Capítulo 48 «Ha desaparecido»
Jane (Dos meses después)
Mis brazos queman, el sudor recorre mi espalda, y protesto por cada estocada que doy. Su sonrisa triunfante solo aumenta mis ganas de seguir, pero Murray McHall es tan incansable como yo.
—Una más —insisto colocándome en señal de defensa con el florete hacia adelante, pero él niega con la cabeza—. No puedo creer que el duque Murray finalmente se dio por vencido.
—Eso, o sabe que tienes a un fuerte oponente justo detrás de ti.
Mis labios se curvan en una sonrisa al escuchar esa voz femenina tan conocida para mí.
—¡Michelle! —Dejo caer el florete y corro a abrazarla.
—Yo también te extrañé —dice cerca de mi oído y nos fundimos en un abrazo. Uno que no sabía que necesitaba—. ¿Lista para un verdadero oponente?
Nos separamos y asiento.
—Esa es mi señal de retirada —anuncia mi padre y besa a mi amiga en la cabeza—. Un placer verte por aquí, jovencita.
—El placer es mío, Murray. —Ambos se abrazan y mi padre le entrega su florete y me da el mío antes de regresar a casa.
—No creí que vendrías tan pronto.
—No puedo perderme semejante celebración y más si tú eres el centro de atención.
—Amarías estar en mi lugar —rebato enarcando una ceja y sus ojos se abren aterrorizados.
—Non ci credo. Sarebbe disgustoso—No es tan malo. Además, falta poco para el evento asombroso —señalo con cierta ironía y ella resopla.—¿Quién me asegura que no pasaba algo en el camino? ¿Y si le sumamos que extrañaba a mi mejor amiga?—Buena justificación. Entonces, ¿lista? Elevo mi florete hacia ella mientras flexiono mis rodillas hacia adelante, alzo mi brazo libre para equilibrarme y me pongo en guardia. Ella enarca una ceja y la falda de su vestido aguamarina cae al césped. —Lindos pantalones —añado con cierta burla y comenzamos la lucha. Al caer la tarde, ambas nos dejamos caer con peso en la cama. —Te estás volviendo vieja —ataja con ironía y la golpeo con el codo en las costillas. —Sabes que no es cierto. Solo estoy agotada. También estuve entrenando con mi padre. —No intentes justificarte, Jena McHall. —Pongo los ojos en blanco. Cuando dice mi nombre completo, la reprimenda es lo siguiente—. ¿Me puedes explicar en qué estaban pensando?—No empieces, italiana. Por mucho que le quiera y sea mi amiga, a veces se recalcitrante. Creo que por eso nos llevamos tan bien. —Odio cuando te pones en ese estado, Jena. —¿Qué estado? —protesto y me siento en la cama—. Solo quiero ser feliz. —Pamplinas. Es más fácil creer que los caballos vuelan a que vayas a ser feliz con...—Michelle, por favor, basta —interrumpo, elevando mis rodillas y rodeándolas con los brazos. —Eso funcionó hace años, querida. Todos cambiamos desde que desapareciste. Aurora sigue insistiendo en que me case. —Hace un gesto de asco sacando la lengua y sonrío.—Y tu abuela lo seguirá haciendo hasta que algún joven alocado te acepte. —Si Aurora te escucha, también estaría haciendo lo mismo contigo. —Mi cuerpo tiembla ante las palabras de la italiana—. Además, no fuiste la única en hacer estragos. —Michelle... —le recrimino y ella levanta sus manos en señal de rendición. —Juro solemnemente que esta vez no fui yo. Phillips también estaba haciendo travesuras y terminó en América. —Espera un momento. ¿Cómo dices? —inquiero parpadeando perpleja. —¿No lo sabías? Pues cómo ibas a saberlo si andabas recorriendo Inglaterra —añade con ironía.Resoplo ante el doble sentido de sus palabras y me levanto hacia la ventana. Michelle se sienta frente a mí cerca del alféizar. Sonrío cuando veo a una niña de cabellos rubios de la mano de una señora. Imagino que será su mamá. La nostalgia me invade al recordar a la pequeña duquesa. Los desayunos fantásticos de Chloe, las apuestas de Tom con Arthur para ver quién daba de comer a Zafiro. Michelle seca algo húmedo que recorre mi mejilla. —¿Quién fue? —más que una pregunta, fue una orden. —Nadie —contesto entre susurros, quitando la vista de la niña cuando entra a una tienda. —No me mientas, Jena McHall. ¿Quién fue el hombre que conquistó tu corazón, pero al mismo tiempo lo destruyó?—¿Y tú como sabes qué no fue al revés?—Perché ti conosco, ragazza. —Tú misma dijiste que habíamos cambiado. —Es cierto, pero la forma en que sentimos y amamos sigue siendo la misma, Jena. Eso no cambia. —Todo comenzó cuando escapé de casa y llegué a un pueblo llamado Netherfield, en Yorkshire. Al llegar la noche, la italiana ya sabía todo lo ocurrido desde mi desaparición hace unos años, eliminando la parte de la banda de los Cola Roja. Le dije que había sido herida de muerte y unos amigos me encontraron. —¿Puedes parar?—Pero es que me enerva la sangre, Michelle. ¿Cómo pudo ser capaz de pensar en que yo haría algo tan horrible con el Regente?—Jena...—Edward es un hombre engreído y egocéntrico donde solo cuenta su palabra, cuando siempre hay dos partes en la historia. —Jena...—Y si le sumamos que la patética de Rose es más falsa que Olive cuando lleva vestido donde muestra más de lo que debería, pues sería la cereza del pastel. —¡Jena!—¿Y tú por qué gritas?—¿Qué querías que hiciera? Antes de ocultarse el sol estabas hablando mal de Edward Kellington. Sto morendo di fame. —Perdón. —Suspiro y recuesto mi espalda a la pared—. Es que, con todo y su prepotencia, mal carácter y...—Ya entendí. A pesar de haberse confundido de gran manera contigo, aún le amas. —No. Le quiero. Son dos cosas completamente diferente. —¿Y si él viniera al evento?—Nunca lo haría, Michelle. Su título de noble le impediría pasar esa humillación tan grande. Lo mejor que pudo pasarle a ese hombre fue conocer a Alexia y tener una hermosa niña tan dulce como la miel. Lástima que la primera, fuera causa de nuestras discusiones y la segunda la responsable en que quisiera quedarme. Extraño a esa niña. —No, amiga. Extrañas todo lo que tenga que ver con Netherfield. Sin conocer a la condesa Victoria, ya me cae bien. —¿Es en serio? Justamente fue ella...—¿Me vas a decir que una señora de casi setenta años fue capaz de asesinar a la esposa de Edward, cara de señor recto pero corazón blando, cuando ni siquiera sabe lo que es una peonía? —Frunzo el ceño ante sus argumentos—. Eso es como enseñarle a un pez a subir un árbol.—Oh, Dios mío. Si no fue ella, ¿entonces quién?—Pues el mayordomo. —Pongo los ojos en blanco y ella ríe a carcajadas—. ¿Qué? Siempre es el mayordomo. —Estás leyendo demasiados libros. Ese hombre adoraba a Alexia. Tengo entendido que todos sufrieron con su muerte. Siempre fue sincero conmigo y me ayudaba en todo lo que podía para hacerme sentir como en casa. Mi instinto nunca me ha fallado. —Pues erró con la condesa. —Pero ya no es problema mío. Él se va a casar y yo...—¿Quién puso la fecha de matrimonio?—Yo —contesto. —¿Sabías la fecha exacta sobre la boda del duque? —Asiento—. ¿Existe la ligera casualidad que la hayas puesto un día después porque están a menos dos días a caballo y él se retracte de....?—Ya basta, Michelle. La puse ese día porque el cumpleaños de... —La puerta es abierta con violencia y los ojos de mi padre indican algo grave—. ¿Qué pasó?—Es Lexie. —¿La niña? —pregunta Michelle aterrada y mi padre asiente. —Ha desaparecido. —¿Cuándo? —pregunto mientras me levanto.—Cinco días—contesta y abro el closet. —¿Quién te avisó?—Elijah. Dice que estuvieron revisando toda la zona de Netherfield y todos los alrededores de Yorkshire, pero no la han encontrado. Tuvieron que cambiar de caballo varias veces para hacerte llegar el mensaje lo más rápido posible.—¿Qué hay del bosque? —Saco unos pantalones oscuros, dos camisas blancas y las botas oscuras. —Ni rastro. Luna sigue en los establos. —Cubrió su rastro —murmuro para mí—, justo como le enseñé. —¿Qué quieres hacer?—Partimos para Netherfield, papá. —¿Cuándo? —preguntan ambos, y antes de cerrar la puerta del cuarto de baño con la ropa en la mano, contesto:—Ahora. Se suponía que en dos semanas debíamos llegar a Netherfield, pero cruzamos el portón principal en una semana. Mi padre golpea la puerta con fuerza. Yo lo hago una vez más. Mi paciencia comienza a agotarse, pero escucho como pasos se acercan y la puerta es abierta.—¿Qué haces...?—Sal de mi camino —empujo a Rose por el hombro y me adentro en la fría casa. La calidez que sentía meses atrás ha desaparecido por completo. Un olor extraño llega a mi nariz y debo cubrirla con el brazo. —¿Qué quie...?—¿Dónde está Edward? —ordeno. —No es de tu...—Escúchame bien, rubia patética, o me buscas a Edward o arraso con la casa hasta encontrarlo. Decide si quieres hacer esto por las buenas o por las malas. Rose aprieta el mentón y no deja de observarme con sus ojos azules gélidos. —No me hagas repetirlo dos veces, Rose. No tengo la paciencia suficiente y el reloj no va a parar de correr. —Está en su estudio —contesta, y empujo su hombro al pasar por su lado. Piso con fuerza los escalones a medida que avanzo y trago en seco al ver la total oscuridad en esta planta. Casi no se puede ver nada. Lo único que me guía es la puerta entreabierta al final del pasillo. —No ten... —Tenemos que hablar, Su Excelencia —dictamino al entrar. La claridad de la luna sobre su cuerpo me hace notar el cambio al escucharme. Sus hombros se tensan y deja caer los papeles que tiene en las manos. Se gira con lentitud y trago en seco al ver lo descuidado que está. Una barba desorganizada de varias semanas cubre su mentón. Su ceja no curó por completo, así que tiene la marca de cuando Amelia lo golpeó. Sus oscuros ojos se abren al verme, y palidece.—¿Jane? —Sacudo mi cabeza apenas dice mi nombre—. ¿Qué estás...?—Vine por Lexie. Me llegó un mensaje que había desaparecido. —Sí, ella...—¿Cuándo fue la última vez que hablaron, Su Excelencia?—Yo...—Olvídalo. —Los Cola Roja están limpiando la zona —interviene mi padre—. Buenas noches, Duque Kellington. —Buenas noches, Duque McHall. —¿Cuándo la viste por última vez? —El titubeo en su mirada me hace pensar lo peor—. Conteste. —No hablo con ella desde que te fuiste. —¿Cómo puedes ser tan irresponsable? —Mi padre me agarra por el brazo y me suelto con violencia.—Jena...—Ahora no, papá. —Me acerco al Duque en modo amenazante y empujo su pecho con el dedo índice—. ¿Cómo es posible que el Duque de Netherfield no sea capaz de guardar y cuidar el ser más hermoso y dulce de este planeta?—Lo... lo siento —finaliza derrotado. —¿Eso es lo único que vas a decir? Eso no traerá de nuevo a Lexie, Su Excelencia. —¿Puedes dejar de llamarme así? —Una sonrisa amarga se posa sobre mis labios.—Hablo por su título, como debería ser. —Yo no puedo seguir con esto —murmura, abatido.—Alguien me dijo una vez: ¿Quieres ver a un hombre derrotado? Que se sienta a gusto con lo que tiene. —Traga en seco sin apartar sus ojos negros de mí—. Me da gracia que esa misma persona la tengo frente a mí, hecha un desastre. ¿En verdad está a gusto en la forma que está viviendo? ¿Su hija allá afuera perdida y usted encerrado en esta lúgubre y oscura habitación ?—Jane...—Mi nombre es Jena McHall, Su Excelencia —interrumpo con voz neutra y seca—. No lo olvide. —¿Tienes alguna idea de dónde más buscar, Duque? —interviene mi padre, alejándome con cautela. —Ya hemos buscado en toda la zona, Mu... Duque McHall. Sigo pensando y ...