Capítulo 38 «Juicio nublado»
Edward
Doy gracias a Dios cuando el consejo da el fuerte martillazo dando por finalizada la reunión. La cabeza ya comenzaba a dolerme por tantos problemas, cuando sus soluciones eran sencillas y ni siquiera necesitaban de mi presencia. Pero como dice Jane, la política hace de las soluciones prácticas un problema peor que el anterior. Tantas trabas sofocan y son desesperantes.
Bajo los escalones y acaricio la crin de Diamante con parsimonia. Frunzo el ceño tras ver al Regente saliendo de la casa de la modista. La caja blanca que tiene en sus manos tiene un sello muy conocido para mí. Rechino los dientes y le sigo hasta su casa. Una vez que llega al umbral de la puerta, lo agarro por la chaqueta para girarlo hacia mí y golpearle en el mentón con el puño.
—¿Qué rayos le sucede? —protesta mientras pisoteo la caja lo más fuerte que puedo—. ¿Acaso se volvió loco?
—Aléjate de Jane. Es la última vez que te lo digo.
Su cara de asombro se transforma en una de cinismo.
—Vaya, vaya. Al parecer descubrió nuestro secreto. La institutriz puede ser muy... —Sus palabras son cortadas cuando le agarro de las solapas y lo empujo contra la pared.
—Aléjate de ella —amenazo entre dientes.
—Solo si ella me lo pide —rebate.
—No agote mi paciencia, Regente. Aléjese de mi mujer, o aténgase a las consecuencias. No más cartas o regalos de su parte. ¿Entendido?
—Como el cristal.
Lo dejo ir con un leve empujón y me largo de ahí pisando fuerte. Ella y yo vamos a tener una larga plática. Muevo las bridas de Diamante con premura y el caballo sale a galope.
¿Por qué no me lo dijo? ¿Qué me está ocultando? ¿Cuál es su historia con él para que reciba sus presentes sin protestar o incluso los queme para que no pueda ver el contenido?
Miles de preguntas llegan a mi mente nublando mi juicio. Al llegar a la mansión desciendo de la yegua en las caballerizas.
—¿Dónde está Jane? —pregunto, con voz hosca hacia James.
—Estaba con Lexie y Luna cerca del sauce —responde, dubitativo—. Edward, ¿todo está bien?
Salgo de las caballerizas sin responderle y remuevo mi corbata con molestia. Cada paso acrecienta la furia dentro de mí. A medida que aumento mi caminar, escucho con más claridad sus carcajadas y gritos de triunfo. Tomo una larga bocanada de aire. Mi hija está ahí y no quiero que me vea de esta forma. Inhalo y exhalo, esperando que el calor subido a mi rostro y orejas descienda un poco antes de seguir mi camino.
Cuando creo estar lo suficientemente templado, doy pasos hasta llegar a la cima, pero toda la paciencia que había logrado reunir desaparece de un plumazo cuando veo a Lexie parada sobre la montura de su caballo. Lanza una flecha y esta da en el centro de la diana. Ambas chicas gritan emocionadas y veo a mi hija con la intención de apoyarse en un solo pie.
—¡Lexie! —rujo, entre asustado y furioso.
El estruendo de mi voz hace que Luna se asuste y mi hija pierda el equilibrio. Jane la toma entre sus brazos y la cubre con su cuerpo antes de tocar la hierba. Corro desesperado y Luna se va galopando en dirección a la mansión.
—¿Estás bien? —pregunta Jane y la separo con brusquedad de mi pequeña—. ¿Qué pasa contigo?
—Lexie, cariño, ¿te diste algún golpe? —Ella niega con la cabeza y la atraigo a mi pecho—. ¿Cómo puedes ser tan irresponsable? ¿Cómo pudiste permitir que hiciera esa locura, Jane? Es una niña.
La institutriz frunce el ceño como si no me reconociera.
—Edward, la estás asustando.
Miro a mi hija y veo sus ojos azules cristalizados. Me levanto y ayuda a Lexie a sacudir sus... ¿pantalones? ¿Desde cuándo usa pantalones?
—Vas a la casa, te aseas, comes en tu habitación y vas a dormir —demando—. Estás castigada.
—¿Por qué? —interviene la institutriz, enojándose.
—Lexie, ve a ahora. —El mentón de mi hija tiembla y corre a la casa.
—¿Qué pasa contigo? —Jane toca mi hombro—. Si vas a regañar a alguien, aquí estoy yo.
—No me digas cómo debo criarla —siseo—. Hubiera podido ocurrir lo peor.
—¿En verdad crees que dejaría que algo le pasara? Esa niña es mi vida.
—Oh, ¿de verdad? —comento con ironía y la confusión se asienta en su rostro—. La quieres tanto que ahora lleva pantalones y lanza flechas parada sobre un caballo.
—Ella solo quería aprender. No veo cuál es el problema.
—¡Es la hija de un duque, Jane! No de un bandido que debe preocuparse todas las noches en mirar por encima de su hombro, cuidando y velando por su seguridad.
Da un paso atrás.
—¿Qué estás queriendo decir? —protesta, al ver que la señalo—. No soy buena para ella, ¿cierto? —Trago en seco—. Dímelo, Edward. La institutriz es demasiado salvaje para cuidar a una duquesa.
Froto mi cara con irritación.
—Jane, discúlpame. Después de la reunión con el consejo vi al Regente y...
—¿Y ahora que tiene que ver él en todo esto? —espeta, furiosa. La vena en su frente palpita.
—¿Las cajas con ese sello dorado? Venían de él y nunca me lo dijiste.
—¿Para qué? Lo descubrí recientemente. Sin embargo, yo quemaba cada una de sus cartas y regalos en la chimenea o la hoguera porque no quiero nada que sea de una persona ajena a ti—rebate, elevando las manos—. ¿Para qué te lo iba a decir? Oh, cierto. Para evitar discusiones sin sentido como esta.
—Está bien, eso lo entiendo, pero yo estoy para...
—He tenido que aprender a luchar sola mis propias batallas, terminando con heridas que están por debajo de la piel e invisibles al ojo humano. No estoy adaptada a esperar que un caballero de armadura brillante me salve. Sí, eres la persona que amo, pero no soy la clase de mujer que corre a los brazos de un hombre a la primera necesidad de protección. No condeno las mujeres que hacen eso, pero no soy una de esas. Si hay algo pueda hacer por mí misma, lo hago. Todo lo relacionado con el Regente me da asco. No quiero ni joyas ni vestidos que provengan de él.
—Pero entonces...
—Pasa que siempre haces lo mismo —dice, en tono acusador—. Nunca me has dado la oportunidad de explicarme. Si tenías dudas, solo bastaba con preguntarme. La furia siempre nubla tu juicio, y cuando comprendes todo, ya es demasiado tarde.
—¿Quieres parar?
—No, no pienso parar. Ha sido una semana larga de discusiones sin sentido contigo y estoy harta de todo eso. Me dedico en cuerpo y alma a esa niña. He cumplido cada uno de tus caprichos, pero el mínimo cambio que haga en lo relacionado con tu vida sentimental, explotas y destrozas todo a tu paso.
—Eso no es cierto.
—¿No? —Ríe entre dientes con ironía—. Déjame recordarte. ¿El cambio de cortinas para colocar las que compré? ¿El reloj que pertenecía a alguien importante para mí? ¿Esas diminutas tazas que compré y las rompiste en un arrebato de furia porque no eran las de ella?
Niego con la cabeza a medida que ella va mencionando detalles que intentó hacer para darle alegría a la casa y no la dejé.
—¿También te recuerdo esa pintura que no me dejas ni siquiera quitarle el polvo?
—¡Ya basta, Alexia! —Paso ambas manos por mi cabello.
El mundo se detiene. Sus ojos grises se tornan fríos y sus gestos faciales cambian por completo.
—¿Cómo...? ¿Cómo me llamaste? —murmura muy bajo.
Cierro los ojos al ver el error que cometí.
—Esto es increíble —comenta, con voz fría.
—Jane... —intento dar un paso, pero ella levanta la mano para detenerme—, no era...
—No, Edward. —Da un paso atrás, y trago en seco—. Siempre he querido lo mejor para ti y Lexie.
—Lo sé, pero....
—Me he comportado como ella. No dije nada cada vez que me compras un vestido parecido a los de la antigua duquesa. Preparé una cena justamente como ella a veces lo hacía, aunque soy pésima en los quehaceres. Cambié mi forma de hablar con aquellos que quieren hacerte daño o incluso blasfemar contra mí en mi propia cara. Todo con el fin de hacerte feliz.
—Nunca serás ella.
—Lo sé. Me acabo de dar cuenta de eso. Y a la verdad, ni siquiera lo necesito. Meterme en la piel de otra persona con el fin de agradarte ha sido mi mayor error, porque me perdí a mí misma.
Gruño por lo bajo al ver que las palabras dichas no fueron expresadas con la intención correcta.
—Perdóname, Jane. Eso no es lo que quería decir.
—De nada vale pedir disculpas cuando las palabras ya están dichas. Discúlpame tu a mí. Creí que siendo ella, encontraría el camino a tu corazón, pero me di cuenta que siempre será Alexia y nadie más.
—Jane, por favor —suplico, tomándola del brazo, pero se suelta con violencia como si mi tacto la quemara.
—No. Sobrepasaste los límites. Ahora quiero estar sola.
Me da la espalda para tomar el arco y el carcaj de Lexie. Da un paso en camino a la mansión, pero se detiene. Los latidos de mi corazón aumentan al saber que ahora sí arruiné todo. Jane deja caer sus hombros y escucho como deja escapar un suspiro cargado de tensión antes de añadir:
—Soy capaz de luchar contra mis padres, al propio Rey Luis o incluso la sociedad que nos rodea, pero la batalla está perdida si debo luchar contra ti y el recuerdo de la duquesa que no quieres dejar ir. Lo siento mucho.
Me golpeo mentalmente cuando la veo alejarse con paso firme.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro