Capítulo 22 «Más que palabras»
Edward
—Todo parece indicar que ya estás bien. ¿Algo más?
—Solo un poco de comezón en los brazos y en la garganta, doctor —contesto mientras me levanto del asiento.
—Es algo normal. Las sensaciones van a desaparecer en un par de días. Ten mucho cuidado la próxima vez.
—No creo que Jane lo haya hecho...
—Lo sé, Edward, no la estoy culpando. Muchacho, voy a darte un consejo. Si ustedes quieren seguir con esto, deben hablar.
—Eso no es un problema con Jane, doctor —rebato con cierto escepticismo y él sonríe.
—Me refiero a que se conozcan más entre ustedes, Edward. Tanto tiempo y ella nunca supo sobre tu alergia. ¿Eso que te dice?
—¿Qué debo ser más cuidadoso la próxima vez?
—Lo que quiero darte a entender es que no saben nada del otro. Conoces sobre Jane porque lo has descubierto en el camino, no porque te haya contado ella.
—Tampoco es que haya preguntado.
—Y ese es un error, muchacho. El hecho que tuvieras una alergia y no lo supiera, te puso en peligro. ¿Recuerdas cómo era tu relación con Alexia? —Asiento—. No estoy diciendo que sea igual, pero ustedes se comunicaban hasta con una mirada.
—Pero si Jane me comprende.
El doctor enarca una ceja y resoplo.
—Hagamos una prueba. ¿Cuál es su libro favorito? Tengo entendido que pasa mucho tiempo en la biblioteca. —Abro la boca, pero debo cerrarla al instante—. ¿Padece alguna alergia? ¿Su color o comida favorita? ¿Raza de caballo?
—Ya entendí su punto de vista, doctor. Me quedó más que claro.
—Están construyendo algo hermoso con arena. Con la primera ventisca de tormenta, puede caerse como un castillo de naipes. Es una joven hermosa y avispada, que cautiva a cualquiera, pero la belleza desaparece con el tiempo, joven duque. Cultiven y crezcan juntos. Asegúrense de tener raíces extensas como el sauce, pero profundas como el árbol pastor.
Nuestra plática disminuye cuando llegamos a la puerta.
—Muchas gracias por su visita, doctor.
—El placer es mío. Dele un saludo a Jane de mi parte.
—Ahora que lo dice, hoy no la he visto. —Unas manitos rodean mi cintura y sonrío—. Lexie, cariño, ¿has visto a Jane?
—Hoy es uno de esos días donde deseas no ser mujer —contesta Kate y frunzo el ceño—. Tiene el periodo, Edward.
—¿Qué toma la institutriz para apaciguar el dolor?
Aprieto los labios al escuchar el tono sarcástico del doctor. Cualquier puede tomarlo como una pregunta de rutina de doctor, pero cuando noto su ceja enarcada una vez más hacia mí, supe que me puso a prueba. Cuando Jane llegó por primera vez, sufrió mucho por el dolor, y yo no nunca le pregunté. Clara evidencia que no conozco casi nada de ella.
—En casa tenemos macania, —explica Kate mientras pasa la mano sobre la cabeza de mi hija—, pero en esta parte del país no crece, así que solo le ponemos paños tibios para disminuir el dolor.
—¿Probaron con manzanilla o menta? —interroga el doctor y una punzada de dolor me atraviesa.
—No le hacen efecto —añade ella con malestar.
—Intentaré ver si encuentro algo entre mis infusiones. Me dijo que el nombre era macania, ¿verdad? —La duquesa asiente con lentitud—. Tengan una buena tarde.
—Usted también, doctor —hablamos nosotros al unísono y este se retira asintiendo con la cabeza.
Dejo mis hombros caer cuando su mirada me reclama en silencio antes de subirse al carruaje. Nos adentramos en la casa en mutismo y veo que Chloe y Lizzie bajan las escaleras. Una con telas húmedas y la otra con una cacerola vacía.
—¿Cómo está? —inquiere Lexie.
—Mejor —contesta la joven Warner y se arrodilla frente a mi niña—. Ella es fuerte, cariño. Es algo pasajero.
A nuestros oídos llegan unos toques en la puerta y nos miramos entre todos.
—¿El doctor habrá olvidado algo?
—No lo creo, Karen. Yo me encargo.
Al abrir la puerta, mis labios se curvan en una sonrisa.
—¿Buen día para visitar a un amigo?
—Nunca es mal día, John. —Ambos nos damos un fuerte abrazo y palmea mi espalda.
—Ya que mi hija y mi yerno no pasaron por casa, pues decidí venir a ellos —aclara John Warner con jovialidad y una cabecita asoma detrás de él.
—Hola, Jonas, tiempo sin verte.
—¡Papá! —espeta Lizzie con alegría.
—Mi niña —añade John con voz cortada y ambos se funden en un cariño abrazo—. Te he extrañado, ¿sabías?
—Yo también, papá. —Se separan y ella abraza a su hermano menor—. Has crecido mucho desde mi boda, Jonas.
—Ya soy todo un hombre —aclara el jovencito y los tres reímos a carcajadas.
—Mejor entremos y platiquemos —anuncio y caminamos en dirección a la sala de estar.
—Jonas —exclama Lexie y ambos niños se funden en un cálido abrazo.
—Si la condesa viera esto, se escandalizaría —comenta Lizzie con sarcasmo y sonrío cuando los niños se separan abruptamente—. Esa mujer y sus reglas me dan dolor de cabeza.
—Ella no siempre fue así —aclara el patriarca de los Warner y su hija pone los ojos en blanco—. Es la verdad, Elizabeth, pero hablar de la felicidad de ella trae recuerdos dolorosos de los que prefiero no hablar.
—¿Quieres un caramelo? —invita el menor de los Warner. Abre la mano mostrando los envoltorios brillantes, pero Lexie niega con la cabeza.
—No me gustan mucho los dulces —comenta mi niña y Jonas baja la mano con vergüenza, pero ella le detiene cuando agarra su muñeca—, pero por ti voy a tomar uno.
La sonrisa de ambos se amplía y se retiran con Kate y Lizzie en una conversación amena.
—Perdona la imprudencia de mi hijo, Edward.
—No es necesario, John. En realidad, me asombra que Jonas los brindara. Siempre lo tomé por un niño tímido.
John se acomoda en el asiento cerca de la ventana y yo frente a él.
—Cuando la institutriz llegó por primera vez a mi casa y vi que mi hijo menor se sentó a la mesa, sonrió e intercambió palabras conmigo, no pude sentirme más alegre y dichoso. Esa joven llegó haciendo estragos y milagros a mi casa. Por cierto, vine a verte a ti porque escuché sobre tu fuerte alergia, pero también para saber de ella y su recuperación. Thiago y Lizzie me han mantenido al tanto, pero me sentí muy mal por no venir a verla.
—Ya la conoces, John. Debía hacer reposo, y estuvo caminando la casa entera hasta que la instalamos en el segundo piso.
—Conociendo a Jane, dudo que las escaleras fueran un impedimento. —Ambos reímos a carcajadas y nos recostamos a nuestros respectivos asientos—. Hizo de las suyas, ¿cierto?
—Ya quisiera contarte. A pesar de ser hija de duques, no se queda quieta y es irreverente.
—Paralizado quedé cuando Lizzie me contó. Ya sabía que esos modales y conocimiento en política eran inusuales en jovencitas.
—¿Jane habló de política en su primer encuentro?
—Oh, sí. Charlamos durante horas. Es increíble su capacidad para controlar sus palabras y decirte lo que quiere sin sonar abrupta o incluso irrespetuosa. Su inteligencia me dejó anonadado cuando habló con Jonas la primera vez. La institutriz abandonó sus modales, se sentó en el suelo y le leyó a mi hijo su libro favorito, Edward. En menos de dos horas, ella supo más de mi hijo que yo en toda su vida.
Coloco mis codos en las piernas y dejo caer mi cabeza en las manos con frustración.
—¿Qué ocurre, muchacho?
—Solo confundido, John. —Dejo escapar un suspiro cargado de tensión y me recuesto nuevamente a espaldar—. Ella nunca ha hablado conmigo sobre temas de política o las cosas que le gustan.
—Muchacho, no puedes frustrarte por eso. Tampoco es que hayan tenido mucho tiempo para conocerse. Por lo que recuerdo, ustedes siempre estaban discutiendo. La mirada pícara y su mentón altanero siempre le trae problemas, pero con solo cruzar dos palabras con ella, te dan ganas de hablar de tu vida porque brinda la confianza y sientes que no te juzgará. Si no lo has notado, eres tonto.
—¿Entonces que hago, John?
—Si casi no hablan o se comunican, puedes hacer lo mismo que ella. —Frunzo el ceño y este ríe entre dientes—. Observa, muchacho. Con eso será...
—Edward, debemos... —Las palabras de William son cortadas cuando sus ojos chocan con los de su padre.
Este traga en seco al ver como John se levanta de su asiento completamente confundido.
—¿William? ¿Qué haces en la ciudad?
Las cejas del mayor de los Warner se disparan hacia arriba y mi mirada va de uno hacia el otro.
—Un momento. ¿No sabías que Will estaba aquí?
La atmósfera en la estancia se hace cada vez más pesada y cargada de tensión. Si John no sabía sobre Will en la mansión, entonces tampoco tiene conocimiento sobre la banda y que su hijo pertenece a ella.
—William Warner, responde de una vez —ordena John y noto como su hijo mayor se encoge en su lugar—. ¿Por qué no estás en el...? ¿Nunca fuiste?
Los ojos de William se cristalizan por las lágrimas y noto como la mirada de John pasa desde el asombro a la decepción.
—¿Por qué no me lo dijiste, hijo? Creí que te gustaba.
—Jane me necesitaba, papá —explica con voz quebrada—. Siento haber dejado pasar esta oportunidad. Perdóname por no decirte nada y sé que te defraudé, pero ella...
—Basta, William —interviene el padre y el aludido baja la cabeza.
Me remuevo incómodo en mi asiento. No sé qué hacer en circunstancias como esta.
—John...
—Ahora no, Edward. Si me lo permites, necesito hablar con mi hijo a solas, por favor.
—Claro.
Al cerrar la puerta, dejo escapar un largo suspiro. Pego la oreja a la puerta lo más que puedo para escuchar la conversación. Doy un salto en mi lugar cuando una voz detrás de mí dice:
—No sabía que te gustara escuchar a escondidas, Edward.
—Dios Santo, Erick, no hagas eso. Es de mala educación.
—Lo dice el que escucha a hurtadillas —rebate, y niego con la cabeza.
—No se te ocurra decirle a alguien —le amenazo señalándolo con el dedo y este cierra sus labios con una cremallera invisible—. Necesito un favor.
—Lo que necesites.
—¿Sabes leer?
—¿Qué clase de pregunta es esa? No nací debajo de una piedra y viví en las cuevas como un ermitaño fuera de la civilización, Edward. Soy el mejor amigo de la loca que tienes en la segunda planta. ¿De dónde rayos crees que vengo? —protesta, ofendido y pongo los ojos en blanco cuando comienzo a caminar.
—Necesito buscar entre los libros de Alexia alguna flor o semilla semejante a la macania.
—Un momento. —Me detiene por el brazo cuando íbamos de camino—. ¿Estás...?
—Por favor, no lo hagas. Ya bastante tuve con el doctor. ¿Me vas a ayudar o no?
—Si estamos hablando de la institutriz, jamás podría negarme.
Cuando observo por la ventana, noto que el sol está a punto de ocultarse. Erick y yo llevamos horas aquí y no lo sabíamos.
—¡La encontré! —grita el chico con emoción.
Me levanto con tanta rapidez, he intentado esquivar una montaña de libros, choco con otra y termino de cara en la alfombra.
—¿Estás bien? —Él se acerca y gimo por lo bajo gracias al dolor que atraviesa mi codo y rodilla.
—Solo... dime el nombre.
Me muestra la foto de la flor y punzadas de dolor me atraviesan al reconocerla.
—Esa flor no es de los alrededores —contesto por lo bajo y Erick deja caer sus brazos. Me siento en la alfombra apesadumbrado y el chico sale de la biblioteca abatido.
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