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El viento recio azota mi cuerpo contra las piedras dando a entender que una fuerte tormenta se acerca con rapidez. Jadeo, aterrada, mientras un vil frío azota mis tiritantes huesos.

Los brazos ya están cansados y la raíz de la que estoy agarrada comienza a quebrarse porque es demasiado antigua. Mis manos están ligeramente cortadas por las veces que he intentado subir y ya me han comenzado a escocer. Tuve que dejar caer mis zapatos y apoyarme con los dedos de los pies haciendo mi mayor esfuerzo por sostenerme, pero las piedras están demasiado resbaladizas por la sal del mar y no me permiten tener un soporte más firme.

Tengo miedo por lo que pueda suceder si no resisto. Todas mis fuerzas están concentradas en mantenerme quieta y en mi sitio; con el mínimo desliz, puedo terminar siendo devorada por el mar embravecido, así como aquel que tanto daño nos hizo, que cayó a las oscuras aguas al perder el equilibrio y fue tragado por las violentas olas del mar.

—¡Aguanta, Jane! Agárrate fuerte. Ya voy por ti —grita con terror el hombre del que estoy perdidamente enamorada y una llama de esperanza se aloja en mí.

Intento sonreír, aliviada, por la rapidez de Edward, pero el pavor se apodera de mí en ese mismo instante. Recientemente, uno de sus hombros se hirió por culpa de aquel incendio que casi nos costó la vida y aún no ha sanado del todo. Sigue mostrando signos de dolor ante el más mínimo esfuerzo, y aunque me gustan los desafíos y sentir que puedo lograr lo que sea, no estoy dispuesta a poner en peligro su vida o a causarle más dolor.

—Agarra mi mano —dice a pocos centímetros de mí mientras estira su brazo lastimado.

—Estás muy herido, Edward. Tu hombro... —intento reclamar, pero en ese preciso instante la rama cruje un poco y puedo sentir como la mirada de mi esposo se paraliza por un segundo junto a su respiración.

—Dije que agarres mi mano, Jane —gruñe, tajante—. No dejaré que caigas del risco.

—Pero....

—¡No voy a perderte a ti también! —espeta, con voz quebrada—. Prometí que estaría contigo en los momentos más peligrosos, y esta no será la excepción. Somos tú y yo para siempre. Juntos hasta el final, como prometimos ese día. Por favor, te lo ruego, agarra mi mano, pequeña salvaje.

Sonrío por esa frase que tomó para sí mismo. Sus ojos negros me miran alarmados, pero me transmiten la fortaleza y confianza que necesito. Alargo mi mano con delicadeza hasta casi tocar sus dedos y respiro profundo mientras me acerco con cuidado.

Mi sonrisa nunca abandona mi rostro mientras más cerca estoy de él, y en el justo instante que su mano sostiene la mía, un rayo golpea debajo de nosotros, alumbrando todo a nuestro alrededor y silenciando mis latidos por un segundo ante de comenzar a correr despavoridos.

El temor me invade cuando, al abrir los ojos, veo que ahora lo único que me mantiene con vida es Edward, quien agarra con fuerza mi mano con el brazo lastimado, evitando así que caigamos los dos. Salvándome la vida... y manteniéndome con él. Tal y como prometió. Cuando creí que podíamos lograrlo, una gota de sangre cae a mi rostro. Su herida se ha abierto y la cuerda que rodea su cintura comienza a ceder en lo alto por el filo cortante de las rocas del acantilado.


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