Capítulo 50 «Preocupaciones»
Jane
La reina de retira de mi habitación y dejo caer mi cuerpo con peso sobre la cama. Es la tercera invitación a un baile en la semana. Sabía que ser la prometida de Phillip atraería la atención, pero esto ya es insólito. Mis mejillas duelen por forzar la sonrisa y mis pies aún no se curan del baile de hace dos días.
—Necesito un respiro.
Me escabullo de la habitación, evitando a la guardia real. El rey Luis fue muy claro en lo que debo hacer como futura esposa de Phillip, pero mi posición es fuerte. No pienso cambiar o alejarme del pueblo por las simples apariencias y sus protocolos ridículos. Tanto él como la reina conocen mi forma de pensar y actuar.
Obviamente ha traído varios malentendidos y mi padre ha tenido que sacarme a rastra de peleas en las calles. No es mi culpa que las mujeres en este pueblo estén indefensas y los oficiales quieran aprovecharse. Eso no pasará si puedo evitarlo.
Me escudo en una enorme armadura cuando veo a dos guardias pasar cerca de mí, entablando conversación. Sigo mi camino, sin separar la espalda de la pared. Esto de esconderse era algo bueno, cuando estaba en el bosque con los Cola Rojas. Cuando llego a la puerta, una voz me detiene:
—¿A dónde crees que vas?
Pongo los ojos en blanco y me giro hacia el intruso, cruzándome de brazos en el pecho.
—Necesito salir de aquí. Sabes que esperar encerrada en una habitación nunca ha sido algo en mí.
—Pensé que verte descendiendo el muro que da a tu habitación, había sido mi más grande sorpresa. —Phillip enarca una ceja y resoplo—. Por lo visto, me equivoqué. Vamos. Te acompaño. De todas formas, también necesitaba salir a despejar un poco.
Ambos nos dirigimos a las caballerizas y salimos a cabalgar, atravesando la ciudad a todo galope. Las risas nunca han faltado entre nosotros, y mantenemos la misma sintonía que cuando éramos pequeños. Hacer travesuras siempre ha sido algo implícito en mí, y él me cubría en cada una de ellas, a expensas que sus padres lo castigaran y a mí no me dejaran verlo en una semana.
Dejamos los caballos pastar cerca del arroyo. Recuesto mi cuerpo a la hierba con las manos debajo de la cabeza y disfruto el calor del sol de la tarde. Phillip hace lo mismo y deja escapar un suspiro.
—Mi madre no para de hablar de colores, pasteles y sabores. Y he tenido que negarme a seis invitaciones de baile en los últimos tres días. Es muy agotador, Jena.
Debo reír a carajadas. Él y yo no soportamos los bailes. Preferimos salir a cazar o entrenar con las espadas.
—Ella vino con otra invitación, antes de encontrarme contigo.
—Todo esto es tu culpa, ¿sabes? —protesta, y yo resoplo.
—Pero al menos ha funcionado. Te ha alejado de todas esas chicas que buscaban tu atención —rebato, y maldice por lo bajo. Sabe que tengo razón—. Phillip, si crees que...
—No, Jena. No empieces. Ambos pensamos en lo que sería mejor, y esta fue la más acertada. Los dos tenemos un objetivo. Y con nuestro casamiento, será cumplido.
—¿Cómo llegaste a América?
—Jena...
—Ah, no. Ni hablar. Deja tu tono recriminatorio para alguien más, Phillip. Fui clara y transparente contigo. ¿Por qué no haces lo mismo conmigo? —Me siento, y recuesto mi espalda al árbol.
—No es mentira que salí de palacio en tu búsqueda. Te perdí el rastro cerca del muelle.
Asiento con lentitud. Cuando escapé de palacio, hace unos años atrás, es verdad que pensaba salir de Inglaterra. Estaba en mi camino a Italia a reunirme con Michelle, cuando el barco naufragó por culpa de una tormenta. Un barco pesquero me encontró y me regresó a puerto inglés. Al ellos no reconocerme, comencé a llamarme Jane, cambiando el orden de las letras de mi nombre. La mujer de uno de los pescadores hacía capas para los transeúntes. Antes de salir de su casa, ella me entregó una de color rojo burdeos.
Después me encontré con Víctor y su familia. Para ese entonces, yo había perdido la capa, pero el zorro encontrado entre las cenizas me hizo recordarla. Y así surgió los Cola Roja.
—Terminé en América con un nombre falso. Algo que me pareció improbable, pero funcionó una temporada. Ahí conocí a Skyler Rochester.
«¿Rochester? ¿De dónde me suena ese apellido?», pienso.
