XVIII /Luna de Miel - Contenido +18/
Narrador omnisciente.
Después de la maravillosa fiesta de bodas, esa misma noche la pareja de recién casados estaban en el aeropuerto para poder pasar una semana de luna de miel en la majestuosa Sicilia. Se puede aceptar que este chico quería mucho más tiempo de descanso, pero Keyla no deseaba mucho estar lejos de su hija; así que una semana sería suficiente, acataba ella, puesto que su amor seguiría por mucho tiempo más.
—Tranquila, amor, Cloe quedo en buenas manos y lo sabes —le mira acomodándose el cinturón de seguridad tras anunciar que despegarían.
—Lo sé, pero es que tú viste que se quedó llorando, eso me partió el alma porque cuándo la calme al vernos ir quería llorar de nuevo —hace un ligero puchero mientras se abrochaba del cinturón terminando por abrazar a su esposo y recostar la cabeza en su pecho.
—Lo sé amor, pero tranquila, cómo te dije está en buenas manos, es momento de que descansemos en esta luna de miel y después podremos traer en un nuevo viaje a nuestra pequeña.
—deja escapar un suspiro sin más para asentir y cerrar sus ojos, el viaje no es tan largo, son solo dos horas, casi tres, aunque bueno, una buena siesta recuperadora podía tener mientras aterrizaban.
El tiempo pasaba como quien no tuviera prisa hasta llegar a la majestuosa Sicilia. La joven se había relajado de más que al bajar sentía sus piernas dormidas, por ello cuando se iba a levantar tuvo que ser sostenida por su amado, quien solo dejo escapar varias risas mientras él la ayudaba.
Tras descender fueron por sus maletas para así poder salir por el auto que Harold había rentado, un hombre les esperaba; era alto, delgado y con buen gusto de traje. Este les hizo señas para que se acercaran a su encuentro, entregándoles las respectivas llaves que necesitaban, era un sujeto callado, que sin decir ninguna palabra solo hizo una reverencia con la cabeza y se marchó. Ante ello, ambos se miraron con una sonrisa, y se subieron al auto para ir al departamento.
El lugar era una especie de residencia que tenían varios metros de separación para la privacidad de cada pareja, un apartamento cómodo para los dos, ni tan grande, ni tan pequeño. Tenían el privilegio de tener la vista al mar por el balcón del segundo piso dónde se ubicaba la habitación, mientras en la primera planta se encontraba el lobby, una piscina privada y la cocina.
—Esto es demasiado hermoso, amor —mira a su esposo maravillada con una gran sonrisa.
—Lo mejor, para la mejor —sonríe abrazando a su esposa por la cintura mientras le daba un beso corto en su mejilla— vamos, hora de cambiarnos, la cena en la playa nos espera.
—Me impactas demasiado, cariño, y es muy lindo todo lo que haces —sonríe para tomar sus mejillas y darle un tierno beso en sus labios, su esposo se lo merecía.
—corresponde a aquel beso con una sonrisa mientras le toma bien de la cintura hasta separarse por falta de aire que le mira con tal amor para entrar juntos en la habitación.
En ese momento de exploración de la casa habían desempacado todo, por lo que esta busco dos prendas de ropa muy tropicales, mientras que Harold se iba a duchar. Una camisa de flores junto a una bermuda sería la ropa del chico. Keyla, por su parte, tenía un vestido también de flores ajustado con una lencería, la cual la escondía en el vestido para que su esposo no la viera, puesto que sería su sorpresa.
Marcaban las 7:30 cuando ya estaban listos, por lo que fueron a uno de los restaurantes más cotizados de la región para disfrutar de una deliciosa cena, la cual culminaría con lo que sería un paseo por la orilla del mar, siendo alumbrados por la majestuosa luna; definitivamente la noche era hermosa.
—Estoy tan feliz de tenerte a mi lado —sonríe el chico mientras caminaban después de la cena por la orilla de la playa como los dos enamorados que eran.
—Ni que lo digas, todo se siente como la primera vez que nos casamos —sonríe— la misma emoción y el mismo amor.
—¿Al igual que el mismo deseo? —pregunta este con una sonrisa.
—Al igual que el mismo deseo —sonríe para apegar su espalda a la palmera que estuviera más de cerca, empezando a besar de sus labios, jalando a su esposo por la camisa para pegarlo asimisma.
Sus grandes manos tomaron los glúteos de la chica levantándole de la superficie del suelo, terminando por expulsar un pequeño gemido y más al sentir los pequeños roses entre su miembro aún dormido contra el botón de placer de la joven; de un beso cualquiera pasaron a uno lleno de deseo.
La lengua del chico logra adentrarse con facilidad en la cavidad bucal de su contraria, ese beso que brotaba chispas iba calentando sus cuerpos, al no tener más paciencia frente a su ropa estorbosa se empezó a deshacer de las prendas de su amada al igual que las suyas para terminar recostando a Keyla sobre ellas para que no se maltratara.
De sus labios empezaron a salir los primeros sonidos de placer que empezaba a sentir, su cuerpo sentía aquellos corrientazos que solo Harold lograba causar en su persona; que solo su esposo era el único que la podía enloquecer, que sus besos recorrieran cada parte del cuerpo le daba mil años de vida. Sentir su lengua en su intimidad puede confirmar que le llevo a otro planeta, condujo sus manos a su cabello para darle pequeños tirones, sintiendo como su lengua le embestía como si fuese su virilidad.
Al estar completamente mojada de un giro logro posicionarse arriba del chico tomando el control, no era justo que solo ella estuviera al desnudo y él aún con la bermuda, por lo que rápidamente la retiro junto a su Calvin Klein dejando al aire aquel falo erecto, empezando a realizarle un oral que lo llevara a ese punto de éxtasis que anteriormente ella había tocado.
Este chico trataba de retener aquellos gemidos que se le era imposible por aquel placer que sentía, que al sentirse completamente preparado de un giro tiro a su esposa contra la arena; alineo su miembro y empezó la penetración, disfrutando de aquellos gemidos llenos de amor, lujuria y placer.
Al sentir su miembro masculino dentro de suyo sinceramente perdió todos sus cabales, ambos se dejaron dominar por el deseo que siempre emanaba de su ser. Harold Contreras, aquel que llegaba siempre a tocar su punto de placer, la hacía enloquecer, y solo aquella playa conocería su secreto.
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