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Capítulo 49 «Nuevas reglas»

Edward

Siento los rayos del sol sobre mi mejilla. Protesto y coloco la almohada sobre mi cabeza, pero una carcajada me hace levantarme de un salto. Estrujo mis ojos y agudizo mis oídos, creyendo que había lo había soñado, pero ese hermoso sonido llega una vez más a mis oídos.

—Lexie —murmuro con una sonrisa en los labios.

Me levanto emocionado, pero termino en el suelo por las sábanas enredadas entre mis piernas. Un quejido brota de mis labios seguidos de una maldición. Tomo la primera camisa y pantalón que veo con cierta urgencia. Bajo las escaleras y el olor fuerte a limón me golpea. Un silbido singular llega a mis oídos.

—¿Chloe?

La antigua cocinera eleva su rostro. Sus ojos ahora me miran felices, pero con ciertos aires de recriminación.

—Buenos días, Edward.

—Te quedaste. —Bajo los escalones y la abrazo, a pesar de su resistencia a mi gesto.

—No pude decirle que no a Jane. —Me alejo de ella al escuchar el nombre de la institutriz. La carcajada de Lexie llega a mis oídos una vez más.

—No te quedaste porque me extrañabas.

—Oh, sí, yo te extrañaba. Todos. La institutriz me pidió de favor que no te abandonara. Que me necesitabas. Y por lo visto tiene razón —protesta, señalando con el mentón la pared—. Esta casa es un desastre. Gracias a Dios Arthur y Tom trajeron todo lo que necesitaba.

—¿Ellos también se quedan?

—Esa pregunta me ofende —dice Tom a mis espaldas.

Me giro hacia él y le abrazo, conmovido. Siento como a mis labios les duele estirarse. Desde hace unas semanas había dejado de reír.

—Pero Chloe tiene razón. Después que Lexie regresó a casa a salvo, nos retiramos, pero Jane tocó a nuestra puerta bien temprano en la mañana y nos pidió regresar definitivamente —recalca, y bajo la cabeza, apenado.

—Debería darle vergüenza a esa muchacha el estado de esta casa—replica Arthur y trago en seco.

—Oh, por Dios. ¿Qué es todo ese alboroto tan tem...? ¡Váyanse de mi casa! —protesta Rose al bajar las escaleras—. Les ordené que...

—Tú no eres nadie para ordenar, Rose —interviene una voz neutra, pero se siente la molestia en su tono.

—¡Fuera! —ordena la pupila, y la institutriz enarca una ceja. Cruza los brazos en el pecho y chasquea la lengua—. Edward, haz algo.

—Oh, Dios mío, Rose, desaparece por donde mismo viniste. Tu presencia me causa náuseas.

—Mira, institutriz de...

—Mucho cuidado como te refieres a mi hija en mi presencia —interviene Murray y trago en seco. Su mirada transmite mucho odio hacia la joven en las escaleras.

—Gracias, papá, pero no era necesario. Yo puedo hacerlo sola. —La institutriz le guiña un ojo a su padre y este sonríe—. Rose, con permiso, es tiempo que hablen los adultos.

—Pero yo soy la dueña de...

—No eres dueña no de tu vida, vas a saber cómo llevar una casa. Desaparece de mi vista, si no quieres terminar con un ojo morado —amenaza Jane—. Y por cierto, no soy una institutriz. Por más que lo niegues, sigo siendo la hija de dos duques y prometida del príncipe de Inglaterra.

Las últimas palabras hacen sangrar mi corazón y la tristeza me invade.

—Pero...

—Rose, no me gusta repetir las cosas dos veces y ya voy por la quinta. Enciérrate en tu habitación y no salgas hasta que me haya ido. Su Excelencia, necesitamos hablar.

—Edward, haz...

—Rose, por Dios Santo, deja de chillar y haz lo que se te dice —espeto molesto por la tensión en el aire, pero hasta para mí se siente cierta liberación cuando ella no está.

La pupila regresa a la segunda planta, con paso fuerte. Doy un leve asentimiento con la cabeza a todos e indico a Jane el camino. Ella camina y sus pantalones ajustados me hacen tragar en seco. Es imposible que mis ojos no se desvíen a su redondo trasero. Un golpe en la cabeza me hace recapacitar.

—Auch —protesto hacia Chloe. Me había golpeado con el palo del trapeador.

—No seas tonto y ve.

Con paso rápido alcanzo a la institutriz antes de llegar a la sala de estar y abrirle la puerta. El olor a limpio nos recibe. Todo está completamente desempolvado y unas cortinas blancas me reciben junto a unos nuevos muebles color crema con flores rojas. Parpadeo perplejo. Nada de esto estaba ayer en la tarde.

