Capítulo 51 «Cambios de actitud»
Edward
Mi cabeza late con fuerzas. La discusión entre el Vizconde Oliver Evans y el Barón Johanson comienzan a colmarme la paciencia. Llevan más de media hora discutiendo por la panadería de Claire. Toda la región se adaptó a la idea que una mujer lleve el negocio de una forma extraordinaria y efectiva.
Personas de otros pueblos vienen a ella. Ha dado trabajo a muchachos que no sabían qué hacer con su vida y los tiene como sus empleados, llevando las pasteles y dulces que ella hornea a las casas que solicitan el servicio. Pero hay personas como George Johanson que sigue insistiendo en cerrar el negocio porque al parecer sus hijas quieren ser algo más que mujeres dedicadas a estar en casa y cuidar de sus hijos.
—He dicho que se queda —Mi voz truena y ambos detienen su acalorada discusión—. El negocio no se cerrará, aunque usted mande una carta directamente al Rey Luis, barón.
—¿Pero no ve el mal que está haciendo eso a nuestra sociedad? —insiste el barón, y Oliver aprieta el puente de su nariz con fuerza.
—¿De qué mal estás hablando, George? —interviene el vizconde con voz agotada—. —Esa mujer lo único que ha hecho es arreglarnos la vida. Usted es el único que se ha quejado de forma tan insistente que hasta me ha dado dolor de cabeza. Si no le gusta y prefiere que sus sirvientes se levanten en la madrugada es problema suyo.
—¡Están locos si creen que voy a aceptar esta ofensa! —espeta George y rechino los dientes.
—Pues entonces no le queda más opción que abandonar Netherfield —alega Oliver.
—Eso jamás.
—Entonces debe aceptar a Claire y su negocio, barón —intervengo, cerrando las manos con tanta fuerza que mis nudillos pueden tornarse blancos—. Esa es mi última palabra. La toma o la deja. Usted decide.
Sé que el barón se ha retirado de mi casa cuando escuchamos el sonoro portazo. Bufo en protesta y muevo mis hombros en círculos. Están demasiado tensos.
—¿Estás bien? —pregunta Oliver, y me dejo caer en el mullido asiento con peso.
—Esta semana ha sido un total infierno.
—Me sorprendió tu actitud. —Frunzo el ceño, confundido—. Muchos han venido a ti en protestas por esto desde hace semanas, Edward, pero aún así, sigues defendiendo a esa mujer.
—Jane me enseñó que las historias siempre tienen dos versiones. Me he asegurado de escuchar cada una de ellas para llegar a una conclusión justa, pero esto comienza a sobrepasarme.
—Tienes razón. —Se siente frente a mí, y deja escapar un suspiro cargado de dolor—. Siento no haber podido ayudarte más.
—No digas eso, Oliver. Gracias a ti y los empleados de Claire, he logrado sacar a flote la verdad detrás de las malas intenciones de muchos en el pueblo.
—Esa mujer merece un mejor trato del que ha tenido. Pero al menos se ha ganado el respeto de sus clientes y aquellos que querían ver su negocio en la ruina.
—Elijah y Lazlo están haciendo un excelente trabajo. Amber y Livia han aportado de gran manera a todo este escándalo. Creo que eso fue lo más impactante para todos en la región.
—El pasado de esas chicas ahora les persigue, pero trabajan de forma honrada y eso es lo que importa —opina el vizconde con voz trémula, y nos quedamos sumidos en un cómodo silencio—. ¿Cómo estás?
—Lo mejor que puedo, Oliver.
—Escuché los rumores sobre tu institutriz. —Miles de navajas se entierran en mi pecho al recordar la noticia—. Creí que todo estaba bien entre ustedes. —Con mi silencio le dejo claro que quiero evitar el tema relacionado con Jane—. Espero que ambos sean felices, sin importar las decisiones que hayan tomado o tomarán.
La noche cae sobre la mansión y sonrío junto a Lexie mientras cenamos. Rose se ha mantenido en silencio todo el tiempo, y se lo agradezco. Su voz chillona a veces quiere reventar mis oídos.
—El vestido de novia llegó ayer en la tarde —anuncia la pupila, y la sonrisa de mi hija desaparece por completo—. Estoy ansiosa que me veas con él puesto.
Lexie baja a cabeza y deja caer sus hombros. Noto como estruja sus dedos en el vestido. Intenta cubrir su rostro con los tirabuzones rubios, pero aun así puedo ver como aprieta sus labios con fuerza. Este tema aún le afecta. Y para qué negarlo. A mí también.
—Alexandra, tu vestido también llegó. Lo dejé en tu recámara esta mañana —comunica Rose, y mi hija levanta la cabeza. Frunce el ceño y reta a la pupila con la mirada.
—Está feo, no voy a usarlo. —Mis cejas se elevan hacia arriba por el tono despectivo.
—Pero debes hacerlo, Alexandra —insiste la pupila—. Seguramente te verás preciosa con él.
—No —protesta la niña, y se levanta de la mesa con brusquedad—. No lo voy a usar porque eres mala, fea y gorda.
Cuando intento recriminarle, mi hija sale del comedor con paso fuerte sin mirar atrás.
—Hablaré con ella más tarde —explico, antes de escuchar las protestas de Rose.
Mi cabeza ya palpita por la discusión en la tarde. Otra más con ella, me llevaría al borde de la locura.
—Espero que una vez casados, Alexandra me respete. Es lo...
—He perdido el apetito —intervengo, levantándome de la mesa—. Cuando termines de cenar, avísale a Chloe o James. Ellos se encargarán de recoger todo.
Antes de llegar a la puerta, la pupila se coloca frente a mí. Sus ojos azules están cristalizados por las lágrimas. He sido bastante recto con ella desde que Lexie desapareció hace unas semanas atrás. Mi hija siempre ha sido prioridad, y por un momento perdí el rumbo de esa responsabilidad. Lexie me necesitaba y yo no estaba ahí para ella. Jane me hizo entender a las malas que había fallado como padre.
—Lo siento mucho —musita—. No tienes que hablar con ella. Puede hacer lo que desee. —Su mano sube con lentitud por mi brazo—. De todas formas, ese día debería ser especial para nosotros. ¿No crees? —Me alejo de ella cuando su mano llega a mi nuca
—Voy a descansar. Mi día ha sido largo. Buenas noches, Rose.
Sus ojos me miran confundidos, pero asiente y da un paso atrás. Carraspeo levemente y subo a mi habitación. No tiene ojos grises. No anhelo sus labios y mucho menos su toque. No me hace sonreír al pensar en ella, y es tan devota que aburre. Sin importar el resultado, la institutriz me hacía sonreír, aunque a veces yo lo negara o le protestara. En mi fuero interno, me encantaba verla hacer travesuras junto a Lexie.
El cansancio mental que tengo es tan grande, que me quedo dormido a penas mi cabeza toca la almohada. Sonrío al ver que mi sueño ronda alrededor de la institutriz.
Ríe a carcajadas porque Elijah cayó del caballo intentado lanzar una flecha, apoyado en un solo pie sobre el animal, pero la institutriz había hecho trampa. Lexie le había lanzado una pequeña piedra al caballo, y este se removió, lanzando al pobre hombre al suelo.
Sus ojos grises chocan con los míos y sonríe. La institutriz se acerca a mí, contoneando sus caderas, y ese pantalón ajustado sus piernas deja poco a la imaginación.
—Regresaste —murmura, sin dejar de sonreír.
—Hiciste trampa. Ahora le dolerá el cuerpo entero por una semana gracias a tus travesuras.
