Familiar
El interior rezumaba ambiente hogareño, como comprobé en cuanto crucé la entrada. Las paredes blanquecinas se adornaban de recuerdos, en forma de cuadros con fotografías familiares. Las estanterías no se quedaban atrás, permitiendo además adivinar la presencia de niños pequeños, como mostraban varios juguetes esparcidos que llegaban hasta el suelo. Una moqueta grisácea cubría la estancia, notablemente nueva a la par que usada. Sin embargo, era la iluminación que traspasaba los grandes ventanales, la que daba el toque de alegría a la estancia. Quise decir algo, pero no me salían las palabras, como si realmente no fuera necesario. Además, todo el protagonismo se lo llevó la aparición estelar de mamá Evans. Las primeras impresiones que me llevé fueron que de ella venía todo lo guapo que eras Chris, que era más joven de lo que esperaba y también más alta.
— Cariño, que rápido has llegado —dijo sorprendida a la par que feliz.
— El avión ha sido muy lento —bromeó antes de lanzarse a recibir amor de madre.
— Estás más gordo, has comido bien, ¿no? —observó, manoseándole más que los policías cuando cachear a un sospechoso.
— Tienes a la culpable aquí mismo —me señaló.
— ¿Eres Carolina? —pregunta, catatónica podría decir, sin borrar la alegría de su rostro.
— Así es —afirmé, sin saber muy bien qué hacer.
Entonces, Lisa, tomo mis manos y me dió la bienvenida a la familia, además de halagarme amablemente.
— Empezaba a pensar que no te iba a traer nunca, después de todo lo que ha hablado de ti.
— Mamá, mamá —la llamó—, ¿por qué no te sientas y descansas?
— Ay, hijo, que no soy tan mayor —renegó—. Sube las cosas, vamos a prepararos la habitación.
Me llamó, para acompañarla. Al mismo tiempo, Chris se encargó del equipaje, no obstante me hice con mi mochila. Algo de peso tenía que quitarle. Ya en el piso de arriba, seguí a Lisa, que entró en la segunda habitación desde las escaleras. Era muy simple, aburrida. Por lo menos la cama tenía buen tamaño. Por la cantidad de estanterías medio vacías llegué a suponer que los objetos que habían ocupado ese lugar, estaban ahora, en su mayoría, en el hotelito.
— Qué sábanas más curiosas —señalé, ahogando una carcajada.
— Oh, no... ¿Por qué has puesto las de ositos? —se quejó ruborizado.
— Pero si son tus favoritas.
— ¡Me encantan! —reí sin poder aguantar más.
— Qué vergüenza...
— Bueno tortolitos, os dejo solos un rato —se despidió la matriarca.
Y como si estuviéramos haciendo algo, se fue evitando mirar. Después de que cerrase la puerta, me fijé en lo rojo que aún seguía Chris, también un poco ausente. Me límite a ordenar todo lo que había traído en la parte libre del armario que me había dejado. Sin embargo, él parecía tardar demasiado en lo suyo.
— Chris... —susurro, pasando mis manos por sus hombros— ¿Qué pasa?
— Nada, preciosa —aseguró poco convincente.
— Tu madre parece estar bien y es muy amable —comenté, esperando que supiera mi preocupación y cariño.
— Me alegra oírte decir eso...
— No lo parece —lamenté.
— Carolina, deberías volver a tu casa —sugirió casi a modo de orden—. ¿Sabes algo de tus padres? ¿Ellos de ti? Casi me da un infarto —chasqueó la lengua por usar esa palabra y prosiguió sin demora— cuando he sabido lo de mamá.
— Yo... —suspiré, no podía decir mucho y el sabía lo suficiente como para tener razón.
— No pierdas la oportunidad de estar con tus padres, de saber si están bien. Ve con ellos.
— Acabo de llegar... No puedo y sabes que no me llega —insistí, comenzando a sentirme frustrada.
— Eso es cierto. Así que vamos a hacer algo —anuncia— pasaremos la noche aquí y mañana salimos a España.
— ¿Qué? Estas loco.
— Me quieres por eso —guiñó el ojo, juguetón.
— Pero, ¿y tu madre? Además, el viaje es larguísimo, es otro palizón.
— Como has dicho, está bien y puede esperar a que regresemos —aseveró, apoyando sus manos en mi cintura—. Por ti voy a la luna y vuelvo mil veces, no importa qué.
— Mi vida... —dejé escapar emocionada, algo fuera de mi.
