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Capítulo 8 «Una y mil veces»

Edward

Los rayos del sol comienzan a aparecer por la ventana demostrando que la noche había desaparecido, así como mis fuerzas para mantenerme en pie. El dolor en mis hombros es casi insoportable y mi pierna comienza a molestarme demasiado. Pero, aun así, no he podido salir de la habitación.

Después que la duquesa extirpara la bala con excelente rapidez, movimos a Jane a mi habitación lo más rápido que pude y seguimos en el arduo trabajo hasta que el doctor llegó. Atendió a Erick, ya que era un daño menor y luego se reunió con nosotros. Ayudamos todo lo que pudimos hasta que noté en el rostro de Kate el cansancio. Ambos estábamos exhaustos, pero no nos íbamos a mover de ahí.

—Pueden ir a descansar —recomienda el doctor.

—Ya dije que no pienso irme de aquí, doctor —insiste la duquesa y él resopla.

—Jane ya está descansando y la fiebre disminuyó. Ambos necesitan dormir algo.

—Kate, cariño, nuestra hija te necesita fuerte —suplica Murray hacia su mujer, dándole un leve apretón en el hombro y esta gime por el dolor—. Casi no puedes mover los brazos. Estuviste toda la noche con ella.

—Ustedes pueden irse. Yo me quedaré con ella.

—No, Edward. Estás tan agotado como la duquesa —recalca el doctor y resoplo—. Yo me quedaré con ella hasta el mediodía. No me hagan molestar y salgan de la habitación. Si ocurre algo, le avisaré con urgencia —añade, al ver que Kate quería rebatirle de nuevo.

—Se lo agradezco mucho.

—Mi trabajo es salvar vidas, Edward. Tu agradecimiento está de más. Ahora, como tu doctor, te ordeno que vayas a descansar.

Antes de salir de allí, miro a Jane una vez más. El color volvió a sus mejillas y su calor corporal mejoró en la madrugada. El doctor me gesticula con los labios que me vaya, y en contra de mi voluntad cierro la puerta alejándome de ahí, pero dejando mi corazón en esa habitación.

—Edward —Mis cansados ojos miran a la duquesa con cariño—, muchas gracias. Yo... —Ella se debilita y su esposo la toma en sus brazos.

—No tiene que decir nada, Kate. —Noto como a pesar del cansancio y las lágrimas en sus ojos, ella me sonríe—. Si debo hacer esto mil veces, no lo pensaría.

—Te lo agradecemos mucho, hijo —añade Murray, y camina con su esposa en los brazos en dirección a la habitación que arreglamos, ya que Erick se encuentra en la de ellos.

Cuando llego a la sala de estar, me dejo caer con peso en el sofá. Estiro las piernas y acomodo mi cabeza en el espaldar. Cierro los ojos por un instante, pero no puedo descansar. Jane tiene la fortaleza de su madre, de eso no tengo dudas, pero me causa mucha curiosidad lo que habrá pasado para que llegaran en ese estado a mi casa.

—¿Cómo está Jena?

—La fiebre cedió, pero aún sigue muy débil —contesto con los ojos cerrados—. Tenemos que esperar hasta mañana para ver como su cuerpo actúa.

—Gracias a Dios —murmura William y se sienta a mi lado—. Estoy asustado, Edward.

—Más lo estoy yo, amigo. —Abro los ojos, pero no me muevo de lugar—. Tengo demasiadas preguntas, pero dos encabezan la lista. Se suponía que estabas fuera del país. Ayer, llegas a mi casa con Jane y su amigo, ambos con una bala en su cuerpo y tú con una capa roja en tus hombros. Tienes mucho para explicar, Warner. Tu hermana va a matarte cuando te vea.

—Lizzie no tiene que...—este corta sus palabras cuando Gregory entra en la habitación y murmura con rabia—. Maldito traidor.

El mayor de los Warner se levanta con impulso y golpea el rostro del oficial logrando que este trastabille hacia atrás.

—¿Qué rayos te pasa, William?

—Eso mismo te pregunto, Gregory. ¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Cómo tuviste el valor de traicionarnos de esta manera?

—No sé de qué estás hablando —se defiende el soldado, confundido.

—¡Por poco nos matan por tu culpa, maldito idiota! La orden que enviaste al cuartel casi le cuesta la vida a Jena y a Erick. Una emboscada que nos tomó a todos por sorpresa.

—¿Cómo? —me exalto—. Gregory...

—Les juro que no tuve nada que ver, Edward —se defiende al momento—. ¿Cómo se te ocurre que...?

—Dime, Willmort. ¿Cuánto?

—¿Cuánto qué, Warner? Tienes que ser más específico —protesta Gregory mientras limpia la sangre que sale de su boca.

—¿Cuánto te pagó el maldito por esto?

—Escúchame bien, Warner, mi fidelidad a Jena McHall no tiene precio. ¿Qué está mal contigo?

—Entonces, explica esto.

William saca una nota de sus pantalones y la lanza hacia el pecho del soldado. Gregory frunce el ceño al leer la nota.

—Esta no es mi letra —insiste el oficial ante la mirada asesina de William—. Te lo juro. Esta no es mi letra. La ortografía es horrible. ¡Dios Santo, qué firma más horrenda!

—Todos estábamos en el campamento. El único que faltaba eras tú.

—¡Porque estaba aquí con Edward por orden de Jane, idiota! Ella quería saber cómo seguía después del incidente con los tigres en el bosque.

—No mientas.

—No está mintiendo —defiendo—. Él estuvo conmigo incluso antes de anochecer —intervengo antes que estos se muelan a golpes en la sala de estar de mi casa.

—Tenemos a un traidor en la banda, y no soy yo —asegura Gregory y protesta—. William, ahora voy a tener un cardenal en el rostro por tu culpa. ¿Sabes las cosas que tengo que hacer para mantenerme guapo e intacto? Y ahora vienes tú a romperme todo.

El aludido gruñe por lo bajo, pero toda su ira se va al traste cuando escucha la voz de su hermana a sus espaldas.

—William Joseph Warner, ¿qué clase de broma es esta?

El terror se posa en los ojos del mayor de los Warner y comienza a girarse con lentitud. Elizabeth Warner es una joven dulce, pero en momentos como este, deseas que la tierra te trague y te escupa en otro lado lo más alejado de aquí. Ella coloca sus brazos en forma de jarra agarrando su cintura y mueve la parte delantera de su zapato con insistencia esperando una respuesta de su hermano.

—Lizzie, yo... yo te puedo explicar.

—¡Claro que vas a hacerlo! —espeta ella con molestia elevando las manos hacia arriba.

—Cariño, no sería mejor que... —las palabras de mi mejor amigo se detienen cuando ve a su hermana bajar las escaleras con su vestido crema marcado con grandes manchas rojas—. ¿Pero que rayos ha pasado aquí? —Se acerca a Amelia con desesperación y agarra los brazos de su hermana mientras busca alguna herida—. ¿Estás bien?

—Tranquilo, hermano. La sangre no es mía —explica ella con voz nítida y cansada.

—¿Sangre? —exclaman Thiago y su esposa al mismo tiempo con temor.

—¿Y a ti que te pasó en el rostro? —pregunta Amelia al ver que el labio de Gregory está levemente hinchado.

—A que me veo más guapo, ¿eh? —comenta el oficial con coquetería y ella pone los ojos en blanco.

—Vamos a ponerte algo en eso, Willmort —añade la hermana de Thiago con voz agotada.

—Después de ti, mi bella dama.

Ambos se retiran y el silencio incómodo recae sobre nosotros.

—Muy bien. Voy a sentarme y me explicarán que está pasando aquí —ordena Lizzie mientras se sienta en el sillón frente a mí—. Hermano, tú vas a ser el primero.

Después de explicar toda aquella locura con detalles. Elizabeth Warner explota.

—No sé qué puede ser peor. Mi mejor amiga es prácticamente la líder de una banda peligrosa o que mi hermano mayor, ese que debía estar en su escuela de leyes, está aquí y también pertenece a una banda.

—Lizzie...

—William Joseph Warner, estoy tan molesta contigo que ni siquiera puedo mirarte a los ojos. —Su rostro comienza a tornarse rojo—. ¿Sabes lo orgulloso que está papá creyendo que estás en la escuela de leyes que tanto has anhelado?

—¿Podrías parar? Dios Santo, te pareces a mamá.

—No te atrevas a hablar de ella —Le señala con el índice. Intenta levantarse, pero mi mejor amigo la toma de la cintura y la acomoda en el mismo lugar, ganándose un gruñido de ella—. Si estuviera viva, te daría buenos golpes por mentiroso.

—Oh, ya para, hermana.

William intenta parecer pasivo, pero en el fondo, sé que también le preocupa su hermana. Su hermano menor y su padre.

—¡No quiero parar! —espeta ella y lágrimas comienzan a correr por su rostro—. No sabes cómo eso me agobia. Eres un irresponsable al poner en peligro tu vida.

—¿Y ahora por qué lloras? —pregunta su hermano mientras se acerca a ella.

Se coloca de rodillas y toma las delicadas manos de Lizzie entre las suyas.

—¿Cómo no quieres que llore? —comenta entre lágrimas y sollozos—. No sabes lo que significa para mi perderte, William. ¿Qué haría yo sin ti, hermano?

—Oh, hermanita —dice él con voz cálida—. No vas a librarte de mí tan fácilmente. Eso te lo aseguro. —Ella sonríe un poco y ambos se abrazan.

Sonrío de soslayo al ver que el rostro de Thiago muestra alivio. Al parecer, Elizabeth guardó el carácter de su padre y no lo sabíamos.

Al llegar la tarde y haber descansado un poco, me cambio la ropa y camino hacia el cuarto de Lexie. Al entrar, la veo en su cama ya despierta con una capa roja en sus manos. Parpadeo confundido y el temor me embarga, pero luego me tranquilizo al reconocer la prenda por la esquina rasgada.

—¿Estás bien, cariño? —pregunto mientras me acerco, y con mucho cuidado me siento a su lado—. ¿Estás preocupada por Jane?

—¿Va a morir como mamá? —dice finalmente y posa sus ojos azules en mí. Trago en seco y la tristeza me golpea con fuerza.

—¿Por qué dices eso?

—Eso fue lo que escuché del doctor cuando se lo comentaba a Kate —explica con voz trémula—. No quiero que Jane muera, papá.

—Cariño, no pienses en esas cosas. ¿Quién te dio la capa? —Intento cambiar de tema.

—Entré sin que nadie me viera y la tomé. Todo esto es mi culpa.

—No, mi niña. —Tomo su rostro entre mis manos y paso mis pulgares por sus mejillas con suavidad—. Hay personas malas en el mundo. Este incidente no...

—Es mi culpa. Lo sé, porque ella me lo advirtió y yo no quise escucharla.

—¿De qué estás hablando? —Ella baja su cabeza avergonzada—. Lexie, cariño, ¿hay algo que quieras contarme?

—¿Recuerdas mi cumpleaños?

—Claro, mi amor. ¡Cómo olvidarlo! Después de mucho tiempo, saliste de tu habitación y cabalgaste con Luna muy feliz.

—Jane vino en la noche antes de mi cumpleaños. —Mis ojos se abren asombrados—. Ella me dijo que era peligroso, pero que necesitaba verme para darme mi regalo. Le rogué vernos una vez más y... Yo no quería, papá, te lo juro, pero es que la extrañaba mucho —recalca una vez más, pero con la voz quebrada.

—Lexie... —digo su nombre con un hilo de voz, casi imperceptible.

—Esa noche le prometí que volvería a sonreír y saldría de casa, pero solo con la promesa de verla otra vez, y... y... y ocurrió el incendio cuando llegó el circo a la ciudad.

No sé si regañarla por semejante locura o admirarla por como creció ella sola en pocos meses.

—Debes estar molesto conmigo, y lo acepto. Puedo estar castigada todo el tiempo que quieras, pero...

—Detente. —Sus sollozos llegan a mis oídos y eso me rompe—. En verdad estoy muy furioso contigo por no decirme la verdad, pero también te comprendo. —Ante mis palabras, eleva su rostro hacia mí cubierto de lágrimas y agarra con fuerza la capa ropa.

—Lo siento.

—Yo te pido perdón —musito. Ella parpadea confundida mientras sorbe su nariz—. Te pido perdón por no esforzarme más. Te pido disculpas por no prestarte atención en estos últimos meses. Me siento el peor padre del mundo al no ver que me necesitabas.

Me golpea la culpa al recordar todas esas noches que me entregué al alcohol en la biblioteca por la tristeza que me embargó, cuando mi hija estaba a pocos pasos de mí y me necesitaba. ¿Quién sabe si lloró sola en su habitación y nunca lo supe?

—No digas eso, porque no es cierto. Yo estaba triste, pero tú también, papá —añade con ternura mientras niega con la cabeza y mi corazón da un leve salto. Respiro con profundidad por el nudo que se forma en mi garganta—. Jane me dijo que tenía que ser valiente por ella y por ti, así que por eso salí en mi cumpleaños y comencé a pasar más tiempo contigo.

Aprieto los labios con fuerza. Mi vista comienza a empañarse, pero una lágrima corre por mi rostro. No pude detenerla.

—Lo siento, mi niña —murmuro por lo bajo y ella seca las lágrimas que comienzan a salir—. Los hombres no deberían llorar.

—Jane dice que las lágrimas son la forma en la que el cuerpo habla cuando nosotros no podemos. Cualquiera puede llorar, papi, incluso un fuerte Duque como tú.

«¿En qué momento creciste tanto que no me di cuenta, mi niña?», me pregunto mientras le abrazo lo más fuerte que puedo.

—¿Ella va a estar bien? —Me alejo un poco al escuchar su pregunta.

—Jane es fuerte, Lexie.


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