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Capítulo 19 «Miedos latentes» (+18)

Jane

—¿Sientes alguna incomodidad? —Niego con la cabeza ante la pregunta del doctor—. Parece que está cicatrizando bien.

—¿Entonces ya puedo tener una habitación en la planta baja?

Un contundente no fue la respuesta del doctor, mi madre y Edward al unísono.

—Es que no es divertido —protesto, ganándome una mirada mordaz de mamá.

—No puedes culparlos, Jane. La única forma que encontraron para tenerte vigilada y sin que hicieras alguna locura fue esa. El constante reposo tuvo éxito en menos de tres semanas, así que deberías agradecerles.

—Muchas gracias, doctor.

—Eso está de más, Edward. Mi trabajo es salvar vidas sin importar que algunos de mis pacientes sean testarudos a veces. —Pongo los ojos en blanco ante las indirectas palabras del doctor.

—Voy por las medicinas de Jane —anuncia mamá y sale junto a Edward de la habitación.

—¿Cómo está Víctor? —pregunto con preocupación y él se sienta frente a mí.

—No está bien. Cada día se debilita más. No creo que sobreviva durante mucho tiempo. El padre Charles y yo estamos haciendo todo lo que podemos.

—Me duele lo que les está pasando. Todo por mi culpa.

—No digas eso, por favor. Todos saben que hiciste lo que pudiste. Y ahora están más atentos por la imprevista visita del Regente a la ciudad.

—¿Ya saben qué es lo que quiere? —inquiero un poco alarmada.

—Aún no, Capitán. Lo más raro del caso es que no ha recogido impuestos en su camino hacia Netherfield. —Frunzo el ceño, confundida—. Todos pensamos lo mismo. Algo está tramando...

—Y nunca es nada nuevo —termino la frase por él y asiente—. ¿Estás seguro?

—Los aulladores no han traído noticias, Capitán Sangriento. —Me remuevo en mi lugar cuando escucho ese sobrenombre—. No sé si sentirme aliviado o preocupado. ¿Tú cómo estás? Me refiero a las pesadillas. ¿Te has sentido incómoda en...?

—Las pesadillas remitieron una temporada, pero anoche... —detengo mis palabras y aprieto los dientes.

—No tienes que contarme. Tus pupilas se agrandaron de momento y tus rasgos físicos cambiaron momentáneamente.

—¿Cuándo terminarán?

—No sabría decirte con seguridad, querida. Cada uno es diferente. He leído estudios "clandestinos" sobre el asunto, y a veces las víctimas que han sido abusadas, nunca se recuperan. Otras siguen adelante, pero nunca volvieron a ser los mismos. Si a mis manos llega algo que pueda ayudarte, serás la primera en saberlo. Te lo prometo.

—Muchas gracias, doctor.

—Nada que agradecer, muchacha. Para eso ejerzo mi carrera con orgullo.

Al llegar la tarde, los rayos del sol comienzan a rozar mi piel bajo aquel enorme árbol donde estamos algunos reunidos. Lexie juega con mi madre y Lizzie, mientras yo y Edward leemos un libro. Parpadeo cuando veo a Gregory acercarse completamente empapado.

—¿Y a ti qué te ha pasado? —indago, cuando llega a nosotros con el ceño fruncido.

—Gregory, ¿qué tienes en la mejilla? —pregunta Edward al ver como la forma de una mano comienza a notarse en la mejilla izquierda del oficial.

—Intenté ayudar a Amelia —contesta entre gruñidos secando con su mano las gotas de agua que caen desde su cabello rubio hasta el rostro—. Casi se cae por estar limpiando las ventanas.

Dejo escapar una carcajada sonora al imaginarme aquel escenario. Edward me mira sin entender nada y Gregory me atraviesa con su verdosa mirada.

—No comprendo —inquiere el duque.

—Para limpiar las ventanas, Amelia utiliza una escalera. Imagino que dio un mal paso, y cuando casi cae, Gregory la impulsa por el trasero —explico, intentando respirar, porque las carcajadas no me dejan.

Los ojos de Edward recaen en el oficial, y este resopla dejando caer sus hombros.

—Lo que no entiendo es como terminaste empa... —dejo de hablar y río a carcajadas otra vez, atrayendo la atención de todos.

—Dios mío, Willmort, ¿qué te ha pasado? —inquiere Lizzie

—Pasa qué, por querer ayudar, terminó con un balde de agua en la cabeza y el rostro cruzado por una bofetada. ¿Cierto o no? —añado con cierta burla y el oficial resopla. Al no negarlo, mi madre y Lizzie se unen a mí en risas.

—¿Es eso cierto? —pregunta Edward con inocencia.

—Un placer haber pasado el día con ustedes. Con su permiso, me retiro.

Gotas caen en mi vestido cuando Gregory asiente. Aprieto los labios y también asiento en despedida. Su silueta desaparece en las caballerizas y luego lo vemos salir en su caballo a todo galope.

—Pobre muchacho —murmura mamá, después de calmarse.

—Me disculpas, Kate, pero de pobre no tiene nada —protesta Lizzie a mi lado—. Él se lo buscó. Por muchos años nos avergonzó a mí y a mi hermano. Con Thiago nunca tuvo contemplación, pero se retenía un poco porque es amigo de Edward.

—Pero ahora que lo pienso, nunca molestó a Amelia —aclara Edward y Lizzie frunce el ceño—. Dejo bien claro que no lo estoy defendiendo, pero se me hace extraño que la única persona a la que nunca se acercó, es la que le interesa.

—Gregory solo está tomando de su propia medicina, amor. —Todos los rostros se giran hacia mí y las mejillas de Lexie se tornan rosadas—. ¿Qué pasó? ¿Tengo algo en la cara? —pregunto mientras paso las manos por mis mejillas.

Mamá y Lizzie se miran entre sí y una sonrisa pícara se asoma en los labios de la pequeña duquesa. Miro a Edward y noto que sus ojos oscuros están abiertos de par en par.

—¿Qué está pasando? —protesto con insistencia.

—¿Cómo me llamaste? —murmura Edward dubitativo, y ahí es cuando caigo en la sorpresa de todos.

—Perdón —murmuro apenada—. Yo no debería...

—No lo digas —interviene con emoción—. ¿Puedes...? ¿Puedes...?

—Kate, creo que Chloe nos puede necesitar en la cocina el día de hoy. —Mamá asiente al instante y las tres se alejan, dejándome completamente avergonzada.

—Me precipité —añado y él niega con la cabeza—. Lo siento. Sé que...

—Dilo de nuevo.

—¿Cómo?

—Dilo de nuevo —insiste y mis labios se amplían en una sonrisa.

—¿Te gusta que te llame amor?

—Es mucho mejor que bravucón, engreído o egocéntrico.

—Yo nunca te dije eso, Edward. Bueno, te dije cosas peores —rectifico, y a mi mente llegan los recuerdos del primer baile donde le dije que era un desalmado y frío como las paredes de la mansión—. Per...

—No. En ese tiempo me lo merecía. No creo que haya cambiado mucho, pero si en algún momento necesitas empaparme de agua fría para hacerme entender, tienes el derecho y mi permiso.

—¿De verdad crees que pediría permiso para decirte la verdad, aunque no quieras oírla? —Enarco una ceja al inclinarme hacia adelante y él resopla, pero sonríe casi al instante—. Edward, mi papá me enseñó que es mejor una verdad hiriente a una mentira caritativa. La primera duele una temporada y pasa, pero la segunda mata con lentitud y dura toda la vida.

—¿Sabes que te ves seductora cuando hablas de forma tan perspicaz?

Trago en seco y siento como los latidos de mi corazón se aceleran cuando coloca los codos donde debo descansar las manos en la silla de ruedas y endereza su cuerpo hasta que nuestras narices casi se tocan. Mi cuerpo se inclina hacia atrás intentando alejarme, pero el suyo se acerca al mío levemente como si fueran dos imanes incapaces de separarse. Mis ojos recorren su rostro hasta que recaen en su boca entreabierta y mi respiración se vuelve más agitada cuando sus labios rosan los míos con suavidad.

Intento controlarme, pero algo comienza a quemarme por dentro. Mis manos agarran sus fuertes brazos y algo fuerte recorre mi espalda de arriba abajo con violencia. Sin quererlo, pero deseándolo al mismo tiempo, un pequeño jadeo brota de mis labios.

—¿Qué estás...?

Mis palabras son cortadas cuando su boca atrapa la mía con delicadeza. Abro los ojos con asombro y pero los cierro cuando relajo mis hombros para dejarme llevar dándole completo acceso. Soy torpe en esto. Lo reconozco. Nunca he besado a nadie en mi vida. Y las veces que ocurrió, desearía desaparecer de mi mente dichos recuerdos. Pero, entre los sentimientos que tengo por el Duque y la calidez con la que me besa, estoy completamente desequilibrada. Su lengua juguetea con la mía cuando se coloca entre mis piernas sin importarle el vestido y me atrae hacia él por la cintura con sutileza.

«Madre del verbo santísimo, ¿qué me está pasando?», protesto para mí cuando escucho un gemido de placer que brota de mi garganta demostrando una necesidad prohibida que tenía oculta. «¿Esa fui yo? Ay, qué vergüenza»

Una de sus manos deja mi cintura y va a mi nuca para acercarme más a él. Inclino mi cabeza a un lado sin dejar de besarlo y lo atraigo hacia mí colocando las manos en su fornida espalda por debajo de los brazos. Algo en mi cabeza grita con fuerza que me detenga, pero es que no quiero.

