Capítulo 29 «No se lo merece»
Jane
—Estás muy contenta —inquiere papá, con acento de curiosidad—. ¿Todo bien? ¿Algo que deba saber?
—No entiendo a qué te refieres.
—Oh, ya sé —interviene Erick y frunzo el ceño hacia él—. Creo que Murray está hablando sobre lo ocurrido en estos días.
Detengo mis pasos y me giro hacia ellos, dándole la espalda a la mansión. Coloco mis manos en la cintura y los tres se miran entre sí con complicidad.
—¿Ya pueden explicarme a qué se refieren?
—¡La biblioteca! —espetan los tres al unísono, y parpadeo, confundida.
—Ambos salieron corriendo de la fiesta de la condesa. Tú estabas molesta por las palabras del duque.
—¿Y tú como sabes eso, Erick? —protesto, esta vez cruzando los brazos en el pecho. Abro mis ojos y el aludido sonríe de soslayo—. Lo mato. Mato a Thiago.
—No puedes dejar a tu mejor amiga viuda, hija mía. Además, ninguno en la casa es ciego. Llegaron los dos muy felices después de cierto desprovisto y se encerraron en la biblioteca.
—Durante horas —añade Gregory y pongo los ojos en blanco.
—¿Hija, tú y el duque ya...?
—Oh, por Dios, papá. ¿Qué clase de cosas insinúas? —espeto, ofuscada, elevando las manos hacia arriba—. Edward no es de esos.
—¿Entonces en qué se demoran ustedes tanto tiempo dentro de la biblioteca si no es para...? Pues ya sabes a lo que me refiero. —Enarco una ceja al ver como junta las puntas de los dedos unidas en forma de boca de pájaro como si se estuvieran besando—. No me hagas decirlo en frente de los muchachos, hija.
—Pues... nosotros...
Comienzo a tartamudear, levantando sospechas que no son ciertas. Trago en seco cuando el calor comienza a subir a mis mejillas al pensar en yo y Edward en algo tan íntimo.
—Te lo dije —ataja Gregory—. Sabía que estaba muy raro eso de ustedes dos juntos en la biblioteca hasta pasada la medianoche.
—Oh, ya basta, Willmort —intervengo—. Solo leemos.
Papá enarca una ceja, Erick chasquea la lengua y Gregory resopla. Ninguno me cree.
—Les estoy diciendo la verdad —insisto y sacudo mi cabeza—. Edward es un caballero. Nunca haría nada que me comprometiera.
—Sí, claro —comenta Erick con ironía y niego con la cabeza.
—Mejor entremos a la mansión. —Elevo mi dedo índice hacia ellos antes de avanzar—. Ni una palabra a mamá o Lizzie.
—Claro que no, hija mía. Soy una tumba.
—Sí, papá. Una tumba abierta al público.
—¿Jane, has sabido de Amelia en estos días? Me ha esquivado cada vez que ha podido —pregunta Gregory, preocupado.
—Ahora que lo menciones, la he visto rara —murmuro pensando en lo molesta que llegó del pueblo en la tarde de ayer—. Debe ser algo relacionado con Josh. Las cosas no han estado... muy bien desde el día del lago.
La mirada del oficial se torna fría y aprieta el mentón.
Entramos a la casa sonriendo después del excelente día, pero el terror en la cara de mamá nos pone sobre aviso.
—¿Qué ha pasado? —inquiere mi padre al acercarse a ella—. Cariño, estás temblando.
Mamá pasa saliva antes de hablar.
—Se trata de Amelia —murmura en susurros.
Mi piel se eriza.
—¿Qué le pasó? —insiste Gregory con temor en su voz.
—Aún no sabemos —explica mamá con voz trémula y me alcanza una nota—. Esto llegó hace unos minutos. Edward salió con Thiago casi ahora mismo.
Mis ojos se abren cuando leo la nota de la señora Darcy, la modista del pueblo.
Querido Edward:
Amelia está completamente descontrolada. No sabemos qué ha pasado pero su vestido está un poco roto y no para de llorar. Mi esposo intentó acercarse y le lanzó un jarrón. Apresúrate. Ella está muy angustiada.
Señora Darcy
—Arthur —exclamo con urgencia y le entrego la carta a mamá. El pobre hombre llega corriendo—, prepara un carruaje. Dile a Chloe que prepare muchos tranquilizantes para Amelia.
—¿Qué pasa? —pregunta Gregory, agarrándome del brazo cuando ve al mayordomo correr por el pasillo.
—Hija...
—Papá, quédate con mamá —indico tratando de mantener la calma—. Gregory, Will, debemos irnos. Erick, tú conduces. Ve lo más rápido que esos caballos te dejen.
Mi herida ya está curada, pero el traqueteo del carruaje en la carretera de piedra comienza a molestarme. Gregory sigue insistiendo en saber qué está pasando, pero yo niego con la cabeza esperando que mis sospechas no sean ciertas.
Una vez el carruaje se detiene, bajo como vendaval y el grito de Edward en el interior de la tienda aumenta mis temores. Gregory abre la puerta y amplío mis ojos por el terror. La ceja de Edward está sangrando y Amelia tiene un atizador de carbón en las manos. Jarrones y vestidos rotos están esparcidos por todo el suelo. Thiago intenta calmar a su hermana, pero ella no razona. Lanza golpes al aire a diestra y siniestra.
—Amelia, mírame —ordeno, cuando doy un paso hacia ella.
Sus pupilas están completamente dilatas y su respiración es muy agitada. Tiene algunas marcas en sus muñecas y un pequeño corte en el hombro desnudo por la tela rajada. En su mejilla izquierda comienza a formarse un moretón. Ella no deja de negar con la cabeza, pero tampoco baja el peligroso artilugio.
—Hermana, baja eso, por favor. Puedes hacerle daño a alguien —suplica Thiago con voz quebrada.
—Amelia, mírame —insisto, una vez más, y sus ojos color café recaen en mí. Su mentón tiembla mientras las lágrimas caen sin parar por su rostro—. No tuviste la culpa, ¿entendido?
—Yo, yo... —tartamudea con voz cortada y eso hace tiras mi corazón.
—Estamos aquí para protegerte. —Doy un paso más con las manos elevadas a la altura de mi pecho—. Dime quién lo hizo.
—Jane, ten cuidado —murmura Edward y escucho su quejido cuando la señora Darcy intenta limpiarle la herida.
—Dime quién lo hizo —insisto con suavidad.
Amelia baja la mirada.
—Es mi culpa, Jane. Yo... yo...
—No eres culpable de nada. Hay mucha maldad en el mundo, Amelia —murmuro, dando otro paso más—. Dime quién te hizo esto, porque estoy completamente segura que viste su rostro.
Muerde su labio inferior.
—Yo... yo... —titubea y vuelve a negar con la cabeza, deja caer el artilugio y se abraza a sí misma.
—¿De qué estás hablando, Jane? —inquiere William con cautela, pero lo ignoro.
—Amelia, todo va a estar bien —continúo hablando con voz calmada, tratando de ganarme su atención—. Somos tus amigos y tu familia. No te volverá a tocar. Dime quién abusó de ti.
—¡Cómo! —espetan todos al unísono.
Thiago traga en seco y su mirada oscila entre yo y su hermana. La señora Darcy detiene su movimiento y sus ojos recaen en la destrozada Amelia.
—No es cierto. Dime que no es cierto —murmura Gregory a mis espaldas con voz cortante y furiosa—. Dime el nombre del malnacido, Amelia. Lo voy a matar con mis propias manos.
—Yo... no... —Amelia no aguanta más y rompe a llorar.
Detengo a su hermano levantando la mano para evitar que de otro paso a ella y me acerco a Amelia sin tocarla. Cualquier amenaza a su intimidad puede desencadenar en algo peor porque está muy alterada.
—Dime un nombre —insisto, con voz serena, intentando que no escuche los acelerados latidos de mi corazón—. El primer paso para que mejores es decir en alta voz la persona que obtuvo lo que quería por encima de tus preferencias. Y lo más importante es saber que no tienes la culpa en esto. Dime quién fue.
—Fue Josh —espeta en un grito de dolor y llora desconsolada. Un portazo a mis espaldas hace que mire por encima del mi hombro.
—Vayan tras Gregory o va a matar al muchacho —ordeno.
William, Thiago y Erick salen de la estancia con rapidez. Mi mayor miedo es que tanto hermano como el oficial van a querer acabar con la vida del hijo del panadero. Aunque si soy sincera, no me interesa.
—Lo siento... mucho —dice ella de rodillas cubriendo su boca para ahogar los incontrolables sollozos.
—Mírame, Amelia —insto, pero ella no me escucha. Cuando intento acercar mi mano a su rostro, ella cae hacia atrás para alejarse de todo tacto humano. Une sus rodillas y las rodea con los brazos—. No tienes que pedir perdón y mucho menos sentir vergüenza. Eres la única dueña de tu cuerpo y no mereces que nada ni nadie vaya por encima de lo que quieres o necesitas.
En la parte de afuera escucho las protestas de Gregory. Por sus palabras cargadas de rabia, lograron traerlo antes de cometer un grave error.
—Señora Darcy...
—Aquí no pasó nada, jovencita —me interrumpe ella.
—Muchas gracias. Todo el desastre será pagado —añade el Duque y la costurera se retira—. Amelia, debemos ir a casa.
La joven niega con la cabeza y sigue llorando. Mi corazón se rompe al verla tan frágil. Mi mirada choca con la del Duque y él se siente tan agobiado como yo. No sabemos qué hacer.
—¡Que me sueltes, maldita sea! —espeta Gregory y logran meterlo a empujones en la tienda—. Voy a matar a ese desgraciado.
—¿Edward, puedes quedarte con Amelia un instante? —El duque asiente a mi pregunta—. Ustedes tres, afuera —ordeno, pero no se mueven de su lugar—. Afuera, ahora.
Entre gruñidos e improperios poco decentes, salen los tres y les sigo. Cierro la puerta con cuidado.
—Voy a matar a ese malnacido con mis propias manos. Voy a romperle la tráquea y así se muere por falta de aire —espeta Gregory.
—Ponte en la fila, compañero —añade Thiago.
—Ningún castigo es lo suficientemente adecuado para ese tipo de persona y la muerte es un camino demasiado fácil, oficial. Amelia nos necesita ahora, ¿entendido? Van a llevársela en el carruaje. Nada de tocarla y mucho menos hablar sobre el tema en lo que queda de vida. Ella necesita un poco de espacio ahora.
—Voy a llevármela de aquí.
—Esa es una perfecta idea, Thiago —opino y doy un largo respiro—. Tu hermana necesita todo el apoyo que podamos darle. De ser posible, nunca la miren con lástima, eso solo empeoraría las cosas.
—¿Qué tiempo puede tomarle? —inquiere William, preocupado, y tres pares de ojos recaen en mí.
«Ojalá pudiera decirles que aún no he superado la primera vez y mucho menos esta última. Solo aparento ser fuerte para que no se note lo débil que soy. Bastante tengo que sepan sobre mis pesadillas», pienso y cierro mi mano derecha de forma imperceptible.
—Amelia no vivió ni tuvo la misma experiencia que yo, Warner —aclaro, mientras sacudo mi cuerpo.
—La tuya fue más fuerte, ¿recuerdas? —recalca Erick.
—Cada uno es diferente y esto no es nada fácil. Ella ahora tendrá que ser fuerte. Thiago, cuando se la lleven, obsérvenla sin que lo note. Si hay cambios en su apetito, ansiedad o pánico. Puede incluso tener problemas para dormir y asustarse hasta de su propia sombra. Por favor, si no quiere salir, no la obliguen. Cuando se sienta lo suficientemente capaz de conversar con alguien, lo hará sola.
—Me duele que ella pase por este tormento —anuncia su hermano con voz quebrada y me acerco a él.
—Amelia nos tiene a todos y eso es lo importante —añado y le doy un leve apretón a su hombro. Sus ojos color café están cristalizados por las lágrimas y eso forma un nudo en mi garganta—. No sé qué hacer para aliviar tu dolor o el de ella, Thiago. En verdad siento mucho este agravio contra tu hermana. Gregory, para de caminar. Me tienes con dolor de cabeza —protesto, pero él sigue retraído en sus pensamientos hasta que se detiene finalmente y abre los ojos como si hubiera tenido alguna idea.
—¿Y si amarramos sus brazos y piernas a las patas de los caballos para que estiren sus extremidades hasta que...?
—Gregory... —intercedo.
—¡No puedo detenerme, Jane! —espeta desesperado. Niega muy rápido mientras vuelve a caminar de un lado para el otro y pasa las manos por su cabello rubio con irritación—. No puedo. No puedo quedarme sin hacer nada. Entiende que...
—Entiendo que estás enamorado de Amelia —intervengo una vez más hasta colocarme delante de él y agarrarlo con fuerza por sus brazos.
Sus ojos verdes reflejan la batalla interior. Abre y cierra sus manos mientras aprieta su mentón. Intento moderar mi tono a uno pasivo, pero su postura tensa no cambia.
—Comprendo que quieres hacerle justicia y que el culpable pague de la forma más dolorosa posible. Estoy segura que harías hasta lo imposible para hacerla feliz. Entiendo tu sentimiento de pensar en ser la única persona capaz de borrarle tan horroroso recuerdo, pero ella está escondida bajo una casa hecha polvo llamada dolor y vergüenza. ¿Quieres ayudarla? Habla con ella cuando lo desee y respeta su silencio. Hazla reír, no la presiones y recuérdale todos los días de su vida lo hermosa que es aun estando rota.
—Jane... —murmura una voz y mis hombros se tensan.
Todos nos giramos, y ahí, en el umbral de la puerta, se encuentran el duque y Amelia un poco recompuesta.
—¿Cómo estás? —inquiere Gregory con dulzura, y ella niega con la cabeza—. No tienes que hablar de eso, bella mía—asegura el oficial mientras se acerca a ella, dubitativo.
—¿Es verdad lo que ella dijo? —pregunta Amelia con voz quebrada.
—¿La parte de arrancarle las extremidades al idiota del panadero por lo que te hizo o donde la institutriz dejó claro lo mucho que te amo y estoy loco por ti?
Ella aprieta los labios y su mentón comienza a temblar. El terror asalta el rostro del oficial.
—Pero... pero... no llores, Amelia, no me gusta verte llorar, bella mía. Jane... —Gregory me llama pidiendo auxilio, pero es que yo tampoco sé que hacer.
—¿Podemos irnos? —declara ella, después de tomar una bocanada de aire y sorber su nariz. Todos asentimos y Erick abre la puerta del carruaje.
—Estoy perdido —murmura el oficial con voz de derrota cuando mi mejor amigo cierra la puerta del carruaje—. ¿Qué voy a hacer ahora?
—Ser lo que ella necesita —contesta Thiago y se sube junto a William para dirigir el carruaje.
—¿Cómo voy a hacer algo si nunca...?
Detengo las palabras del oficial colocando un dedo sobre sus labios y añado:
—Sé tú mismo, Willmort. Eso es suficiente.
Una sonrisa nerviosa se posa sobre sus labios, pero esta se amplía un poco más cuando una voz dice:
—¿Gregory, quieres... quieres venir... conmigo?
—Por supuesto, bella mía —contesta el oficial y Amelia entra de nuevo al carruaje luego de un leve asentimiento con la cabeza.
—Gregory, ella necesita un lugar donde se sienta protegida. Asegúrate de dárselo.
Él asiente ante mi consejo y sube al carruaje. Dejo mis hombros caer cuando pierdo la vista de ellos en la bruma de la noche. Doy un leve salto en mi lugar cuando Edward dice a mi lado:
—¿Cómo supiste lo ocurrido, Jane?
Tuerzo la boca y mantengo una expresión impasible.
—Una larga historia, Edward. —Agito mi mano—. ¿Erick, puedes ir por algún coche?
Mi amigo asiente y se adentra en las oscuras calles de la ciudad. El silencio nos invade a ambos, pero una extraña picazón comienza en mi lengua. «¿Debería decirle lo ocurrido con el Regente o cuando me secuestraron hace más de un año?», las dudas me invaden, pero siento que él ya debería saberlo.
Suspiro profundamente.
—Supe lo ocurrido a Amelia, porque yo pasé por una situación similar —suelto sin pensarlo mucho.
—¡Cómo! —Edward agarra mis brazos y algo extraño salta a sus ojos negros—. ¿Cuándo fuiste raptada? ¿Quiénes fueron?
—Ya eso está en el pasado, Edward —musito—. No quiero volver a recordar algo tan doloroso para... —Mis palabras son cortadas cuando me atrae a su pecho en un caluroso abrazo.
—Lo siento mucho. —Hunde su nariz en mi cabello—. Ninguna mujer debería pasar por eso.
—Cállate y abrázame con más fuerza. —Me aferro a él—. Es lo que necesito de ti ahora.
Me aprieta y las cosquillas en mi estómago comienzan. Me dejo embargar por su perfume y la calidez de su mano que sube y baja por mi espalda con lentitud.
El crepitar de un coche nos separa y Edward carraspea levemente. Una vez que Erick detiene el carruaje, el duque abre la puerta para mí y nos adentramos en el pequeño espacio. Recuesto mi cabeza a su hombro y él rodea mi cintura con su mano.
