Capítulo 7 «Desesperación y sangre»
Edward
La carcajada de Murray me hace fruncir el ceño y mirarle confundido.
—El amor y sus cosas —añade con sorna, y resoplo de nuevo ganándome otra sonora carcajada de su parte—. ¿Qué es lo que te molesta en verdad?
—No entiendo tu pregunta.
Niega con la cabeza y suelta un largo suspiro.
—¿Qué es lo que te molesta de esta historia? ¿Mi hija siendo miembro de una de las bandas más reconocidas y temidas en Londres o el hecho que quiere regresar cuando termine sus asuntos acá?
«¿Cómo pudo escuchar la conversación que tuvimos si estaba a varios pies de nosotros?», me pregunto mentalmente.
—No seas tímido, Edward. Casi somos familia.
—Si su hija quiere volver con el príncipe, es su problema.
—No sabía que tenía pensado regresar a la capital con Phillip hasta que lo acabas de confirmar.
—¿Pero cómo...?
—Los ojos son las ventanas al corazón —interrumpe mi incógnita con una sonrisa en los labios—. La diferencia que hubo en ellos cuando la viste llegar y curarte la herida, hasta que subiste al caballo, es completamente diferente. No hay nada más doloroso para un hombre que ver la mujer que ama en los brazos de otro. Imaginé que tu cambio repentino sería por algo relacionado con eso. Tus facciones te delataron, jovencito.
Parpadeo, perplejo, por sus conclusiones tan acertadas. Ya veo de dónde Jane sacó su mirada tan aguda y sus sentidos tan alertas al mínimo detalle.
—Además, conozco demasiado bien a mi hija. Ella no va a regresar a casa, y mucho menos con Phillip. No cuando su corazón está con una pequeña niña de ojos azules y un Duque en un pueblo llamado Netherfield.
—No creo que a ella le guste...
—Las mujeres son complicadas cuando están enamoradas, Edward —interviene con voz cálida—, y pocos de nosotros entendemos que con solo una palabra, ellas dejarían todo por estar con el hombre que ama.
—Me sorprende grandemente la calma con la que hablas, Murray, sabiendo que pertenece a una de las bandas más buscadas en toda Inglaterra.
—Mi niña siempre fue un espíritu libre —añade encogiéndose de hombros—. Nunca le agradó estar rodeada de riquezas y vestidos costosos. Le gustaba montar a caballo a horcajadas y pelear con una espada en cada mano contra Erick y sus guardaespaldas personales. Si ella se fue de casa, algo grave debe haber pasado. Jena no es de las que corre como una cobarde.
—Al contrario. Esa muchacha trae la palabra peligro en su rostro —murmuro por lo bajo y dejo caer mis hombros seguido de un largo suspiro.
—Edward, voy a decirte algo. Ella no va a regresar a la capital. La única persona que le haría cambiar de opinión, eres tú. ¿Quieres que se vaya?
—Claro que no —declaro finalmente y nos detenemos en lo alto de la colina donde se puede divisar la mansión—. Lexie la necesita.
—No estoy preguntando por tu hija, quiero saber lo que tú piensas. Dime qué es lo que quieres.
—Le amo, Murray. Con toda su locura extravagante, imperfecciones y lengua demasiado suelta, le amo, y deseo que se quede a mi lado, pero no puedo obligarla si no quiere. —Su carcajada llega al instante.
—Nadie puede obligarla a hacer nada, joven Duque. Si tanto la amas y deseas que esté contigo y la pequeña duquesa, no lo arruines. Por mi esposa y yo, no te preocupes. La felicidad de nuestra hija es lo primero.
Al llegar a la casa y contar lo ocurrido, obviando la parte donde aparece Jane, lo primero que recibo es la reprimenda de Kate:
—¿Pero se puede saber dónde te hiciste semejante daño, muchacho? —replica la duquesa y bajo la cabeza, avergonzado, como niño pequeño que hizo una enorme travesura y debe pagar consecuencias—. Dios Santo, si fueras hijo mío, te daría par de coscorrones por ser tan descuidado. Amelia, cariño, necesito de tu ayuda. Hay que limpiar esa herida. Arthur, corazón, necesito que vayas a la ciudad....
Ella se olvida de mí y comienza a dar órdenes a diestra y siniestra. Murray niega con la cabeza, pero le mira embelesado sin importarle que su mujer, la duquesa, está en pantalones de montar. Si la condesa la ve, se escandalizaría al instante y terminaría desmayada en el sofá.
—¿Cómo supo que estaba enamorado de su esposa? —pregunto por lo bajo mientras nos sentamos en la pequeña sala de estar.
—Ella me salvó en una pelea. —Abro los ojos y él aprieta los labios para no reír—. Al ser joven del ejército, siempre terminaba en problemas, pero a esa mujer no le gustaban las peleas, y mucho menos en su local.
—Espere un momento. ¿Su esposa era la dueña del local?
—Ayudaba a su padre con el negocio, pero todos la respetaban por su carácter tajante, ya que era la que siempre salía a poner orden. Un día, unos compañeros del ejército comenzaron a decirles cosas indebidas. Si conoces a mi hija, ya sabes lo que pasó después. Kate nos puso a todos en la calle y nos prohibió la entrada, pero quisimos regresar al día siguiente. El peor error que pudimos cometer. Nos apuntó con una escopeta cuando pusimos un pie en el local. Uno de los nuestros no le hizo caso, pero ella disparó al suelo dando a entender que no estaba jugando.
—Me lo está contando y aún no lo creo.
—Mi esposa siempre ha sido una mujer de armas tomar y eso es lo que me encanta de ella. Le prometí que sólo queríamos divertirnos un poco, pero que no haríamos ningún disturbio en su local. Con el paso del tiempo, fuimos de forma regular y nos convertimos en clientes fijos. Un día llegaron los hombres de caballería. Habían escuchado del local, pero se equivocaron cuando uno de ellos le tocó el trasero y ella le respondió con una buena cachetada. Al coronel no le gustó y la tomó por el brazo. Fuimos a defenderla y ahí comenzó la pelea. Kate me ayudó cuando uno de ellos intentó golpearme por la espalda.
—Definitivamente, Jane sacó el carácter de su madre.
—Fuimos suspendidos del ejército sin paga durante tres meses. Kate y su padre nos dieron trabajo durante esa temporada. Verla a diario, sonreír por su carácter y carisma, terminó por enamorarme como un bobo. Si algo te hace muy feliz y a la vez te da mucho miedo perderlo, es exactamente lo que se necesita. Cuando nuestra hija nació y vi que tenía unos hermosos ojos grises como su madre, sabía que tendría problemas con ella cuando fuera grande...
—Pero nunca cambiaría a mi hija por nada —añade la duquesa desde la puerta recostada al marco.
—¿Escuchaste todo?
—Desde la cachetada al coronel. Ahora —Cierra la puerta al entrar y cruza los brazos en su pecho, una ceja enarcada—, más les vale decirme dónde está Jena o vamos a tener problemas.
—Nosotros...
—Edward, querido, te aconsejo no mentirme. El nudo de esa tela roja sólo lo hacen tres personas. —Por el rabillo del ojo, noto como Murray cierra los ojos y maldice—. Lo sé, porque yo fui quien lo inventó. Al menos no ha olvidado lo que le enseñé. ¿Van a hablar?
—Cariño...
—Duquesa, el doctor ya está aquí.
Salvados por la intervención de Chloe. El Duque y yo nos miramos y suspiramos aliviados.
—Gracias, querida. ¿Llegó también el dueño de los animales? —La cocinera asiente—. Murray, cariño, ve con el señor e indícale el lugar donde están esas bestias. Chloe, dile a doctor que puede pasar. Tenemos una conversación pendiente. —La duquesa me señala con el índice y trago por lo bajo—. Ahora, mejor me cambio antes que el pobre doctor termine desmayado por verme en pantalones. Todavía no le entiendo. Con lo cómodo que son —protesta ella mientras se retira con la cocinera.
La tranquilidad de la noche se rompe cuando escucho el retumbar de unas botas conocidas para mí.
—Parece mentira que tu querida institutriz te haya salvado el pellejo de nuevo, Edward.
—Gregory, que agradable visita.
—La ironía de Jane parece contagiosa.
—Idiota —murmuro por lo bajo y se sienta a mi lado.
—¿Cómo estás? —Observa mi pierna por unos instantes.
—No sabía que te preocupabas por mí.
—Y no lo hago. —Recuesta su espalda mientras acomoda su brazo en el reposabrazos. Estira sus piernas y coloca una sobre la otra—. Son órdenes de Jane. Sólo quiere saber cómo seguías.
—Dile que estoy bien. ¿Los tigres?
—El circo ya salió del pueblo y dejaron una suma de dinero considerable a su nombre por el desafortunado encuentro en sus tierras.
—Olvídalo. Dale eso al Padre Charles. Dile que se lo entregue a aquellos que perdieron algo en el incendio.
—Vaya. Jane me dijo que harías eso. Parece que te conoce bien.
