Capítulo 66 «Ahora y siempre»
Edward (Unas horas antes)
La condesa Victoria no para de reír con mi hija. La niña ríe a carcajadas y ha logrado que la mirada de la recta de ella se apacigüe y hasta se llene de lágrimas.
—Muchas gracias, Edward —musita, mientras mece a la pequeña en sus brazos.
—¿Por traer a Isabelle?
—Por devolverme la felicidad. Hubiera deseado tener hijos, pero esta pequeña se ha robado mi corazón con una simple sonrisa.
—Lo sé. Estoy más que encantado con ella. Si ver a Lexie crecer fue difícil, no quiero imaginarme a Isabelle.
—Robará muchos corazones, querido. Tiene la misma mirada aguda y traviesa de su madre.
—No quiero pensar en que ella va a crecer. —Me acerco a ambas y mi niña juega con mis dedos—. Desearía que se quedaran así eternamente.
—Sin importar su edad, nuestros hijos siempre serán pequeños para nosotros. Es un milagro que ella se quedara tranquila.
—Jane tuvo una noche y mañana larga —comento y agarro a mi niña. Los tres nos acercamos a la ventana—. Isabelle se ha adaptado a mí. Preferí que mi mujer descansara. Dejé una nota para ella en la cocina cuando bajara por la leche de la pequeña.
—Lo han hecho muy bien, Edward —añade ella y sonrío sin separar los labios—. ¿Ya has respondido la carta a Luis?
—Decidí no seguir con el ducado.
—Esa es una decisión peligrosa y difícil, muchacho.
Suspiro profundo.
—Lo perdimos casi todo hace unas semanas atrás, condesa. Quiero empezar una nueva vida.
—Tú sabes lo que es mejor para ti y tu familia, pero ten en cuenta que contarás con mi apoyo en todo momento. —Me abraza con suavidad y Isabelle comienza a llorar de repente.
—Tranquila, cariño —musito y la muevo, pero no para de llorar.
—Edward —musita la condesa con voz preocupada—. Ve con Jane.
—¿Qué?
Ella toca su pecho, menea la cabeza y toma una larga bocanada.
—Es solo una... intuición. —Frunce el ceño—. Ve con Jane. Deja a la bebé conmigo.
—Pero...
—¡Ve! Presiento que está en peligro. Yo cuidaré de Isabelle hasta que regreses.
Salgo de la casa de la condesa y en dos horas llego a la fortaleza. Chloe frunce el ceño al verme llegar de repente.
—¿Dónde está Jane? —pregunto, preocupado.
—Debe seguir durmiendo.
Subo los escalones de dos en dos a nuestra habitación, pero ella ya no está. Su camisón está en el suelo y noto un papel arrugado a su lado. Trago en seco al leerlo y miro hacia el armario abierto. No está su ropa de cabalgar y el puñal desapareció. Paso las manos por mi cabello con irritación.
—No, no, no, ¡no!
Bajo lo más rápido que puedo por las escaleras en dirección a las caballerizas. El corazón se acelera al ver que Mist tampoco está.
—¡Maldita sea! No leyó mi nota y ahora cree que Rose tiene a Isabelle.
Tomo la montura de Storm y el caballo resopla cuando me le acerco.
—¿Edward? ¿Qué pasa? —pregunta Elijah cuando me ve sacando al caballo.
—Jane fue a encontrarse con Rose a los acantilados de Bempton. Nadie la vio salir —explico, y este maldice por lo bajo.
—Hoy tocaba expedición al lado oeste de Yorkshire Dales. Lazlo, dile a los Cola Roja que nos encontraremos en los acantilados entre Filey y Flamborough. El Capitán está en peligro y no sabemos lo que encontraremos ahí —ordena, y Lazlo sale de las caballerizas. Ninguno de los dos ha desmontado de sus caballos.
—¿A dónde vas?
—Esa pregunta está de más, Edward. Vamos por la alocada de la institutriz.
El tiempo se me hace eterno. Storm va lo más rápido que puede, pero siento que no es suficiente. Cada segundo es crucial. No sé lo que trama Rose, pero conozco a mi mujer. Si la pupila le hace entender que Isabelle corre o corrió algún peligro, Jane es capaz de sacarle la piel a tiras.
«Debería haberle dicho que me llevaba a Isabelle para que pudiera descansar», me culpo de forma interna. El aire golpea mi rostro con fuerza. Las nubes grises han sellado el cielo mientras rayos surcan entre ellas.
—¡Ahí están! —anuncia Elijah señalando a dos cuerpos que se baten cerca del acantilado—. Si no tienen cuidado, ambas pueden caer.
Movemos las bridas de nuestros caballos y al bajarme siento que el alma se va a los pies. Aprieto mis labios al ver que Jane patea el estómago de la pupila y cuando lo intenta una vez más, esta la agarra y mi esposa cae, chocando su cabeza contra una piedra. Levanto el revólver, pero Elijah me lo impide.
—Están forcejeando, Edward. Puede ser peligroso si no tienes un tiro limpio.
Rose toma una piedra con la mano y golpea a Jane. Agarra su cuello con las manos y lo presiona. Mi esposa lucha por su vida golpeando los brazos de la pupila. Levanto el revólver y le ruego a Dios que mi mano temblorosa no me permita fallar. La vida de mi esposa está en juego.
—¡Vas a morir, Jane! —espeta la pupila y quito el seguro del revólver
—Yo no estaría tan seguro de eso —intercedo y aprieto el gatillo.
Rose cae hacia atrás por el impacto de la bala y noto como Jane saca el puñal de su pierna. Dejo escapar un suspiro de alivio cuando mi esposa se levanta. Corro hacia ella con una sonrisa, pero esta se paraliza cuando Rose se levanta.
—¡Jane, cuidado! —espeto, desesperado cuando Rose toma a mi mujer y se impulsa al acantilado.
Un grito desgarrador brota de mi garganta mientras corro lo más rápido que puedo, pero el viento proveniente tanto de la tormenta próxima, como la que viene del mar, me retrasan.
—¡Edward, espera! —grita Elijah a mis espaldas, pero ya estoy subiendo la empinada colina.
Me agacho cerca del precipicio, sosteniéndome lo mejor que puedo. Busco desesperado con la mirada hasta que la veo. Lo único que la mantiene con vida es una rama. Mi corazón late desbocado cuando la veo tan indefensa y sin salida.
—Edward, espera.
—Mi mujer solo está viva gracias a una... —mis palabras se detienen cuando veo la cuerda en sus manos—. Gracias, Elijah.
Amarra la cuerda a mi cintura y la otra punta a los caballos, pero él agarra una parte también.
—Debes tener mucho cuidado. Las piedras están resbalosas por el mar y las del borde acá arriba están filosas. No pueden moverse mucho o la cuerda se partirá. Y ustedes tiene dos niñas en casa esperando.
—Elijah, si algo pasa...
—No —interviene con rapidez—. No digas nada. Es mala suerte. Ahora, salva a la terca de tu mujer.
Desciendo con mucho cuidado. Mi respiración es errática y me duele el latido del corazón retumbando en mi pecho. Necesito una mente serena para no fallar. No puedo fallar. Debo agarrarme lo mejor que puedo. Mi brazo sigue muy lastimado, pero no me importa. Ella es prioridad ahora.
—¡Aguanta, Jane! Agárrate fuerte. Ya voy por ti —espeto, aterrado. Bajo con extremo cuidado hasta que mis zapatos logran descansar en un pequeño filo de piedras y me arrastro hacia ella, sin despegar mi cuerpo de la enorme pared de piedra—. Agarra mi mano —insisto estirando mi brazo.
—Estás muy herido, Edward. Tu hombro... —intenta reclamar, pero en ese preciso instante la rama cruje un poco y tanto mi corazón como mi respiración se paralizan.
—¡Dije que agarres mi mano, Jane! —grito exasperado—. ¡Maldita sea, hazme caso por una vez en tu vida! ¡No dejaré que caigas del risco!
—Pero....
—¡No voy a perderte a ti también! —espeto ahora con voz quebrada, pensando en el peligro que corrió al venir aquí sola—. Prometí que estaría contigo en los momentos más peligrosos, y esta no será la excepción. Somos tú y yo para siempre. Juntos hasta el final, como prometimos ese día. —Estiro más la mano. ¿Por qué no reacciona? ¿No ve el peligro que la asecha? —. Por favor, te lo ruego, agarra mi mano, pequeña salvaje.
Sonríe con ternura y alarga su mano hacia mí hasta casi tocar mis dedos. Su sonrisa nunca desaparece. Intento darle ánimos, pero estoy tan aterrado como ella. El simple hecho de perderla me da pavor. Respiro con alivio cuando sostengo su mano y la aferro como si literalmente mi vida dependiera de ello.
«Solo un poco más, Jane. Una vez que estés a mi lado, queda gritarle a Elijah y él nos subirá», pienso, más tranquilo, pero un rayo golpea debajo de nosotros. Nos alumbra por completo y ella pierde el equilibrio.
—¡No! —grito, alargando mi brazo con rapidez, pero no fui rápido lo suficiente.
Aprieto los labios con fuerza. El tirón de fuerza en mi brazo casi me hace gritar de dolor, pero es lo único que la mantiene con vida de caer al abismo. Algo recorre con lentitud mi brazo y cae en su rostro. Sangre. Mi herida se abrió y siento como la cuerda cede en lo alto. Mierda, ahora no.
—¡Elijah, súbenos! —exclamo con un alarido de dolor.
No creo que pueda aguantar mucho tiempo. «Dios, no, por favor», ruego en mi interior y respiro con dificultad. El dolor es insoportable. El relincho de los caballos anuncia que él también está teniendo problemas en lo alto.
—¡Aguanta, Jane!
—Lo siento. No pude protegerla.
—Isabelle está en casa. Yo me la llevé para que pudieras descansar —explico entre dientes, soportando el dolor—. Aguanta un poco... —gimo de dolor, y la sangre que corre por mi brazo no indica nada bueno. La cuerda se reciente una vez más.
—Edward —Miro hacia abajo—, ¿sabes que te amo mucho?
—Jane, no lo hagas —suplico al reconocer esa maldita mirada terca—. Ni se te ocurra, amor. Vamos a salir de esto.
—Edward...
—¡He dicho que no! —zanjo, furioso, pero con voz quebrada—. Tienes derecho a ver a nuestras hijas crecer. Tengo derecho de... envejecer junto a ti. Tenemos derecho a ser felices.
—Amor, vi a Lexie crecer y convertirse en una niña hermosa y valiente. He sido feliz a tu lado durante todo este tiempo. —Limpia la sangre que ahora llega a su clavícula.
—Jane, no. —Mi vista se nubla por el dolor tanto físico como emocional—. No me hagas esto, por favor. —Lágrimas recorren mi rostro—. ¡Elijah, apresúrate!
—Amor mío —solloza. Sus ojos me miran turbulentos, hay tantas palabras almacenadas detrás de sus tristes pupilas que una parte de mí sabe lo que dirá, aunque me niego a aceptarlo—. Edward, muchas gracias por todo el amor que me entregaste en estos años de casados. Prometiste cuidarme y lo hiciste.
Sus palabras salen a tropicones.
—No, no, no.
—Cuida de ellas —dice con voz quebrada, mientras las lágrimas hacen un descenso tortuoso por sus mejillas manchadas de mi sangre—. Dile a Isabelle que su mamá la amó desde el primer día que la trajo al mundo. Incluso desde antes de traerla.
—Jane...
—Espero encontrarme contigo en nuestra próxima vida, amor.
—No me hagas esto, por favor —ruego con voz quebrada e hiperventilo por el dolor que atraviesa mi brazo—. ¡Elijah, te voy a matar si no nos subes! Me niego a perderte y no verte jamás, Jane. Me niego a aceptar que este es nuestro final. Te lo suplico. ¡Elijah!
Su mano comienza a deslizarse poco a poco de la mía, aunque estoy haciendo lo imposible por agarrarla. Siento como se escurre de mi vida y comienzo a desesperarme.
—Nuestro amor es eterno. No tiene final. Te amo, Edward. —Una sonrisa amarga se posa en sus labios. Una lágrima sale del ojo que me guiña con complicidad—. Ahora y siempre.
Su mano deja de tocar la mía y presencio como el amor de mi vida cae hacia el mar embravecido.
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