—Ella y su doncella me ayudaron y dieron abrigo al estar completamente perdido.
—¿Cuánto tiempo?
—Cuatro años.
—¿Qué? ¿Cómo es eso posible? ¿Qué pasó con tus padres, Phillip? Yo salí de palacio, intentado ocultar una desgracia, pero ¿y tú?
—Yo regresé a Inglaterra ocultando una desgracia, Jena —musita, y noto como su mentón tiembla, levemente.
—¿Qué pasó?
—Lo que tuvo que pasar. Me enamoré de Skyler, pero era una mujer casada.
—Siempre has sido un caballero. Jamás creí que...
—Su esposo la maltrataba —añade, y siento que algo se remueve en mi interior—. Skyler debía soportar golpes e insultos. Muchas veces la escuchaba gritar de dolor en mitad de la madrugada. Estando borracho o no, su esposo abusaba de ella cuantas veces quería. Sus súplicas atravesaban las paredes y llegaban hasta el desván donde me ocultaba.
—¿Qué fue de ella?
—Mientras Caín no estaba en casa, era feliz. O al menos es lo que yo intentaba para que olvidara sus penurias. En mis pensamientos solo estaba ella, y amaba escucharla sonreí por algún desastre en la cocina ocasionado por mí o hablar sobre el libro que leía. Verla sonreír era mi mayor felicidad. En sus ojos vi que ella también sentía lo mismo que yo y pasó lo que debía pasar. Le entregué mi amor en todas las formas humanas posibles.
—¿Por qué regresaste?
—Cuándo le dije mi verdadera identidad, ella temió. Su esposo tiene parientes en Inglaterra. Y si regresaba conmigo, podría desencadenar en tragedia para su familia de clase baja en América. Le prometí que la protegería a ella y su familia sin importar el costo, pero se negó por completo. Su dama de compañía logró que yo subiera a un barco rumbo a Inglaterra. Cuando llegué, escuché los rumores de tu avistamiento en Yorkshire. Al llegar a la casa del Duque, ya era demasiado tarde.
—Phillip, creo que... Creo que conocí a los parientes del esposo de esa chica. —Frunce el ceño, confundido—. No creo que existan muchas personas con ese apellido en Inglaterra. Y hace más de un mes, la villa de los Rochester se incendió. No hubo sobrevivientes.
—Es demasiada coincidencia, Jena.
—Ya lo sé. —A mi mente llega una idea, un poco loca. Demasiado—. ¿Y si la invitas a la boda?
—Ahora sí perdiste la cabeza.
—¿De dónde proviene la riqueza del esposo de Skyler? Porque hasta hace casi un año, los Rochester que conocía casi estaban en la quiebra.
—Te estoy diciendo que no son los mismos, Jena. Hasta donde tengo entendido, Cain Rochester era dueño de una fábrica. De todas formas, una vez al mes llegaba un cofre a nombre de su esposo.
—¿Sabes quién era el remitente? Pasar joyas y monedas de oro en un barco no es tan sencillo.
—La dama de compañía dijo el apellido una vez.
«Por favor, que no sea McAlister. Por favor, que no sea McAlister», suplico en mi interior.
—Ya lo recordé. McGregor. El apellido era McGregor.
Mis cejas se arquean hacia arriba. Si hubiera estado parada, mis piernas no me hubieran sostenido. Por esa razón, el Regente viajaba tanto a Netherfield. Y es la causa que los libros donde están registrados los tesoros del rey no tienen ni una sola falla. Enviaba todo a América a nombre de su esposa, Grace McGregor. La pregunta es, ¿para qué? ¿Por qué lo enviaría a alguien más cuando podía disfrutarlo acá? Si ellos eran el puente, ¿cómo puede ser posible que en verdad estuvieran en la quiebra?
—¿Jena? ¿Qué ocurre? —Él se sienta, preocupado.
—Phillip, necesito un favor bien grande de tu parte.
—Y yo creyendo que casándome contigo, era suficiente —murmura, derrotado.
En la noche, observo mi reflejo en el espejo. El vestido burdeos se adhiere a mi torso como una segunda piel. Mis hombros están desnudos y en mi cuello cuelga un fino colgante. Regalo de Michelle.
—Estás preciosa —murmura mi madre desde la puerta—. Ese color te favorece mucho.
—Muchas gracias, mamá. Creo que ya estoy lista. ¿Vamos? —Me acerco a ella y entrelaza su brazo con el mío—. Esta noche estás preciosa. Amo cuando usas vestidos con el color púrpura.
—Es culpa de tu padre —comenta, mientras bajamos las escaleras—. En mi armario solo hay púrpura, esmeralda y azul.
