Capítulo 59 «Una vez más»
Edward (Tres años y medio después)
La carajada de Lexie se detiene al instante de ver el cambio en mis facciones. Mi cabeza y camisa están cubiertos por completo con agua de pintura. Paso la mano por mi rostro con irritación y gotas de agua caen en su vestido claro cuando sacudo la mano.
—Lexie, más te vale correr —musito por lo bajo, y el brillo regresa a su mirada azul.
—Ups —añade ella con burla.
Deja caer el pequeño contenedor donde enjuagaba los pinceles y corre al pasillo. Le doy unos segundos de ventaja y corro escaleras abajo detrás de ella. Su carcajada es mi guía para encontrarla. Llego a la cocina, y todo está en calma.
—¡Oh, Dios santo! ¿Y a ti qué te ha pasado? —inquiere Chloe y noto que su vestido tiene huellas de pintura.
—¿Has visto a Lexie? No la encuentro por toda la casa —disimulo que mis ojos ya la vieron detrás de la cocinera.
—No, querido. Debes ir a las caballerizas. Seguramente estará con Luna. —La cocinera limpia sus manos con un paño y lo deja sobre la mesa antes de acercarse a mí.
—¿Estás segura?
—Completamente. —Sus manos me rodean de imprevisto. No puedo mover mis brazos a causa de la cocinera—. ¡Lexie, ahora!
Mi hija comienza a pellizcarme el trasero y las carcajadas brotan de mi interior una detrás de la otra hasta que no puedo más. Hago un intento por separarme y caemos las tres al suelo. El dolor punzante en mi cadera me hace gemir de dolor, pero toda angustia desaparece cuando mi hija sigue riendo y me abraza.
—Creo que ya es hora de un baño —interviene Tom con voz cantarina, adentrándose en la cocina, seguido de Arthur.
—Ya voy —musita Lexie, y nos levantamos los tres del suelo.
—Miren qué desastre —protesta Emma adentrándose en la cocina con su hija en los brazos.
—Mientras la pequeña duquesa sonría, para Edward no son problema las salpicaduras de pintura en el suelo y sillas —aclara su esposo y la besa en la mejilla—. Edward, la condesa Victoria te espera en la sala de estar.
—Muchas gracias. —Al salir de la cocina, detengo mis pasos—. ¿Debería cambiarme? —Mi ropa está empapada con agua de pintura y mi cabello ya está endurecido—. No creo que a ella le importe.
Camino con paso firme hasta el hall y abro la puerta. La sonrisa de la condesa se paraliza cuando me ve.
—Oh, Dios mío. ¡Edward! —Me señala con su abanico—. ¿Y a ti qué te ha pasado?¿Travesuras con Lexie?
—No pude evitarlo. Mi hija es escurridiza y mis defensas descienden cuando la veo sonreír.
—¡Ay, mi muchacho! Eres un desastre. Eso me recuerda cuando me pasó algo similar, pero fue causado por la institutriz. —Mi sonrisa se torna triste ante ese recuerdo—. Lo siento mucho, Edward. No era mi intención.
—No se preocupe. Ella... —Limpio mi garganta con un leve carraspeo—. Me encantaría tomar asiento, pero no quiero arruinar los muebles. ¿Qué se le ofrece?
—Esta noche es la primera en la época de bailes.
—Condesa, sabe que...
—Lo sé, querido. —Se acerca a mí y coloca su mano avejentada en mi mejilla para acariciarla con cariño—. En tres años has hecho mucho por la ciudad y por tu hija, pero ¿qué hay de ti, mi muchacho?
—Lo siento, condesa. Pero no hay forma posible en que mire a otra mujer.
—¿Aún albergas esperanzas de su regreso?
—Escuché los rumores, pero aún así, no creo posible mirar a otra mujer cuando la institutriz sigue arraigada en mi corazón.
—Entiendo. —Aprieta mi brazo y da un paso atrás—. ¿Has sabido de ella?
—Ni una sola carta en mi nombre. Escucho los susurros cuando Lexie habla con el resto. Cada vez que Amelia, Gregory, Lizzie, Thiago y el pequeño Matthew nos visitan hablan algo de ella, pero una vez que me adentro en la conversación, eliminan el tema por completo.
—Me duele por lo que estás pasando, Edward.
—Yo me lo gané, condesa. El doctor y el padre Charles me han ayudado a canalizar mis problemas de ira. Todo lo ocurrido recae sobre mis hombros. Jane intentó ayudarme, y lo único que logré fue alejarla. A mis oídos llegó que se ha casado con un italiano, amigo de Michelle Azarrelli.
—Eso escuché. El mayor de los Warner sentó cabeza con cierta americana de cabello rojo y existe paz entre América e Inglaterra por la unión entre Skyler Rochester y el príncipe Phillip. Nuestra sociedad está cambiando, y todo se debe a una institutriz respondona y un duque herido de amor.
—Cuando lo escucho de esa forma, parece algo improbable.
—El verdadero amor es solo para guerreros valientes, querido. Aun sabiendo que existen las probabilidades de heridas en medio de las batallas bajo el nombre de familia, responsabilidades, sociedad y la persona a tu lado, lo sigues intentando hasta tu último aliento.
—Muchas gracias, condesa. —La abrazo sin importar mis ropas manchadas. Ella se sorprende al principio, pero tampoco me aleja—. Muchas gracias por cuidar de mí y Lexie.
—Ese siempre ha sido mi trabajo, muchacho —admite, y se separa—. Pero debo dejar claro que esto no impedirá tu asistencia a esta noche.
—Pero...
—No, no, no. Vas a ir con tu hija, salir de estas cuatro paredes que te comienzan a asfixiar y disfrutar la velada conmigo. ¿Quién sabe? Podrías sorprenderte esta noche.
—Uy, sí. Las mujeres casaderas por supuesto que van a sorprenderme, lanzando a sus hijas hacia mí sin el menor disimulo ya que volví a ser el soltero duque Edward Kellington. —Ella frunce los labios en señal de reprimenda, y resoplo—. Está bien. Lexie y yo estaremos ahí. Pero no prometo quedarme en toda la velada.
—Puedes irte cuando lo desees, querido. —Besa mi mejilla y se retira. Antes de llegar a la puerta, detienes sus pasos y habla por encima de su hombro—. Espero que abras tu corazón una vez más, muchacho. Te lo mereces.
—Yo también desearía hacerlo, condesa, pero solo está la institutriz. Siempre será ella.
—Me debes un vestido nuevo. Arruinaste este.
Ambos reímos y ella se retira. Dejo caer mis hombros después de dar un largo suspiro. Nubes grises se acercan a mi mansión anunciando el inicio de las temporadas de bailes, así como el inicio de la lluvia. Pequeñas gotas golpean el cristal, y una lágrima recorre mi mejilla.
«Te extraño mucho, Jane. Intento ser mejor persona, y todo es gracias a ti, pequeña salvaje. Desearía no haberte dicho todas esas cosas, pero con este tipo de reacciones me di cuenta de cuán equivocado estaba. Gracias a ti encontré la razón para cambiar, y esa razón son tú y mi hija. Ya es tarde, pero ojalá algún día pueda decírtelo cara a cara. De momento, estoy arreglando mi vida y comenzar de nuevo como una persona diferente. Alguien mejor», dejo que mis sentimientos afloren en la quietud de la sala de estar y lloro sin parar al mismo compás de las gotas que golpean el cristal.
Frente a todos intento ser el hombre que ellos necesitan. Mis fuerzas se han duplicado por causa de Lexie. Mi hija me necesita, así como todos en la mansión y el pueblo, pero la angustia de la espera es cada vez más insoportable. Los ojos grises de la institutriz se adentran en mi mente, y cubro mi boca para socavar los sollozos.
—¿Papi? —la voz dulce de mi hija llega desde la puerta, y seco las lágrimas que descienden.
—¿Sí, cariño? —Me giro hacia ella, y sonrío con amargura—. ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?
Ella niega con su cabeza y camina hacia mí. Me arrodillo a su altura y paso mi mano por su rostro cuando llega a mí.
—¿Por qué estás triste? —Abro mi boca, pero me retracto casi al instante. El nudo en mi garganta es tan grande, que lo único que podría salir es un gemido de dolor.
—Tranquila, mi niña —musito, sorbiendo mi nariz—. Es que...
Mis palabras son cortadas cuando siento sus brazos alrededor de mi cuello. La calidez que transmite ese gesto de Lexie aumenta mis ganas de llorar y romperme por completo.
—Lo siento mucho, cariño. —Ella me atrae más hacia ella y le abrazo. Mi hija es lo único que me ha mantenido con los pies en la tierra y es lo que evita dejarme llevar por la locura.
—Puedes llorar, papá. Hasta un duque fuerte como tú tiene el derecho de hacerlo.
Nos quedamos en esa posición un tiempo hasta que le cuento sobre la invitación al baile. Al llegar la noche, ambos nos dirigimos a la hermosa mansión de la condesa. Como es normal, la música atraviesa los ventanales, llegando a nuestros oídos.
Trago en seco cuando la imponente arquitectura se eleva ante nosotros. La primera vez estaba con Thiago y Jane. La segunda, con la institutriz. Ahora, solo somos mi hija y yo. Aprieta mi mano con suavidad, y le sonrío con amplitud. Subimos los escalones, entregamos la invitación y nos adentramos en la estancia.
Parpadeo entre confundido y perplejo. Cada uno de los invitados están vestidos de blanco y negro, así como ella había ordenado en la invitación, los únicos diferentes a los invitados eran los que tocaban los instrumentos y los que entregaban las copas con bebidas o pequeños bocadillos. Su ropa color rojo hace un contraste extraño. A nuestra derecha un mozo nos entrega unas máscaras de acuerdo al color de nuestra vestimenta. Blanca para Lexie por su vestido con adornos dorados y negra para mí por el traje oscuro.
Lexie se aleja de mi mano para hablar con Jonas y ¿Thiago y su hijo? ¿En qué momento llegaron?
—Buenas noches, Su Excelencia —dice una voz conocida y sonrío.
—Buenas noches, señorita Elizabeth. ¿Disfruta de la velada? —Le brindo mi brazo y ella lo acepta gustosa.
—Lady Victoria siempre tan pretenciosa. —Deja escapar un suspiro mientras toma una copa—. Pero no podía perdérmelo cuando ella fue en persona a entregarnos la invitación. Pero respondiendo a su pregunta. Sí. Estoy disfrutando de la velada.
Parpadeo perplejo al ver a Lazlo junto Claire, Livia y Amber. Todos han cambiado en este tiempo. Frunzo el ceño al ver que varios de los mozos son pertenecientes a la banda de los Cola Roja. ¿En qué momento mis propios trabajadores comenzaron a trabajar para la condesa?
—¿Cómo está Gregory y Amelia?
—Si no han llegado noticias de un incendio en la mansión, significa que no hay problemas. —Ambos reímos y nos acercamos a un balcón, alejados del bullicio—. Me alegro verte fuera de la mansión, Edward.
—No me quedó más remedio. La condesa me amenazó si no venía.
—Veo que la relación ha mejorado.
—Desde lo ocurrido ese día, no he parado de pedirle perdón a ella o a Lexie. Me sentí fatal por el hecho que ella estaba enferma y no fui capaz de velar por su salud.
—Estabas molesto y herido —musita, y recuesta su cadera al alfeizar.
—Eso no es excusa, Lizzie. Ella siempre cuidó de mi desde niño a pesar de tratarla mal miles de veces o con mis berrinches. El odio me cegó tanto en ese momento, que no razonaba bien.
—¿Qué tal ahora?
—Ahora, tomo una larga respiración e intento que mis emociones no intervengan en las decisiones. Ella me ha ayudado mucho. —Saludo a Oliver y su esposa con la mano cuando pasan cerca de nosotros—. Elijah y Lazlo han sido muy diligentes.
—¿Has sabido de Jane?
Esquivo su mirada y me giro hacia el enorme jardín. Coloco las manos en el alfeizar y las aprieto con fuerza, intentando pasarle todo mi dolor y angustia.
—Lo último que escuché es que se había casado con un italiano que la hizo entrar en razón y ya no es tan salvaje como antes. Se convirtió en una mujer de casa y controló esa lengua viperina que tantos problemas le causaban.
Lizzie y yo reímos a carcajadas.
—Esa no parece a la Jane que conocemos —dice ella, cuando logra calmarse.
—Yo tampoco. Pero quién sabe. A lo mejor, en él encontró lo que le hacía falta y se dio cuenta que no debía correr más por su vida.
—Vamos a bailar, Edward.
—¿Qué hay de Thiago?
—Nuestro hijo roba toda su atención. Va a estar bien.
Bailamos, reímos y conversamos mucho. Como era de esperar, muchas de las madres casaderas y sus hijas en busca de alguien que las mantenga, fueron las primeras en la línea una vez que dejo a Lizzie con su familia. Accedo con caballerosidad, pero mis pies comienzan a doler.
Lexie me ayuda varias veces, asustándolas o diciéndole que son feas, gordas y aburridas. Causando espanto en algunas y orgullo en aquellos que conocen las verdaderas razones detrás del comportamiento de mi hija. Dejo a lady Sutherland junto a su padre y me escurro entre la multitud, rogándole a Dios que ninguna otra dama me vea, o voy a lanzarme del próximo balcón que encuentre.
Los restos de la lluvia aún están presentes en los olores de hierba mojada y en el aire húmedo que roza mi cara y despeina mi cabello aún no cortado. Está tan largo que el flequillo casi cubre mis ojos y la parte trasera oculta mi nuca por completo. Dejo escapar un suspiro cuando miro el cielo y noto las nubes grises escondiendo las estrellas.
¿Estará observando las mismas estrellas que yo? ¿Será feliz junto a él? Quisiera que esas preguntas no se adentraran en mi cabeza, pero no puedo evitarlo. Saber que ella está en los brazos de otro, que sus te amo no me pertenecen me causan molestia e irritabilidad. El simple que hecho que sus manos y besos no sean míos aumenta la rabia en mí. Debí haber hecho más. Debí intentarlo hasta el cansancio, pero le dejé el camino abierto, con la esperanza que Jane, esa institutriz rebelde, me escogiera a mí una última vez.
Por el rabillo del ojo noto que alguien se acerca y gimo, frustrado. Su mano, cubierta por un guante blanco y rojo, agarra con fuerza el alféizar. No quiere baile, porque se ha mantenido en silencio desde que llegó. Seguramente está tan cansada como yo de tanto bailar.
—Una noche hermosa, ¿verdad? —musito, observando las nubes grises pasar—. Parece que una tormenta se avecina. Cada año son más fuertes.
—¿Y si la tormenta viene en forma de mujer? ¿Estaría dispuesto a aceptar el desastre que viene con ella? —contesta una voz, y mi piel se eriza.
Los latidos acelerados de mi corazón los puedo sentir en mis oídos. Intento tragar en seco, pero el nudo en la garganta no me permite ni eso. Giro mi cabeza con lentitud, creyendo que mis oídos jugaron conmigo.
—¿Jane? —susurro, y mi vista comienza a nublarse.
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