XXXII
La mañana siguiente transcurrió muy atareada, me levanté tras escuchar el llanto de Arthur y por consiguiente los llamados de parte de su hermana, por lo que tuve que cubrir mi cuerpo en una bata rápidamente para ir con mis niños; Harold, en su lugar ni se mosqueó ante el bullicio de los pequeños, como nunca me sentía algo agotado por la noche anterior.
Al ingresar a la habitación cargué a Arthur para poderle dar pecho, cuando la pregunta de mi niña me hizo sonrojar levemente, no había notado que mi esposo me había marcado hasta el último espacio en blanco de mi piel.
—Mami, los zancudos son muy malos, malos.
—Lo sé mi niña, y más que me dan alergia, así que por eso todo el pecho lo tengo lleno de rojizos, pero lo bueno es que no es contagioso, así que a tu hermanito no le pasara lo mismo ni a ti.
—¿Y a papá? —pregunta la menor con inocencia notando como su madre negaba.
—¿Qué le debe pasar a papá o como de que hablan? —se escuchó la voz adormilada de un recién levantado Harold que ingresaba en la habitación.
—Siempre tomando las cosas en el aire —reí para ver como Cloe se sentaba en su cama para que esté la cargara.
—A mamá la atacaron unos zancudos y la llenaron de rojos en su pecho, papá, los zancudos son muy malos —lo abraza acurrucándose en su pecho.
—¿Zancudos? —pregunta algo confundido elevando una ceja para mirar a su esposa.
—le enseñé mis pechos llenos de sus marcas para reír mientras mi hijo tomaba de la leche notando como este se iba colorizando sus mejillas de rojo carmesí.
—Sí, los zancudos que picaron a mamá —la menor señala el pecho de su madre mientras hacía un puchero.
—Ah, si mi vida, los zancudos fueron muy malos con tu mami, pero ahora yo la voy a proteger más, te lo prometo sí.
—Más te vale papá, mami, no puede estar así —lo mira haciendo un puchero de enojo.
—Tranquila mi niña —suelta una risita para bajarla— hora del baño y empezaremos caminando, vamos.
—Es que siento que me caeré... —dice con temor y una expresión de horror en su rostro.
—Te has sentado en la cama, además papá te ayudará mi vida, es como aprender a caminar de nuevo; ándale, Harold, llévamela mientras recuesto a Arthur —dije mientras mesía a mi hijo, observándolos, notando que mi hija ya actuaba como una niña grande.
Harold en todo momento ayudaba a nuestra hija a caminar, la doctora me dijo que de igual manera debíamos hacerle terapias en casa para que su recuperación fuese más rápida, así que eso era lo que hacíamos. Por otro lado, mi madre siempre ha sido puntual, ya que debía estar antes que Harold y yo nos fuéramos a trabajar para poder quedarse con los niños, pero esa mañana no llegaba a lo que me preocupe, pero claro ni se imaginan lo que la señora había hecho y por eso llegaba tarde haciendo que yo también lo hiciera al hospital. Pero hay que aceptar que su "percance" fue muy gracioso.
—la madre de Keyla toca la puerta algo agitada.
—Madre, por Dios santo, yo pesando de que ya no llegarías, estaba justo llamando a Jen para que viniera —la mire elevando una ceja antes de recibirla mientras la saludaba con un beso en la mejilla.
—Lo siento hija, lo que pasa es que... Me ocupé en un asunto con tu padre y el tiempo se me escapo y para colmo mi celular lo traigo apagado —le mira echando su cabello atrás— este tráfico está pesado.
—¿Te viniste corriendo o qué madre? Y qué tipo de "ocupaciones" tenías con mi padre, ¿he? Picará —le miré con una sonrisa algo traviesa recibiendo un ligero golpe en mi hombro.
—Ojalá fuera sido eso, pero no, realmente fue que él quería hacer un desayuno romántico y por poco incendia la cocina, Dios es que el que no sabe no debiera cocinar, ¿no es así? Su acto de ternura le salió patas para arriba y después de estar lista me había llenado de cenizas, así que debía arreglarme otra vez y hacer el desayuno.
—intente sostener la risa por respeto a mis padres, pero con solo imaginar esa escena me hizo reír levemente— comprendo madre, pero ven pasa, voy algo tarde, ya que no podía irme sin solucionar.
—No te quito más tiempo, ándale con cuidado, hija —sonríe entrando en la casa para ver como su hija salía para su trabajo,
El día debo admitir que se encontraba tranquilo y así fueron por varias semanas, aunque el trabajo en ocasiones nos llegaba a atosigar, siempre nos manteníamos como una familia; esa misma noche del 1 de diciembre me encontraba sentada con mi esposo admirando las estrellas, recordando cada momento que vivimos desde que empezamos a andar juntos; desde el primer día que llegue a la casa de los Contreras convirtiéndome en la elegida hasta el sol de hoy.
—Sabes amor, nunca pensé que tendría una vida como la que tengo ahora, de no haberle dado la razón a mis padres.
—Yo nunca me imaginé que este tipo de jueguito que habían planteado contigo por la herencia me iba a hacer la mujer más feliz —le sonreí.
—Ni yo, pero no me arrepiento, hemos vivido mucho y quiero seguir viviendo nuevas cosas contigo mi amor, pero ya sin problemas, quiero que sea como antes solo celos tontos.
—Celos tontos en ocasiones, en otras si me ponías horriblemente celosa y viceversa en acto de "venganza tras venganza" —solté una risita para poder abrazarlo.
—Lo que nunca olvidaré será la fiesta... Joder, ese día fue de locos —deja escapar una pequeña risa mirando a su esposa.
—Cierto, pero ese día también hace que deje de quererte —lo mire haciendo un puchero.
—Lo sé, menos mal, eso no paso —sonríe para hacer un recuento de actos que no se mostraron, pero que con solo recordar le devolvía risas o inclusive molestias a este par.
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