—Mandé a que los trajeran. Chloe me dijo que los anteriores estaban destrozados. El ebanista hizo un excelente trabajo en poco tiempo.

—Jane...

—Vamos a los negocios —me corta y asiento.

Ambos nos acercamos a la ventana y mis ojos se llenan de lágrimas al ver como muchos rondan la casa arreglando el jardín y las caballerizas. Lo que más dolor me dio fue ver a Lexie sonreír junto a Elijah y Lazlo. Ambos a su lado mientras juegan entre las flores.

A lo lejos veo los caballos pastando. Ninguno quiso salir de su lugar en todo este tiempo. Alimentarlos fue un gran desafío, y los gritos de Rose solo ponía nerviosa a las yeguas. Diamante se eleva en sus patas traseras, así como Zafiro y Luna, cuando un caballo negro corre entre ellas. Debe ser Hiram, el caballo de Jane. ¿Qué he hecho? ¿Cómo dejé que esto se saliera de control de esta forma?

—Primer punto. Los Cola Roja se quedarán cuidando tus tierras —comienza a hablar sin mirarme—. A cambio, tú les dejarás construir alrededor para que se asienten finalmente junto a sus familias. Muchos perdieron todo por seguirme y cuidarte en este tiempo. Es lo menos que puedes hacer por ellos.

—Jane...

—Segundo. Chloe, Arthur y Tom van a regresar definitivamente. Nada de Rose sacándolos u ordenándoles qué hacer. Se encargarán de los quehaceres de la casa, así como la limpieza y cuidado.

—Esa idea es perfecta, Jane, pero...

—Tercero. Cuidarás de Lexie y no dejarás que Rose se le acerque. Esa niña te quiere y lo sabes. Haría lo que fuera por ti. La pupila solo dirá que sí a todo lo que se le diga sin protestar.

—¡Jane, basta!

—No, Edward. No pienso parar. —Se gira finalmente y sus ojos grises transmiten frialdad al mismo nivel de sus palabras—. Todo lo que construiste en estos dos últimos años han sido destrozados por tus acciones. Cada una de las personas que te querían y amaban de verdad, terminaron alejándose porque no hacías nada por ellos. Chloe me contó todo. Rose gritándole, lanzando la comida al suelo y la pobre mujer tenía que limpiarlo.

—Yo... yo...

—Fue humillada en tu presencia y no hiciste nada. —Me hace recordar esa noche cuando Chloe, aún estando enferma, cocinó para nosotros—. Debería darte vergüenza. Esas tres personas te cuidaron desde que eras pequeño. Rose no tiene ningún derecho a echarlos de tu vida o la casa como si fueran perros callejeros.

—Sí tengo derecho —se escucha la voz chillona de Rose—. La comida sabía mal y...

Jane me rodea, empuja a la pupila contra la pared colocando el antebrazo en el cuello de Rose y doy un leve salto en mi lugar por la impresión.

—Si tan mal estaba, la hubieras cocinado tú.

—No tengo que...

—Oh, querida, sí tenías que hacerlo. Esa mujer estaba enferma e hizo lo que pudo sola. Tienes dos manos y la cocina es lo suficientemente grande para que le ayudes.

—¿Te has vuelto loca? Yo no puedo hacer eso —replica la pupila, en una batallade miradas.

—Escúchame, pupila inservible, si no quieres que tu vida se haga un infierno de ahora en adelante, dejarás que Chloe haga lo que necesite hacer y comerás lo que cocine sin chistar.

—Edward, haz algo —suplica la pupila y acudo mi cabeza.

—Jane tiene razón —digo, finalmente.

—¿Qué? ¿Cómo puedes estar de su lado cuando yo soy...?

—La mujer que se metió en la cama de quién no debía —concluye la institutriz y noto como Rose rechina los dientes—. Ahora, como pupila obediente, sube a tu habitación y no salgas de ahí.

—Edward...

—Hazlo, Rose.

—Pero... —La protesta de la pupila queda interrumpida cuando Jane golpea la pared con el puño y luego entierra en puñal cerca del rostro de Rose.

—Desaparece de mi vista, pupila, o vas a llegar a tu boda con una bonita cicatriz en tu rostro.

—No te atreverías.

—No me tientes, Rose. No me conoces de nada —finaliza Jane y se aleja, agarrando el puñal.

