Capítulo 20 «Entre amor y nueces»
Edward
Mis ojos no pueden apartase de ella. Algunos tienen vicios como el alcohol y el juego, pero el mío es ella. Su sonrisa, su calidez y esa mirada juguetona me hacen querer tenerla cerca todo el tiempo. Sin importarle sus dificultades para moverse por culpa de la silla manual, la institutriz ha logrado tenernos a todos a su mando.
Lexie, la duquesa, Lizzie y Jane pasean por el jardín y conversan de forma animosa. Siento paz cada vez que el ruido de la sonrisa de mi hija llega a mis oídos.
—Eres muy afortunado, Edward —dice una voz a mi lado y asiento sin perderlas de vista—. Cuando era un simple soldado en Francia, mi vida era un desastre.
—Déjame adivinar, Murray. Conocer a Kate cambió tu vida.
—Por completo —recalca y escucho una leve sonrisa de su parte—. Fui dichoso cuando la conocí. Y sin importar los obstáculos, Kate me ha acompañado y apoyado en cada una de mis decisiones, pero siempre tengo en cuenta su punto de vista.
—Dos cabezas pueden pensar mejor que una —comento divertido.
—Y no sabes cuanta razón hay detrás de esas palabras.
—Si le soy sincero, no tengo ni la más remota idea de como empezó todo con su hija.
—El amor es algo progresivo, muchacho. Nunca sabes cuando empieza. Llega un punto donde la necesitas en cada parte de tu vida y ahí, es cuando sabes que no hay forma de regresar.
—¿Y aún con las imperfecciones? Porque al principio pueden no notarse gracias al amor, pero con el tiempo, pueden llegar a ser obstáculos.
—Con nuestras mujeres eso no funciona, Edward. Cuando mi hija tenía cinco años, notamos que tenía una especie de don con los animales, especialmente con los caballos. Animal salvaje que ella tocaba, pasaba a ser dócil a penas lo tocaba.
—Eso ya lo sabía. El caballo de Lexie está vivo gracias a Jane. Nadie podía tocar a Zafiro, hasta que ella entró en la caballeriza.
—Entonces ya lo has visto. Un día fuimos al pueblo. Kate y yo pensamos que sería bueno ver a nuestra hija con su propio corcel. Entre tantas bellezas, ella se fijó en un caballo negro apartado e irascible. Le faltaba una oreja.
Mis cejas se disparan hacia el nacimiento de mi cabello.
—Por más que insistí en otros sementales, ella solo estaba fija en ese caballo. Nadie lo quería, no solo por el simple hecho de la oreja faltante, sino que era muy arisco. No podían acercarse a él ni para alimentarlo. Con miedo, le lanzaban el heno y el animal corría hacia la persona relinchando. A penas sus ojos chocaron con mi hija, se acercó a ella y comió de su mano.
—Si no lo hubiera visto con anterioridad, creería me está contando una historia de fantasía.
—El dueño se asombró y terminó regalándole aquel hermoso animal de tres años.
—¿A dónde quiere llegar con esto, Murray?
—El señor le preguntó a mi hija, de solo ocho años en ese entonces, por qué se había decidido por ese. ¿Sabes cuál fue su respuesta? "Las imperfecciones son los que nos hacen especiales. Yo quiero un caballo único, y este es perfecto para mí". Hiram nunca más se separó de ella, hasta que mi hija desapareció. Desde ese entonces, se ha vuelto irritable y alimentarlo muy complicado. La única que supo domarlo fue ella, y desde que salió de casa, mi esposa y yo tenemos miedo que el animal fallezca. Kate dice que cuando Hiram no está relinchando e intentando morder a todo el que se le acerque, lo ha encontrado mirando la puerta de las caballerizas.
—¿Esperando el regreso de ella? —inquiero con un nudo en la garganta.
—Es lo que creemos. Incluso, y puede que sean cosas mías de la vejez, creo que hasta lo he visto llorando, o al menos el surco de lágrimas.
—Mi antigua esposa también tenía conexión con los caballos. Siempre decía que eran sus joyas más valiosas.
—Por lo menos para mi hija lo son. La fidelidad de esos animales a veces me deja anonadado. ¿La extraña?
—Cada día, pero ver a mi hija sonreír en compañía de la institutriz disminuye el dolor dentro de mí.
En la tarde, Lizzie, Kate, Amelia, mi hija y Jane regresan de la ciudad sonrientes. Demasiado sonrientes diría yo. Los ojos de Lexie, la institutriz y su mejor amiga tienen un brillo que solo indica travesuras de su parte.
Niego con la cabeza ante la pequeña nota en mis manos. Esperemos que no sea lo que estoy pensando o estoy en serios problemas.
—¿Ocupado? —hablan desde la puerta y mis labios se curvan en una sonrisa amplia.
—Para ti, nunca —añado con sorna y Jane se acerca con cierta dificultad en la silla de ruedas.
—¿Te apetece salir? La tarde de hoy es especial para un día de picnic.
—¿Picnic? —reitero sonriente y ella asiente.
—En la ciudad hicimos las compras perfectas para la ocasión. ¿Entonces?
Mis ojos se desvían hacia su boca cuando muerde el labio inferior. Trago en seco por las sensaciones que hacen resurgir en mi ese pequeño gesto. Desde que los probé hace unos días, besarlos se ha vuelto mi delirio y adicción. Me siento como hace años atrás cuando... La tristeza me embarga al recordar que las sensaciones que tengo son más intensas que cuando conocí a Alexia e iniciamos el cortejo.
—¿Estás bien? —pregunta ella preocupada—. ¿Qué ocurre?
El nudo en mi garganta no me deja gesticular ninguna palabra. Coloca sus manos en mi rostro y acaricia las mejillas con el dedo pulgar con lentitud.
—Habla conmigo, por favor, Edward.
—Es... Es que...
—La extrañas —murmura abatida y deja caer sus manos.
—Lo siento mucho, Jane.
—No, tranquilo. — La tristeza se aloja en su mirada gris. Abro las manos y agarro la silla de ruedas cerca de donde pone los brazos—. Es algo normal. Dejemos el picnic para otro día, ¿ok?
Toma mis manos y da un suave beso en el dorso. Pasa el pulgar en el lugar besado y sonríe de soslayo sin separar los labios.
—Entonces voy con Lexie —añade, y me da la espalda.
Antes que llegue a la puerta, me levanto de la silla con impulso y coloco mis manos en sus hombros. Estos se tensan ante mi tacto, pero ella no se inmuta. Jane no se merece esto.
—¿Qué tienes pensado? —murmuro cerca de su oído y coloco mi mano derecha sobre la suya. Noto como el vello de su nuca se eriza—. Sabía que eras buena, pero nunca te imaginé al lado de Chloe haciendo los quehaceres.
—Si quieres que haya un incendio en la mansión, déjame la cocina a mi mando —dice con sorna y gira su cabeza hacia mí. Estamos tan cerca que sus labios casi pueden tocar los míos—. No creo que usted desee eso, ¿verdad? El calor que irradiaría la casa sería lo suficiente grande como para llegar al bosque.
La sensualidad en su voz me hace jadear. Puedo escuchar los latidos de mi corazón mientras la comezón en mis manos aumenta con rapidez. Un fuego abrazador recorre mi cuerpo mientras mis ojos recaen en sus labios entreabiertos.
—Edward... —susurra, observando sin ningún pudor mi boca.
—Mejor vamos por ese picnic —digo finalmente para romper la aurora de deseo a nuestro alrededor.
—Tienes razón —secunda mis palabras y sacude su cabeza.
A media tarde, mi hija, la institutriz y yo estamos sentados bajo la sombra del enorme sauce. Aflojo los botones del cuello de la camisa cuando los recuerdos me golpean. Nuestras miradas se conectas y sé que su mente está en el mismo que estoy pensando cuando sus mejillas se llenan de rubor y se remueve en la silla con nerviosismo.
—¿Disfrutaron de la ciudad? —digo, intentando controlar mis ganas de tocarla.
—Sí. Mamá encargó un vestido nuevo, y ya conoces a Lizzie. No pudo evitar discutir con Gregory.
—¿Y ahora qué hizo el oficial? —inquiero, y una sonrisita pícara de parte de mi hija llega a mis oídos.
—Gregory, ayudó a casi todas a bajar del carruaje —explica Lexie con cierta burla.
—¿Casi? ¿Quién fal...? —Mis palabras son cortadas cuando recuerdo que Amelia también estaba con ellas—. Dime que no lo hizo.
—Ya conoces a Willmort, amor. Josh apareció y Gregory le cedió su lugar, pero Amelia tropezó, y cayó al suelo de piedras porque el ton... —Jane se traga sus palabras ofensivas por la presencia de mi hija— el panadero estaba mirando a Lizzie.
—¡Ay, Dios mío! Pero ella estaba bien cuando ustedes regresaron.
—Fue algo sencillo, papá —explica Lexie y dejo escapar un suspiro cargado de pesar.
—Amelia y Gregory comenzaron a discutir. Ella protestando que la había dejado caer y el oficial que su "amorcito" estaba ahí, por lo que debía ayudarla él.
—El orgullo pudo con él —añado negando con la cabeza.
—Se pasó toda la caminata protestando y refunfuñando.
—Me resulta extraño todo esto. —Muerdo una rebanada de pan y le alcanzo un pedazo de manzana a Lexie—. Gregory enamorado de Amelia, sabiendo que nunca se han llevado bien.
—Cuando de amor se trata, todo siempre es extraño —añade Jane con la mirada perdida en el bosque. Carraspeo levemente mi garganta por la extraña comezón en ella—. Sin importar de dónde venga o quién lo sienta, siempre es amor.
—Es que no entiendo cómo surgió eso. Gregory a penas y se acercaba a nuestra casa. Thiago y Amelia iban siempre a la ciudad y lo único que pasaba entre ellos eran miradas mortíferas y respuestas tajantes. —Carraspeo de forma leve una vez más y aflojo suelto los botones más altos de la camisa.
—El amor tiene sus cosas extrañas e inusuales. Llega a nuestras vidas con pasos silenciosos, y cuando realmente lo percibes, tienes miedo.
—¿Por qué tendrías miedo?
—Por aquellos sentimientos que afloran en ti. —El sudor recorre mi espalda y mi pecho se comprime—. El miedo inicia cuando sabes que esa persona está en tu vida y no hay forma de regresar a tu rutina anterior, porque es como si nunca hubiera...—Sus palabras se cortan cuando sus ojos recaen en mi—. ¿Edward? ¿Estás bien?
Niego con la cabeza y aprieto los ojos por la punzada fuerte que atraviesa mi sien. Abro los labios, pero no puedo gesticular no una sola palabra.
—Lexie, cariño, ve a casa y dile a mi padre que prepare un carruaje. —Los ojos azules de mi hija se llenan de miedo—. Vamos, cariño, ve.
Mi niña sale corriendo hacia la mansión y Jane se acerca a mi con ierta dificultad.
—Edward, quédate conmigo. —Insiste al llegar a mi lado y chasquea los dedos dos veces.
Al instante dos personas salen del bosque y corren a su lado.
—¿Qué ocurre? —pregunta uno de ellos mientras el otro se coloca en mi espalda para que no me recuesta.
—El... pan —digo con dificultad.
—¿El pan? —murmuran los tres con extrañeza.
—Elijah, ve a la ciudad lo más rápido que puedas. Dile al doctor que estaremos ahí lo más pronto que podamos.
El hombre cerca de Jane se aleja de nosotros y noto la preocupación en su mirada.
—¿Eres alérgico a algo?
—A las... al... almendras.
—¡Oh, Dios mío! —añade ella cerrando los ojos—. Cárgalo hasta la casa. Debemos llevarlo a la ciudad ahora. La levadura tenía nueces y entre ellas estaban las almendras.
Abro mis ojos con asombro e intento respirara.
—Edward, quédate conmigo —suplica Jane repitiendo mi nombre, pero cada vez escucho su voz más lejos.
El joven que estaba en mi espalda me carga sobre sus hombros como si yo no pesara nada y ella intenta seguirnos el paso, pero la silla de ruedas solo aumenta su ardua tarea.
Antes de perder completamente la conciencia, murmuro su nombre.
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