El americano
Desperté en una atmósfera oscura, la cual me hizo creer que era una hora muy temprana, sin embargo el reloj indicaba que faltaban escasos minutos para las nueve. Tal panorama me sumió en una pereza contra la que debía ganar, para ello no se me ocurrió nada mejor que enchufar los cascos en mi móvil, subir el volumen al máximo y darle al play para escuchar la única canción que conseguía sacarme de la cama: Something I Need, de OneRepublic.
Me estiré haciendo crujir partes de mi cuerpo cuya existencia desconocía, como si pretendiera medir dos metros, siendo el resultado sentirme como una nube flotando en el cielo. Completé mi estado de "como nueva" con una ducha de agua caliente, tras lo cual me preparé para ir a desayunar. Pero para lo que no estaba preparada era para asimilar lo que me comentaron, mientras zampaba un rico batido de chocolate y un dónut tiernecito con azúcar glasé.
Thyra se acercó a mi y tomó asiento tranquilamente.
- Muchísimas gracias por la ayuda de ayer -comenzó a decir, con su extraño pero divertido acento-, no se qué habríamos hecho sin ti.
- No se preocupe, no fue nada, además ya no me necesitan ahora que han encontrado a otro cocinero...
- ¿Otro? -me interrumpió, visiblemente confusa-. No hay otro, creía que hoy también ibas a preparar algo tan exquisito como lo de ayer... Me recordó a los guisos de mi querida y difunta abuela.
- Tenía entendido que ya habían contratado a otra persona... Así me lo dijo pich-... El... Señor Evans.
- ¿Te lo dijo el mismo?
- Sí... -respondí dudosa.
- ¡Atheófovos americano que nos va a llevar la ruina! -exclamó disgustada.
Yo no pude hacer nada excepto mirarla atónita porque no entendía nada y mucho menos lo que dijo antes de "americano" aunque supuse por el tono que no se trataba de un piropo, al parecer ese Evans levantaba pasiones... Y demostraba que era todo un pichafloja. Por otra parte mi curiosidad hacia él nació, o al menos las ganas de comprobar que en verdad era un niño rico, irresponsable y caprichoso.
- No... No se preocupe... Yo aún puedo ayudar... -me ofrecí, apenada por la mujer.
- ¡Eres una bendición!
Se fue toda contenta a recoger el comedor, cantando y todo. Yo opté por cambiar mi ropa a un conjunto más desechable y óptimo para pasar calor mientras cocinaba.
Me pidieron que hiciera salsa de tomate natural, puré de verduras y que preparase una ensalada típica de allí. Según ellos,como la pasta y los filetes eran más fáciles de preparar, los calentarian más tarde para que estuvieran recientes, con lo que estarían listos para servir en cuanto añadieran lo que previamente cocinaría yo.
Al terminar, Thyra, que insistió en que la llamara así, me invitó a tomar con ella un té helado en el jardín.
- No vayas a pensar mal de él -dijo, cortando así el silencio-, gracias a que compró el hostal ya no estamos en la ruina. Ese joven... ¡Me alteran sus impulsos repentinos en los que se vuelve a casa y nos deja aquí tirados, sin avisar de si volverá! Que ya no soy joven como antes para soportarlo...y mi Argus, el pobre, dejó lo suyo para estar aquí a trabajar tanto y ganando lo justo... -resopló y bebió un trago del té, quedando de nuevo en silencio.
No supe que decir, era mucha información apoplejante para mi, además no sabía nada de ellos y que me comentara algo así, a mi, prácticamente una desconocida, me desconcertaba y más en situaciones de ese calibre, nunca tuve la perspicacia de cómo actuar de forma correcta. De todas formas, si estaba tan lejos y desconectada de lo que fue mi "hogar" era en buena parte para ser menos tímida, así que degluí mi pánico y pregunté.
- ¿Dices que... se ha ido?
- He oído su coche, como siempre que se va.
- Igual solo se ha ido un rato... -sugerí deseando estar equivocada- o puede que vuelva pronto de... su casa...
- Americano tenía que ser, ¡ese no vuelve pronto! En fin, ya me he desahogado, no pienses mal de él que en el fondo es un buen chico, y muy guapo -concluyó, guiñándome un ojo, y se fue.