— Lo tomo como un sí —advirtió antes de besarme como si fuera el único remedio de calmar el ardor de sus labios, pese a que avivasen las cenizas, que quedaban como recordatorio de sus besos, en los míos.
No tenía idea de cómo lo conseguía, pero siempre era capaz de dejarme sin aliento, hacerme olvidar lo que era respirar. Gracias a los actos reflejos aún no me había desmayado por falta de aire. Me abracé a él, era muy cómodo y si hubiera sido un colchón me habría quedado dormida encima. El sabor de la calma duró poco y todo por abrir los ojos. Grité sin remedio, rebotando del susto, haciendo que Chris pegase un respingo, espantado con mi horror. No fue fácil determinar quién de los dos estaba más asustado, si él por mi culpa o yo por haber visto cierta monstruosidad negra de ocho patas. Entonces, se armó de valor para enfrentarse a la vil criatura, fruto de mis miedos, hasta que se giró. La potencia de su voz casi derrumba la casa, y como algo tenía que caer, nos tiró a los dos al intentar salir huyendo.
— ¡¿Chicos qué ha sido eso?! —se escuchó a su madre, través de la puerta.
— ¡Todo bien mamá! —contestó su hijo, actuando como si nada, sólo en ese instante—. ¿Estás bien, Carol? Soy gilipollas, perdóname.
— No esperaba ésta venganza por los arañazos... —dije restándole importancia, me preocupaba mucho más que la araña se abalanzase contra nosotros que el dolor palpitante recién nacido en mi cadera.
Se levantó, aprovechando lo misma inercia para levantarme a mi también. La habitación se nos estaba quedando pequeña, no había más pasos hacia atrás que nos alejasen del bichejo inmundo. Éramos dos contra uno, y, sin embargo, nosotros estábamos arrinconados.
— ¿Qué hacemos?
— Matarla —establece rotundamente.
— Pues ánimo, ¿eh? —dije, dándole palmaditas en la espalda.
— ¿Qué dices? A ese bicho no me acerco.
— ¿Sí? Pues yo tampoco —aclaré.
— ¡Oh dios mío se ha movido! —exclamó aterrorizado.
— ¡Mátala, deshazte de ella!
— ¿Y con qué la aplasto?
— Qué asco, ¿cómo la vas a aplastar? Luego la salen todos los jugos o tiene crías como el video ese
— ¿Quieres cerrar la boca? —pidió asqueado.
— Nos va a comer, Chris —sollocé víctima del pánico.
— ¡Me está mirando!
— ¡Ay! Tengo una idea —nos esperancé—. Tú abres la ventana y yo la espanto.
— Ni hablar, seguro que me la tiras a mi. Yo la espanto y tú te encargas de la ventana —replaneó.
— Vale —acepté, pensaba salir corriendo después de abrirla, por si el torpe era él—. ¿A la de tres?
— Una... Dos... ¡Tres!
Él salió por la izquierda y yo por la derecha. La araña no se movió, lo que fue un gran alivio. Abrí la ventana mientras que él se preparaba con una percha vacía, antes de que la araña desapareciera. Acababa de subir por los faldones de la colcha y ya estaba peligrosamente cerca de todos sus calzoncillos. Así que no se demoró mucho más. Con una gracilidad y precisión envidiables, dignas de los mejores esgrimistas, tiró la percha por la ventana empujando a la araña con ella. Para ese entonces yo estaba en la puerta preparada para salir, cuando se puso a celebrarlo y hacerse el héroe a lo caballero medieval.
— Mi héroe —le dije con rentintín.
— Ha sido un placer librar esta batalla por usted, bella dama —afirmó, haciendo una reverencia.
— No te pases... —al acercarme, lo ví—. Oye, no te asustes pero tienes... En el pelo...
Se quedó petrificado, miró la apertura que daba a la calle y se lanzó. Casi creí que iba a saltar, aunque en su lugar se dio de tortas en la cabeza mientras hacía ruidos raros que mostraban pánico. No obstante, aún seguía allí. Cogí lo primero que vi y como si fuera un guante, lo usé para coger al ser arácnido y arrojar todo a la calle.
— Ya está, tranquilo.
— ¿Segura? —cuestionó, inquieto.
— Acabo de tirarla por la ventana, estamos a salvo.
— Gracias a dios, eres la mejor, Carol —admitió, rebosante de sosiego.
— Al final, ésta bella dama se ha desecho del peligro, caballero de frente profunda —bromeé.
