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Capítulo 31 «Ella no»

Jane

Mi madre me encierra en un fuerte y caluroso abrazo.

—No es necesario que marchen hoy, Kate —insiste Edwar una vez que ambas nos separamos.

—Lo sé, querido, pero mi hija ya está completamente recuperada —añade mamá, con voz nostálgica—. Además, extraño mi hogar.

—Uno creyendo que el amor era yo, y ahora mi mujer solo deseas cosas materiales —comenta papá, y mi madre lo taladra con la mirada—. No me mires así, amor mío.

—Sabes que no es cierto. Retráctate —amenaza mamá señalándolo con el dedo índice—. Murray, lo digo en serio.

—Adiós, cariño —anuncia papá y corre al carruaje.

Mamá parpadea perpleja y abre su boca en sorpresa.

—Cuando lleguemos a casa, juro que...

—Le vas a caer a besos y reír como tontos adolescentes —finalizo, y ella resopla. Sabe que tengo razón—. Tengan un buen viaje, mamá. Cuida de Hiram por mí.

—Voy a perder la mano un día de estos por ese caballo salvaje. —Me envuelve de nuevo en sus brazos—. Cuídate mucho, hija mía.

—Lo haré —murmuro y nos separamos. Tomo una larga bocanada de aire intentando aguantar las lágrimas mientras la veo caminar hacia el carruaje.

Edward y yo nos quedamos en la puerta hasta que los perdimos de vista.

—Los voy a extrañar —murmuro con voz queda.

—Puedes ir a visitarlos cuando quieras. Tampoco es que seas mi prisionera.

—Lo sé, pero Lexie y los caballos me necesitan.

—¿Y yo no? —protesta, y río a carcajadas.

—Confórmate con tus papeles y sellos.

—Pero... Pero eso no es justo.

—¿Me estás hablando en serio? —Cruzo los brazos en el pecho—. ¿Desde cuándo el duque bravucón y prepotente necesita de la cercanía de una simple institutriz?

—En primer lugar, no soy bravucón o prepotente. —Enarco una ceja y él carraspea levemente—. Bien. Lo soy cuando es necesario. Y en segundo lugar, de simple no tienes ni el color de tus ojos.

—Ah, pero sigo siendo la institutriz.

—¡Jane! —protesta, y río a carcajadas.

—Es broma, Edward. Solo estoy bromeando.

Entramos a la mansión y caminamos por el pasillo hasta llegar a la sala de estar. Me detengo frente al cuadro que hice para ellos hace más de un año.

—¿Debería hacer otro?

—Mejor contrato a alguien más.

—¿Para qué? Yo puedo hacerlo.

—Lo sé, Jane, pero quiero que salgas en ese cuadro, a mi lado. —Trago en seco ante sus palabras y giro mi rostro hacia él—. No es mi deseo abrumarte y mucho menos apresurarte en algo tan delicado.

—¿Estás...? ¿Estás hablando en serio?

—¿Mi cara indica que estoy bromeando?

—Yo... yo...

—Papi —interviene Lexie y doy un salto en mi lugar. Nuestras miradas recaen en ella y toda mi burbuja de felicidad explota cuando veo sus ojitos azules bañados en lágrimas.

—¿Qué ocurre? —inquiere Edward y ambos nos acercamos a ella con premura.

—¿Te duele algo? ¿Te lastimaste? —pregunto mirándola con desespero.

—Es Luna —contesta con voz quebrada y seca una lágrima que cae por su mejilla—. No para de relinchar y no quiere levantarse.

Dejo a la niña con su padre y corro a las caballerizas. El rostro de Arthur está pálido y Tom no sabe qué hacer.

—¿Qué pasó? —Entro a las caballerizas con premura.

El potro da patas y resopla, demostrando dolor.

—No sabemos —contesta el mayordomo—. Lexie vino por nosotros y la encontramos así. Se ha revolcado de forma brusca de un lado para otro.

—Está sudando demasiado —noto, al pasar la mano por su costado.

Cuando mi mano toca el lugar entre las patas traseras y su estómago, Luna cocea. Frunzo el ceño y miro hacia las hierbas que se le dan para comer. Al levantarme y revisarlas, noto unas flores de color rosa.

—Tom, ve a pueblo por el veterinario. Dile que Luna comió azaleas. —El rostro de ambos palidece—. ¡Ve!

La tarde pasó rápido, pero sentí cada segundo. Los sollozos de Lexie siguen en mi cabeza. Luna estaba sufriendo mucho. El doctor no dio muchas esperanzas ya que es un potro demasiado joven. Es probable que no pase la noche.

—¿Cómo está? —inquiere Edward en voz baja colocándose detrás de mí, mientras ambos observamos a Lexie pasar la mano por la cabeza del caballo, ahora más tranquilo.

—No se ha levantado y apenas ha probado bocado —contesto, dejando caer la cabeza en el marco de la puerta.