Se me puso la carne de gallina antes de imaginar si quiera la hipotética probabilidad de tener un acercamiento con el pichafloja, y menos sabiendo que seguramente se había zumbado a la mayoría de las turistas "desprevenidas" que se dejan caer en sus patéticas redes. No era mi tipo, corpulento y con cerebro de mosquito. No, gracias.
- ¿Guapo? Guapo de qué, muy en el fondo es bueno... En el fondo de su picha floja -reí, estando sola en el jardín-, y ahora, a celebrar que no está.
Con esas regrese dentro para ponerme ropa de calle, de nuevo, porque necesitaba aire fresco por muy nublado que estuviera el día. Al ser un pueblo tan pequeño, pocos sitios tenía para ir, sobretodo con la barrera del idioma que me impedía socializar aunque, de todos modos, yo no era de esa clase de personas que en un momento se hace amiga de todo el mundo. La playa se me antojaba poco apetecible, no por el clima ya que precisamente con poca gente y el sol escondido, era perfecto, si no por la repetición que suponía volver un tercer día con la constancia de que tenía muchos más para pisar la arena. Decidí dar una vuelta por el hermoso pueblo, por sus calles de piedra blanquecinas, haciéndome dueña del territorio con aroma a mar y flores silvestres. Ahora tocaría volver y luego... ¿Qué? ¿Tocarme las narices? Decididamente, no.
Retomé el paso, topando con un sendero de tierra que llevaba hasta a saber dónde, pero transcurría por una zona de hierbas y arbustos bastante apacibles, por lo que no tuve miramientos en ir a averiguar lo que quiera que hubiera al final de la rudimentaria senda.
De tanto andar, llegó un momento en el que el arrepentimiento surgió de la sed y el dolor que sufrían mis pies, cobrando poder frente a mis ansias de finalizar el recorrido ya que tenía esperanzas en toparme con algo que mereciera la pena todo ese esfuerzo. Tomé un breve descanso y seguí, a duras penas. Sin embargo, recibí una recompensa de mucho mayor calibre que la molestia ejercida por las pequeñas magulladuras de mis pies. Recibí unas vistas espectaculares.
Me acerqué al borde tanto como pude, sin ponerme en peligro, evidentemente, y escogí una bonita roca grisáceo como asiento, después de comprobar que por los alrededores no hubiera ningún bicho que pudiera invadir mi cuerpo. Más vale prevenir que curar ya que tendría suficiente con las posibles picaduras cualquier mosquito que merodeara en la zona.
La paz allí era tan palpable, tan agradable, acompañada de la temperatura perfecta para no tener frío ni para transpirar por excesivo calor, con el olor del mar cálido y salado junto al frescor de los vegetales, el sonido apaciguador procurado por el acompasado oleaje, la protección de las nubes ante la quemazón de los rayos solares para la piel y, también, para los ojos ya que la luminosidad estaba suficientemente reducida como para no necesitar gafas de sol. Todo creaba una atmósfera de perfecta serenidad. Se me ocurrió romper el silencio cantando.
- You got something I need! In this world full of people, this one's killing me... And if we only die once... I wanna die -enmudecí al escuchar cierta voz.
- Sí que estoy.
¡Cómo no! Todo estaba demasiado tranquilo para ser real. Me negué rotundamente a concebir su presencia allí, era imposible que esa voz fuese suya, deseaba que no lo fuera, es más, acepté que se trataba de un burdo producto de mi imaginación, por lo que ignoré aquellas palabras, y en probabilidad, al insufrible dueño de las mismas.
- ¿Ya no lo celebras? Es una pena, porque me gustan las fiestas... Y cómo cantas.
Destruidas, aniquiladas, asoladas, exterminadas. Así terminaron las esperanzas y todo mi empeño en sostener que tenía una imaginación cruel. Ni siquiera me importaba que me escuchase cantar, teniendo en cuenta que era la primera persona en hacerlo. En otro momento habría muerto de vergüenza, literalmente, pero ahora, el rubor de mi cara se debía a la rabia que me procuraba ese despojo humano.
- ¿Me has seguido todo este tiempo hasta aquí? -dije guardando un tono calmado.
