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Capítulo 37 «Resignación»

Jane

El regocijo dentro de mí no deja que la sonrisa abandone mis labios. Escuchar a Edward y Lexie sonriendo y teniendo un momento agradable es una pintura que nunca quisiera borrar de mi mente.

Me dejo engullir por la tranquilidad de la noche. El tintinear de las estrellas me trae recuerdos cuando estaba en el campamento mientras reía con mis hombres alrededor de la fogata. O cuando Phillip me incitaba a cosas prohibidas como escapar de palacio en mitad de la noche y casi siempre terminábamos en peleas de tabernas. Gracias a Dios, nunca nos vieron el rostro, o estaríamos en muchos problemas.

—¿En qué estás pensando? —murmura una voz ronca cerca de mi oído, mientras sus manos rodean mi cintura, atrayéndome a un duro pecho.

—En esos tiempos donde solo me preocupaba por reír y disfrutar. —Un beso en el cuello de su parte me hace gemir por lo bajo.

—¿Eres infeliz aquí con nosotros? —pregunta Edward.

La calidez de su voz hace que incline mi cabeza un poco a la izquierda para darle más acceso. Mientras siento sus suaves labios besando mi cuello, el calor recorre con lentitud mi cuerpo. Las sensaciones que producen la sencilla cercanía de Edward me enloquecen.

—Nunca pensaría eso —logro decir con voz queda.

El corsé comienza a molestarme. Los pezones están muy duros y el leve cosquilleo en mi sexo no me está ayudando para nada. Una de las manos de Edward deja mi cintura y recorre mi brazo con lentitud, dejando marcas abrazadoras a su paso. Su nariz recorre el mismo lugar que sus besos y me arqueo. Las manos me cosquillean por tocarlo, pero no puedo moverme. La sensualidad del toque del Duque impide que mueva un músculo.

—Me alegro que pienses así —murmura y succiona el lóbulo de mi oreja—, porque ya estaba pensando en formas para que te quedes a mi lado.

Se coloca a mi lado y me gira hacia él, sin soltarme la cintura. Cierro los ojos cuando siento su mano en mi nuca, y el leve masaje me hace gemir de placer. Abro mis ojos una vez más, para notar que los suyos están posados en mis labios. Sus pupilas dilatadas anuncian la necesidad con la que está luchando en su interior. No quiere forzarme, porque sabe lo que pasé cuando escapé la primera vez y la temporada donde fui raptada. El único problema es que mi cuerpo vibra por tocarlo y sentir su piel contra la mía.

Sus tentativos labios se acercan a los míos y se unen en un beso suave y delicioso. Su lengua juguetea intentando dominar todo. Me atrae hacia él, profundizando más el beso. Cada uno es más arrollador que el anterior, demostrando la necesidad acumulada todo este tiempo. Por encima del vestido siento algo duro y fuerte pegado en la parte baja de mi vientre dentro de sus pantalones. Está completamente excitado, así como yo.

Mis manos viajan por su espalda, y gruño al ver que la ropa nos separa. Edward abandona mis labios para tomar un poco de aire, y se acerca a mi cuello. Me arqueo hacia él para darle mejor acceso. En estos momentos, mi cuerpo pide más. Necesita más de él. Pero toda mi felicidad desaparece cuando veo que se separa de forma abrupta.

—¿Qué rayos...?

—¿Qué? ¿Qué ocurre? —Miro hacia la puerta con temor si alguien nos vio, pero todo está en calma y tranquilo—. ¿Edward?

—¿Quién cambió las cortinas de Alexia?

«¿Está hablando en serio?», pienso. Mis ojos recaen en las cortinas rojas que traje de la ciudad.

—Fui yo —contesto, de forma casual—. Las anteriores estaban un poco descuidadas, por lo que las cambié. Las com...

—¿Quién te mandó a hacerlo? ¿Por qué no lo consultaste conmigo? —Parpadeo perpleja ante su exageración—. No tenías ningún derecho, Jane.

La oscuridad en sus ojos aumenta con cada palabra. Siento los latidos de mi acelerado corazón en mis oídos. Esto está mal.

—Pero si...

—Nunca más hagas algo como eso, y mucho menos las cosas relacionadas con mi esposa.

—¿Cómo? —espeto, y ahora la furiosa soy yo—. No me lo puedo creer.

—¿De qué hablas?

—Tu esposa, Edward. Eso es lo que me ha dejado pragmática. Te has molestado por el simple hecho de cambiar unas cortinas.

—¡No son unas simples cortinas! Eran de Alexia.

—A eso es a lo que me refiero. —La tensión en el ambiente puede cortarse con un cuchillo—. Entiendo perfectamente que no avisarte estuviera mal de mi parte, Edward, pero lo que comienza a fastidiarme es el hecho que no pueden ser cambiadas porque fueron elegidas por la antigua duquesa.

—Ella...

—Lexie estaba teniendo problemas de alergia por la misma razón, ¿o es que no te has dado cuenta? La niña cada vez que entra en esta habitación no puede parar de estornudar en ocasiones por las dichosas cortinas y el cuadro con polvo acumulado. En más de 8 años, nunca las moviste ni siquiera de lugar o le pediste a Chloe que las lavara. Están viejas, descoloridas. Sus diseños son a penas visibles.

—No te permito que...

—¿Qué cosa, Edward? ¿Que te hable con la verdad es lo que no me permites? Estaba cuidando el bienestar de tu hija —recalco con rudeza las últimas dos palabras mientras presiono el dedo índice en su pecho.

Sacude su cabeza, y noto como su semblante, antes furioso, comienza a desaparecer, pero la situación ahora es a la inversa.

—Perdóname, Jane. —Intenta acercarse, pero yo me alejo. Ni siquiera dejo que me agarre el brazo—. Por un momento...

—Sí, Edward. por un momento te cegaste. Por un instante dejaste que el recuerdo de esa buena mujer elevara un muro que he intentado echar abajo cada vez que puedo, pero lo vuelves a levantar en cada ocasión.

—Eso no es cierto.

—Que no lo quieras reconocer es otra cosa. Voy a la cocina. Chloe debe necesitarme.

—Jane —Me agarra por la muñeca, pero me zafo con violencia.

—Buenas noches, Edward —finalizo con los dientes apretados.

Salgo de allí con un sonoro portazo, asustando de esa forma a las lágrimas que amenazan con salir. Mi pecho se aprieta con cada paso que doy, alejándome de de esa puerta. De él.

«¿Cómo pasamos de un momento tan pasional a una discusión tan horrible?», pienso, y tomo una larga bocanada cuando llego a la puerta de la cocina. «El sonido de algunas ollas indica que Chloe sigue aquí. No puedo dejar que me vea así, o va a gritarle a Edward más de lo que acabo de hacer». Aprieto los labios con el puño sobre ellos, aguantando las ganas de llorar que tengo. Miles de preguntan golpean mi mente, pero de todas ellas, solo una lleva la cabeza. «¿Algún día la dejará ir?»

Paso las manos sudorosas por la falda de mi vestido una vez que estoy tranquila y elimino todo rastro de tristeza de mi rostro. Al adentrarme en la cocina, todo está limpio. Chloe tararea una melodía mientras seca algunos platos para colocarlos en su lugar.

—¿Ya terminaste? —pregunto, con voz trémula y ella se detiene. Se gira hacia mí y sonríe—. Chloe, te dije que no era necesario. Yo podía haberme encargado de todo.

—Lo sé, cariño, pero no quería. Ya me conoces. —Se encoge de hombros y deja el plato seco junto al resto—. Por tu cara y esas mejillas sonrojadas, imagino que hicieron más que hablar en el hall.

Bajo la cabeza con vergüenza, y aliviada al mismo tiempo. Al menos no ha notado nada.

—¿Se escuchó algo?

—Gracias a Dios, yo pasaba y cerré la puerta, o es posible que la mansión entera los viera o escuchara.

—Ve a descan... —mis palabras quedan en el aire cuando me fijo en un juego de tazas—. Chloe, ¿dónde están las que se compraron? —indago, mientras tomo una de las tazas de té en mis manos—. Estas deberían estar guardadas.

—Lo siento, Jane, pero Edward ordenó que las sacaran otra vez.

Paso la lengua por los labios en señal de irritación, y resoplo con fuerza. Dejo la taza en su lugar y cierro ambas manos en puños.

—Jane...

—Ve a descansar —intervengo, con los dientes apretados—. Yo me encargo de poner todo en su lugar.

—Mi niña, yo...

—Chloe, no fue una petición. —Ella deja escapar un suspiro de derrota y asiente. Besa mi mejilla y se retira de la cocina.

La rabia comienza a llenar mi cabeza. Cada una de las ilusiones creadas, comienzan a quemarse con el fuego de la decepción. Esto empieza a agotarme, tanto en lo físico como en lo mental. «Las cortinas y las tazas. ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Ordenarme que me lance desde un barranco y él esperar a que yo lo haga sin protestar?», pienso y coloco mis manos en el espaldar de la silla de madera y lo aprieto con fuerza.

¿Cómo ha pasado esto? ¿En qué momento pensé que sería lo correcto ser como ella, con la esperanza en que Edward me dejara entrar un poco más en su vida? Todo pasa por leer ese diario que encontré entre las pertenencias de Alexia.

Seco con aspereza la lágrima que corre por mi mejilla. Dejo cada plato y cubierto en su lugar con extremo cuidado. La vajilla también perteneció a la duquesa. Si algo se rompe, Edward va a pegar el grito en el cielo y yo voy a ser la culpable. Regreso a mi habitación para cambiar el hermoso vestido por unos pantalones oscuros y una camisa blanca. Necesito tomar aire.

Diamante relincha y se acerca a mí a penas me ve en la puerta de su establo.

—Hola, preciosa. ¿Me extrañaste? —Eleva su cabeza varias veces como si hubiera entendido, y sonrío—. Yo también te he extrañado. ¿Deseas salir un rato? Zafiro no se aleja de Luna, así que solo me quedas tú. ¿Te gusta la idea?

La yegua relincha mientras pisotea con fuerza el heno bajo su pata derecha y mueve la larga cola. Le coloco la montura y salimos de allí a todo galope en dirección al bosque. Dejo que la yegua vaya a donde ella desee. Yo solo lloro, sin mirar el camino por el que voy. Necesito dejarlo salir.

Papá siempre me ha dicho que guardar la tristeza en el cuerpo es dejar que el corazón vaya muriendo con lentitud, y no lo puedo permitir. Mi fuerza de voluntad y mi corazón han sido los principales impulsores en esta larga travesía desde que salí de casa. Y no voy a mentir, Edward y Lexie también han hecho que siga adelante, sin importar las consecuencias. Pero es inevitable no pensar que todo está siendo un error.

El sencillo peinado se ha convertido en una larga trenza que ondea con el viento y se mueve al compás del galope de la yegua. Dejo que la suave brisa y frialdad de la noche me golpee con fuerza, esperando que arranquen de mi ser cada lágrima y tristeza que tengo. ¿Estaré siendo demasiado dramática? Creo que no, pero ¿cuánto tiempo debo esperar hasta que Edward me deje entrar por completo no solo a su vida, sino a su corazón?

Diamante se eleva en sus patas traseras de improvisto. Yo agarro las bridas con fuerza, pero no soy lo suficientemente rápida, por lo que caigo a la hierba y mi espalda es golpeada. El gemido de dolor no demora en salir, y una leve punzada atraviesa mi cabeza por el golpe. Gruño por lo bajo y me siento. Frunzo el ceño hacia el caballo, pero este resopla.

-Hasta tú crees que él está haciendo mal, ¿verdad? -La yegua asiente ante mi pregunta y sonrío. Hace un leve sonido como si me hubiera entendido y se acuesta a mi lado-. Vaya. Debes sentirte muy protegida cuando te acuestas de esa forma -murmuro acariciando su lomo a mi lado-. O a lo mejor es que estás vieja y cansada. -Su resoplido no demora en llegar y sonrío una vez más. Termino recostando mi cabeza en su cuello, pero sin dejar de acariciarla.

—Si no te quisiera tanto, juro que te mataría en estos momentos —dice una voz y pongo los ojos en blanco

—Me amas y lo sabes. ¿Qué quieres, Erick?

—Eso quisiera saber yo —protesta y escucho como se aproxima—. Saliste como una loca de la casa. Los aulladores te vieron y me avisaron. Gracias a Dios ninguno te perdió el rastro. Creí que habías escapado otra vez.

—¿Con Diamante? —Resoplo y me siento—. No creo ser tan loca como para irme de aquí con el caballo favorito de Edward.

—¿Cómo estas? —inquiere, y se sienta a mi lado—. Escuché la discusión de ustedes.—Siento una punzada de dolor en mi pecho—. Estaba pasando en ese momento por el jardín.

—No sé que le pasa a Edward, Erick. Cada vez que siento que damos un gran paso, retrocedemos dos.

—Dale tiempo.

—Lo intento, pero no creo que eso sea suficiente.

—Jane, ahora mismo estás cansada y molesta. Descansa esta noche. Verás que mañana todo volverá a la normalidad. —Recuesto mi cabeza en su hombro y él pasa su mano por mi brazo con suavidad—. ¿Quieres que hable con él?

—Gracias, pero no lo necesito. Espero que con el tiempo Edward me... —dejo las palabras en el aire—. Ya no quiero seguir hablando de esto.

—No tienes que hacerlo. Estoy para lo que necesites. Ya sea hablar o simplemente quedarnos en un silencio hasta que aclares las ideas. —Besa mi cabello cerca de la coronilla y suspiro—. Soy tu amigo. Estoy contigo en las buenas y en las malas.

Cada día de la semana después de la discusión por las cortinas es mucho peor. Edward se volvió completamente irracional desde esa noche. Lexie comienza a preocuparme, porque casi siempre está cerca de nosotros cuando discutimos de forma acalorada. Nadie interviene, pero en sus miradas se nota la preocupación y consternación. El ambiente de la mansión se oscurece con cada minuto. Llegó el punto donde ni siquiera podemos vernos o comer juntos.

—No entiendo como llegamos a esto —protesto, y James niega con la cabeza.

—Edward tiene muchas preocupaciones, Jane.

—Lo sé. Intento ayudarlo, pero no me deja. Siento que estoy estorbando en su vida.

—No digas eso, muchacha —interviene con voz cálida—. Estos días ha estado un poco alterado. Los asuntos en la ciudad lo tienen en vilo. Las quejas no paran de llegar.

Dejo escapar un suspiro de incomodidad.

—No le estoy defendiendo, muchacha. Que esté cargado de trabajo no significa que deje caer en ti toda su frustración. Solo... dale un poco de tiempo. Toma. -Me entrega dos sobres—. Llegaron para ti hace un momento.

—Muchas gracias. Puedes retirarte. —El hombre se aleja con un leve asentimiento. Al llegar a la puerta, le llamo y se gira hacia mí—. Muchas gracias.

—Nada que agradecer. —Se retira y abro la primera carta.

Mis labios se curvan en una sonrisa. La carta proviene de Gregory. Al parecer Amelia está mucho mejor desde el incidente. O al menos no le ha golpeado, y eso que él vive haciendo travesuras. Gregory dejó su puesto como militar para dedicarse por completo a ella.

—Me alegro que al menos ellos tengan algo tan bonito. Si no han llegado noticias alarmantes desde la mansión de Lizzie, significa que Willmort se está comportando.

Al terminar de leerla, la guardo en su lugar y abro la otra. Frunzo el ceño ante el extraño sello dorado en forma de R. No es la primera vez que recibo algo con este sello de forma anónima. A lo largo de esta semana han sido vestidos, joyas e incluso perfumes. Ha sido de los principales temas de discusión entre yo y el Duque. No sé quién es el remitente, pero no quiero nada de una extraño. Del interior del sobre saco la carta y un pedazo de tela transparente, con el borde dorado.

—¿Qué clase de broma es esta? —murmuro, confundida.

He visto esta tela en algún lugar, solo que no recuerdo dónde. Abro la carta y mi corazón se detiene por las palabras en su interior al reconocer la caligrafía:

Esto fue lo único que me dejaste para sentir tu olor. Te extraño. No soporto que estés a su lado. No aguanto las ganas de verte. Un día volverás a ser mía.

—¿Qué es eso? —interviene una voz, y lanzo la carta y la tela al fuego de la chimenea. Gruño por lo bajo cuando me encuentro con los oscuros ojos de Edward.

—Nada interesante.

—¿Estás segura? Porque eso me indica lo contrario. —Señala con el mentón la carta y el pedazo de tela siendo quemados—. Jane, tenemos que hablar.

—Ahora mismo, no puedo. —Me levanto y tomo la carta proveniente del oficial en mis manos—. Llegaron noticias de Amelia. Gregory dice que está mucho mejor. Al menos salió al parque y caminaron un poco.

—Jane... —intenta tomarme por el brazo, pero me alejo con rapidez.

—Edward, te amo, pero las humillaciones de tu parte, tanto cuando estamos solos o en público, comienzan a afectarme. Lexie llora en las noches otra vez y en la casa solo se escuchan los grillos cuando estamos los dos en el mismo lugar.

—No me gusta.

—A mi tampoco, pero es lo que has conseguido en estos días.

—Te pido perdón —murmura a mis espaldas, y dejo de caminar—. No me gusta esto que pasa entre nosotros.

—A mi tampoco —añado con voz quebrada—, pero ya las disculpas comienzan a perder significado cuando no hay acciones que las refuten.

Sin darme cuenta, siento que me atrae a su pecho. Intento zafarme, pero su agarre es fuerte. Quiero alejarme, lo necesito. Su cercanía comenzará a romper el muro de fortaleza que he levantado. No quiero derrumbarme de nuevo. No con él tan cerca de mí, porque me afecta grandemente.

—Prometo que lo compensaré.

—Has dicho eso en cada discusión de esta semana.

Con dolor, me alejo de él y su maldito aroma que comenzaba a nublar mis sentidos. Un pensamiento peligroso cruza por mi cabeza.

«No demores, Edward. No sé cuánto tiempo aguantaré».


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