Corazón
Intentó silenciarme. Posó su pulgar sobre mis labios, aliviando sus ansias con ligeras caricias. Por otra parte, sus ojos intimidaban con esa oscuridad tan absorbente de sus pupilas, que se asemejaba a un extraño pero hermoso agujero negro, rodeado de un halo de azulada luminiscencia. Me preguntaba lo que sentiría si yo tuviera unos ojos así de bonitos, cómo se vería el mundo. También comencé a plantearme lo que se le pasaría por la mente al verme tan de cerca, y por qué era capaz de observarme sin mostrar algún tipo de disgusto. Aún no comprendía lo que un tipo como él, que suele estar con barbies, había visto en una mujer del montón, como yo. No obstante, recordé que lo que me había gustado de Chris fueron esos pequeños detalles, que mostraban que era una gran persona, y gracias a los cuales pude apreciar su belleza externa que, en ningún momento del pasado, me había resultado atractiva en nadie. Entonces supuse que él no era tan superficial como, por la lógica de los estereotipos, cabía esperar.
— Por lo que más quieras, no digas nada —rogó—. Me he comportado como un imbécil demasiado tiempo, pero no podía callar más lo que siento por ti y arrepentirme de por vida. Nunca se sabe qué momento es el último, podría ser este mismo. Lo que sé es que junto a ti, cada momento es mi favorito. Ahora voy a seguir besándote, hasta que quieras apartarme.
Tan profunda fue su confesión que no reparé en que prácticamente estaba estrangulando su brazo. A pesar de todo, deseaba olvidar los conflictos internos que él me causaba y, si conocía un medio para conseguirlo, sus labios lo eran. No obstante, me negué a sucumbir a lo más fácil porque él merecía más de lo que estaría dispuesta a ofrecer si continuaba esa senda.
— No puedo, espera —su rostro se transformó con mis palabras, quiso ocultar su desamparo, sin embargo no era tan buen actor. Además, resultaba enternecedor verle así cuando yo sabía que se precipitaba en ese sentimiento—. Es injusto para ti. Me gustas...
— Suena a pero —afirmó, aguantando la respiración.
— El amor desencaja mis esquemas —lamenté, al mismo tiempo que acaricié su cabello, corto y sedoso—. No soportaría romperte el corazón solo porque el mío tenga cicatrices abiertas.
— Todos tenemos cicatrices —confesó, cerrando sus ojos—. Y también tengo sentimientos. ¿Sabes que es lo injusto? Que no te des la oportunidad de no romperme el corazón y hacerlo directamente, como ahora.
Su aplastante sinceridad me abrió la mente y ojos. Estaba comportándome como una egoísta. Chris me había mostrado su vulnerabilidad y, sin embargo, no tuve el valor de abrirle paso entre los muros que había construido los últimos años. Tampoco era capaz de deshacerme de todo de una sola vez. No obstante, seguir encerrada significaría el fin de la Carolina de verdad, la real, quien únicamente revivía en su compañía. Tomé un camino en su momento, que me llevó a ese punto. Fue una decisión de la que no quería rendirme. La lucha se estaba acabando, mis inseguridades eran cada vez más débiles. Me situaba muy próxima a ser la persona que vine buscando, así como de conocer el amor, incluido el propio. Porque no se trataba únicamente de lo que sentía por Chris, él me había ayudado a verme, a comenzar a quererme. Estaba preparada para intentarlo, era la hora de no volver esconderme, de disfrutar el presente sin temer al mañana.
— Tienes razón —afirmé.
— Es posible —soltó sin ninguna emoción en la voz.
— Supongo que ya es tarde para que beses a tu... ¿Novia?
En principio, temí haberle espantado, que hubiera cambiado de parecer. Lentamente, para mi alivio, cambió su expresión. La sonrisa que puso mostraba más que el sueño dental de toda boca, enseñaba un subidón colosal de felicidad como no solían verse. Al mismo tiempo le creí estupefacto ya que no sentí su aliento ni había parpadeado. Antes de asustarme quise comprobar que estaba bien.
— Chris, respira hombre. ¿Estás bien? —le interrogué, pasando mis manos por su pecho, llegando a sentir una veloz percusión en mi palma derecha.
— Pagarás por esto.
La calma me invadió cuando sus brazos envolvieron mi espalda, apretándome fírmemente contra su cómodo torso. Esa tranquilidad duró poco, pues dos palabras cerca de mi oído provocaron que mi corazón se acoplase a la velocidad del suyo. Fue toda una sorpresa, no esperaba llegar a tener esos sentimientos, sin embargo se trató de una más que agradable. Entonces los besos se convirtieron de nuevo en nuestro centro de atención. Tanto fue así que el instinto animal que habíamos inhibido todo ese tiempo, se hizo con el completo control de nuestros cuerpos. Sin impedimentos ni dudas, comenzamos a aunarnos a medida que desaparecía la ropa que nos alejaba de cumplir nuestros deseos más pasionales. Fue ahí cuando vibró algo duro entre mis piernas, que ya podría haber sido lo que no era, pero ningún dios obraría tal milagro. Además, estaba acostumbrada a que sucediera lo contrario cuando se trataba de la "intervención" de alguna divinidad.
— Fiera, que te llaman —pronuncié con trabajo.
— Lo sé —dijo sobre mi cuello, sin interrumpir la labor de sus labios.
— Mira a ver quién es, igual es importante —persistí, intentando apartarle.
— Está bien, ya lo hago —aceptó resignado— tengo que apuntar en mi lista negra a la persona que ha osado joder este momento de gloria.
— Melodramático.
Finalmente, contestó la llamada. Segundos después, observé la evasión del rubor que tenía su cara, su cuello y sus orejas. El tono de su piel se degradó a una palidez extrema, próxima a transparentarse. Luego de varios balbuceos incomprensibles, su presencia se emborronó hasta que desapareció de mi campo visual. La inercia me llevó a ir tras él, quién, a juzgar por los ruidos que salían de su habitación, la estaba destrozando. No vacilé en entrar cuando hube atravesado todo el pasillo. Así pude percatarme de la posible situación que dió lugar a esas circunstancias.
— ¿Dónde cojones está el puto pasaporte? —se exaltó, centrado en buscar su documentación, a lo que le ayude.
— Está aquí —dije entregándoselo, negándome a felicitar mi excelente organización para acariciar su nuca y así calmarle— Tranquilo, iré contigo.
No esperé que aceptase, del mismo modo que no sabía cómo podría resolverme en la situación que acontecía. El tema de la vestimenta pasó a ser algo fácil, no obstante, lo de los carísimos billetes de avión y los estrictos visados para Estados Unidos, complicaban el asunto. Por suerte, Chris resultó ser un experto en "trapicheos", por razones que preferirí no contemplar. Fue así como acabé en el Jet Privado de un amigo suyo, cuyo nombre se me antojaba familiar. Desde luego, el americano estaba en su salsa cuando se trataba de hablar con quien fuera para conseguir lo que necesitara, aunque percibí en él despistados rastros de incomodidad.
Al contrario que él, me sentí bastante fuera de lugar, como un estorbo, a pesar de ser rodeada por su brazo cada vez que me quedaba atrás. A su vez, no quería fastidiarle con quejas, tampoco había esa necesidad. Preferí comportarme lo mejor que pude. Se trataba de un hijo preocupado por su madre, lo mínimo era dejar de lado las perturbaciones que alternaban mi zona de confort.
— ¿Va todo bien, preciosa? —preguntó, rompiendo el silencio sobre las nubes.
Me hizo darme cuenta de que apenas había pronunciado palabra, exceptuando contados monosílabos. Tenía que admitir que estaba un poco ida, ausente, sin más.
— Sí —sonreí sincera, pero decidí hablarle más—. Preciosa. Eso es nuevo.
— Lo eres, estaba siendo cariñoso —explicó, cauto.
— Ha sonado raro, es todo —amenicé, tras lo que suspiró sin disimular. Se me pasó por la cabeza comentarle lo de pichafloja, pero lo al no ser buen momento.
— Carol, no hacía falta que vinieras. Lo sabes, ¿verdad?
— Se trata de tu madre, es importante —aclaré, sin convencerle—. Es posible que me de cosa conocer a tu familia tan de repente —terminé confesando.
Una sonrisa traviesa apareció en su careto, a la cual pude ver antes de que utilizara el dorso de mi mano para taparse, sobre la que sentí su agitado aliento.
— ¿Qué? No te rías. Conocer al clan de los Evans no es moco de pavo —aseguré, recordando a los integrantes de las fotos que me enseñó algunos de aquellos días de cama. La frase "veinte y la madre" se aplicaba a la perfección con su familia.