- Eso es lo que te habría gustado que hiciera, ¿eh? -respondió como todo un pichafloja, lo que me hizo girar y ver su sonrisa asquerosa- Más bien, tú eres la que me ha seguido así que quita esa cara de perro rabioso y admite que estás loquita por mi.
- Hazme un favor y tírate al mar -solté, considerando si jugar con la ignorancia hacia él o ser yo misma quien le tirase por el acantilado.
- Yo sí te haré un favor y de paso enseñarte que mi "picha" es todo lo contrario a floja -prosiguió, animadome a elegir la segunda opción.
- Como tú digas, minipicha.
- ¡No es verdad! Oh... ¡No me digas que! ¡Woho! A ti te falta un buen polvo -exclamó alegremente.
Me levanté, definitivamente iba a empujarle desde el borde de las rocas.
- ¡Lo que me hace falta es que dejes de amargarme la existencia, depravado! Y para tu información, no te tocaría ni con un hierro incandesecente.
- Qué graciosa eres.
- Y tu un.... ¡Pff no tienes ni nombre! Déjame en paz ya que yo no te he hecho nada a ti y tú solo me amargas la existencia. ¿Quién te crees que eres, el rey del mambo? Pues no, así que cascate a otras y fundente el dinero de tus papaitos, o haz lo que te venga en gana, pero a mi me dejas vivir tranquila. Y todos contentos -resoplé.
- Ya me ha quedado muy claro lo que piensas de mi... -dijo apagado- Tú no me conoces para hablar así de mi... fue a hablar la pringadilla solitaria de turno que no se come un rosco porque nadie la quiere.
Le miré a los ojos, mi enfado desapareció para dejar espacio a una gran decepción.
- Ni yo se de ti, ni tú de mi... Lo que sea que quieras de mi, dilo, pero deja de tratarme así... Te has pasado de la raya - dije atenuando la voz.
- No quiero nada.
- Mejor. Si me disculpas... -hice el ademán de irme, pero me lo impidió sujetandome por el brazo-. ¿Qué quieres ahora? ¡Sueltame!
Vi como acercaba su rostro al mio y su otra mano iba directa hacia mi busto, automáticamente cerré los ojos y me aparté de él como pude.
- El tridente de Poseidón, no te lo había visto antes.
- ¿Tri-tridente? ¿Qué...? -descolocada, me demoré unos segundos hasta percatarme de que hablaba de mi colgante, el cual sujetaba ahora con sus dedos rozando mi piel. Fue casi tan sorprendente notar que su piel era tan suave, y no áspera, como el hecho de que no había intentado besarme.
- Este colgante, es el símbolo del dios griego del mar... Se supone que... No te lo había visto antes...
- Pues ya lo has visto... Sueltame, por favor... -pedí e inmediatamente me soltó-. Además, ya sabía lo que era.
En verdad no lo sabía, estaba convencida de que se trataba de una T al revés, claro que bien vista si parecía un tridente, además era mucho más lógico.
- Tiene la marca de Paleokonos, ¿dónde lo compraste?
- Me lo regaló una mujer de los puestos... Oye, ¿por qué tanto interés de repente? Si tanto te gusta vete a comprar uno pero deja de agobiarme... -dije, pasando mis ojos de su mano a los suyos, que se veían perdidos y muy azules. No me fijé en el color de sus ojos hasta ese momento, ni en lo azules y bonitos que eran.
Una pena que fuera un petardo pichafloja, bastante ratito de repente con el misticismo que le estaba dando a mi collar.
- Carolina, por favor -su mirada estaba clavada ahora en mis pupilas-, te suplico que me perdones... Tenías razón, no me he comportado debidamente contigo, he sido muy irrespetuoso, lo siento...
- Oye... No sé a qué viene esto, pero estás empezando a asustarme... Te perdono lo que quieras pero no te acerques más a mi...
Aproveché a irme ahora que no se interpuso, una vez lejos giré la cabeza y vi que no se había movido del sitio y que seguía mirándome pasmado. Aceleré el paso, muy asustada, temiendo que me persiguiera, cosa que, por suerte, no sucedió. Así y todo me encerré en la habitación, sin comer ni beber, muy preocupada por si venía a hacerme algo.
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