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Capítulo 45 ¿Qué hice?

Edward

La pupila tiene sus baúles a su lado mientras la institutriz tiene a mi hija detrás de ella, como si la estuviera cubriendo.

—¿Qué está pasando aquí? —digo con voz dominante al adentrarme en la habitación, pero detengo mis pasos cuando la mirada de Lexie recae en mí y noto sus ojos enrojecidos.

Intento acercarme, pero ella se esconde detrás de la institutriz

—Edward, cariño...

—Por última vez, Rose —interrumpe la institutriz con voz tajante—, para de hablar así. Solo la estás angustiando.

—Edward, puedes explicarle a tu hija y a la... institutriz lo que está pasando aquí —inquiere la pupila y carraspeo levemente.

—Ahora mismo íbamos a buscarme. ¿Cómo es eso que Rose viene a vivir a la mansión? —inquiere Chloe mientras se adentra en la habitación seguida de Arthur y Tom.

—¿Es eso cierto? —inquiere el mayordomo y paso la lengua por mis labios.

—Sí —contesto.

—¿Acaso te volviste loco? —increpa Tom estupefacto y mi corazón se contrae al escuchar los sollozos de Lexie.

—Te lo dije, duquesita. Yo seré tu nueva mamá.

—¡Jamás serás mi mamá! —espeta mi hija—. Dime que no es cierto, Jane. Dime que...

—Lo siento mucho, cariño —secunda la institutriz, arrodillándose ante la pequeña y por un leve momento, se agarra de la silla a su lado—. Tu papá ama a...

—¡No! —interviene mi niña en un grito desgarrador—. ¡Eso no puede ser verdad!

—Tu padre lo acaba de confirmar, duquesita —insiste Rose.

—Edward, ¿estás seguro de esto? —recalca Chloe—. ¿Qué pasó con...?

—Ya he tomado mi decisión —demando con voz autoritaria.

—¿Qué va a pasar con Jane? —pregunta Tom.

—Ella...

—Regreso con mis padres —anuncia la institutriz con voz neutra.

—No, no, no —grita Lexie golpeando el suelo con uno de sus pies en una rabieta y se abraza a su cuello—. No puedes irte.

—Lo siento mucho, cariño, pero tu papá ya tomó una decisión. —La toma en sus brazos y se acerca a nosotros, pero camina hacia Arthur e intenta entregarle la niña, pero esta no la suelta—. Lexie, cariño, debo irme.

—No te vayas —suplica con voz quebrada y trago en seco al recordar que esas fueron sus primeras palabras cuando la institutriz llegó la primera vez.

—Recuerda que siempre estaré contigo —murmura, y Arthur la agarra.

En su intento de seguir cerca de ella, Lexie rasguña el cuello de la institutriz. Arthur la saca de la habitación y debo apretar el mentón al ver como mi hija extiende los bracitos hacia la institutriz con su rostro bañado en lágrimas, justamente como ese día cuando casi perdemos a Jane por la bala en su espalda. Los gritos desgarradores desaparecen por completo. Imagino que ya debe estar en su habitación.

—Como dueña de esta casa, yo...

—Tú cállate, maldita desvergonzada —interrumpe la institutriz a la pupila—. No eres dueña ni de tus acciones, vas a saber cómo rayos llevar una casa.

—Mucho cuidado con...

—¿Con qué, Su Excelencia? —espeta la institutriz elevando sus brazos hacia arriba—. ¿Cuidado con qué? ¿Con mi tono? ¿Con mi lengua?

—No te permito...

—Pues me importa un tomate lo que me permita cuando ya no pertenezco a su servidumbre. —Rechino los dientes ante su tono recriminatorio—. Una cosa es lo que pasó y otra muy diferente meter a estar cualquiera...

—¡Ya basta! —espeto furioso

—¡No quiero! —exclama con fuerza y eleva su mentón. Encierra la falda de su vestido con las manos mientras su mirada gris comienza a oscurecerse—. Por tu bien, espero que Lexie sepa sobrellevar esto, o...

—¿O qué, Jena McHall? —le reto, acercándome a ella, intentando controlar lo que su simple presencia me hace sentir.

—O va a perderla para siempre. Si ella se cierra una vez más a usted, será completamente su culpa. Chloe, dile a Lexie que le amo con la vida, pero que aquí no tengo más nada que hacer.

—Jane, no puedes...

—Chloe, prefiero irme por mi propio pie antes que sufrir la humillación de ser sacada de la casa del Duque de Netherfield. Esperemos que esto no sea un error más a su larga lista, Su Excelencia.

Ella pasa por mi lado y la agarro por el brazo, pero se suelta con violencia. Algo en mi interior me dice que la detenga y que hablemos. Ahora que he descansado, mi cabeza me grita que hay algo más detrás de todo esto, que es imposible que ella me haya hecho esto después de todo lo que hemos vivido, pero no puedo borrar esas imágenes de mi cabeza.

—No me toque. —Mis ojos recaen en los suyos cubiertos de lágrimas—. Bastante daño me ha hecho. Espero que tengan una hermosa boda. La vez pasada fue en otoño. Se los recomiendo. El verano a veces no es agradable para el cutis.

—¿Cómo? —espetan Chloe y Tom al mismo tiempo.

—No deberían sorprenderse —comenta ella sin dejar de mirarme—. Debe pagar las consecuencias de sus propios actos. Adiós, Su Excelencia.

Jane sale de la habitación con un sonoro portazo. La cocinera y Tom me atraviesan con la mirada y Rose carraspea.

—¿Dónde será mi habitación?

—En el granero con las vacas —contesta Tom con voz seca.

—¿Disculpe? —insiste ella y Chloe pone los ojos en blanco.

—En la segunda planta, Rose —aclaro—. Tom...

—No, Edward —recalca él mientras niega con la cabeza—. No pienso hacerlo.

—¿En verdad piensa que voy a subir todo esto sola?

—Viniste por tu propio pie, muchacha, así que puedes hacerlo sin ningún problema —ataja la cocinera y se acerca a mí—. No me voy de esta casa por amor a esa niña que está llorando en la segunda planta y porque se lo prometí a la institutriz hace unos meses —sisea bien cerca de mi rostro y Tom añade:

—No esperes que tratemos a esta... jovencita con el mismo respeto que la institutriz.

—¡Exijo el respeto que se merece la futura duquesa de...!

—No estás para exigir nada, muchacha —insiste Chloe sin dejar de mirarme—. Espero que sepas el gran error que estás cometiendo, Edward. Esto es imperdonable.

—Soy el Duque de Netherfield y ustedes...

—¿Ustedes qué? —interviene Arthur mientras se adentra en la habitación—. ¿Somos tus sirvientes ahora? Pensé que éramos amigos, muchacho. Chloe, prepara algo para Lexie. A este paso, va a enfermar.

—Me has decepcionado por completo, Duque —recalca Tom mi título noble con cierto escepticismo y los tres se retiran de la habitación.

—Edward... —Cierro los ojos con fuerza.

—Sube a la... —detengo mis palabras y tomo una larga bocanada—. En la segunda planta verás una habitación de pintura. Puedes ocupar la que está frente a ella. Después me encargaré de subir tus pertenencias.

Mi estómago ruge, pero mi orgullo es mayor a medida que pasa el día. La tensión en la mansión puede cortarse con un cuchillo. Todos me hablan en monosílabos y Lexie ni siquiera ha querido entablar conversación conmigo. Me rompe el corazón, pero como dijo la institutriz, debo pagar las consecuencias de mis actos.

Me acerco a la ventana y me dejo engullir por el paisaje. Unas nubes grises se acercan anunciando tormenta. Remuevo los hombros por la tensión en ellos y muevo la cabeza hacia los lados por el dolor en el cuello. La puerta se abre y dejo escapar una larga bocanada cuando le escucho decir:

—El doctor quiere verte.

—Tom, en verdad lamento que...

—Ahora no, Edward —interrumpe con voz neutra—. Te está esperando en la sala de estar. Parece bastante impaciente.

—Entendido.

Mis pasos al bajar las escaleras son los únicos que rompen el silencio en la mansión. Quiero pensar que se les pasará con el tiempo, pero soy consciente que los próximos meses serán muy difíciles.

—Buenas tardes, doctor —anuncio al entrar en la sala de estar—. ¿Qué se le ofrece?

—Edward, estuve preguntando por Jane, pero ninguno supo decirme dónde está.

—Ella no está aquí.

—¿Entonces dónde? Debo darle la medicina.

—¿Medicina? —Frunzo el ceño.

—¿No lo sabes? Fue drogada por el Regente ayer en la noche y casi es abusada por él. Estaba bajo el efecto cuando salió hacia la casa de la condesa y...—Trastabillo hacia atrás y el doctor me acerca a la silla cerca de la ventana—. ¿Edward, qué ocurre? Estás muy pálido. ¿Dónde está Jane, muchacho?

Las palabras de Jane vienen a mi mente.

No, Edward, eso tiene una explicación.

Siempre hace lo mismo. Me reclamas cuando no sabe las dos partes de la historia.

¿Qué hice? murmuro para mí, mientras el frío cala mis huesos, al comprender que lo había arruinado todo. Y esta vez, no tengo perdón. La perdí para siempre.


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