—¡Pero si yo no hice nada! —La atraigo hacia mí por la cintura
—No, pero mi hija vio tu señal y ahora es tu cómplice. —Su sonrisa llega a mí mientras sube su mano por mi brazo—. Volviste.
—Yo siempre volveré a ti cada vez que me lo pidas, Edward —musita, y la alejo del resto de miradas. Nos encondemos detrás de un árbol y la pego a mi cuerpo.
—Te he extrañado. —Inclino mi cabeza y olfateo su cuello. Su olor ahora es diferente, o al menos no como la recuerdo.
—Solo tienes que llamarme y vendré a ti cuando quieras —musita cerca de mi oído. Sus labios van dejando huellas en mi cuello y gimo con cada beso.
No aguanto más y la beso. Mis manos recorren su espalda con desespero y gruño por lo bajo. La ropa comienza a estorbarme. Mi lengua juguetea con la de ella en una batalla por el más fuerte o el de mayor lujuria. Sus manos desabrochan los botones de mi camisa con impaciencia. Mi mano derecha ahora va a su cabello y enredo mis dedos en él. Ella gime por lo bajo cuando halo su cabello para atrás. Necesito sus labios, necesito su tacto. La necesito por completo.
Los besos son cada vez más urgentes. Mi cuerpo está pidiendo ser saciado por completo. El calor recorre toda mi espalda cuando siento sus manos y golpea con fuerza entre mis piernas. La lujuria entre nosotros se acrecienta con cada beso. Muerdo su labio inferior y ella gime de placer.
—No sabes lo mucho que te deseo.
—Yo también te deseo. Te necesito, Edward, por favor —suplica y desabrocha mi cinturón con premura—. Te amo. No sabes cuanto tiempo he esperado por esto.
—Yo también te amo, Jane.
—¿Jane? —espeta ella y se aleja.
Frunzo el ceño, confundido. Esa voz no es de la institutriz. La figura de Jane desaparece, así como todo a mi alrededor, y vuelvo a la realidad. La pupila está a horcajadas sobre mí.
—¿Rose? —susurro, confundido—. ¿Pero qué...? —Me levanto de la cama y ella se envuelve con mis sábanas—. ¿Qué rayos estabas intentando hacer? —insisto.
—Yo... Yo...
—¿Qué estás haciendo aquí?
Miro hacia abajo. Mi camisa yace en el suelo. No tengo cinturón, pero al menos sigo con los pantalones puestos.
—Edward, pensé que como falta menos de un mes para la boda y nosotros ya hemos intimado, no creí que habría ningún problema en...
—Rose, sal de mi habitación —ordeno, con el corazón acelerado.
—Pero me deseas. Me lo dijiste. Creí que...
—El casamiento se hará, pero no voy a cumplirte como esposo.
—¿Cómo? —espeta, y el azul de sus ojos se torna frío.
—Me caso contigo porque debo asumir la responsabilidad, pero voy a ser sincero. Amo a otra mujer. Eso lo debes tener bien claro. Seré tu esposo, supliré de forma material todo lo que necesites, pero no puedo dormir en la cama contigo o tener intimidad.
Ella se levanta de la cama, furiosa, toma su camisón casi transparente y sale de mi habitación.
—Dios mío, casi cometo el mismo error. —Paso las manos con irritación por mi rostro—. Gracias a Dios me desperté a tiempo.
Camino a la ventana y dejo escapar un suspiro cargado de tensión. Me dejo engullir por la belleza de la noche y el tintineo de sus estrellas.
—Te extraño, Jane. Intento ser mejor persona, y todo es gracias a ti, pequeña salvaje. Desearía no haberte dicho todas esas cosas, pero con este tipo de reacciones me di cuenta de cuán equivocado estaba. Gracias a ti encontré la razón para cambiar, y esa razón son tú y mi hija. Ojalá algún día pueda decírtelo cara a cara. De momento, debo arreglar mi vida y comenzar de nuevo como una persona diferente. Alguien mejor.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro