Capítulo final
Edward
Mi garganta escuece por el grito que sale de mi interior cuando la veo ser engullida por las oscuras aguas junto a mi roto corazón.
Mi pecho se aprieta y las lágrimas corren sin parar cuando la pierdo de vista. Todavía me queda el calor de su mano en mi palma. Todavía sus dulces palabras están atormentando tal cual sirena mis oídos. Pero no la veo. Ya no está.
No sé en qué momento llegué a la cima. De lo único que estoy seguro es estar rodeado de los Cola Roja y a cuatro de ellos agarrándome, evitando que me lance por ella.
Tantos sueños y metas, tanta vida y juventud por delante y el destino se encargó de quitármela de nuevo. Esta vez para siempre. Es imposible que alguien sobreviva a esa caída. El mar golpea violentamente las afiladas rocas y el cielo llora a cántaros sobre él. Intento zafarme de su agarre hasta el cansancio. Debo de encontrarla. Tengo que hacerlo. Ella es mi vida. Es imposible aceptar el hecho que no la veré más. Me niego a hacerlo.
Las gotas de lluvia se mezclan con mis lágrimas y el nudo en mi garganta aumenta con cada segundo que pasa. «¿Por qué, Dios? ¿Por qué me la quitaste otra vez?», reclamo en mi fuero interno mientras los gritos rasgan mi garganta. Mi hombro duele, pero más mortífero es la agonía que raja mi alma en tiras finas.
Al llegar a casa, no tengo fuerzas ni de hablar. Lexie se levanta de su asiento al verme, pero rompe en llanto al no verla. Sus gritos me recuerdan que ella la amaba tanto o más que yo. Jane le impulsó a decir sus primeras palabras, montar a caballo y utilizar arco y flechas. En su cumpleaños le regaló un hermoso puñal con varias piedras preciosas. Fue lo único que mi hija salvó del incendio y lo atesora como regalo valioso.
Una semana después, Yorkshire se viste de luto. Hasta ayer en la noche, buscamos la mínima señal su cuerpo sin parar, pero no hubo suerte. Buscamos en todos lados cerca de la costa con esperanza, pero la tormenta de ese día la apartó de mi lado de la forma más cruel existente. Cada día observaba la puerta de mi oficina, ilusionado de verla otra vez con una sonrisa en los labios y escuchar de sus labios que todo fue una pesadilla.
Con un nudo en la garganta, estoy frente a un sarcófago vacío y una lápida de piedra con letras rojas en su superficie en el mismo lugar donde cayó a las aguas turbulentas.
20 de noviembre de 1801 – 10 de mayo de 1835.
Aquí yace el Capitán Sangriento, la duquesa Jena McHall y Jane Kellington, duquesa de Netherfield. Hija, esposa y madre amada por su familia y toda Inglaterra. Mujer indomable y alma libre, corazón bondadoso y mirada amenazante.
Todos lloran desconsolados mientras Lazlo y Elijah colocan una capa roja sobre el ataúd. Tomo una larga bocanada cuando Thiago, William, Murray y James bajan a tierra la caja de madera oscura. Las rosas rojas y negras cubren toda la superficie por cada uno de aquellos que la lanzó con lágrimas y sollozos sin contención. Todo el que escuchó de oídas sobre ella o la conoció en persona, sabe lo excelente que era.
Me permito llorar en silencio, ordenándole a mi corazón disminuir sus latidos en el momento que cada pala echa tierra en el agujero. La carcajada de Isabelle me hace fruncir el ceño. La niña sonríe hacia el cielo. Levanta sus brazos hacia arriba como si intentara tocar las nubes y salta en mi brazo. El otro sigue muy lastimado.
—Ma... Ma —dice entre balbuceos una y otra vez
Miro hacia arriba y respiro con profundidad.
—Sí, cariño. Tu mamá llegó a mi vida con una tormenta y se fue en una, pero te tengo a ti. Ella desde el cielo te está mirando, Isabelle. —Beso su cabeza y frunce el ceño, pero vuelve a mirar hacia arriba y sonreír.
—Papá, ¿crees que Jane esté en el cielo con mamá? —musita Lexie, y en ese mismo instante, gotas de lluvia caen sobre nosotros. La atraigo a mí y acaricio su brazo.
—¿Tú que crees, cariño? Creo que la lluvia es respuesta suficiente. Esas dos deben estar mirándonos con orgullo.
Todos se retiran con rostros entristecidos. Los ojos de Lexie están hinchados de tanto llorar mientras que yo he tratado de permanecer fuerte, aunque ha sido en vano. He dejado salir mis lágrimas en silencio. Isabelle ríe y ríe, entristeciéndome, al recordarme que no veré más a quien una vez me hizo reír así. Cada una de sus facciones es una réplica exacta de su madre, con excepción del cabello. Como un hermoso retrato de mis recuerdos más lúgubres.
Ya ha parado de llover, el cielo se ha calmado y mis lágrimas se han secado, pero las nubes grises siguen ahí. Como un recordatorio constante de lo vacío que me siento. A lo mejor en otra vida ella sea mi chica durante más tiempo y podemos ser nosotros contra el mundo. Mantenerla a mi lado. Pero en esta, siempre será una parte de mí.
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