—El cuadro —digo de repente al recordar lo que hablamos ese día. —¿Qué cuadro?—El de Lexie. Corro por el pasillo hasta el cuarto de pintura, pero todo está muy oscuro. Con cuidado enciendo las velas y me aterroriza lo que veo. —Oh, Dios mío. El color que más predomina es el negro. Las insinuaciones en los lienzos son atemorizantes. Es como si fueran pesadillas plasmadas en pinturas. Pero uno en particular me llama la atención. —¿Lo encon...? —Las palabras de Edward son cortadas cuando mi mano golpea su mejilla con fuerza y lo empujo con todas mis fuerzas. —¡Jena! —espeta mi padre y el duque me mira contrariado. —¿Cuándo fue la última vez que vio un cuadro de Lexie? —pregunto con los dientes apretados y me acerco a Edward hasta que pega su espalda a la pared. Me tiene miedo. Se nota en sus ojos negros—. Dígame, Su Excelencia. ¿Cuándo fue la última vez que vio un cuadro de su hija?—¡Edward, cari...!—¡Apártate de mi vista, Rose! —amenazo sin dejar de observar al Duque, pero ella se interpone entre nosotros.—¿Quién rayos te crees que...?—Estoy hasta la coronilla de ti y tu falsedad, maldita hipócrita —añado tajante cerrando mis manos con fuerza, aguantando las ganas de dejarla con un ojo hinchado—. Si por algún momento se te ocurrió tocar, aunque sea un cabello de Lexie, juro por mi caballo que es lo más preciado que tengo, que voy a buscarte y acabaré contigo, Rose. —¿Eso es...?—Sí, pupila, es una amenaza —digo bien cerca de ella y giro mi rostro hacia el Duque—. Debería darle vergüenza. Alexia debe estar revolviéndose en su tumba al ver en lo que usted se ha convertido. Cada palabra que digo me hiere, pero por el dolor en la mirada de él, sé que le está doliendo mucho más que a mí. —La antigua duquesa...—Tienes hasta tres para que salgas de mi vista, Rose —interrumpe su parloteo chillón. —No puedes...—Uno...—Edward, haz algo —insiste ella con voz temblorosa.—Dos... —cuento y tomo la empuñadura de la espada en mi mano. Los ojos de la pupila se abren al ver mi gesto y notar que nadie ha hecho nada para detenerme. —Apártate de mi vista, Rose. No me gusta repetir las cosas demasiadas veces. Traga en seco al ver el nulo titubeo de mi parte y sale de la habitación.—¿Qué estamos buscando? —interviene mi padre para alejar un poco la tensión en el ambiente. —Busca una especie de castillo y árboles con las cuatro estaciones, papá. —¿Cómo sabes del escondite? —inquiere Edward. —¿Sabes cuál es? —pregunta papá.—Alexia y yo íbamos de vez en ... —Enséñanos el lugar, ahora —ordeno y lo empujo fuera del cuarto de pintura. —¿Cómo estás tan segura? —pregunta, mientras bajamos las escaleras y gruño por lo bajo cuando llegamos a la puerta. —Un día, Su Excelencia, si traemos a Lexie de vuelta, solo le pido un día para que entre a ese cuarto. Usted entenderá.—Jane. —Unos avejentados brazos me rodean y debo reunir todas mis fuerzas para no quebrarme cuando me dejo engullir por Chloe—. Mi niña, como te hemos extrañado. —Yo también a ustedes. Hola, Arthur —saludo al señor detrás de la cocinera. El nudo en mi garganta aumenta al ver sus ojos cristalizados y sonrisa triste. —¿Cómo has estado? Te veo más recuperada, muchacha.—Mucho mejor, pero extraño tus guisos, querida Chloe. —Cuando quieras puedo ir a palacio y cocino algo especialmente para ti. —Es sería genial.—Hablen luego —interviene el mayordomo con una sonrisa amarga en los labios—. Me alegro verte de nuevo, Jane.—Yo también, querido Tom, pero ahora debemos partir. ¿Puedo usar a Zafiro? Hiram está muy cansado del viaje. —Me encargaré de cuidarlo bien —añade Arthur—. ¿Quieres ir conmigo? A menos que seas tú, es imposible acercarse a esa yegua. Una vez preparados, salimos a galope atravesando el bosque. Por el rabillo del ojo noto como varias capas rojas se ondean a lo lejos y sonrío. Ya no es necesario, pero las siguen usando. Después de casi cuatro horas de galope constante, Edward se detiene. El aire húmedo golpea mi rostro. El olor a sal llega a mi nariz. No estamos muy lejos de la costa.