Yo lo tengo claro, Carol —dijo mirándome a los ojos, atrapandome en su cristalino manantial de un azul hechizante, con esas imperceptibles, pero reconocibles, motas verdes—. Estoy enamorado de ti.
Selló sus palabras con un beso que unió nuestros labios, haciendome imperecedera por unos fugaces segundos.
— Chris... —su nombre fue cuanto salió de mis labios, nada más separarse de mi, como si deseara que no lo hiciera nunca.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro