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Capítulo 24 «Buenas intenciones, malos resultados»

Edward

—Dígame que ya puede caminar, porque a este paso voy a quedarme sin cabello por culpa de esa muchacha —suplica Kate, una vez que el doctor se adentra en la sala de estar.

—Por supuesto, duque... Kate —se retracta él y ella suspira de alivio—. Jane es joven y tiene buena salud, pero eso no significa que pueda volver a su antigua vida, por lo menos no ahora. Debe esperar cerca de cuatro semanas.

Suspiro de alivio.

—Gracias a Dios ya no necesitará esa odiosa silla —opino, y los tres reímos.

—¿Cómo sigues, Edward? —pregunta el doctor.

—La comezón desapareció por completo —contesto y él asiente.

—Debo retirarme. Regreso en unos días.

—Le acompaño a la puerta, doctor —indico señalando con la mano el camino.

—¿Le das tú la noticia? —murmura Kate, una vez que regreso a la sala de estar.

—Yo me encargo. ¿Puedo pedirles un favor?

—Lo que quieras, cariño.

Subo las escaleras con cierta emoción. Kate y Murray aceptaron mi propuesta, pero van a estar cerca por si algo ocurre. Con la institutriz alrededor, cualquier desastre se puede esperar. Toco la puerta con los nudillos y de su interior escucho su voz. Al adentrarme en la estancia, mis ojos se abren al ver a Jane con más de la mitad del cuerpo al otro lado de la ventana.

—¿Pero te has vuelto loca? —espeto y en tres zancadas me acerco a ella—. Puedes hacerte daño —insto, agarrándola por la cintura para apartarla, pero ella protesta.

—Mejor ayúdame, Edward.

Cierro los ojos, contando hasta diez para no explotar.

—A ver, institutriz ocurrente, ¿en qué quieres que te ayude?

—A recuperar mi libro. —Pongo los ojos en blanco y la atraigo hacia el interior de la habitación a pesar de sus protestas—. ¿Pero qué hac...? —sus palabras son cortadas cuando la giro hacia mí y la encierro en mis brazos sin escapatoria.

Noto como sus pupilas se amplían y traga en seco. En mi pechoretumban los latidos acelerados del corazón que golpean el suyo y sonrío con ternura al ver como sus mejillas comienzan a tornarse rosadas. Mis ojos recorren su rostro y terminan en su boca entreabierta.

—Te tengo una buena noticia —murmuro, sin separar mi mirada de sus suaves labios—. Dice el doctor que no necesitas usar la silla nunca más.

Su grito de emoción hace que mi sonrisa crezca. Sus manos van a mi rostro y lo acerca a ella hasta que nuestros labios chocan en un torrente de pasión. Cierro mis ojos disfrutando el momento mientras mis manos se mueven por toda su espalda.

Jane se separa para que el aire corra entre nosotros y bajo mi cabeza, avergonzado.

—Gracias por la buena noticia —anuncia ella con coquetería, elevando mi rostro con el dedo índice y sonríe—. ¿Sabes que te ves muy tierno cuento te sonrojas?

Ambos reímos a carcajadas y la beso una vez más atrayéndole hacia mí por la cintura.

—Edward, necesito mi libro —insiste al separarnos.

—Está bien, pero ya lo hago yo. —Asiente y le doy un corto beso antes de acercarme a la ventana.

—¿Qué haces?

—Recuperando tu libro —contesto, colocando un pie fuera de la ventana en el alfeizar. Tomo el libro con la mano libre y se lo entrego—. Buena elección.

—Me encanta este libro —murmura mirándolo con ojos brillantes.

—Creo que... —Mis ojos se abren cuando resbalo con la arenilla del alfeizar.

—¡Edward! —El chillido de Jane queda opacado por mis gemidos de dolor—. ¿Estás bien?

—Como si hubiera caído en una cama de plumas —contesto con ironía y hago una mueca de dolencia al sentir las espinas de las rosas atravesando el pantalón.

«Cuando pensé que alrededor de la institutriz siempre pasaba algo, no fue en broma», interiorizo mientras salgo del arbusto con incomodidad.

—¿Qué te ha pasado, muchacho? —inquiere Arthur con preocupación, y Tom se acerca para mirar mis manos—. Chloe, trae algo para limpiar las heridas de Edward.

La cocinera asiente y se adentra en la casa con rapidez.

—¿Estás bien? —interviene Jane—. ¿Te duele mucho?

—¿Qué fue lo que pasó? —pregunta Tom.

La institutriz cuenta lo ocurrido mientras Amelia llega y limpia mis manos con suavidad.

—¿Acaso te volviste loco, muchacho? —espeta Chloe—. Pudiera haber sido más grave.

—Lo siento mucho, Ed...

—No digas eso, Jane —insisto al ver como la tristeza baña sus ojos—. Yo me descuidé.

—Pero te hiciste daño —recalca ella con la cabeza baja, pero elevo su mentón con el dedo.

—Eso sanará. Es solo para crecer. —Todos resoplan ofuscados, pero al menos ella vuelve a sonreír, aunque con cierta timidez—. ¿Me acompañarías a un paseo en bote? Hay que celebrar la buena noticia.

Ella asiente y doy un paso, pero el dolor en mis piernas y mi trasero me hacen caminar extraño. Hago muecas de dolor, pero este desaparece por completo una vez que estamos de camino al lago. Kate y Murray van en el otro carruaje junto a Amelia y Lizzie. William maneja el nuestro y Thiago el otro.

En el camino, lo único que hago es observarla frente a mí. El sol atraviesa la ligera cortina blanca y se refleja en su sencillo vestido azul claro. Algunos mechones rebeldes caen alrededor de su rostro y el traqueteo de carruaje los mueve de un lugar a otro. Su pecho sube y baja y debo apartar la mirada por unos instantes. Desde ese día bajo el sauce, cada vez que la veo solo quiero besarla hasta quedarme sin aliento.

«Contrólate, Edward, debes tener paciencia y darle su tiempo. Jane ha pasado por mucho y las pesadillas solo indican cuánto que le afectó el ser raptada», me digo a mí mismo y tomo una bocanada de aire, pero no dejo de deleitarme con ella.

Su ceño se frunce con cierta ternura y cierra sus ojos casi por completo como si quisiera descifrar el secreto detrás de uno de los poemas. Sus pestañas aletean contra sus mejillas como si no pudiera creer lo que está leyendo. Ella resopla y coloca el libro en sus piernas con frustración.

—¿Qué ocurre?

—Esto no puede ser cierto —contesta, con la cabeza recostada hacia atrás—. Es imposible que haya sido escrito por ...—Mira la portada del libro y niega con la cabeza—, por un hombre.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Es que... No sé si me entenderías —musita y sonrío de soslayo.

—Pruébame.

—Estoy segura que una mujer envió estos hermosos poemas bajo el pseudónimo de un hombre. Escucha esto:

Con cada amanecer, el sol despierta la tierra,

Acariciando suavemente los pétalos con su cálido júbilo.

Y así lo hace ella, con gracia y toque tierno,

Nutriendo corazones, trayendo sonrisas que ahogan las tormentas.

Como un girasol, ella sigue el abrazo del sol,

Irradiando alegría y bondad,

Sin dejar rastro de tristeza o oscuridad en sus relucientes ojos,

Ella es un faro de esperanza, un amor que no se extingue.

—¿Por qué crees que un hombre no pudo escribirlo? —la reto y cruzo mis brazos cuando me recuesto al espaldar.

—La sociedad está plagada de machismo y puras apariencias. Nadie lo hubiera impreso si hubiera sabido que provenía de una mujer.

—Yo creo que Murray es capaz de crear un poema como ese. —Sus labios se curvan en una amplia sonrisa ante mis palabras.

—Ellos son la excepción a la regla —finaliza y una idea pasa por mi mente cuando pienso en el sol sobre su figura y las flores de primavera que rodean el camino, por lo que añado:

En un campo de rayos dorados, con el Sol pisando la tierra,

Una sinfonía de colores cantaba sobre diseño grandioso de la naturaleza.

Entre todo ello, una mujer se alza alta y hermosa,

Su belleza florece como la Luna en la noche, y las brisas quietas cerca de la colina rocosa.

Sus ojos se abren en asombro por las palabras que salen de mi boca. No voy a negarlo. Hasta yo me siento extraño, pero lo que estoy diciéndole a través de estos versos, no es comparado con aquello que siento por ella.

El sol, las flores y la mujer se unen,

Creando un tapiz de amor, puro y brillante.

Cuando el sol se pone, arrojando tonos de oro pintado,

Su piel reluce, como un lago encantado.

Ella es el sol, iluminando mis días grises.

Ella está en las flores, esas que se abren en medio de las tormentas.

Su presencia es un regalo, que siempre atesoraré.

Un testimonio de amor, un empeño eterno que nunca olvidaré.

—¿Quién es el autor? —Se inclina levemente hacia adelante con curiosidad.

—¿Y si te juro que lo acabo de inventar?

Río a carcajadas cuando la veo parpadear estupefacta.

—No es cierto.

—Sí lo es, Jane —rebato y acerco mi rostro al suyo—. ¿Por qué se te hace tan imposible creerlo? Te lo acabo de demostrar.

Sus ojos viajan por mi rostro hasta mis labios y yo hago lo mismo, pero nuestro momento se termina cuando el carruaje se detiene indicando que ya habíamos llegado al parque.

La puerta es abierta y desciendo primero para ayudarla a salir. Una vez listos, le entrego la sombrilla y tomo el otro libro que tenía a mi lado. Sus padres y el resto se nos unen una vez que Thiago y Will dejan los carruajes en un lugar seguro.

—Dios, extrañaba venir a pasear por aquí —comenta Lizzie con nostalgia y su esposo besa su sien con ternura atrayéndola por la cintura hasta él.

—Perdón por llegar tarde —anuncia Gregory y el rostro de Amelia se ensombrece. El oficial carraspea levemente y conversa con William.

—Vamos a dar un paseo. Necesito disfrutar estos momentos sin que alguien me ayude a avanzar en la silla de ruedas —anuncia Jane y todos le siguen el paso a través del camino empedrado.

Las flores amarillas, azules y rojas en el borde del camino aumentan la belleza de la mujer a mi lado. Varias parejas caminan y conversan también en nuestra dirección mientras otros ríen sentados en el césped. El sonido de los pájaros queda opacado cada vez que la institutriz ríe a carcajadas junto a su madre y Lizzie.

—Desearía que Lexie hubiera venido con nosotros —comenta la institutriz cuando se acerca a mí.

—Ella deseó quedarse en casa pintando, Jane.

—Sus habilidades son fantásticas. Dignas de la hija de Edward y Alexia Kellington.

Coloco mis manos detrás de la espalda y cierro una de ellas en la muñeca de la otra. Mis ansias por al menos rozarle la mano comienzan a causarme problemas. Y su fragancia no me está ayudando mucho a contenerme.

—Amelia, que sorpresa encontrarte aquí —anuncia alguien a nuestro lado y las facciones de Jane cambian al instante.

Por el rabillo del ojo, noto que su madre también cambia de postura, pero ella lo disimula mejor que la institutriz. William pone los ojos en blanco y el oficial atraviesa con la mirada más mortífera que tiene a Josh, el pretendiente de Amelia.

—¿Puedo unirme a ustedes? —insiste el joven sin dejar de mirar a la hermana de Thiago, pero varias veces desvía sus ojos a mi muj... a Jane.

Escucho un resoplido bien bajito. Esta vez proveniente de la esposa de Thiago. Murray rasca su nuca con nerviosismo y yo trago en seco, porque soy la persona que debe dar permiso. Amelia está bajo mi cuidado, así que debo velar por ella. Pero no pude negárselo al ver como su rostro sombrío por la unión del oficial a nuestra caminata cambió por completo al ver a Josh.

—Claro, joven Barret.

El buen humor de la institutriz descendió hasta hacerse nulo. La perfecta armonía que teníamos hace unos instantes fue reemplazada por la tensión. Intenté por todos los medios hacerla reír, pero solo camina con los hombros rectos y la mandíbula tensa. Gruñe cada vez que Amelia sonríe y cierra sus manos en puño. Con disimulo, la alejo del resto y de las miradas curiosas.

—Jane, sé que ese chico no te gusta, pero hice esto para que pasáramos tiempo juntos. Es la decisión de Amelia.

—Lo siento mucho, amor. Sé que Alexia no hubiera aprobado mi comportamiento, pero es que... él no me agrada.

—El padre de Josh nunca fue bien visto para ella, pero al menos hubiera sabido lidiar con este pequeño detalle. Disimula un poco tu molestia y disfrutemos tu primer día fuera de la mansión.

Sus ojos se desvían hacia una Amelia sonriente y frunce los labios en desagrado, pero termina con un largo suspiro.

—Está bien. Lo haré porque te amo y por ella, pero no esperes que tenga una conversación agradable con él.

—Jane...

—No, Edward, no me pidas eso. Conversar está bien. Sonreírle a ese muchacho es avaricia. Seré amable, pero que no escarbe donde no debe, porque va a encontrarme y no le gustará. —Ella intenta salir del árbol que nos cubre, pero no la dejo. Al contrario. La apreso contra el tronco para que no tenga escapatoria—. ¿Estás loco? Alguien puede vernos.

—¿De verdad lo harás? —desciendo mi rostro hasta ella y rozo nuestras narices.

—Yo... yo... —Sonrío al ver como sus mejillas se tornan rosadas y le robo un corto beso—. ¡Edward! —protesta por lo bajo.

—Solo uno.

—Ya basta —insiste, pero sin dejar de sonreír.

Sus ojos vivaces indican que esto también le agrada, pero me recompongo y ella carraspea levemente.

—Ve tú primero. Nos vemos cerca de los botes. No olvides la sombrilla.

—¿Para qué...? —no la dejo terminar y me escondo detrás de unos arbustos cercanos.

Sonrío para mí al verla parpadear confundida y sacude su cabeza. Pasa la mano por su rostro y masajea sus enrojecidas mejillas antes de salir de su lugar. Aflojo la corbata al ver el movimiento de sus caderas en el vestido.

«Dios mío, dame fuerzas», ruego al cielo y salgo de mi lugar en dirección contraria.

Al llegar a los botes, Jane ya tiene mejor cara, mientras Josh no esté cerca. No puedo decir lo mismo de Gregory. El oficial está muy ofuscado, y la única persona que lo detiene de golpear a Josh cada vez que toca el brazo de Amelia es el pobre William.

—¿Lista para disfrutar del lago? —murmuro cerca del oído de la institutriz y sus labios se curvan en una sonrisa amplia.

Muevo los remos para alejarnos de la orilla lo más rápido que puedo. Jane abre la sombrilla y al mismo tiempo sigue concentrada en el libro.

—¿Cuántas veces lo has leído?

—Si contamos esta, creo que alrededor de ocho veces.

—Pero si ese libro fue publicado hace como diez años, Jane.

—Lo sé, amor, pero es que si me dijeran un libro al que desearía volver, sería este.

—¿Por qué?

Detengo el movimiento de mis manos, coloco los remos de una forma segura y junto mis rodillas hacia arriba para colocar mis brazos sobre ellas.

—Creo que... —deja el libro a un lado y recuesta la sombrilla en su hombro izquierdo—, es más por el hecho de superar obstáculos. Las cosas importantes no son las que nos ocurren, sino lo que hacemos con ella cuando se nos presenta la oportunidad. ¿Quiere ver a un hombre fracasado? Es el que está satisfecho con lo que tiene y no ansía más. No me refiero a dinero, bienes o incluso avaricia, es más como...

—Conocimiento —finalizo por ella y asiente.

—Siempre se puede hacer más si uno lo desea. Yo prefiero lanzarme a lo desconocido. Sé manejar lo mejor que puedo mis derrotas, pero no me gusta quedarme sentada a ver como otros logran lo que yo hubiera podido si lo intentaba una vez más. Con sus temores y miedos, y cansado de luchar, el señor Dar... —detiene sus palabras—. Perdón.

—¿Por qué dices eso?

—No quiero aburrirte con libros y metáforas.

Niego.

—Jane, puedes pasarte horas hablando de libros, filosofías y cosas extrañas para mí. Si es algo que te apasiona, jamás me aburriría.

Sus mejillas se enrojecen de nuevo y sonríe con ternura. Comenzamos un debate desde el libro en sus manos hasta circunstancias políticas. Molestarse con ella no era opción. Tiene la habilidad de hacerte reír hasta de temas banales como los vestidos.

Llegó el momento donde ella hablaba y yo no escuchaba porque me quedaba embelesado mirando el movimiento de sus labios. Si sonreía, me concentraba en ese especial sonido, aunque fuera escandaloso y poco decente. Sin darme cuenta ya estaba delante de ella mientras mueve su mano libre al contar una historia de cuando hacía travesuras. O eso creo.

—Jane —murmuro bien cerca de su rostro y ella da un leve salto en su lugar.

—¿Qué estás haciendo? —musita por lo bajo y mira a ambos lados—. Estamos en un lugar abierto, Edward. Alguien puede...

Sus palabras son cortadas cuando la beso. Ya no aguanto más. Debo reunir todas las fuerzas posibles para dejar las manos en su lugar agarrando el borde del bote. Gimo por lo bajo cuando mi lengua juguetea con la suya. Mi pecho sube y baja con celeridad, así como las ansias por tocarla. Muerdo su labio inferior con suavidad y escucho un sonido exquisito de placer proveniente de ella.

Me acerco un poco más, pero como lo pensé más temprano, estar cerca de la institutriz puede ocasionar problemas. Perdí el equilibrio y el bote se giró. Salgo a flote y paso la mano por mi rostro para quitar el exceso de agua.

—Jane —grito al ver que ella no emerge—. ¡Jane! —espeto una vez más, causando que todas las miradas recaigan sobre nosotros—. Maldita sea.

Me sumerjo en el agua, pero no veo rastro de ella, por lo que salgo a tomar una bocanada de aire. Cuando voy a sumergirme una vez más, me muevo hacia adelante por el susto al sentir unas manos en mi cintura.

—Oh, Dios mío, ¿estás...? —Mi preocupación se eliminó al instante al ver sus ojos grises traviesos—. No hagas eso de nuevo, por favor.

—Perdón, es que estaba buscando el libro y no lo encontré.

—Eso no es importante ahora. ¿Estás bien? ¿Te hiciste daño? ¿Sientes alguna dolencia en...?

—Amor —interviene con suavidad—, estoy bien. No tengo ningún dolor en la espalda. Sé nadar desde pequeña. No te preocupes.

—¿Están bien? ¿Qué pasó? —pregunta Murray cuando llega a nosotros y la sube a su bote.

Yo con mucho cuidado, hago lo mismo. Nos brinda a cada uno unas mantas. Gimo de dolor por lo bajo al ver que son las que tenía pensado usar para el picnic de la tarde.

—¿Cómo cayeron al agua? Creí que estos botes eran seguros.

Jane y yo nos miramos.

«Santo padre y Dios bendito, ¿y ahora que le digo a Murray? Es capaz de matarme si se entera que besé a su hija en un lugar público», me digo a mí mismo mientras busco una excusa creíble.

—Fue un pez —digo con rapidez, y tanto ella como Murray parpadean perplejos.

—¿Un pez? —comenta el padre de la institutriz, confundido—. ¿En un lago?

—Oh, sí. Uno muy grande —secunda Jane, y aprieto los labios—. Yo quise tocarle y... y perdimos el equilibrio.

Murray va a hablar, pero se retracta. Sabe que hay algo raro en esta historia. Se nos queda mirando por unos segundos, pero desiste. Al llegar a la orilla, cierro las manos en puños para controlar las ganas de reír a carcajadas. Para todos, la institutriz cayó al agua por querer tocar un pez en un lago completamente cerrado a miles de kilómetros del mar.

—Edward, querido, en estas condiciones creo que...

—¡Cuidado! —el grito de Gregory interviene las palabras de Kate y nos alerta a todos.

Unos perros enormes pasan corriendo y chocan con Josh, lanzándolo a él y a Amelia al agua.

—Oh, Dios mío —murmura William aterrado.

Veo como Jane se quita la manta y se lanza al agua al mismo tiempo que Gregory mientras Josh se acerca a la orilla nadando. Nos acercamos con rapidez al lugar del incidente y veo como Gregory saca a Amelia. William la deja sobre el puente de madera.

—¿Dónde está Jane? —inquiero alarmado.

Cuando me quito la manta de los hombros, la institutriz emerge con la falda de Amelia en las manos. Entre Thiago y William alejan a Amelia del borden mientras Gregory sube de un salto y se acerca a ellos.

—No respira —musita Thiago y Gregory lo aparta.

—¿Qué crees que estás haciendo con...?

—Un paso más, Barret, y serás tú el que no respire —amenaza la institutriz interponiéndose en el camino de Josh, dejando caer la falda del vestido y musita—. Maldito cobarde.

Gregory le hace respiración boca a boca a la hermana de Thiago y hace presiones en su pecho hasta que la chica escupe el agua.

—¿Estás bien? —Gregory la coloca de lado—. Hazlo con calma, Amelia —insiste mientras pasa la mano por su espalda y ella toce—. Déjalo salir.

—Amelia —interviene Josh alejando al oficial con brusquedad y noto como Kate pone los ojos en blanco—, me alegro que estés bien.

Jane me toma por al brazo y me aleja un poco.

—¿Ahora ya ves lo que te estaba diciendo? —Asiento—. Este chico salió del lago para salvarse dejando a Amelia a su suerte.

—Será mejor que regresemos a casa —ordeno y escucho las protestas de Josh cuando Gregory mueve su cabeza y gotas le salpican.

—Duque, creo que...

—Señor Barret —intervengo, controlando mis ganas de asfixiarlo—, el paseo terminó por hoy. Tenga una buena tarde. Saludos a su padre.

El regreso a casa fue casi en silencio. Intenté comenzar varias veces una conversación con la institutriz, pero desistí. Su mirada estaba perdida en el paisaje a nuestro alrededor, pero hay algo triste en ellos.

«¿Qué te aflige ahora, Jane?»

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