—Al otro lado de la colina, se verá la fortaleza en ruinas. —¿Qué estamos esperando? —insto con premura.—No puedo ir —explica. —Edward —Da un respingo sobre Diamante y muerdo mi lengua suavemente por mi error cometido—, tu hija está al otro lado de esa colina. Debe tener miedo, hambre y frío. ¿Qué te lo impide?—Yo... Yo... —Acerco a Zafiro y toco su hombro. —Sé que tienes miedo, porque comprendes que las decepcionaste tanto a ella como a la antigua duquesa, pero no puedes dejar que eso te impida ver adelante. Alexia ya no está y Lexie solo te tiene a ti. Tus miedos no son comparados a los que tiene esa niña en estos momentos.—Gracias. —Lo hago por ellas —aclaro con rapidez y limpio mi garganta con un leve carraspeo—, no por usted. Él asiente y galopa frente a todos, pero yo me quedo en mi lugar. —¿Por qué no vas? —Ya hice mi trabajo aquí, papá. No sé si seré lo suficientemente fuerte como para verla y no correr a abrazarla mientras lloro sin parar. Esperemos que ella esté aquí. —Lexie salió de casa huyendo de la pupila y su padre. ¿En verdad crees que ella va a ir hacia él cuando le vea llegar? —Resoplo y él ríe. —Odio cuando tienes razón. —¿Sabes en lo que también tengo razón, hija mía? Cada vez que regresas a este lugar es para encontrar a esa niña. —Oh, ya basta, papá. Galopamos juntos hasta llegar al otro lado de la colina. Frunzo el ceño al ver que todos siguen sobre sus caballos. Apresuramos el paso hasta llegar a ellos.—¿Qué está pasando? —inquiero. —La niña no quiere salir. Parpadeo, perpleja, ante la respuesta de Elijah. —¿Me estás hablando en serio? —pregunta papá y el aludido asiente.—El Duque quiere llevársela por las buenas —explica y cruza los brazos en el pecho—, algo que veo completamente improbable.—A menos que vea a su institutriz favorita —añade papá y resoplo. —Buena idea, Duque McHall. —Puedes decirme Murray, muchacho. —Elijah, no me ayudes más —rebato al ver como ambos sonríen.Me bajo de la grupa del caballo y camino hasta la fortaleza casi en ruinas. Me adentro por lo que parece una puerta y veo a Edward intentando hablar con Lexie, pero esta le sigue dando la espalda. —Cariño, por favor, regresa a casa con papá. —No —replica la niña, y sonrío por lo bajo al ver que remueve la punta de su pie derecho. «Vaya, vaya. La duquesita salió orgullosa como el padre», analizo, mientras observo el lugar. Está bien cuidado y tiene comida suficiente como para dos semanas, pero lo más curioso, son los dos vasos sobre la mesa y las migajas de golosinas. Lexie no es una niña amante a los dulces, y el envoltorio que está disperso por el piso es muy peculiar y caro. —¿Por qué no quieres regresar a casa? —insiste el duque con dulzura. —Porque cierta duquesita —La niña da un respingo en su lugar y gira su rostro para verme—, le gusta el lugar y la compañía, ¿verdad, Jonas?—Espera. ¿El menor de los Warner? —inquiere el Duque, aterrado.Una cabecita conocida sale a relucir detrás de una columna. Su sonrisa tímida no ha cambiado. —¡Jane! —exclama Lexie y corre hacia mí con los brazos abiertos. La elevo en el aire y la aprieto a mi pecho. —Oye, estás un poco grande, ¿sabes? Chloe te estaba alimentando bien.—Viniste —murmura en mi oído con voz quebrada y tomo aire por la nariz para calmar las emociones. —Siempre vendré por ti, duquesita. Ahora —La dejo en el suelo y el menor de los Warner se acerca ante la mirada estupefacta del Duque—, ¿saben lo preocupada que estaba? Jonas, si tu padre se entera de esto, puede castigarte. —No la regañen —dice el jovencito y la coloca detrás de él, escudándola—. Yo solo quería cuidarla hasta que... —detiene sus palabras y mira hacia abajo. —No me lo puedo creer. Tu mandaste el mensaje con Elijah —concluyo y dejo escapar una sonrisa al ver como él asiente.—El padre de Thiago va a matarme —murmura el Duque. —No la castiguen, por favor —insiste el muchacho y mis ojos recaen en el Duque. Este niega en la cabeza como si aún no se lo creyera. —Eso no puedo prometerlo, porque ya no soy... —detengo mis palabras para no herir los sentimientos de la pequeña. Me arrodillo frente a ellos y tomo una mano de cada uno de ellos entre las mías—. Lexie, Jonas, este lugar es peligroso para ustedes que son niños. Saben que sus acciones tienen consecuencias, ¿verdad? —Ambos asienten, pero noto como el Duque baja la cabeza—. Lo que hicieron estuvo muy mal. Van a prometerme que nunca más volverán a hacerlo. —Elevo mi meñique y ellos entrelazan los suyos con los míos—. Vamos. Es hora de volver a casa. Al llegar a la puerta, Jonas le da un último vistazo a la duquesa y sonríe. Ella le corresponde y sale de la fortaleza. —Lexie, por favor, no me hagas esto. Este tipo de sustos pueden hacer que me preocupe —le recrimino, con voz suave.—Pero quería verte —dice con un puchero y trago en seco. —¿Por qué no se lo dijiste a papá? —Su silencio me hace enarcar una ceja hacia el Duque y este deja caer sus hombros—. Tienes dos opciones. O le dices a papá o mandas un mensaje con Elijah. Estaré aquí en cuanto pueda, ¿entendido?—¿Lo prometes? Mis ojos van hacia él una vez más y veo indecisión en sus ojos negros, pero al final asiente. —Lo prometo. Dejo a la niña en el caballo de mi padre y todos cabalgan en dirección a la mansión. —Jane...—Por favor, Su Excelencia, cuide de su hija —digo, dándole la espalda desatando la correa de Zafiro del árbol. Mi padre debe haberlo pensado—. Es lo único que le pido. Gira mi cuerpo para verle de frente y me apresa contra el árbol. El fuego de su mirada alienta el que comienza a surgir dentro de mí. Cierro mis ojos cuando su dedo roza mi mejilla. Su tacto cálido me hace vibrar haciendo relucir esas emociones que creí esfumadas. Siento su aliento cerca de mi rostro y cosquillea mi nuca cuando sus dedos la acarician. Mi respiración aumenta, así como la comezón en mis manos por querer tocarlo, pero abro mis ojos y todo lo que comenzaba a sentir, desaparece al recordar sus palabras esa noche. —Debemos irnos —digo con voz neutra y cuadro mis hombros.—No me hagas esto, Jane. —Discúlpeme, Su Excelencia, pero no puede esperar que después de lo ocurrido, desee regresar. —¿Qué debo hacer para que me perdones?—Cásese con Rose y déjeme en paz. —La tristeza aumenta en su mirada con cada una de mis palabras—. Así seremos felices con aquellos que elegimos. —Yo no elegí. —Está en un error, Su Excelencia. Sí pudo hacerlo, la diferencia es que no quiso en ese entonces y se dejó llevar por sus fuertes sentimientos de dolor y rabia. No me escuchó, y ahora es demasiado tarde.Me alejo de él por debajo de su brazo y camino hasta Zafiro que se había alejado un poco. —Muchas felicidades, Jane. Espero que seas feliz con Phillip. —Quisiera invitarlo a la boda —Subo a la grupa de la yegua con agilidad—, pero en ese momento usted estará de luna de miel. —Jane...—Adiós, Su Excelencia —finalizo, y salgo a galope alejándome de aquel lugar lo más rápido posible. Non ci credo. Sarebbe disgustoso: No lo creo sería asqueroso (Traducción del italiano)Perché ti conosco, ragazza.: Porque te conozco, muchacha (Traducción del italiano)Sto morendo di fame: Estoy hambrienta (Traducción del italiano)
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