Capítulo 65 «El acantilado»
Jane
—¿Cómo pudo pasar esto, Elijah? —recrimino, y este aprieta el mentón—. Esa mujer debe estar en algún lado.
—Hemos revisado cada palmo del área, Jane —insiste Lazlo y le miro con una mirada gélida.
—Entonces explíquenme cómo es posible que esa mujer haya matado a tres de mis hombres y desaparezca sin dejar rastro.
—Las lluvias borran todo rastro, Jane —insiste Elijah y me toma por los hombros—. La estamos buscando por todos lados. Hemos probado en pueblos vecinos y cuevas. El bosque me lo conozco de memoria. Debes tener calma.
—Temo por ellos. No puedes pedirme calma cuando ella está ahí afuera. Mi esposo y mis hijas están en peligro por mi culpa.
—No —recalca con voz grave y autoritaria—. No puedes culparte por eso. Concéntrate en tu familia. Deja el resto a nosotros.
—Confío en que así lo harán. —Elijah me da un fuerte abrazo y se retira junto a Lazlo.
Caigo en uno de los sillones con pesar. En las noches no puedo dormir velando por ellos. En el día a penas y puedo sostenerme por el cansancio, pero la preocupación de su bienestar es lo que me mantiene en vilo. Presiono mi sien y le doy un leve masaje. El dolor de cabeza no se va y gruño por lo bajo. Ya han pasado tres semanas del incendio y ni una sola pista de la pupila. Mi cabeza late con fuerza así que decido subir a la habitación y recostarme un poco, esperando que el dolor se aplaque.
Mis ojos se abren y los estrujo con las manos. Dejo escapar un suspiro cargado de angustia y mis ojos se desvían al reloj en la pared.
—Oh, Dios mío. —Me siento en el borde de la cama al instante.
Frunzo el ceño. A esta hora Isabelle ya debe estar despierta, pero no escucho su llanto, así que cruzo la puerta que une ambas habitaciones y dejo escapar una negativa desesperada. Corro a la cuna y siento como el pecho se aprieta. Mi bebé no está. Debajo de las sábanas, noto una hoja blanca.
"Te espero en el acantilado de Bempton Cliffs. Ven sola o tu preciosa niña muere. Rose"
Hago la hoja una bola y corro a la habitación. Cambio mi camisón por unos pantalones y una camisa blanca. Tomo el puñal y bajo las escaleras. Me cercioro que nadie me ve llegar a las caballerizas y le coloco la montura a Mist, la yegua que Edward me regaló hace unos años.
—Vamos por mi hija, preciosa.
Mi yegua cabalga atravesando el bosque en dirección al oeste. Hoy tocaba expedición al lado contrario, así que no hay forma en que los Cola Roja sepan que voy hacia los acantilados de Bempton Cliffs. La fortaleza está situada en Whitby, lo que hace mi camino más fácil. Es atravesar el bosque hasta la costa y bordearla por completo.
Después de una hora y media bien larga, puedo ver los acantilados. Las olas golpean con fuerza en la parte baja. Nubes grises se acercan anunciando tormenta, y mis mayores temores comienzan a resurgir. Pero en mi mente solo está mi pequeña de ojos grises y refunfuñona como el padre.
Remuevo las bridas de mi caballo y galopamos hasta que en la punta del acantilado más lejano visualizo una figura. El hermoso cabello rubio de Rose está completamente desaliñado. Su rostro se nota demacrado por el paso del tiempo. Una fea cicatriz va desde su clavícula y se esconde debajo de su vestido. Desciendo de Mist y camino hacia ella. Su sonrisa socarrona sale a relucir y me detengo cuando veo la manta con la que siempre cubro a mi hija agarrada con la punta de sus dedos.
—¿Dónde está Isabelle? —pregunto, con los dientes apretados.
—Ups —musita y deja caer la manta por el acantilado—. No te preocupes, institutriz. Te encontrarás con ella muy pronto en el fondo del mar.
A mi mente llega mi pequeña niña de casi un año de nacida. Llorando sin nosotros. Comienzo a pensar lo peor. Sacudo mi cabeza y doy un paso adelante.
—Es mentira.
—¿De verdad? Esa chiquilla lloraba demasiado. Lanzarla fue la mejor opción. Una vez que chocara con el agua y las piedras...
No dejo que termine. Me lanzo a ella con un chillido de odio. Ambas forcejeamos y rodamos varias veces. Agarro su cabello y ella golpea mi tibia con la punta de su desgastada bota. Rechino los dientes y aflojo mi agarre por el dolor punzante que recorre toda mi pierna. Muerde mi brazo y golpeo su mejilla con el codo.
—Vas a lamentar todo lo que has hecho, Rose.
—¿De verdad? ¿Y ahora de cuál asesinato se me acusa? ¿La duquesa Alexia? ¿Lexie? Oh, ya sé. Tu estúpido caballo.
—Maldita infeliz. —Sin importar el dolor de mi cuerpo, me lanzo a ella. La causante de dolor de mi caballo Hiram fue ella.
Ambas rodamos por la colina y mi espalda es golpeada contra una roca. Rose intenta subir, gateando y yo, tomo una corta bocanada antes de seguirla. Esto no va a quedarse así. La pelea es fuerte. Yo sigo un poco débil por no dormir bien, pero ella está irreconocible. Golpeo su estómago con la rodilla, logrando que se doble. Cuando intento golpear su espalda, ella se levanta y nos impulsa a ambas al borde del risco. Su brazo ahora rodea mi cuello, cortando mi respiración.
—Me quitaste todo, Jane.
Gime de dolor cuando golpeo sus costillas con el codo y trastabilla hacia atrás.
—Las personas no se quitan, Rose. —Le doy una patada en el estómago—. Ellas se van por su propio pie.
Al intentar patearla de nuevo, agarra mi pie y caigo de espalda golpeando mi cabeza. La punzada fuerte me hace cerrar los ojos durante un instante. Intento levantarme y mi sien es golpeada con algo fuerte. Creo que una roca. Resoplo cuando todo comienza a darme vueltas y mi vista a nublarse. Unas manos rodean mi cuello y lo presionan con fuerza. Intento moverme, pero Rose me tiene inmovilizada. Hago el mayor esfuerzo por recuperarme, pero el dolor de cabeza no me ayuda.
—Esperé mucho tiempo por este momento. —Golpeo sus brazos y toso. El aire no llega a mis pulmones—. ¡Vas a morir, Jane!
—Yo no estaría tan seguro de eso —dicta una tercera voz y un disparo hace que Rose caiga hacia atrás. Cuando mi cuello es liberado, tomo el puñal en mi pierna y lo entierro en su estómago.
—Esto es por mi hija.
Retuerzo el puñal en su interior y ella hace un gesto de dolor, antes de caer de espaldas por completo. Limpio el cuchillo en mis pantalones y me levanto. Sonrío cuando veo a Edward correr hacia mí.
—¡Jane, cuidado! —espeta, aterrado y algo me agarra impulsándome hacia atrás
—Si yo no lo tengo, tú tampoco.
Ambas caemos por el acantilado, pero logro agarrar una raíz con torpeza. Rose intenta mantenerse a mí, pero la herida hecha por mí y Edward son muy graves. Golpeo sus manos y ella finalmente cede. Veo como su cuerpo es tragado por las violentas olas del mar. El viento recio azota mi cuerpo contra las piedras dando a entender falta poco para que la lluvia caiga. Jadeo, aterrada, mientras un vil frío azota mis tiritantes huesos.
Los brazos ya están cansados y la raíz de la que estoy agarrada comienza a quebrarse porque es demasiado antigua. Mis manos están ligeramente cortadas por las veces que he intentado subir y ya me han comenzado a escocer. Tuve que dejar caer mis zapatos y apoyarme con los dedos de los pies haciendo mi mayor esfuerzo por sostenerme, pero las piedras están demasiado resbaladizas por la sal del mar y no me permiten tener un soporte más firme.
Tengo miedo por lo que pueda suceder si no resisto. Todas mis fuerzas están concentradas en mantenerme quieta y en mi sitio; con el mínimo desliz, puedo terminar siendo devorada por el mar embravecido, así como aquel que tanto daño nos hizo, que cayó a las oscuras aguas al perder el equilibrio y fue tragado por las violentas olas del mar.
—¡Aguanta, Jane! Agárrate fuerte. Ya voy por ti —grita con terror el hombre del que estoy perdidamente enamorada y una llama de esperanza se aloja en mí.
Intento sonreír, aliviada, por la rapidez de Edward, pero el pavor se apodera de mí en ese mismo instante. Recientemente, uno de sus hombros se hirió por culpa de aquel incendio que casi nos costó la vida y aún no ha sanado del todo. Sigue mostrando signos de dolor ante el más mínimo esfuerzo, y aunque me gustan los desafíos y sentir que puedo lograr lo que sea, no estoy dispuesta a poner en peligro su vida o a causarle más dolor.
—Agarra mi mano —dice a pocos centímetros de mí mientras estira su brazo lastimado.
—Estás muy herido, Edward. Tu hombro... —intento reclamar, pero en ese preciso instante la rama cruje un poco y puedo sentir como la mirada de mi esposo se paraliza por un segundo junto a su respiración.
—Dije que agarres mi mano, Jane —gruñe, tajante—. No dejaré que caigas del risco.
—Pero....
—¡No voy a perderte a ti también! —espeta, con voz quebrada—. Prometí que estaría contigo en los momentos más peligrosos, y esta no será la excepción. Somos tú y yo para siempre. Juntos hasta el final, como prometimos ese día. Por favor, te lo ruego, agarra mi mano, pequeña salvaje.
Sonrío por esa frase que tomó para sí mismo. Sus ojos negros me miran alarmados, pero me transmiten la fortaleza y confianza que necesito. Alargo mi mano con delicadeza hasta casi tocar sus dedos y respiro profundo mientras me acerco con cuidado.
Mi sonrisa nunca abandona mi rostro mientras más cerca estoy de él, y en el justo instante que su mano sostiene la mía, un rayo golpea debajo de nosotros, alumbrando todo a nuestro alrededor y silenciando mis latidos por un segundo ante de comenzar a correr despavoridos.
El temor me invade cuando, al abrir los ojos, veo que ahora lo único que me mantiene con vida es Edward, quien agarra con fuerza mi mano con el brazo lastimado, evitando así que caigamos los dos. Salvándome la vida... y manteniéndome con él. Tal y como prometió. Cuando creí que podíamos lograrlo, una gota de sangre cae a mi rostro. Su herida se ha abierto y la cuerda que rodea su cintura comienza a ceder en lo alto por el filo cortante de las rocas del acantilado.
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