— Sí, me troncho... Eh, ¿qué has usado para -? —él mismo se interrumpió, volvió a sacar medio cuerpo por la ventana y seguidamente rebuscó entre su ropa—. ¡Eran mis calzoncillos de la suerte!
— Por eso han sido tan útiles.
— Los usaba para...
— No sigas, anda —sugerí educadamente.
— De todas formas, no necesito volver a usarlos —aseguró, sonriéndome con ternura.
— Siempre te quedará el cinturón rojo.
— Y el otro oscuro, para azotarte—concluyó.
— Por todos los santos —me espanté, siguiendo el hilo.
— O para amarrarte, ¿te lo imaginas?
— Me parece que antes se te han caído unas cuantas neuronas.
— Y a ti las bragas... —rebatió, estallando a reír brevemente—. Nada más que decir, señoría.
— Madre mía, lo que me espera... —murmuré, cerciorándome de que me escuchase y negando con la cabeza.
— Tú lo has dicho, nena.
Tras esa conversación con doble significado tan evidente, bajamos al salón. Nosotros y la pequeña de los hermanos, ocupamos el sofá, por otro lado, Lisa se relajó en el sillón. Dejamos que se rieran a costa de nuestra reciente aventura, a raíz de lo cual surgieron otras historias vergonzosas que involucraban a un Chris más joven de todas las edades. Quedó claro que siempre había sido un pequeño travieso y lo que le encantaba reírse de ello. De la cháchara pasamos a la cena. Fue el momento que más debería temer alguien, enfrentarse a una suegra buena cocinera. Realmente, fue menos malo de lo que tenía en mente. De hecho, fue un momento que no podría olvidar. Las ganas de ver a mis padres se dispararon, era un sentimiento muy fuerte que Lisa había avivado. Con su sabiduría, su paciencia, su cariño. Vale que los padres no son perfectos, pero cuando te quieren, no es difícil darse cuenta.
Quedamos en no decir quién había hecho qué, por si eran capaces de averiguarlo. Nosotras sólo podíamos vacilarles deliberadamente y reírnos como unas locas. Y lo mejor de todo no fue que les dejásemos confundidos, incapaces de dar respuesta con seguridad, ni que hubiera adulado mis dotes culinarias, sino el sentimiento de familia y amor que se había formado en el ambiente. Me habían acogido, me habían aceptado y parecía caerles bien. Ni tocándome un millón de euros me habría sentido más afortunada.
— Un poco más y la gente empezará a notar el embarazo.
— Pues entonces a mi debe de quedarme poco para parir —exageré, imitándole acariciando mi barriga.
— Chris será un buen padre —mencionó Lisa—. No soy quien para decirlo, pero pareces preparado, corazón.
— Tengo nueve meses para mentalizarme —el silencio reinó tras sus palabras, únicamente faltaba un grillo para darle dramatismo a la escena, hasta que se percató y añadió una aclaración—. Cuando sepa que los tenga. Hasta que me case, queda un tiempo.
El silencio se espesó. Me sentí observada pese a tener constancia directa de que todos mirábamos a nuestros platos. Hablar de boda delante en estas circunstancias no era la mejor de las ideas. Primer día de conocernos y casi de ser novios no correspondía a matrimonio e hijos inminentes, no para mi y por lo que quedó obvio, no para el resto. Ni siquiera había considerado la remota posibilidad de imaginarlo, seguro que mi chico tampoco. Tenía que adoptar nuevas costumbres, pero buscaría otras expresiones con las que nombrar a Chris, ahora que pichafloja estaba aparcado en los usos despectivos.
— Bueno, tu vas a estar muy preparada después de cuidar de ésta pieza —dijo señalando a su hijo.
— Qué querido soy en esta casa —se cachondeó el aludido.
— ¡Que te quiero mucho mi bebé grande! —proclamó Lisa, levantándose para, junto a su otra hija presente, darle apabullante amor.
— Únete —pidió Shana.
Así las tres rodeamos a nuestra presa sin escape, hasta que se le ocurrió tirarnos todos al suelo. Volví a sufrir en la cadera, sin embargo disimulé temiendo romper el momento. Cuando cesaron las carcajadas y Chris demostró que podía con las tres, me las apañé para subir a la habitación, con la escusa del cansancio. La primera idea era echar una mano con los platos, pero entre sus impedimentos y el dolor, decliné las buenas intenciones. Subir todos esos escalones fue un triunfo, y tumbarme en la cama la recompensa. Ya podían usar una grúa, que de allí no me movía nadie. Por lo menos, fuera de los límites del somier.
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