—Estoy preocupado por ella. —Una idea pasa por mi cabeza—. ¿Qué vas a hacer?

—Estar con ella el tiempo que necesite —contesto y corro a la casa. Tomo unas mantas y regreso a las caballerizas.

—¿Jane? —murmura la pequeña cuando me ve acercarme—. ¿Qué haces?

—Acompañarte —contesto mientras coloco una manta debajo de ella y otra debajo de mí.

—¿Por qué? —murmura con voz quebrada y dejo caer mis hombros seguido de un largo suspiro.

—Porque eso es lo que la familia hace —contesta Edward, acercándose—. ¿Tienes otra para mí?

Mi sonrisa se amplía al verle agarrar la manta que le extiendo y acomodarse al otro lado de su niña.

—¿En verdad...? —El mentón de la pequeña comienza a temblar y atraigo su cabeza a mi pecho. Sus sollozos rompen mi corazón.

—Siempre que me necesites, estaré para ti. Nunca lo olvides, Lexie —murmuro e intento tranquilizarla, hasta que los tres nos quedamos dormidos.

Una pesadilla logra despertarme con cierto sobresalto.

Lexie duerme en los brazos de su padre y dejo escapar un suspiro cargado de dolor. Paso la mano por la cabeza de Luna. El caballo resopla, pero al menos no se remueve con violencia.

—Bien hecho, Luna. Eres muy valiente. Igual a tu madre —murmuro, y el caballo eleva su hocico levemente. Beso su cabeza antes de cubrir a Lexie y Edward, y salir de las caballerizas.

Las estrellas anuncian que la noche aún no termina. Elevo mis brazos hacia arriba para estirar los músculos de mi espalda y brazos. Tomo una larga bocanada y camino hacia el sauce más cercano. Chasqueo mis dedos y dos sombras emergen desde el bosque acompañados solamente por la luz de la luna.

—Quiero su cabeza —ordeno con los dientes apretados.

—Estamos buscando sin parar, Jane.

—No es suficiente, Elijah —rebato, y noto como su mentón se aprieta.

—Las azaleas no son de la zona —interviene Lazlo—. Las rastreamos a dos pueblos de aquí. Encontramos a Peter desmayado. Al parecer fue un dardo.

—Redoblen la vigilancia en los alrededores.

—Jane...

—Elijah, puedo aguantar lo que sea, pero verla llorar queda fuera de discusión. Quien haya hecho esto, pagará cada lágrima que Lexie derramó. La persona detrás de esto puede destruirme a mí —Golpeo mi pecho—. Le doy el permiso de hacer conmigo lo que sea. —Mi voz comienza a quebrarse—. Pero a ella no. A ella no se le puede tocar.

—Entendido, Capitán —añade Lazlo, con voz de molestia y se retira.

—Lo siento mucho el haber sido tan brusca, Elijah, pero...

—Comprendo tu situación, Jane. Créeme cuando te digo que estamos haciendo lo que podemos. Este altercado no quedará impune. El regente salió de la ciudad, y regresó una vez más en la madrugada.

El temor recorre mi cuerpo. Él nota mi cambio, así que toma mis manos entre las suyas y les da un leve apretón.

— No te volverá a tocar.

—¿Cómo está Víctor? —pregunto, en un intento por cambiar el tema de conversación.

—Mejorando. El doctor dice que tiene esperanzas, pero puede quedar inválido de por vida.

—Oh, Dios mío.

—Jane, tranquila. —Toma mi rostro entre sus manos al escuchar mi voz quebrada—. Víctor ha pasado situaciones peores. Esto no es tu culpa.

—Quiero creerte. —Sus ojos me analizan con cierta desconfianza—. Por favor, encuentren al causante de esto.

—Lo haré. Sabes que siempre cumplo mis promesas.

Me envuelve en un cálido abrazo antes de adentrarse en la oscuridad del bosque. Miro al cielo en búsqueda de consuelo mientras una pequeña lágrima hace su recorrido por mi mejilla.

Siento que mi presencia los pone en peligro. Reconozco que cuando estoy con ellos pasan cosas malas y peligrosas. ¿Cómo hago para que estén seguros con mi presencia cerca? No quiero dejarlos. Es lo último que deseo hacer en mi vida.

¿Qué debo hacer?

Elijah tiene razón. Debemos de confiar y concentrarnos en lo importante ahora, por más que mi corazón se comprima, cuando los acontecimientos de este día hagan su tortuoso camino en mi cerebro.

Encontrar al culpable es la prioridad, aunque siento que el tiempo se me acaba, escurriéndose de entre mis dedos cuando aún me falta una última cosa por hacer.

—Ayúdame, Dios, porque la vida últimamente está apostando con fuerza en mi contra —murmuro hacia arriba, y regreso a las caballerizas esperando que un nuevo día traiga mejores noticias.


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