Muerde mi labio inferior provocando un jadeo cargado de deseo mientras el calor aumenta en mi pecho. El estúpido corsé comienza a molestarme cuando siento mis pezones endurecerse a medida que una sensación placentera surge entre mis piernas. Su mano se cierra en mi cabello con fuerza incitándome a hacer lo mismo. Succiona, muerde, pasea su lengua sobre mis labios y me besa con pasión. Cada una de esas acciones comienzan a hacer estragos en mi cuerpo que hasta hoy no conocía.

Edward se separa y tomamos una bocanada de aire. Sus labios hinchados y su amplia sonrisa me tientan a seguir, pero un carraspeo a nuestro nos alerta. Con suavidad, giramos nuestros rostros y pongo los ojos en blanco cuando veo a la condesa Victoria y su pupila a escasos pasos de nosotros.

«Dios mío, llévatela o te la mando», ruego en mi fuero interior, pero mis labios se curvan en una sonrisa de soslayo al recordar las palabras de Rose hace una semana. Me advirtió alejarme, y ahora, en su siguiente visita, nos encuentra besándonos.

—Condesa...

—Debería darte vergüenza, Edward —protesta ella, interrumpiéndolo—. Eres el Duque de esta parte del país. ¿Cómo se te ocurre hacer eso a plena luz del día donde cualquier persona puede verlos como si fueran...?

—Con todo el respeto que se merece, lady Victoria, el Duque es un hombre que sabe lo que quiere y conoce a la perfección lo mejor para él —demando, pero con mis ojos fijos en la pupila—. Y por favor, absténgase de decir cualquier barbaridad fuera de lugar.

—¿Fuera de lugar? —espeta Rose con voz chillona—. Parecías una ofrecida. Un poco más de tiempo, y la calamidad hubiera llegado a la vida del Duque.

—¿Disculpa? —espeto, exasperada.

—Lady Rose, más le vale no hablar así de Jane en mi presencia.

—¡Pero, Edward! ¿Qué clase de modales son esos, muchacho? Si no llegamos a tiempo, hubieras cometido un grave error.

«Esto no puede ser posible», protesto en mi interior al ver la discusión que comienzan el duque y la condesa. Rechino los dientes al ver el rostro de la tonta pupila riéndose con ironía sin que se den cuenta.

—¡Ya basta! —espeta Edward molesto y doy un leve salto en la silla—. Condesa, si vino hasta aquí solamente para humillar a Jane, por favor, retírese de mi propiedad y no regresen hasta que den una disculpa.

—Pero...

—Pero nada, Lady Rose —interviene el duque y esta vez soy yo la que sonríe con cinismo—. Por favor, váyanse, ahora.

Ambas elevan el mentón, agarran la falda de sus horrorosos vestidos color café a juego y se retiran. Mi mente es golpeada con fuerza por los recuerdos del pasado. Toda la felicidad y seguridad que tenía hace un momento se ha esfumado dejándome indefensa, con ganas de hacerme un ovillo y llorar por la suciedad que hay dentro de mí.

—Lo siento mucho —murmura él, aún dándome la espalda.

—Eso fue innecesario —susurro con voz rota—. Yo te pido perdón por haberme comportado como una vulgar. —Edward se gira hacia mí con rapidez y se agacha.

—No digas eso, Jane. —Acaricia mi mejilla y un nudo se forma en mi garganta—. Jamás te consideraría así. —Me abraza y yo le correspondo, pero no con la fuerza que debería.

«Él no lo sabe», me repito una y otra vez mientras nos quedamos en esta cómoda posición dejando que el viento nos acaricie con suavidad y dejo que una lágrima recorra mi mejilla.

La inseguridad me golpea al instante. En el momento que sepa lo ocurrido en aquella biblioteca y cuando fui raptada, querrá alejarme por estar mancillada y rota. O puede que lo haga yo porque tengo asco de mí misma como mujer.

No estoy segura si podré abrirme a él de tal forma que pueda contarle esos miedos que me carcomen por las noches cuando siento en mi interior esa sensación desgarradora y dolorosa o que mi boca, en esos días que estuve cautiva, no solo fue usada para comer lo mínimo que me daban para resistir.

«No me querrá después de saber la verdad. Me alejará como si mi tacto quemara. Me aborrecerá y solo sentirá repugnancia cuando sepa que sus labios no fueron los que probé por primera vez. Siento dolor cuando mi mente me recuerda que sus manos no fueron las primeras en recorrer mi cuerpo para dar el placer que toda mujer debería sentir en su primera vez», incertidumbres golpean mi mente una tras otra y le abrazo con fuerza intentando eliminar de mi cuerpo todo aquello que me aterra.

Quiero estar ahí para él, deseo hacer una vida a su lado, pero no sé si seré lo suficientemente fuerte el día en que sea humillada cuando sepa toda la verdad. Sé que Edward nunca haría algo como eso, es demasiado caballerosos. Pero no tiene que abrir la boca para declarar lo que piensa. Sus ojos hablan por él. Y en ese momento, sé que lo voy a perder para siempre.


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