—¿Tú que haces aquí? —interviene una tercera persona con voz no amigable.
—Buenas noches para ti también, Amelia. Estás hermosa, ¿lo sabías?
—Gregory —le reprendo al ver la mirada asesina de ella.
—A mis oídos llegó que tuvo cierto encuentro con tigres y el doctor de la ciudad tuvo que venir a cuidarlo. Sólo quería ver como estaba el Duque. Eso es todo. Bueno, no del todo. También quería verte.
—La única que te aguantaba era Jane —murmura ella provocando una carcajada del soldado.
—Jane era la que menos paciencia tenía conmigo, querida Amelia. Hay fiesta esta noche en el pueblo. ¿Te apetece ir?
Amelia niega con la cabeza y resopla.
—Edward, voy a descansar. Mañana debe llegar mi hermano con Lizzie y quiero tenerlo todo listo.
—Descansa. No creo necesitarte esta noche.
—Sueña conmigo, querida —añade Gregory y Amelia le lanza un almohadón que tenía a la mano. Gregory lo esquiva con rapidez y sonríe—. Yo también te amo.
—Idiota — recalca y se retira de la habitación.
—Aléjate —digo al instante.
—Pero si yo no he dicho nada.
—No lo dijiste, pero lo estás pensando, Willmort. Amelia es un hueso duro de roer y fuiste pretendiente de Jane. Dos cosas que están... —detengo mis palabras—. Nunca estuvieron comprometidos o estuviste verdaderamente interesado en ella, ¿verdad?
—No. Jane me traía de cabeza, pero era por algo más. Además, esa mujer ya tenía hombre. Esos terrenos son peligrosos y ahí no me gusta meterme.
—Buenas noches, Edward —intervienen con voz agradable—. ¿Quién es este joven tan apuesto?
—Su fiel servidor —contesta Gregory, tomando la mano de la duquesa y besando el reverso con galantería—. Esos ojos grises...
—Jovencito, más te vale soltar a mi mujer, a menos que quiera perder la mano —interviene Murray y Gregory se aleja. Parpadea perplejo un poco confundido.
—Gregory, te presento a Kate y Murray...
—McHall —termina mi frase—. Sabía que esos ojos me parecían familiares. Ustedes deben ser los padres de Jane. Ella me habló de su madre, pero nunca imaginé que la belleza de la primogénita sería como la de la duquesa.
—¿Puedo golpearlo? —inquiere el Duque señalando al soldado con el índice y suspiro.
—¡Murray! ¿Qué clase de modales son esos?
—¡Pero si te está mirando de formas indebidas frente a mí! ¿Qué esperabas cuando eres mi mujer?
—Oh, ya basta, tesoro —añade ella con voz aduladora y toda la ira en los ojos del Duque desaparece—. Sólo tengo ojos para ti, mi amor.
—Mis disculpas, Duque McHall. Su esposa me recuerda mucho a Jane. Perdone mi falta.
—¡Auch! ¿Y eso a que vino? —protesta Murray masajeando su nuca por el golpe de su esposa.
—Pues por tonto. ¿Cómo se te ocurre? El pobre muchacho ahora está avergonzando.
—Pero Kate...
—Kate, nada. Pero si sólo es un piropo, cariño, como esos que me decías antes.
—Pero si yo siempre te estoy adulando.
Sonrío de soslayo al ver la tonta pelea entre esos dos.
—Lo sé, pero no sabes lo bien que se siente que alguien más joven que nosotros me diga que soy hermosa. Me hace sentir bonita.
—Cariño, aunque pasen los años y ni siquiera podamos caminar bien o divertirnos como antes, para mí siempre serás juvenil y hermosa ante mis ojos.
—¿Sabes lo mucho que te amo? —murmura ella con voz melosa por la emoción.
—Lo sé. Yo te amo tanto que prometo encontrarnos en la vida después de esta. Sabes que un McHall siempre cumple sus promesas.
—A este paso sufriré la enfermedad del azúcar o vomitaré por tanta dulzura —murmura Gregory cerca de mi oído y casi lo golpeo—. Un placer conocerlos, señor y señora McHall.
—Un gusto verte, jovencito —contesta Kate, ahora abrazada por la espalda por su esposo. Algo indecoroso para personas demasiado cultas, pero a mí no me importaba—. Mañana quiero salir a pasear a caballo, pero fuera de los límites del Duque.
—Cariño...
—Lo sé, Murray, lo sé. Solo quiero dar un paseo y conocer un poco Netherfield.
—Sería todo un placer, mi lady. ¿A qué hora...?
