Epílogo
170 años después
No me rompí la espalda junto a mis amigos para que ella venga a destrozarlo todo. Resoplo cuando las puertas del elevador se cierran con extrema lentitud y siento que el tiempo pasa lento. Remuevo la punta de mi zapato con insistencia y muerdo la uña del meñique.
Una vez que la caja metálica se abre, pregunto a una chica dónde puedo encontrar el restaurante. Ahí es donde será la reunión, pero nadie hace esto sin mi presencia. Yo acabo esto o me dejo de llamar Jane McHall.
—Disculpe, necesito hacerle una pregunta —más que una petición, fue una orden—. Estoy buscando la mesa reservada por Olive Wellmington. —Agito el sobre amarillo para que la chica lo vea—. Me mandó a buscarlos, pero no especificó el número de mesa donde se concretaría la reunión.
La morena me mira frunciendo el ceño, pero muestro una sonrisa falsa, disimulando las ganas de enterrar el tenedor en un ojo a la que se llamaba amiga y asociada.
—Por supuesto. La mesa es —dice y comienza a buscar en su computadora—. Es la número 28, está al final, cerca de las ventanas.
Le agradezco con un ademán de la cabeza, y camino con paso firme. Cierro y abro mi mano libre con rapidez. La furia que tengo comienza a sobrepasar mis intentos de templanza. El cliente que conoceríamos hoy era importante, pero no puedo permitir que se lleva una mala imagen de nosotros gracias a la rastrera de Olive.
La chica fue bastante precisa, y noto como los ojos de Olive se abren al verme. Suelto el sobre con furia en la mesa y gotas de café caen sobre él cuando chocan con la taza del cliente.
—Eres una traidora —musito cerca de Olive y esta traga en seco—. ¿De verdad pensaste que haciendo esto a nuestras espaldas te saldrías con la tuya?
—Jane, te presento a Alexia Kellington —explica con los dientes apretados.
Mi giro hacia el cliente y trago en seco al verla. Una hermosa mujer de rostro perfecto y ojos azules me miran, fascinados.
—Mucho gusto, señora Kellington. Mi nombre es Jane McHall.
—Oh, sí. Mucho gusto en conocerte finalmente. —Un suave apretón de manos y la dejo ir. Su voz es cálida y dulce, pero al mismo precisa. Toda una mujer de negocios—. La señorita Olive me dijo que estabas enferma y por eso no podías reunirte con nosotras. —Enarco una ceja con escepticismo y ella sonríe—. Por lo visto, no era cierto.
—Espera, Jane. Déjame...
—Aquí no hay nada que explicar, Olive. La próxima vez que despidas sin decir nada a tu mejor fotógrafa y la persona que mueve los hilos, más te vale correr, porque la demanda será millonaria. ¿Desea mi consejo, señora Kellington? Investigue bien con las personas que cerrará negocios o contratos. Algunos pueden ser traidores.
—No te preocupes, querida. Ya vi suficiente. —Ella se levanta de su mullido asiento con galantería—. Un placer no haber hecho negocios con usted, señorita Wellmington.
Mi sonrisa se amplía al escuchar las palabras tan directas y precisas.
—Pero usted firmó el contrato —protesta Olive, levantándose de su silla.
—Oh, verdad. Ya lo olvidaba —recalca la rubia, con inocencia.
Agarra unos papeles que están sobre la superficie de la mesa y los rasga por la mitad. Mis ojos se abren con asombro y su mirada azul, se torna gélida.
—Tengan una buena tarde —sentencia, y se retira.
—Eres una maldita —me reclama Olive, y resoplo—. Lo arruinaste todo.
—Discúlpame, pero me parece que la causante de este desastre fuiste tú. —Me acerco a ella en modo amenazante y traga en seco—. Dale gracias al cielo que estás en un restaurante, porque te esperaría lo peor de mí, y sabes que un McHall siempre cumple con sus promesas. Pensaste en quedarte con el proyecto que tanto esfuerzo nos costó a mí y a Lizzie construir. Felicidades. Es tuyo, pero lo ocurrido hoy, será el inicio de la quiebra. La próxima vez que quieras acostarte con el novio de otra para conseguir tus propósitos, ten en cuenta qué tipo de novia tiene el cabrón, porque ella puede ser mucho peor, Olive.
—Eres una... —Sus palabras son cortadas cuando agarro la taza de café y la vierto sobre ella.
