Capítulo 4 «Bajo confesión» (+18)
Jane
Me levanto de la cama con un fuerte grito de miedo. Mi pecho sube y baja a grandes velocidades mientras mi corazón late desbocado. Me cubro lo más que puedo con la manta intentando desaparecer la sensación de todas aquellas manos sobre mi cuerpo paralizado por el terror que viví aquel día. Respiro con dificultad y la opresión en mi pecho no me está ayudando. El sudor recorre mi cuello y nuca logrando que el cabello se pegue a mi piel. La puerta se abre al instante y unos brazos avejentados por el tiempo me rodean al instante.
―Puedes llorar, querida ―murmura la voz cerca de mi oído y le doy permiso a las lágrimas que pugnan por salir―. Eso es. Déjalas libres. Llorar es bueno. Así el cuerpo no sufre la tristeza.
Una vez más tranquila, dejo que su mano continúe acariciando mi espalda con lentitud.
―¿Mucho mejor? ―Asiento a su pregunta y me separo un poco. Unos ojos color café me miran con ternura mientras me entrega un vaso de agua―. ¿Otra pesadilla?
―No han dejado de venir a mí cada noche desde aquel día.
―Lo siento mucho, querida. Ni siquiera sé cómo puedo ayudarte.
―No te preocupes. No es la primera vez que me pasa.
Su cuerpo se tensa al escuchar mi confesión. Sus ojos, ahora más oscurecidos, se tornan en alerta y niego con la cabeza mientras dejo el vaso con agua en la mesilla al lado de la cama.
―¿Quieres hablar de eso? No me refiero a la más reciente.
―¿En secreto de confesión?
―Como lo desees, querida Jena. Te espero abajo.
Al besar mi sien y pasar su mano por mi cabello con suavidad, se retira de la habitación, dejándome sumida en mis pensamientos tormentosos. ¿Por qué tenía que pasarme de nuevo, después de haber superado la primera vez? ¿Hasta dónde puede llegar la maldad de la gente por unas simples monedas de oro o la avaricia?
Una vez arreglada, bajo las escaleras en camino a la capilla. Me siento en la primera banca y doy un largo suspiro mientras me dejo engullir por el delicioso silencio que transmite este pequeño lugar. Mis ojos recaen en los cristales coloridos frente a mí, iluminados con la luna mientras la nieve cae con suavidad.
El azul de algunos cristales me recuerda a la pequeña Lexie. Pongo la mano sobre mi corazón. Mi mamá siempre me decía que el corazón duele, pero nunca imaginé cuán literal y profunda esa frase es... hasta ahora. Papá siempre dice que si alguien en verdad nos interesa, lloramos cuando algo no anda bien. ¡Cuánta razón tiene!
―¿Estás lista? ―inquiere el Padre con voz calmada.
Asiento con lentitud, él aprieta mi hombro con suavidad y me levanto después de expulsar un poco de aire.
―Si no quieres hacerlo...
―No ―interrumpo tajante―. Necesito decirle esto a alguien. Alguien de confianza.
―Muy bien.
Ambos nos dirigimos al viejo pero pulcro confesionario. Mientras yo me arrodillo, se adentra en el confesionario, ambos divididos por una oscura pero discreta cortinita. Me siento un poco mal por haberle metido en esto. El padre Charles, párroco devoto a su comunidad y al duque, me escondió en su iglesia, a pesar de las consecuencias que esto pueda acarrear para su vida. Luego de tomar una larga bocanada de aire, hago la señal de la cruz.
―Que Dios, quien ha iluminado cada corazón, le ayude a reconocer sus pecados y a confiar en su misericordia.
―Amén. Bendígame, Padre, porque he pecado. Hace 26 años desde mi última confesión. En realidad, nunca he hecho esto.
―Todos tenemos una primera vez. Lo que se diga aquí en secreto de confesión, nadie lo sabrá. Puedes hablar con confianza. Cuéntame aquello que te acarrea tristeza, hija mía.
―Hace unos años, comencé a ser cortejada por el príncipe Phillips en lo secreto. El rey Luis y la reina estaban muy emocionados por aquella unión. Nuestras familias siempre han tenido muy buenas relaciones. Quisimos dejarlo en el anonimato por mi madre. Todos sabemos que algún cotilleo relacionado con la realeza, a veces, puede traer problemas, y, por muy buenos y adinerados que seamos, el apellido McHall es sinónimo de problemas.
Detengo mis palabras. Mi pecho comienza a oprimirse una vez más y cierro mis manos en puños. ¿Debería contarlo? Aún si lo contara, ¿sentiré menos peso sobre mis hombros? ¿Las pesadillas se detendrán?
―Solo aquel que haya demostrado su verdadero valor, puede llegar a conocer tus más profundos y oscuros secretos, pero jamás tus pensamientos.
―Todo iba muy bien entre nosotros, hasta que llegó un tercero a nuestras vidas. Un ser despreciable, que solo verle el rostro me provoca náuseas y asco. El regente, siempre ha deseado ser más cercano al rey, pero la amistad de Luis con mi padre es inquebrantable. Y ahí entro yo. Una joven que por más de tres años rechazó pretendientes desde que fue presentada a la sociedad y terminó enamorándose profundamente del príncipe, hombre de corazón grande y cálido. Bailes, sonrisas y felicidad es lo que complementaba mi vida en esa época, pero la mirada lasciva del regente siempre me causó consternación. Nunca confié en ese hombre, y lo que ocurrió meses después, confirmó mis pensamientos.
Me detuve de nuevo, esperado alguna palabra o respuesta que me indicara desespero por parte del padre, pero lo único que recibí fue su silencio, como esperando a que prosiguiera la historia.
―Una noche con fuertes tormentas y truenos, rompieron la tranquilidad de nuestra visita, por lo que nos quedamos a descansar. Pasada la medianoche, el sueño no me alcanzaba, así que bajé las escaleras de palacio y me dirigí a la biblioteca. Estaba tan enfocada en el libro, que nunca lo escuché entrar.
Los recuerdos golpean mi mente como si hubiera ocurrido ayer. Aún tengo la sensación de su mano impactando con mi rostro y yo cayendo sobre la alfombra, sus manos rompiendo la parte alta de mi camisola y agarrando mis muñecas para que no pueda moverme. El animal sonríe de soslayo cuando le suplico que se detenga, pero nunca escucha. En su rostro sigue aquella mirada lasciva. Aprieto los ojos por el miedo de lo que pasaría si alguien no llegaba en mi ayuda. Yo era una joven fuerte gracias a los entrenamientos de mi padre, pero mi fuerza no era comparada con la del regente.
Me golpeó una vez más hasta dejarme inconsciente. Intenté abrir los ojos, pero solo uno de ellos, porque el otro estaba demasiado hinchado. Intenté moverme, pero el pánico me atrapó cuando sentí las cuerdas en mis muñecas. Encima de una de las alfombras estaba amarrada a una de las patas de la mesa fijada al suelo. Mis lágrimas aparecieron cuando noté que ni siquiera podía gritar por la mordaza de tela en mis labios
La estancia estaba caliente por el fuego y eso solo aumentó mi temor cuando lo vi de reojo iluminado por las llamas. Su mirada recorría una y otra vez mi cuerpo. Yo sólo deseaba con mi vida romper las cuerdas para matarlo con mis propias manos, pero lo peor, llegó mucho más tarde. El regente se quitó las botas de caña alta de cuero y sus pantalones. Su sonrisa ladina no abandonó su rostro, inundándome de asco una vez lo tuve cerca y apretó con brutalidad uno de mis senos expuestos. Quise alejarme, pero acercó sus labios a mi cuello mientras sus manos rompían por completo mi camisola, dejándome completamente desnuda.
Su mano comenzó a recorrer mis muslos hasta llegar al centro de mi cuerpo. Las sensaciones asquerosas que aquello me hizo sentir son inexplicables. Por más que me negué, pateé y lloré, aquel animal no me escuchó. Se posicionó entre mis piernas en contra de mi voluntad, tomó mi cabello entre sus manos y así elevar mi cabeza para mirarle directamente. La frase que me dijo esa noche, aún la tengo clavada en mi mente:
―Para que pruebes a un hombre de verdad.
Después de aquello, me penetró con fuerza una y otra vez. El sufrimiento que atravesó mi cuerpo era insoportable. Sin importarme el dolor de la fricción de las cuerdas contra mis muñecas, intenté moverme, intenté separarme, pero solo aumentaba su embestidas... y mi dolor.
Su boca nunca tocó la mía, pero el resto de mi cuerpo fue marcado por él. Mis pezones dolían por las fuertes mordidas. Para inmovilizarme, debió agarrar con fuerza mis muslos, dejando la marca de sus manos en mi piel.
Cuando creí que había terminado aquella pesadilla, aprovechó que estaba demasiado débil y me colocó boca abajo. Elevó mi trasero para posicionarse entre mis piernas y la tortura comenzó de nuevo desde atrás. Yo solo podía llorar y gritar de dolor hasta que la garganta me escoció a pesar de la mordaza. Mi interior dolía como nunca imaginé, pero sobre todo, mi alma estaba tan rota, que nunca pensé que podría recuperarme de aquello.
Sentí alivio cuando finalmente terminó y mis muñecas fueron liberadas. Pero estaba tan agotada, que no podía mover mis piernas, casi no las sentía. Me hice un ovillo cuando vi las gotas de sangre en mi desgarrada camisola. Mi virtud había sido tomada en contra de mi voluntad y aquel hombre solo se reía cínicamente, disfrutando mi completa vulnerabilidad.
―Eres un maldito.
―Ya veremos qué dirá el príncipe cuando se entere que su adorada prometida, ya no tiene ni una pizca de inocencia.
―Va a pagar caro esta afrenta, Regente.
―¿A quién le creerá el rey? ―Su sonrisa se ensanchó. Sin quitar sus ojos de mí, llena un vaso de cristal con ginebra―. ¿A mí, su fiel consejero, o a una niña que vestía de forma indecorosa frente a cada hombre? ¿Qué pensará el príncipe sobre su prometida poco virginal?
Termino mi relato y, una vez más, recibo silencio del padre Charles. Muerdo mi labio interior por la vergüenza.
―¿Por qué no lo denunciaste en aquel entonces?
―El Regente me amenazó en que le diría a mis padres que yo me le ofrecí o incluso contratar a otros hombres dentro y fuera de la ciudad para decir que yo ya no era... y que... ―dejé las palabras en el aire.
―Imagino que al ser tan joven estabas muy asustada.
―Después de aquello, con las pocas fuerzas que me quedaban, intenté cubrirme lo más que podía con la camisola, tomé un vestido sencillo y salí de palacio para nunca más volver. Con el tiempo, descubrí que no fui la única joven que sufrió aquella aberración por parte de aquel hombre, pero al ser mujer, no tenemos voz ni voto en la política. Nadie me iba a creer semejante acusación.
Tampoco quería que mis padres pasaran por todo este proceso, así que decidí enviarle una carta al regente contándole sobre las pruebas que había encontrado. Su esposa la encontró y decidió buscar por su cuenta, hasta que dio con una de las muchachas que pasó aquel infortunio. A día de hoy, según me han dicho mis fuentes, viven en la misma casa, pero ella trae a sus amantes a su propia casa y duerme con ellos. Ambos sabemos un secreto del otro, así que cada vez que me ve, el terror lo golpea.
―¿Qué piensas hacer?
―En mi lista, el Regente, encabeza el tercer puesto.
―La venganza seca el corazón y oscurece el alma.
―Lo sé, pero él no puede quedar libre mientras daña a otras chicas como sé que lo ha hecho durante estos años. Ahora mismo tengo dos objetivos más importantes.
―Jena, el camino de la represalia nunca termina en nada bueno.
―Lo tengo claro, pero debo encontrar a la persona detrás del asesinato de la Duquesa.
―¿La esposa de Edward Kellington? ¿Cómo piensas hacerlo?
―Encontrando a los desgraciados que despertaron mis pesadillas hace un año.
―¿Pero cuál es la relación entre los atacantes y la muerte de la duquesa? Eso fue hace muchos años.
―Porque encontramos a uno de los atacantes casi moribundo, y sus últimas palabras declararon que el asesino de la duquesa fue el mismo que los contrató.
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