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Al descubierto.

Thyra entró a mi habitación sin llamar, harto poco importaba que yo pudiera estar desnuda o algo peor, en cambio, por suerte, me encontraba acostada en la cama leyendo Mil y un recetas. Estaba muerta de hambre, pero más muerta de miedo me sentía como para salir de mi habitación, por eso casi se me saltaron las lágrimas cuando me di cuenta de que ella traía una bandeja de comida. Pero se me chafó la alegría de poder comer cuando me percaté de que debería haber preparado la cena para los clientes, los únicos que tenían puesto que la gente se acercaba para comer y casi nunca se hospedaban.

- Come un poco o te va a dar un mareo -dijo más bien imperativa.

No quise discutir así que empecé a comer el sándwich que me había preparado, con parte de la ensalada que había sobrado del medio día. Ella se sentó en mi cama, acariciándola con la mano para estirar las arrugas de la misma, recordándome a mi madre con ese gesto; como cuando era pequeña y me encerraba cuando había pasado algo malo en el colegio y ella se sentaba en mi cama, haciendo eso mismo, y me decía que todo saldría bien, que me tenían envidia, que yo era mucho mejor que ellas, que era especial y debía estar contenta por mi forma de ser. Después sucedían demasiadas cosas, empecé a ir mal y mis encierros pasaron a ser molestos, así que ya no mostró preocupación por mi.
Dejé el sándwich a medias a causa de esos pensamientos que bajaron todos mis ánimos.

- Salta a la vista que algo te pasa -aseguró-, yo no he tenido hijas pero soy una mujer con experiencia... Sólo voy a decirte que no judgues por las apariencias y que acabes el sándwich.

La miré, ella sonreía amablemente pero escondía algo misterioso en su mirada, como siempre que me hablaba, por eso supuse que sería su mirada normal.

- Está bien... Comeré, pero nada más. Gracias...

- Igual de cabezotas... -murmuró para sí misma.

Simulé que no había oído nada y terminé la cena. Seguidamente, Thyra se fue con la bandeja en la que trajo la comida y se fue deseándome las buenas noches. Sin embargo, y tras mucho intentarlo, apenas dormí atormentada por... ¿Por qué? Ya ni siquiera tenía sentido creer que él fuera un lunático si lo único que hacía era trasnochar con supermodelos sin cerebro y decir estupideces para sentirse mejor consigo mismo.

Decididamente me prohibí seguir desvelada por temor a que se acercase a mi a hacerme algo, en cambio tomé mi móvil, encendí el receptor de Wi-Fi y me conecté al hotel, cuya contraseña pregunté previamente. Tras escribir "Chris Evans" en la barra de Google, sin estar muy segura de lo que podría encontrar, toqué la tecla enter y, entonces, todo se descubrió ante mi como las reliquias de una pirámide al ser descubiertas por un arqueólogo. La diferencia es que no esperaba encontrar que fuera famoso, al revés que el arqueólogo que sí espera encontrar tesoros o una momia; él era concretamente un actor de Hollywood que, según indicaba, se había retirado de la industria.
Después de pasarme toda la noche sin dormir por su culpa, cosa que el destino había querido desde el principio, descubrí unas cuantas cosas y llegué a varias conclusiones sobre él.

Lo primero es que al parecer sufrió un grave ataque de ansiedad por el cual fue al psicólogo tras aceptar el papel del Capitán América, pero a causa de todo el estrés que le supuso sufrir ese cambio de aumento de la fama y por la repercusión a su salud sin ni siquiera estrenar la película, los directivos rescindieron su contrato, de forma que otro es ahora quien interpreta a Steve Rogers. Lo segundo es que no tengo ni idea de esas películas más que algún anuncio que pude haber visto alguna vez. Lo tercero es que ya le había visto en dos de sus películas pero ni por asomo me acordaba de él, como si mi cerebro desde un principio hubiese borrado su cara porque ya sabía que eramos enemigos naturales. Aunque reconocí que las películas me entretuvieron en su momento, fue forzoso comparar al Chris barbudo actual con aquel joven enfundado en ese ceñido traje azul que marcaba hasta sus lunares, el que por cierto, tampoco fue de mi agrado en su momento. Por último cotilleé en su Wikipedia, varias películas, una vida aparentemente fácil, muy unido a su familia, etc.
De ahí mis conclusiones, la más destacable era que el Chris Evans que aparecía en Internet sólo se parecía al real en la apariencia, porque uno era descrito como un hombre guapo, con los pies en la tierra, de buen corazón y un sin fin de ternuras más, mientras que el que yo conocía era un salido con aires de superioridad, vividor pasivo y raro perverso. La otra conclusión es que me había equivocado en una cosa sobre él, no fue un niño mimado de padres ricos, mimado puede que sí, pero el dinero era todo suyo. Lo último en lo que pensé fue que todo era un cuento chino y se había ido a esconder aquí porque nadie le aguantaba y yo tuve la mala suerte de toparme con él. Apagué en móvil antes de llenar mi cabeza con nada más sobre él, ya me sobraba con soportar su presencia. Eso sí, si el creía que iría corriendo a sus brazos tras conocer su verdadera identidad (ni que fuera un superheroe real), se equivocaba como los que afirmaban que la tierra era cuadrada.