—El lunes pasamos a Recursos Humanos por nuestro cheque.
Me alejo de ahí y escucho como ella chilla a mis espaldas. Sus improperios deben llegar hasta mi habitación en el piso veinte. Al abrir la puerta, me encuentro con una desconsolada Elizabeth.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —musita, sorbiendo su nariz.
—Esta noche nos vamos de fiesta. Siento que se ha caído un peso de mis hombros. Esto comenzaba a pasarme factura.
—Jane, no estoy de...
—Ni hablar. Esa hurraca nos ha mentido durante mucho tiempo. A saber qué más hizo a nuestras espaldas. Estamos en Nueva York, Lizzie. Hay que disfrutar un poco antes de regresar a Texas en búsqueda de trabajo.
—Ay, no me digas que renunciaste.
—Claro que sí —remarco—. Si tú no estás, de nada vale todo el esfuerzo. Así que prepara las maletas. Hoy salimos de fiesta. Ya tengo listo el vuelo para mañana.
Pasamos la entrada del Club con dificultad. Nadie cree cuando digo que tenemos 22 años. A veces odio cuando piensan que soy menor y debo sacar mi licencia. Debo cambiarla. La fotografía es tan horrible que puede espantar a las cucarachas o a las ratas.
Al llegar las 10 de la noche, mis pies no pueden más y la sed es insoportable.
—Voy por algo de beber —grito. La música está un poco alta—. ¿Tienes preferencia?
Mi mejor amiga niega con la cabeza y sigue bailando. Ser bajita y atravesar la multitud de personas gigantes y sudorosas nunca ha sido una de mis cosas favoritas, pero por una noche necesito tener la mente en blanco.
Desde que estaba en segundo año de universidad tengo mi mente en este proyecto y Olive casi lo roba. Las traiciones a veces vienen de las personas que menos uno se espera. Le doy gracias al chico de la barra por la rapidez y al girar choco con alguien, vertiendo mi bebida.
—Oh, maldita sea —musito.
—¿Jane? —Frunzo el ceño y elevo mi cabeza—. ¿Eres tú?
«Tierra, trágame, sácame de aquí y escúpeme en Dallas», suplico en mi interior al ver que he manchado un vestido Dior a nada más y nada menos que Alexia Kellington.
—Eres tú, ¿verdad?
—Yo no hablo inglés —farfullo en el español más falso que hablado en mi vida y ella ríe a carcajadas. Esto es patético, así que me rindo—. Pido perdón por tu vestido.
—No te preocupes. Puedo comprarme otro.
Gimo de dolor cuando hace ademán con la mano restándole importancia. A veces le tengo envidia a los millonarios. Mi familia no es adinerada, pero vivimos cómodamente.
—¿Y si te compro una bebida? Es que me siento mal.
—No hay problema, Jane —insiste—. Te tengo una propuesta. Tengo entendido que ustedes son de Texas, y en unos meses nos mudaremos a ese estado. En la empresa estamos buscando...
—Ahí estás —interviene una voz grave.
—Hola, cariño. —Besa la mejilla del hombre a su lado—. Te presento a Jane, la nueva directora de Marketing en la empresa.
—¿Ah, sí? —pregunto, y la mirada cómplice de Alexia indica que le siga la corriente—. Oh, sí. Perdón, perdón. Es que aún no me adapto a mi nuevo puesto —finalizo con los dientes apretados.
—Jane, te presento al mejor esposo del mundo.
—No sabía que te habías casado —farfullo, y protesto por lo bajo—. ¿Saben qué? No me hagan caso. Llevo varias copas de más. —Ella ríe y niega con la cabeza. Obviamente estoy haciendo el ridículo—. Ha sido un placer conocerle, señor...
—Edward —contesta con voz varonil rompe bragas—. Edward Kellington.
«Madre del verbo hermoso. ¡Qué hombre más guapo!», pienso mientras recojo la baba que casi sale mi boca.
Nuestras miradas chocan por un instante y frunzo el ceño. La familiaridad de esos ojos negros me turba, pero no creo que nos hayamos chocado. Vivimos en estados diferentes y nuestras familias no coinciden en los mismos círculos. A lo mejor en una vida pasada. ¿Quién sabe?
«Deja de pensar babosadas, Jane. Eso del hilo rojo y unión desde las vidas pasadas no existe», pienso y sonrío al ver que tengo un nuevo trabajo.
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