Capítulo 63 «Noche de pasión» (+21)
Jane
Sabía que iba a llorar, pero nunca imaginé que sería tanto. La boda y el brindis fueron preciosos. Estar rodeado de personas que hacen bien, siempre ha sido uno de mis mayores deseos desde pequeña. Mis mejillas duelen de tanto sonreír. Verlos a todos felices y celebrando conmigo este día tan especial parece de ensueño. Ojalá el momento durara para siempre.
—Muchas felicidades, querida. —La condesa me abraza con ternura—. Ustedes se lo merecen. —Se separa y toma mis manos entre las suyas—. Han sufrido mucho. Es hora de ser felices y hacer bebés.
Quisiera reír ante su broma, pero la tristeza me embarga. Después de lo ocurrido hace unos años atrás, el doctor me examinó. Dijo que la probabilidad de quedar embarazada es casi nula. El abuso continuo por parte de mis captores dañó mi interior de forma casi irreparable, o al menos hasta donde él pudo ver y analizar.
—Jane, querida, no te aflijas.
—Quisiera concederle el placer a Edward de un precioso niño, pero no creo que pueda. No después de...
—No —insiste, colocando un dedo sobre mis labios—. Si hay algo que estoy segura, es que dejarás tu marca, muchacha.
—No necesariamente de la forma que imagina, condesa. Sí. Gracias a lo ocurrido y con la ayuda de Phillip y mis hombres, muchas cosas se han arreglado. El Regente está en la cárcel, y todos aquellos que temían su nombre, pueden respirar en paz. A Edward le quedará el recuerdo y tiene a Lexie.
Sus manos avejentadas dejan las mías, y van a mi barriga.
—No pierdas las esperanzas, Jane. Solo ten cuidado.
—Cariño —interviene Edward y besa mi cabeza—, creo que es hora de irnos.
—Oh, cierto. —De su pequeño bolso, la condesa saca un juego de llaves y se las entrega. Por la expresión de consternación de Edward, conoce a donde pertenecen—. Este es mi regalo de bodas para ustedes.
—No tenía que hacerlo.
—¿De dónde son? —inquiero, con curiosidad.
—¿Recuerdas cuando Lexie desapareció por segunda vez? —Asiento—. Las llaves de ese lugar se las entregué a la condesa una vez que Alexia falleció.
—Fue reconstruido en este año. No sabía en que momento entregártelo. Pensé que esta sería la ocasión perfecta.
—No puedo aceptarlo —recalca Edward.
—¿Por qué? —pregunto.
—Porque...
—Alexia —musito, y este asiente.
—Condesa...
—No —intervengo cuando intenta devolverle las llaves, y ambos me miran—. Alguien me dijo una vez que no puedo dejar que tu pasado sea un estorbo para mi felicidad junto a ti. —Por el rabillo del ojo, noto como los labios de ella se curvan en una tímida sonrisa—. Si tú lograste superar tu aflicción por Alexia, yo soy tu esposa, pero no tengo el poder de decirte lo que debes o no hacer.
—Jane, lo menos que quiero es que te sientas mal. Ese lugar está...
—Reconstruido —aclaro—. Así que existe la posibilidad de hacer nuevas historias y recuerdos entre sus paredes. Claro, si estás de acuerdo. Si no quieres pasar el resto de nuestros días ahí, podemos regresar a la mansión y listo —opino. Su mirada oscura muestra consternación—. Podemos tomarla como casa de campo. No puedes negarle un regalo a la condesa. Eso es descortés y poco digno de un caballero.
—Si mi esposa esta de acuerdo, la tomaremos —finaliza él y la condesa nos abraza a ambos.
Ha pasado una semana desde aquel día atípico donde Edward y yo nos juramos amor eterno. Mientras pasamos nuestros días de luna de miel, nuestros invitados decidieron inundar la casa principal de Edward. Nosotros no nos negamos, así tendríamos tiempo solos. Chloe, Tom y algunos de los Cola Roja vienen durante el día para ver como estamos y si necesitamos algo. Para muchos, fueron obvias las razones de no ver mi rostro con cada visita o cuando llevaban nuestras comidas a la puerta, donde el Duque se encargaba de recogerla en la puerta. Nada más lejos de la realidad.
Ha sido una semana horrible. Las pesadillas habían vuelto, y esta vez con más fuerza. En nuestra primera noche, Edward no pudo tocarme. Entre los nervios y esos malos recuerdos que pensé haber eliminado, llegué al punto de amenazarlo con un cuchillo. Aquello era un desastre y yo terminaba llorando como una niña pequeña e indefensa.
No sé qué pasaba conmigo. La preocupación en su cara era notable. Todos creían que sus ojeras eran por las noches cuando teníamos intimidad. Sin embargo, mi esposo velaba en que yo pudiera tener una noche tranquila, pero comenzaba a afectarle.
Oscuridad, bosque, pájaros, sonrisas malévolas. Un cuchillo rajando mi vestido. Mi garganta escuece por mis gritos de dolor y auxilio. Cada día mis pesadillas se sienten cada vez más reales. Mi cuerpo se paraliza de solo sentir las sensaciones de manos en mis piernas. Los recuerdos me asaltan con tanta fuerza que mi pecho se comprime y me cuesta respirar.
La única diferencia en todo esto es que el Regente ya no está, pero la carcajada malévola de Rose llega a mis oídos. Cuando uno de ellos me pone boca abajo, mientras los otros me agarran de las manos, mis ojos chocan con los de la pupila. Ella sonríe con cinismo mientras las embestidas de esos malditos no se detienen. Cada vez que me remuevo, ella señala con su mentón, para que el otro bandido se ponga frente a mí mientras se quita los pantalones y colocar su asqueroso miembro en la boca.
Mi cuerpo se sacude y todo desaparece. La cara de terror de Edward hace que mi mentón tiemble.
—No se detienen —digo con voz quebrada. Él me atrae a su pecho y lloro—. No puedo Edward. Lo siento mucho. Creí que... Creí que...
—Todo está bien, pequeña salvaje.
—No. —Me separo de su pecho con violencia—. Todo no está bien. —Seco las gotas de sudor de mi cara y nuca—. Ha paso más de una semana desde que nos casamos. Siento que estoy fallando. Si es tu decisión puedes anu...
—Ni hablar —interviene tajante.
—Pero Edward, ¿acaso me has visto? No puedes siquiera tocarme. Intentaría defenderme con lo primero que encuentre. Estoy rota por dentro y mis heridas internas comienzan a afectarme en el exterior. A afectarte a ti. No he podido cumplirte como mujer. Ni siquiera hemos tenido una verdadera noche de bodas y sé que eso es muy impor...
—Jane, ya dije que no —sentencia, y seca las lágrimas de mi rostro—. Escúchame bien. Tú eres mi prioridad en este momento.
—Pero...
—Por supuesto que quiero sentirte por completo y hacerte mía, pero no puedo obligarte a hacer algo que no quieres o puedes. Si tu estabilidad emocional depende de eso, esperaré el tiempo necesario.
—¿Qué pasa si eso nunca ocurre? —Acaricia mi mejilla con su mano y me dejo llevar por la suavidad de su tacto.
—Pues tendré que conformarme con tus besos, sonrisas... y mi mano —admite sonrojándose.
Meneo la cabeza.
—Siento que te fallo —musito, con voz quebrada.
—No más de lo que yo lo hice.
—Eres consciente de lo mucho que te deseo, ¿verdad?
—Me lo has dejado claro desde el inicio que nos conocimos. Pero si no estás segura, no pienso doblegarte. ¿Quieres que prepare un baño tibio para ti?
—Es muy tarde. Además, todos están durmiendo.
—¿Eso fue un sí o un no? Debes cambiarte el camisón y estás muy sudada.
—Está bien. —Besa mi frente y se aleja. Lo llamo antes que llegue a la puerta y se gira hacia mí—. Te amo.
—Yo también te amo, Jane. —Me lanza un beso y se retira.
Recuesto mi espalda al cabezal de la cama, rodeo mis rodillas con mis brazos y las atraigo a mi pecho. Sé que él ha sido muy paciente, pero algo en mí me dice que debo hacer algo. Rechino los dientes por la culpa que me carcome.
No puedo creer que hayan regresado. Estas pesadillas fueron un calvario durante años. Cuando remitieron, pensé en que todo había terminado, pero al parecer el toque de Edward en cada uno de nuestros intentos, las sacó a la luz. Intento obligar a mi mente que el peligro ya pasó, pero el hecho de ser tocada de esa forma solo aumenta mis miedos. En sus ojos negros veo que a él le duelen mis rechazos, pero es que no puedo. Ya lo amenacé con un cuchillo y un atizador de carbón. No quiero lastimarlo. Estos sentimientos me demuestran lo débil y frágil que soy.