La pupila eleva su mentón, agarra la falda de su vestido y se retira. Jane cierra la puerta de un portazo al ver que Rose tenía la intención de decir algo más cuando estaba en el pasillo.

—Maleducada —murmura ella y chasquea la lengua.

—Creo que la asustaste.

—Ya desearía.

Pone los ojos en blanco y camina hacia mí, colocando el puñal en una cinta de cuero cerca de su muslo.

—Jane, lo siento mucho. El doctor me dijo lo ocurrido con el Regente. Yo no sabía. Creí que...

—Edward, detente. —Mi nombre saliendo de sus labios me paraliza—. Si por un momento hubieras puesto a funcionar tu cerebro y no te hubieras dejado llevar por las emociones, hubieras notado que algo como eso era imposible entre yo y ese sujeto. Las palabras ya no tienen valor para mí. Ahora, te pido de favor que te afeites y vuelvas a ser el padre de Lexie. Ella te necesita. Te extraña. ¿Lo prometes?

—Solo si me perdonas.

—Te perdoné desde hace tiempo.

Intento acercarme, esperanzado, pero ella se aleja dando un paso hacia atrás.

—Te perdoné, pero no pienso regresar.

—¿Qué?

—Me di cuenta, que siendo otra persona no era el camino correcto. Phillip ha sido un caballero y comprendió todo. Aún con mi rudeza y mi pasado de bandida, me aceptó como soy.

—¿Se lo contaste?

—Todo. Desde el principio hasta que volví hace unos meses a palacio. No puedo estar con alguien que es incapaz de dejar libre su pasado para construir algo nuevo. Alguien demasiado egoísta, donde solo deja avanzar en el amor hasta donde él decida, no es lo que quiero para el resto de mi vida.

—¿Y él sí?

—Me dejó entrar a su casa aún después de desaparecer sin razón aparente y me abrió su corazón sabiendo toda la verdad.

—¿Le amas? ¿Tanto como me amaste a mí?

—Es diferente, Edward. Tú me hiciste daño. Él no.

Cuadra sus hombros y la frialdad en sus ojos comienza a desaparecer.

—Debo partir. El vestido de novia llegaba ayer, pero ya estaba aquí buscando a Lexie.

—Jane...

—Los problemas del pueblo ya están solucionados. Elijah y James me pusieron al tanto. Las deudas están pagadas. Me encargaré de custodiar los cofres hasta palacio en persona. Cada uno de los tratos están cerrados y los negocios que necesitaban tu permiso fueron firmados.

En mis manos entrega el sello que siempre tengo en... Frunzo el ceño. Esto siempre está en mi habitación.

—No te preocupes. No vi nada indebido. Con excepción de tus ronquidos taladrantes y la marca de baba en la almohada. —Ambos reímos por lo bajo y la tensión en el ambiente se disipa—. Cuídese mucho, Su Excelencia.

Ella se aleja, pero la agarro por el brazo y la atraigo hacia mí. Lucha por zafarse de mi agarre, pero no la dejo ir. Le extraño demasiado. Su olor sigue siendo el mismo, así como la suavidad de su piel cuando paso la nariz por su delicado cuello. El nudo en mi garganta aumenta con cada segundo que pasa y en mi pecho retumba con fuerza mi corazón. Jane finalmente se calma y deja escapar un suspiro.

—Te amo, Jane. Sin importar que nos separemos, no dejaré de amarte.

—Ya es muy tarde para eso.

Siento las lágrimas en mis ojos asomar cuando escucho esas palabras saliendo de su boca y tomo una bocanada de aire para que no salga ninguna sin mi permiso.

—No importa. —La dejo ir, e intento buscar alguna señal en sus ojos grises, pero la indiferencia sigue perenne, y eso me lastima aún más—. Solo quería que lo supieras.

—El dolor y la tristeza están hablando por usted, Su Excelencia. ¿Qué pasará el día donde la rabia lo complete una vez más? ¿Volverá a alejar a aquellos que se preocupan por usted? Lo siento, pero no puedo pasar por eso otra vez. Espero no tener que regresar por Lexie otra vez si se pierde.

—En verdad nunca se perdió. Todo fue una trampa por parte de ella.

—Porque no solo me había perdido a mí. Su padre ya no estaba dándole el apoyo de siempre. Tenga presente que un día ella se irá casada, y la única forma en que Lexie regrese para visitarlo será si tiene una razón para hacerlo. Ponga en orden su vida y prioridades. Tenga una buena tarde, Su Excelencia.

Por la ventana veo como la niña corre a los brazos de Jane y la carga sin ningún problema. Le dice algo al oído y después la coloca en el suelo.


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