Capítulo 41 «Atrapada» (+21)
Jane (Horas antes)
Bajo del carruaje y los chicos detrás, a dos pasos de mí. Caminamos en silencio unas cuadras, acompañados por la oscuridad de la noche y el sonido de las ratas. El Regente dijo que debía llegar sola a su casa, pero nunca especificó si podía tener alguien cerca.
—Jane —Erick me toma la muñeca y me atrae a su pecho en un fuerte abrazo—, ten cuidado.
Asiento con lentitud y me separo. Ambos se mezclan con la oscuridad del callejón y siento su mirada en mí. Dos leves toques, y la puerta se abre con un leve chillido de las bisagras oxidadas. Su sonrisa socarrona sólo hace que mi estómago se revuelva. Quito la capa de mi cabeza y me adentro en su casa. Todo extremadamente pulcro y silencioso.
—Pensé que no vendrías —dice cerca de mi oído y me aparto lo más rápido que puedo—. Tranquila, querida, no muerdo.
Después de cerrar la puerta, eleva su brazo derecho enseñándome el camino por un pasillo alumbrado. Algo dentro mí me dice que esto no está bien, pero la curiosidad por saber lo que quiere decir me carcome. Me amenazó con alguna verdad sobre mis padres que los pondría en peligro, así que no me quedó más remedio que venir. No puedo permitir que algo les pase.
—Lindo golpe en su rostro, Regente. ¿Qué esposo enfureció ahora? —pregunto con desdén.
—Uno que esperaba traición de cualquiera menos de su mujer. —El cinismo en su voz me resulta extraña.
—Tengo cosas que hacer. ¿Qué quieres? —insto, al entrar en la pequeña sala de estar en la segunda planta, con ventanas a las quietas calles de la ciudad.
—¿Deseas algo de tomar?
—Regente, soy una mujer ocupada —mascullo.
—Sólo será un trago, Jena McHall. ¿O debería decirte duquesa Kellington? —Pongo los ojos en blanco—. Me extraña que el bondadoso Edward aún no le haya propuesto matrimonio cuando llevan varios meses viviendo junto a él. Todos en el pueblo comentan.
—No es su problema lo que Edward y yo hagamos con nuestras vidas.
—¿Ginebra? —pregunta, y rechino los dientes por su insistencia—. Repito: prometo que sólo será un trago. Por los buenos tiempos.
Enarco una ceja con cinismo.
—En verdad, hay que tener la cara muy dura para decir buenos tiempos después de lo ocurrido y lo que me hizo.
Deja dos pequeños vasos en la mesa de cedro cerca de la ventana y destapa una botella de cristal. Trago en seco cuando el olor a ginebra llega a mí. Tomo una larga respiración y doy dos pasos atrás. Esto está mal. Es increíble como un simple olor o un gesto puede desencadenar tus más profundos miedos y pesadillas, y no puedes evitarlo.
—Ginebra no —aclaro, intentado recomponerme sin que él note la debilidad de mi voz.
—Puedes elegir el que desees de la vitrina.
Sin acercarme mucho a él, tomo la sidra sin perderlo de vista. Vierto un poco de líquido en ambas copas y dejo la botella encima de la mesa. Sonríe cuando no toco mi copa. Me conoce, y sabe que estoy esperando por él.
—Te volviste desconfiada con el tiempo, señorita McHall. —Su mirada aguda viaja por mi cuerpo en un repaso malicioso.
—No viene para hablar ni tener una conversación cálida con usted como si fuéramos amigos. Dígame lo que sabe de mis padres. Tengo otros asuntos que resolver.
Con su mano indica la silla a mi derecha y gruño.
—Inglaterra y Francia están en constante guerra. —De un sorbo, toma toda la sidra en su copa.
No me inmuto.
—No entiendo cómo eso tiene que ver eso con mis padres.
—¿Qué pasaría si a los oídos de Luis, llegara el rumor que Kate y Murray son espías franceses? —comenta, apoyando sus codos en la mesa y entrelaza los dedos con cierta burla. Sólo puedo reír por aquella tontería.
—Ya sé que mis padres son franceses, Regente. Si eso era todo —Tomo el líquido de mi copa y la elevo hacia arriba luego de terminar—, pues haga lo que quiera. Yo creí que era algo peor.
—¿No consideras grave que sean espías franceses? —Se recuesta a la silla y cruza los brazos en su pecho—. El castigo puede ser muy malo, jovencita. Sabes que nuestro rey no tiene contemplación cuando algo amenaza su seguridad.
Con una sonrisa en mis labios, me levanto y apoyo las manos en el espaldar de la cómoda silla.
—Si del rey depende la vida de ellos, entonces están a salvo. —Frunce el ceño, y sonrío de soslayo—. Luis sabe que son franceses. Lo que hace preguntarme qué pasaría si el rey se entera sobre sus juegos, Regente, así como la doble contabilidad en los libros reales.
Su rostro se endurece. Siempre se ha dado la vida de rico con aquello que le roba al pueblo al recoger impuestos.
—Luis nunca se ha enterado, ni lo hará —finaliza, con mucha seguridad.
—Siempre me ha extrañado que nuestro rey nunca haya preguntado por las cuentas o incluso peticiones del pueblo. —Sus labios se curvan en una sonrisa cínica.
—Porque tengo el control de todo, querida. Es lo bueno de ser la mano derecha.
—Regente, ya desearía ser usted ocupar ese puesto.
—Tu padre es un don...
—Mucho cuidado como habla de él en mi persona —amenazo, irguiéndome—. El rey Luis siempre busca de sus consejos, y gracias le doy a Dios que Murray McHall es un hombre respetable.
—Completamente opuesto a su hija. —Frunzo el ceño, confundida—. Vamos, Jena. A mis oídos llegó que cierta banda está bajo tu control. —Señala con la mano mi capa y pongo los ojos en blanco—. ¿Qué diría tu padre o tu hermosa madre cuando lo sepan?
—Siempre me apoyarían.
—¿Aunque sus vidas dependan de eso? Luis puede ser buenos con ellos, pero no estoy muy seguro de ti, jovencita.
—Oh, por favor. Si usted presenta esta capa, podría ser desestimada. Puede ser comprada en cualquier tienda. En cuanto a mis padres, Luis los dejó entrar en Inglaterra porque está en deu... —detengo mis palabras por el leve mareo que me ataca sin previo aviso. Sacudo mi cabeza y frunzo el ceño—. ¿Pero qué...?
Mi vista se comienza a nublar y la debilidad en mis piernas aumenta. Intento averiguar qué está pasando porque no tiene sentido. Él bebió lo mismo que yo.
—¿Qué había...? ¿Cómo...?
Me acerco a la ventana trastabillando para tomar un poco de aire, pero a penas y puedo sostenerme. Agarro la parte baja del marco para sostenerme y no caer al suelo. En un segundo lo tengo detrás de mí y murmura cerca de mi oído con voz astuta:
—El sedante no estaba en la bebida, querida, sino en el fondo de la copa.
El Regente me agarra por la cintura para atraerme hacia él. Coloco mis manos en su pecho intentando alejarlo, pero casi no puedo sentir mis brazos. Siento como el sudor recorre mi espalda mientras el nudo en mi garganta se acrecienta. Tengo miedo. En mis oídos escucho levemente como los latidos de mi corazón se aceleran.
Intento alejarlo cuando olfatea mi cuello por el lado derecho, pero mi cuerpo no responde a lo que deseo. Los recuerdos me asaltan de nuevo al no poder defenderme... otra vez. Mi lengua se entumece, y cuando digo no, lo único que sale de mis labios es un leve gemido.
—Así te quería de nuevo —murmura, con voz grave, al colocar su mano en mi nuca—. Sola para mí y completamente a mi merced.