—Oh, mamá. La humildad no es lo tuyo. Amas que papá te consienta tanto. No puedes negarlo.
Sonríe por amplitud, y el brillo en sus ojos grises aumenta.
—No podría haber elegido un mejor hombre que él. —Caminamos por el pasillo, envueltas en un silencio cómodo—. Desearía que tú hicieras lo mismo.
Pongo los ojos en blanco y nos detenemos frente a la puerta. La melodía animosa proveniente de los violines y el violonchelo llega a mis oídos. Paso las manos para alisar la falda.
—Mamá, ya hablamos de este tema. Edward...
—Cariño, no me refiero al duque. Tu mirada habla por ti. Sí, eres feliz con Phillip, pero tus ojos no reflejan amor, o al menos no con la misma intensidad cuando veías al Duque o escuchabas su nombre. No te estoy presionando para que le perdones, porque él hizo mal. Solo piénsalo bien. Phillip es un chico maravilloso, pero no creo que sea el indicado.
—Mamá...
—Solo quiero que seas feliz. Si esta es tu decisión, tu padre y yo la aceptaremos. Pero piensa en que compartirás tu vida al lado de una persona por la que solo sientes afecto.
Las puertas son abiertas y ambas anunciadas por nuestros respectivos nombres y títulos de la nobleza. La sonrisa que he practicado desde que llegué sale a relucir. Miradas inquisitivas y curiosas llegan desde todos lados. Sin embargo, intento evitarlas lo más posible.
Muchas de las jóvenes que están aquí, intentaban acercarse a Phillip de una u otra manera, pero él es demasiado inteligente. Después de bailar dos veces con él, y un onde, decido tomar aire. Me siento agobiada.
—¿Todo bien?
Intento hablar, pero Michelle me interrumpe:
—Non voglio bugie.
—No te voy a mentir, italiana. Me siento un poco agobiada. Es todo. Quiero volver a mi vida anterior, pero es como si...
—Todo hubiera cambiado —murmura, y ambas nos giramos al balcón, colocando nuestros brazos en el alféizar—. Ayer intenté hablar con Erick, pero estaba tan ocupado con cierta jovencita casadera, que ni siquiera me prestó atención.
—¿Eso que escucho son celos, ragazza? —Ella pone los ojos en blanco, y sonrío—. No puedes esperar que después de lo que dijiste, él siguiera intentando.
—Hace más de cinco años de eso, Jena. En ese momento, me asusté. Mucho. Y ahora Aurora solo me busca pretendientes en Italia o cuando pisamos suelo inglés. Cada uno es peor que el anterior. O buscan meterse bajo mis faldas o el dinero que puedo proveerles para gastarlo en mujerz...
—Ya entendí, Michelle. Me lo acabas de dejar claro.
—Vaya, vaya. Miren a quién me acabo de encontrar. —Pongo los ojos en blanco ante la voz que proviene de mis espaldas. Tanto Michelle como yo nos giramos hacia la intrusa—. La primogénita perdida junto a su amiga solterona.
—E arrivò la puttana di palazzo —protesta la italiana entre dientes y sonrío.
—¿Qué dijiste? —insiste Olive.
—Que fue un placer verte en el palacio. Pensé que estaba con tu esposo, pero ese chupetón en el cuello indica que él ni siquiera vendrá al baile —atajo, y enarco una ceja.
—Tus comentarios mordaces no hacen nada en mí, Jena McHall. Todavía no sé cómo el príncipe pudo fijarse en ti.
—Pues estamos de acuerdo en algo. No sé qué vio el barón Johnson en ti. Sigues siendo la misma mujerzuela de siempre. Y arrastraste a tu mugrero a Thomas.
—¿Cómo me llamaste? —protesta, apretando el mentón y cierra sus manos con tanta fuerza que se encaja sus uñas en las palmas de la mano. Los ojos color café de Olive me miran en modo amenazante.
—Oltre ad essere una troia è anche sorda —musita la italiana, en tono despectivo, y sonrío.
—¿Qué dijo? —insiste Olive. Intenta acercarse, pero una mano la retiene.
—Es suficiente —interviene Erick, con voz grave e imponente.
—Suéltame, sirviente de...
—Mucho cuidado como hablas de Erick, Olive —interviene Michelle—. Ten mucho cuidado. En la parte sur de la ciudad muchos te conocen y no te gustará que esos rumores lleguen a los oídos de tu adorable esposo.
—Eres una zorra —musita, Olvide, ofendida.
—Al menos yo tengo clase —rebate mi amiga, mirando a su oponente con desprecio.
Olive se retira, pisando con fuerza, pero no sin antes darle una ojeada a Erick.
—Jena, tenemos que hablar —interviene mi amigo, pero en sus ojos se notable que estar cerca de la italiana le afecta.
—¿Qué ocurre?
—Llegaron noticias de Livia y Amber. —Mis ojos se abren al reconocer esos nombres.
—Michelle, debo dejarte.
—Eh... sí. Por supuesto.
Ella se había quedado obnubilada con mi mejor amigo. Y con razón. Hace unos años él salió en mi búsqueda. En el camino ha madurado como persona y como hombre. Las miradas de las féminas casaderas y de sus madres no son para nada disimuladas cuando me paseo con él tanto en la ciudad como en los bailes. Phillips siempre bromea que, si no fuera con él, terminaría casada con Erick y viviríamos en una villa a kilómetros de aquí.
—¿Qué ocurre? —inquiero, una vez que llegamos al jardín.
—El Regente desapareció. Las muchachas lo han buscado y los Cola Roja también. No han encontrado rastro de él. Es como si se hubiera esfumado.
—Erick, él ya no puede hacerme daño. Y si le dijera a alguien lo ocurrido, nadie le creería.
—Todos en Netherfield están avisados. Al primer percance o vista del Regente, deben avisarte.
Abro la boca, pero me retracto. Preguntar solo causaría más dolor.
—Edward y Lexie están bien. Elijah siempre está al tanto de la niña. Dice que al menos ya no llora como antes. Tu visita a la villa le hizo bien tanto a ella como al Duque.
—Me alegro mucho por ella. —Aprieto mis labios, y siento el nudo en mi garganta intentando abrirse paso.
—Edward está bien.
—Yo no he preguntado por él —atajo, con rapidez.
—No tienes que hacerlo. Tus ojos lo dicen todo. Los asuntos en la ciudad han ido bastante bien. Elijah dijo que varias veces han intentado llevarlo a la locura, pero Edward ha salido victorioso. Entre Arthur, Lazlo y James le ayudan mucho. Lexie ya sabe saltar de un caballo cuando está en movimiento, y sus habilidades con el arco han mejorado con rapidez.
—¿Edward la dejó hacer eso? Creí que...
—Al parecer se dio cuenta que su hija tiene el mismo espíritu aventurero de su madre y su institutriz. Pero ella solo lo hace cuando él está presente. El embarazo de Lizzie va de maravilla y la felicidad no cabe dentro de Thiago. Chloe ya está mejor de salud, y al parecer Amelia se abre un poco más a todos. Gregory ha terminado con un puño en el mentón, el palo de la escoba en la cabeza y un libro en el rostro.
—Espera. ¿Qué? —No pude controlar la carcajada.
—Él alega que siempre es intentando ayudar a Amelia. Después de lo ocurrido, Gregory no le quita el ojo de encima, y ella protesta, pero es notable que le agrada.
—Me alegro que todo vaya bien en la casa de los Warner.
—John y Jonas te mandan saludos. El muchacho pasa las tardes con la pequeña duquesa. Ella le enseñó a lanzar flechas. El chico es un poco torpe pero al menos lo intenta, y eso la hace sonreír. Si yo fuera Edward, tendría un poco de cuidado.
—No. ¿En verdad crees que eso pueda pasar? Erick, solo son niños.
—Lo sé, pero uno nunca sabe. Ambos perdieron a sus madres de pequeños y tienen muchas cosas en común. De hecho, Edward se alegra de pasar la tarde con John y su hijo menor. La condesa Victoria ha estado enferma en los últimos días. Lazlo y el doctor han estado al tanto de ella en todo este tiempo.
—Muchas gracias. Ese ha sido un gran reporte.
—Jane, ¿estás segura?
—Sí, Erick. Ella pudo haber sido un poco desconfiada e incluso descortés cuando nos conocimos, pero Michelle me hizo comprender un detalle. Ella no sabe nada de flores. Tú mismo lo has visto. Eso significa que el asesino de la duquesa sigue suelto. Y tengo miedo que Edward sufra mucho más.
—Estaremos al tanto de todo. —Nos unimos en un cálido abrazo.
—Eres el mejor amigo de este mundo. No puedo pedir uno mejor.
—¿Disculpa? —protesta, ofendido, y se separa—. Como tengas a otro verdadero amigo, lo desaparezco. —Ambos reímos y nos adentramos en la fiesta.
Non voglio bugie: No quiero mentiras (Traducción)E arrivò la puttana di palazzo: Y llego la puta de palacioOltre ad essere una troia è anche sorda: Además de mujerzuela también es sorda.
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