—Está todo listo —anuncia Edward al entrar en mi habitación.
Abre el armario, toma una toalla y un nuevo camisón para mí. Se ha quitado la camisa y paso la lengua por mis labios al ver su torso desnudo y bien marcado. Edward es una delicia para la vista. Miles de sentimientos se alojan en mi pecho y un deseo extraño me recorre, golpeando con fuerza entre mis piernas. Mis pezones duelen y la tela de mi camisón me molesta al estar tan sensibles. Mi cuerpo lo desea, pero cuando las inseguridades atacan mi cabeza, todo se desvanece de un plumazo.
—¿Quieres que te ayude con la espalda? —pregunta cuando se acerca.
—Gracias.
Me levanta de la cama y caminamos a la habitación contigua. A pesar de ser pasada la medianoche, varias velas iluminan tenuemente la estancia. El aroma es exquisito. Introduzco los dedos en el agua tibia y gimo por su calidez. Edward deja mis pertenencias en su lugar, y me ayuda con la mía, empapada de sudor. A medida que baja, sus manos rozan mis brazos dejando un rastro de fuego. La pieza cae al suelo y entro en la tina.
El olor a coco inunda mi nariz cuando mi esposo comienza a frotar la esponja en mi cuello y brazos. Lo hace con extremo cuidado y mimo, como si pudiera romperme en algún momento. Su pecho sube y baja con lentitud y su mirada no se aparta de la esponja.
—Edward —Sus ojos chocan con los míos—, ¿puedes entrar? Se siente muy bien el agua.
—Jane, no creo que...
—Por favor —suplico. Necesito tenerlo cerca.
—Está bien.
Sus pantalones caen al suelo y me corro hacia adelante, para que se siente detrás de mí. Me recuesto a su pecho, una vez que está acomodado. Sus brazos rodean mi cintura y gimo.
—Te amo, Jane.
—Yo más.
Sus labios comienzan a besar mi cuello y cierro los ojos ante la suavidad de ellos. Miles de sentimientos y sensaciones recorren mi cuerpo cuando una de sus manos va subiendo por mi pecho con lentitud. La calidez del agua ayuda a que los efectos sean muchos más fuertes y deliciosamente dolorosas. Sus dedos aprisionan uno de mis pezones y gimo por lo bajo.
Inclino mi cabeza a un lado cuando sus besos siguen su camino hasta llegar a mi clavícula y vuelven a subir hasta mi oreja, succionándola y mordiendo con delicadez. Gimo de placer cuando su mano en mi cintura me atrae más a su pecho y siento algo duro que choca en la parte baja de mi espalda. Está tan excitado como yo.
El calor recorre cada parte de mi cuerpo y golpea con tanta fuerza en mi sexo que siento como jadeo, o al menos tengo una cosquilla extraña. La mano de Edward en mi cintura desciende por mi pubis hasta llegar a ese lugar de placer y atraigo mis rodillas a mi cuerpo para darle mayor acceso. La aurora a nuestro alrededor es embriagadora.
Sus besos están cargados de pasión y mi piel la siente. Mis pezones se endurecen más con cada apretón de su parte. Edward mueve sus dedos entre mis rizos y doy un leve salto en mi lugar cuando sus dedos presionan el clítoris.
«Dios mío, que placer tan arrollador», pienso, mientras sus dedos juguetean. Mis ansias aumenta con cada segundo y la deliciosa tortura en el centro de mi cuerpo comienza ser insostenible. El mar de sensaciones que atraviesan mi cuerpo son impresionantes.
—Edward —musito cuando siento sus dedos pasando por la abertura, torturando los pliegues.
—Te deseo mucho, Jane —musita, con voz aterciopelada.
Me alejo de él, y me coloco de frente. La confusión lo ataca. Hemos estado haciendo esto toda la semana, pero al final nos rendimos cuando ve el peligro y el terror en mis ojos.
—¿Qué...? ¿Qué estás haciendo?
—Quiero —más que una orden, es una súplica.
—Si lo haces para...
—Edward, sí quiero. Cada parte de mi cuerpo te anhela.
—¿Estás segura? —insiste, preocupado, y yo asiento—. Si vez que algo...
—Abriré los ojos y veré que no son ellos. No pueden tocarme porque tú estás conmigo.
Una sonrisa tímida se posa en sus labios. Me coloco de forma cómoda en la bañera y él me atrae. Besa mi cuello mientras mis manos suben y bajan por su espalda, así como las suyas. Una mano va a uno de mis pezones mientras enreda la otra en mi cabello. El placer comienza a hacer de la suyas. Cada toque o caricia hacen que quiera perder el control. Hala mi cabello hacia atrás, y nuestros labios chocan de forma feroz. Un gruñido brota de su interior cuando mis uñas siguen el camino desde su pecho hasta la parte baja donde nuestros cuerpos choca.
—Jane, no creo que aguante mucho.
—Llévame a la cama y dejemos que el placer nos domine.
Segundos después estoy en sus brazos y de camino a la habitación. Me deja en la cama con suavidad y se coloca entre mis piernas. Con los nudillos acaricia entre mis pechos y sobre ellos. Me estremezco por la suavidad y delicadeza. Me besa, pero esta vez la sensación de urgencia en ellos es notable. Besa mis mejillas, mi nariz y baja por mi cuello hasta llegar a mis pezones. Me arqueo hacia él cuando su boca atrapa de uno de ellos y aprieta el otro con la mano. Un extraño sonido brota de mi garganta y jadeo con cada mordisco de su parte o cuando pasea su lengua.
Su miembro pasa de mi estómago a mi muslo interno cuando Edward desciende de mis pechos en un camino largo y tortuoso de besos apretando mis pezones sin piedad. Jadeo con cada uno de ellos y elevo mis caderas. Estoy perdiendo el control de mi cuerpo cuando baja hasta el centro de mi cuerpo.
—¿Qué...? ¿Qué vas a hacer? —musito entre jadeos.
—No quiero entrar para no lastimarte. Esta es otra forma de dar placer.
Ahogo un grito cuando siento su lengua juguetea. Mis jadeos y gemidos deben escucharse en la planta baja. Mis piernas quieres desfallecer por culpa de los espasmos que arremeten sin compasión. Cierro mis manos con fuerza con la sábana, conteniendo todas esas sensaciones de placer generadas.
Mi cuerpo ya no aguanta y siento como Edward introduce un dedo en mi interior. Doy un salto en mi lugar y gimo con mayor fuerza cuando entra y saca el dedo. Mis caderas se mueven solas ansiando más de su toque y sus caricias.
—Edward —musito, con voz extrañada.
—¿Quieres que pare?
—No te atrevas —ordeno y me asombro de mis propias palabras.
Ahogo una exclamación cuando ya no son uno, sino dos dedos que me dan placer. Protesto cuando los saca de mi interior y se acerca a mí. El sabor en sus labios es extraño cuando le beso. Cierto. Su lengua jugueteaba en otro lado. Lo atraigo a mí con desespero y él lo sabe. El fuego en mi interior se aviva y me desespero.
—Entra —suplico.
—¿Qué?
—Entra —ruego y gimo.
Abro mi boca cuando lo siento llenando mi interior. Es doloroso y delicioso al mismo tiempo. Sus movimientos son lentos pero mi cuerpo está pidiendo más. Cierro mis ojos saboreando el momento, cuando todo se vuelve oscuro. Bosque. Una fogata. Risas, un puñal.
—Jane —espeta Edward y abro mis ojos. Mi pecho sube y baja con violencia y él sigue sobre mí. El dolor en su mirada lo dice todo. Sus brazos a ambos lados de mi cabeza se tensan, así como su mentón—. Maldita sea. Sabía que no debía hacerlo. Ahora yo...
—Bésame.
—¿Qué? —pregunta, confundido.
Me recrimino al ver la alarma en sus ojos. Intenta alejarse, pero lo retengo con mis piernas alrededor de su cintura.
—Bésame, Edward.
—Pero...
—Ellos no van a volver.
Miro hacia nuestros cuerpos, aún unidos. Él no ha salido y siento como mi interior se aprieta. Edward jadea y sus pupilas se agrandan mucho más por el deseo.
— Recorre cada parte de mi cuerpo. Hazme tuya de una vez.
—¿Estás segura?
—De lo único que estoy segura es que si no sigues, vamos a tener unos días bastante agitados hasta que me sacie por completo. Hoy es solo el comienzo.
—Te amo, institutriz.
—Yo más, Edward. Ahora y siempre.
La noche se hizo corta para saciar el deseo de ambos.
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