Sus labios impactan con los míos. Cierro los ojos y aprieto los labios lo más fuerte que puedo, pero el Regente muerde la punta del labio inferior y abro mi boca por el dolor, dándole así completo acceso. Mueve mi cabeza a su antojo, mientras batallo con las pocas fuerzas que tengo para alejarlo. Me acerca más a él y siento como mi capa oscura cae al suelo.
Sus asquerosos labios se alejan y tomo una bocanada de aire arqueándome levemente hacia adelante alejando mi rostro de él. Besa mi hombro a medida que baja mi manga. Intento separarme. Quiero vomitar de solo tenerlo tan cerca. Sólo consigo que me agarre con más fuerzas, alejándome de la ventana y recostándome en la moqueta del suelo.
—No —ruego en un hilo de voz—. No, por favor.
Mi garganta arde y un escalofrío me recorre el cuerpo cuando comienzo a verle doble, mientras se quita su camisa, los pantalones y finalmente las botas, hasta quedarse completamente desnudo.
Eso. Implora. Quiero escucharte varias veces esta noche —añade.
Intento levantarme apoyándome en los codos, pero me reclina de nuevo al suelo. A penas puedo gesticular palabra, siento que me ahogo. Mientras más batallo, peor es para mí. Sus manos suben por mis muslos hasta llegar a mi ropa interior y rasgarla. Mi mueca de asco es instantánea, y para mi mala suerte, eso aviva su lujuria. Con un pequeño puñal, rasga el pecho de mi vestido dejándome completamente expuesta y a su merced.
—Tan hermosa y deliciosa como en mis recuerdos —sisea con lascivia, mientras manosea mis pechos con sus manos y los aprieta, causándome dolor—. Eres toda mía, y nadie podrá evitarlo.
Olfatea desde mi estómago hasta mis senos y mordisquea estos últimos con fuerza. De mi garganta sale un pequeño chillido. Lo quiero matar. Sus manos recorren mis muslos hasta el centro de mi sexo y me remuevo cuando me toca de forma tan obscena. O al menos lo intento.
—Me encanta cuando te mueves así, pequeña zorra —susurra cerca de mi oído antes de besarme el cuello y chupar el lóbulo de mi oreja—. Eso me excita como no te imaginas.
Se aleja para colocarse entre mis piernas y mostrarme aquella parte de su cuerpo con la que me hizo tanto daño aquella vez. Mientras pasea la lengua por sus labios, toma mis muslos y me arrastra hacia él. Sonríe cuando ve el terror en mi mirada y pasa la mano por la cara interna de mi muslo para introducirme dos dedos con brusquedad.
Debo arquearme hacia arriba por el dolor que me atraviesa, provocándole que se acerque a mis pechos para mordisquearlos mientras mueve sus dedos en mi interior con rudeza. Gimo, pero por la insoportable agonía en esa parte de mi cuerpo cuando los saca y los vuelve a introducir sin piedad. El alivio me alcanza cuando están afuera finalmente y acerca la pierna derecha hacia mí.
—Ahora sí vas a gemir de verdad, perra, justo como ese día en el que te disfruté hasta casi el amanecer —murmura por lo bajo.
Aprovecho la oportunidad para sacar el puñal dentro de mi bota y lanzarla por la ventana con los últimos resquicios de fuerza que me quedan. Coloca mis piernas alrededor de su cintura y muestra sus dientes en una amplia sonrisa.
—Esta será una noche muy larga que pienso disfrutar al máximo. Tan suave y deliciosa. Voy a dejar tu joven cuerpo tan marcado por mí que, si tu querido Edward se acerca, solo pensarás en mi rostro —Toma mis muslos y me atrae— y mis manos. —Coloca su hinchado miembro en mi abertura y jadeo —. Probarás mi virilidad una y otra vez hasta saciarme.
Cuando me eleva un poco y siento la punta de su hombría en la entrada de mi sexo, un sonoro portazo le interrumpe. El terror se aloja en la mirada del Regente cuando lo estampan contra el sofá mientras un revolver apunta directamente a su estómago.
—Maldito infeliz —murmuran cerca de mí, mientras me cubren con mi vestido rasgado.
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