Al llegar a casa, el ambiente tiene tonalidades de tensión. Los rostros de todos demuestran sentimientos que van desde la furia hasta el dolor. Todos han respetado el sufrimiento de Amelia, pero estoy segura que mañana querrán buscar venganza.
Llegó la medianoche y el sueño no me alcanza, así que decido caminar por los pasillos y adentrarme en la biblioteca. Saco un libro de los estantes y sonrío antes de decir:
—¿Por qué se esconde en su propia biblioteca? —Un leve carraspeo llega a mis oídos y aprieto los labios.
—No me estaba escondiendo. —Me giro hacia el duque y enarco una ceja—. Está bien. Lo admito. Sentía cierta curiosidad. ¿Cuál escogiste esta vez? —Muestro la carátula y camino a la chimenea—. Rebeliones y justicia. Buena elección. ¿Sabes lo que Alexia me enseñó de esa historia? —Niego con la cabeza y se sienta a mi lado—. Siempre insistió en que el amor y la compasión son los regalos más importantes que una persona puede dar a otra y que mostrar siempre estas cualidades deben ser la meta más importante en la vida.
—La duquesa era muy inteligente. Su perspicacia me fascina.
—Ella me hizo entender muchas cosas a las que estaba ajeno, y le estaré eternamente agradecido por eso. —Asiento con lentitud y dejo caer mis hombros—. ¿Qué ocurre?
—Es doloroso, ¿sabes?
Frunce el ceño.
—¿Qué cosa?
—Ella dijo que Josh era su lugar seguro, y ahora... —detengo mis palabras antes de proseguir—. ¿Sabes por qué a veces te pido que estés conmigo cuando vengo aquí a la biblioteca?
Alza las cejas.
—No me digas que...
—Mi lugar seguro era estar rodeada de libros, historias y aventura, pero esa persona quebró un poco ese bello recuerdo que tenía con papá en las noches de invierno o de tormentas —confieso en voz baja.
—¿Cómo...? ¿Quién fue? —insiste con los dientes apretados, pero niego con la cabeza—. Jane...
—Ya no tiene caso. —Sonrío de lado—. Eso quedó en el pasado.
Nos quedamos en un cómodo silencio y terminamos leyendo el libro entre los dos recostados a un sofá. Es graciosa la forma en que Edward simula las voces de los personajes. A medida que avanza la historia, mis ojos pasan del libro a su rostro.
Perfilo sus rasgos con lentitud. Sus largas pestañas y como arruga la nariz. Mi corazón comienza a acelerarse cuando mis ojos recaen en el movimiento de sus labios. Ya ni siquiera lo estoy escuchando. Su perfume comienza a envolverme como neblina y un ligero escozor comienza en la palma de mis manos.
Edward deja de leer y nuestras miradas chocan. Intento controlar los latidos de mi corazón que escucho en mis oídos, pero me es imposible. Mi pecho sube y baja con celeridad y me quedo embelesada en su oscura mirada.
—Jane —murmura por lo bajo.
—Dime —susurro con una voz que ni siquiera yo reconocí.
—¿Quieres crear nuevos recuerdos? —pregunta y mi burbuja explota.
—¿Qué?
—No tiene que ser... ya sabes. Estoy hablando de... —El rubor sube a sus mejillas y aprieto los labios con fuerza—. Y ahora estoy haciendo el ridículo, ¿verdad?
—¿Sabes que te ves muy tierno cuando tartamudeas y te sonrojas? —Edward resopla y yo acaricio su mejilla, la textura de su barba es exquisita—. El ambiente aquí es cómodo.
—¿Está haciendo una propuesta indecente, señorita McHall? —pregunta con sorna.
—Pero si tú la hiciste primero —contesto señalándolo con el dedo. Me atrae colocándome a horcajadas sobre él y acerca su rostro a mi cuello—. Edward, yo...
—No pienso hacer nada que no quieras. —Su aliento en esa parte de mi cuerpo tan sensible por su cercanía es una suave caricia. Debo hacer mucho esfuerzo para no arquearme hacia él cuando lo acaricia con la nariz—. Solo quería abrazarte como esas noches que cuidé de ti cada vez que llegabas a mi casa al borde de la muerte. ¿Está bien para ti?
Asiento con una sonrisa cuando nuestras miradas chocan una vez más.
—Contigo siempre estará bien.
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