Unos fuertes golpes en la puerta principal interrumpen la conversación. Todos nos miramos confundidos. Yo no esperaba a nadie a estas altas hora de la noche, y dudo que Thiago viajara de noche hasta aquí con su esposa. Los golpes en la puerta son cada vez más insistentes. Gregory saca el revólver de su funda mientras que Kate toma un amarrador de varillas cerca de la chimenea.
—¿Y tú a dónde crees que vas? —protesta Murray ganándose un gruñido de su mujer.
—Sal por la cocina y mira a ver quién es. Gregory y yo vamos a la puerta. Edward, querido, ten tu revólver a la mano por si necesitamos ayuda.
—¿Cómo se te ocurre que...?
—Murray, cariño, ve ahora.
—Yo voy con ella —intervengo ganando una mirada confundida de Willmort y otra preocupada de Murray—. No voy a dejar que nada... —Los golpes en la puerta aumentan con desespero.
—¡Murray, ve! —insiste Kate, y antes del Duque salir, ambos se dan un corto beso en los labios.
Con sigilo, caminamos los tres a la puerta. Yo intento seguirles el paso, pero mi pierna comienza a molestarme. Los golpes en la puerta se hacen cada vez más fuertes y desesperados.
—¡Edward, abre la puerta! —ruega una voz conocida al otro lado.
—¿William? —murmuro confundido y me adelanto.
—¡Jena! —expresa Kate alarmada cuando abro la puerta.
Sin importarme el dolor en la pierna, tomo a Jane en mis brazos Debo agarrarla con fuerza porque mis manos comienzan a temblar mientras el terror me embarga.
—Gregory, ve por un médico —ordena Erick antes de desmayarse.
—Oh, Dios mío. ¡Murray, apresúrate! —exclama la duquesa con nerviosismo—. Edward, déjala en el sofá boca abajo. Joven, ve por Amelia y Chloe, necesito paños calientes y agua tibia.
En ese instante, llega el Duque y su mirada se llena de terror.
—Cariño, toma a Erick y llévalo a nuestra habitación. Gregory, al doctor, ¡ya!
Corro cerca de la chimenea y dejo a Jane con cuidado en el sofá entre sus quejidos de dolor. Los latidos de mi corazón aumentan con rapidez. Una opresión extraña en mi pecho casi no me deja respira, y la sangre que emana de su espalda sólo aumenta el terror de perderla por tercera vez.
La ansiedad comienza a carcomerme por dentro mientras la angustia azota mi cabeza diciendo que podría haber evitado este desastre de alguna forma. Kate me aleja un poco, saca la daga que tiene en el muslo y raja la tela dejando la espalda de su hija al descubierto. Un fino hilo de sangre comienza a caer al suelo desde la parte baja de su espalda
—Murray, ya sabes que hacer.
—¿Vas a hacerlo aquí?
—Tiene una bala en la espalda y pierde mucha sangre con rapidez. ¡Corre!
Murray mira a su hija por última vez con desesperación y sale de ahí lo más pronto que puede.
—¿Qué va a hacer?
—Extirparle la bala —contesta mientras se quita la falda de su vestido al desatarse un lazo en su espalda, quedándose en unos ligeros pantalones blancos.
—¿Lo ha hecho antes?
—Soy esposa de un soldado de guerra, querido. ¿Tú qué crees? Tuve que hacer de enfermera varias veces cuando me casé con Murray.
—¿Cómo puedo ayudar?
—Orarle a Dios que esto salga bien y que Jena sobreviva. Está perdiendo demasiada sangre —explica mientras toca con suavidad varias partes alrededor de la pequeña herida circular.
«No, no otra vez. No puedo perderla otra vez» pienso mientras subo las mangas de mi camisa a los codos cuando Amelia llega con los paños limpios y Chloe el agua caliente.
Sin importarme la sangre en la alfombra, me arrodillo sobre ella y empapo un paño limpio cuando la duquesa me lo indicó. Jane está sufriendo y eso me rompe por dentro. Mi vista comienza a nublarse por las lágrimas, así que mis manos comienzan a temblar al ver que todos mis esfuerzos están siendo en vano y la sangre no se detiene.
—Escúchame, Edward —habla Kate sin dejar de mover sus manos con destreza—. Eres un ser humano. Es imposible tener el control de las acciones de otras personas. Te necesito calmado y con la mente enfocada. Mi hija nos necesita y lo importante es salvarla. ¿Entendido? —Asiento levemente—. Perfecto. Cambia el paño de nuevo.
«Aguanta, Jane. Aguanta un poco más, mi amor», pienso desesperado.
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