Me espatarré en la cama, muy arrepentida de no haber dormido en toda la noche, sin embargo, aunque algo taquicardica, estaba como una rosa por lo que finalmente terminé arreglándome para después ir a desayunar. Ya me daba igual si el pichafloja venía a descolocarme, tenía más vías para callarle la boca, por cruel que fuera a ser de mi parte.

- Buenos días madrugadora -canturreó de buen humor, aquí, el amigo...

Pasé de su existencia como el que escucha llover.

- Me gusta tu trasero pero me gustaría ver tu cara, tenemos algo pendiente.

>A mi también me gustaría ver tu cara, llena de caca de la vaca, pero no se puede tener todo en esta vida- pensé, antes de voltearme para contestarle.

- ¿Sobre qué? Voy a desayunar así que te pido brevedad -exigí con los brazos cruzados.

- Estupendo, te acompaño.

> ¡¿Perdona?! Ya lo que me faltaba, que me amargaran la comida más importante del día, pero no va a salirse con la suya, como si babea mirando mi escaso escote, pienso disfrutar de la vida y estar en paz.

Sin respuesta de mi parte, cogí todo lo que me llamó la atención al paladar y con todo me senté en la misma silla que el día anterior, sin esperarle. Tomó asiento a mi derecha, con tan sólo un café y su constante cara de lerdo redomado.

- Y, ¿bien?

- No soy el capullo que te piensas que soy, y se lo mal que te he tratado, te pido disculpas por ello-aseguró, mostrándose apenado, claro que siendo actor le resultaría fácil parecer sincero.

> ¿Qué mosca le ha picado ahora? Como sea un truco para acostarse conmigo, va por mal camino.

- La verdad es que has sabido tocarme las narices cuando no he hecho más que intentar echar una mano sin molestar a nadie... No te disculpo-concluí, frunciendo el ceño y tomando un buen sorbo de mi batido de frutas del bosque.

- Por eso quiero disculparme, no fue con mala intención, creí que estaba siendo divertido.

Se me escapó una carcajada indiscreta por pensar dónde tenía guardada la gracia, pero de la vergüenza tape mi cara. Acababa de perder la credibilidad y la escasa dignidad que guardaba a estas alturas.

- Estoy hablando en serio y vas tú y te ríes, yo pidiendo disculpas y te descojonas en mi cara... -espetó visiblemente molesto.

- Oye... Chris, no puedes ir de prepotente por la vida y esperar que con una disculpa todo esté olvidado. Si vas en serio, dejame tranquila y entonces estarás disculpado. Tú por tu parte y yo por la mia.

Me sorprendí de lo directa que había sido, por alguna razón la presencia del pichafloja eliminaba la chica tímida y educada que había en mi, sacando a la Carolina que sólo existía en mi imaginación cuando rebatía discusiones inventadas o que había tenido con anterioridad y había perdido. Así y todo me enorgullecí de mi misma, el cambio se notaba, estaba madurando o tomando las riendas de mi vida, me estaba encontrando, dejando de sentirme tan perdida. Por eso merecía la pena pasar vergüenza una vez evaporados los efectos del momento.

Él se quedó hasta que no hubo más café en su taza, yo alargue la ingesta de la pequeña napolitana tanto como pude, con la intención desatender la presencia del exactor y actual pichafloja.

El día siguió su transcurso, con la diferencia de que mis ojos no atisbaron su silueta en todo el tiempo que pasó hasta días después de nuestra pequeña charla. Aparentemente se había tomado en serio mi petición, aparentemente...

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