— Tranquila —dijo, dejando un beso de propina sin apartar su rosada piel de donde estaba escondida—. No van a comerte. No podrán porque yo te habré comido antes...
A sus palabras les acompañó la mirada más malvadamente juguetona, seguida de una tanda de mordiscos húmedos repartidos entre mi mano y las partes de mi cara que no logré defender. A cambio, se llevó un par de arañazos nada intencionados, que me dolieron más a mi que a él, dejándome también una angustiosa carga de culpabilidad.
— Ahora pensarán que te trato mal —exclamé acompañando el horror con un tono bromista que lo amenizase.
— Con lo que les diré, pensarán que eres una tigresa —insinuó.
— Ni se te ocurra o saco las garras a propósito —amenacé, creyéndome Lobezno, si no recordaba mal.
— Me matas —dijo al reírse.
Huelga mencionar que, debido a la prolongada duración del vuelo, hubo necesidades básicas que cubrir. Una de ellas era la de atiborrarnos de muestras de afecto, que de vez en cuando se nos iban de las manos y se nos hacía cuesta arriba detenernos cuando rozábamos ciertos límites. Sin embargo, aproveché el nuevo estatus de nuestra relación para cobrarme alguna que otra venganza. Es cierto que no salí del todo ilesa, pues él tenía mucha más mano en provocar un calentón. Aunque lo bueno de nuestra estancia en los cielos fue mejorar mi confianza y recuperar un poco más de mi en ese tipo de situaciones. Solté tanta carga de mi espalda que podría haber salido volando sin necesidad del metálico aparato que nos transportaba por los aires.
Acompañar al sol y el cambio de horario significaron que experimentase mi primer jet lag, al que Chris parecía estar acostumbrado. Después, unos señores muy amables me hicieron sentir como si estuviera en medio de un contrabando. Finalmente, conseguimos salir del aeropuerto, donde pude notar esa extraña fuerza que me oprimía al pisar nuevos lugares tras largos viajes. A su vez, sentí también cómo rápidamente mis extremidades quisieron entumecerse, pues el frío era extremo y tenía falta de abrigo. El natural de la ciudad en nos encontrábamos, me cedió caballerosamente una cazadora de cuero negro junto a un cálido abrazo. No obstante, la tiritona no cesó porque era otra la razón, muy distinta a las bajas temperaturas, la que me hacía temblar sobremanera.
— Vamos, ya está aquí —me indicó emocionado, irradiando alegría.
Llegamos al coche, grande y gris, desapercibido. Alguien bajó, más o menos de mi altura, con el pelo corto y alocado, de un castaño oscuro que contrastaba con su piel blanquecina. Al verme, su sonrisa se amplió, característicamente torcida. Para no compartir genes, guardaban gran parecido, por eso me costó tanto creer que su hermana pequeña era adoptada.
— ¡Hermanita! —saludó efusivo, atrapándola en sus brazos.
— Para, no puedo respirar —dijo ella, claramente sin fuerza en los pulmones.
— Te echaba mucho de menos —se escusó—. Y también quería presentarte a Carolina.
— Ya era hora, tenía un montón de ganas de verte. Soy Carly —nos dimos un beso cordial en la mejilla, aunque mi costumbre era dar dos.
— Encantada de conocerte, sólo te había visto en fotos —comenté.
Los Evans compartieron miradas cómplices, tan misteriosas como reveladoras, aunque no las pudiera descifrar. Con todo, guardamos las maletas y nos pusimos en marcha. Al parecer, nos dirigimos a Concord, donde Chris tenía una casa. Me sorprendió pues, hasta donde yo sabía, su madre vivía en Sudbury, un pueblo cercano al Oeste de Boston. Finalmente, resultó que le urgía recoger algunas cosas. Con las prisas prometió que me enseñaría la vivienda más adelante. Tras lo que me pareció poco tiempo, el cual dedicaba a intentar deshacerme del terremoto que sacudía toda mi anatomía, el coche se detuvo. Ante nosotros se postraba una estructura hogareña, de fachadas blancas y tejado oscuro, picudo, con columnas en la entrada y rodeada de naturaleza, que se extendía en la parte de atrás. Era difícil asimilar que Chris se había criado allí, no le pegaba un ápice. También fue complicado procesar que iba a conocer a su madre, que me iba a meter de lleno en su vida. Agradecí su compañía, pues calmó los nervios que avivaban el instinto de salir corriendo. Su voz me animó.
Todo irá bien.
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