Capítulo 17 «Desde el cielo»
Jane
—Buenos días, cariño —susurra una dulce voz a mi lado y sonrío sin abrir los ojos—. ¿Descan...? —sus palabras son cortadas por el rugido de mi estómago. La carcajada de mi madre no demora en llegar—. Tu padre y tú son iguales.
Abro los ojos y noto como niega con la cabeza sin dejar de sonreír.
—En algo tenemos que parecernos, ¿no? —añado, e intento levantarme, pero ella se apresura para ayudarme.
—Con cuidado, cariño. No queremos que esa herida se abra una vez más.
Me dejo mimar y coloca una almohada en mi espalda para mi comodidad.
—¿Cómo te sientes? —Acaricia mi mejilla y se sienta a mi lado.
—La comezón en ese lugar es insoportable —protesto, con un puchero.
—Eso significa que está cicatrizando bien. —Unos toques en la puerta interrumpe nuestra conversación—. Adelante.
La puerta es abierta y mi estómago ruge una vez más cuando el olor de comida llega a mi nariz. Lizzie no pude evitar reír a carcajadas cuando entra a la habitación seguida de Amelia.
—Thiago siempre me lo dice, pero yo lo olvido en cada ocasión.
—¿Qué está incitando ese amigo traidor ahora? —comento con diversión hacia Lizzie mientras mamá le hace espacio a Amelia para que coloque la mesita en mis piernas.
—Dijo que tu estómago era fuerte —explica con sorna y resoplo—. Por lo visto tenía mucha razón.
—Cuando salga de esta cama lo... —Me invade un olor más dulce y frunzo el ceño.
—¿No te gustó? —pregunta Amelia—. Puedo preparar algo más para ti si lo deseas.
Levanto mi mano y niego con la cabeza.
—No, tranquila. No es ...
Olisqueo la comida y no despejo mi frente. Miro a Amelia y noto algo diferente. Es un vestido más bonito de los que suele usar y le resalta mucho el pecho.
—¿Te rociaste perfume? —pregunto finalmente.
Su rostro palidece y coloca un mechón detrás de su oreja con nerviosismo. Tres pares de ojos recaen en ella y traga en seco. Intenta escapar, pero Lizzie es más rápida y bloquea la puerta con su cuerpo. Acto seguido a mis oídos escucho el seguro del picaporte. Está atrapada y sin forma de salir, a menos que quiera lanzarle por la ventana.
Amelia baja su cabeza, estruja sus dedos, y noto como sus mejillas comienzan a sonrojarse dándole un poco de color a la anterior palidez.
—¿Algo que debamos saber, querida cuñada? —incita, Lizzie, con cierta burla.
Los ojos color de café de Amelia se pasean por todas nosotras hasta que una sonrisa tímida se posa en sus labios.
—Vaya, vaya —mamá musita con burla—. Parece que cierto oficial atrajo tu atención.
—¿Cómo? —espeto ante las insinuaciones—. ¿Gregory te gusta?
—¡Qué! —respinga con el rostro enrojecido como un tomate—. Claro que no, Jane. ¿Cómo se te ocurre?
—¿Entonces, por qué siempre te pones nerviosa cuando está cerca? —recalca mi madre mientras cruza los brazos en su pecho y enarca una ceja—. Tampoco creo que le seas indiferente.
—Kate, por favor, estamos hablando de Willmort —reitera Amelia y resoplo.
—¿Y eso que tiene de malo? —lo defiendo—. Gregory puede llegar a ser insoportable, el incordio personificado, pero es un buen chico. —Levanto las manos en señal de rendición por la mirada atravesadora de Amelia—. Solo te digo lo que me ha mostrado el tiempo que hemos estado juntos.
—Él nunca ha sido santo de mi devoción —añade, Lizzie, y se acerca a su cuñada para cruzar su brazo con el de ella—, pero eso no quita lo caballeroso que es. Es un poco torpe y borde a veces, pero coincido con Jane. Es un buen muchacho y excelente partido.
—El problema es el siguiente —añade mamá analizando el rostro de la cuñada de mi amiga—. A la jovencita no le interesa el joven guapo de ojos verdes. ¿Será posible que cierto muchacho, el que hace los famosos rollos de miel, es el que atrae tu atención?
Los ojos de Amelia se abren de par en par.
—Dime que no es cierto —rezonga Lizzie con dolor—. No me digas que te gusta el pelele de Josh.
Amelia relame sus labios.
—Yo... Yo...
—Ya déjenla tranquila —intervengo al ver los nervios de ella a flor de piel—. No puedo creer que hayas caído en los encantos de ese joven.
Mi madre y Lizzie atrae a la pobre chica y la sientan en la cama cerca de mí.
—Cuenta todo desde el principio.
—¿Mamá, tú desde cuándo eres tan cotilla? —reclamo y achico la mirada hacia ella, pero le resta importancia encogiéndose de hombros.
—¿Me vas a decir que tampoco tienes curiosidad? —rebate y ambas enarcamos una ceja. Terminamos riendo y Amelia comienza con la historia.
Lizzie y su cuñada se retiran de la habitación hablando entre ellas de forma animosa. Una vez cerrada la puerta, el rostro mío y de mamá cambia por completo.
—No me gusta —decimos al unísono.
—¿No te parece extraño?
—Mamá, desde que contó sobre cuidarla de otras miradas con el brazo en su cintura, ese chico me dejó de gustar. ¿Qué tiempo llevan conociéndose?
—Todo comenzó cuando llegaste con aquella bala en la espalda. El tiempo se me hizo eterno, así que perdí la noción completa de la temporada que llevamos aquí. Han sido poco más de dos semanas. No estoy segura.
—Lo conocí de vista cuando llegué al pueblo y... no sé, mamá. —Me remuevo en el lugar—. Hay algo en él y su padre que no me gusta.
—Dímelo a mí. He ido par de veces a hablar con tu doctor y siempre los veo dentro de su establecimiento. El señor es un poco cruel con las personas de bajos recursos. Sacó a un niño de su tienda y lo pateó en mitad de la calle.
Fue a hablar, pero se retracta.
—¿Qué hiciste, mamá? —Frunce los labios en una línea fina—. Vamos, duquesa McHall. Su padre fue un escocés, y por todos es sabido el temperamento que traen los highlanders en sus venas. Algo hiciste, porque estoy segura que no te quedaste de brazos cruzados.
—Yo... le compré el mejor pan a ese señor, se lo entregué al niño y...
—¿Y...?
—Le rompí la vidriera frontal al lanzarle un ladrillo escondida en el puesto de verduras que tenía al frente.
—¿Hiciste qué?
Al llegar la tarde, salgo de mi habitación y entro a la de pintura.
—¿Cómo está la princesa más hermosa de este mundo? —Lexie deja el pincel en su lugar y corre hacia mí, pero se detiene cuando a escasos pasos—. ¿Y mi abrazo? —pregunto con un puchero en los labios.
—Tengo mucha pintura en el vestido —murmura por lo bajo, pero sin dejar de sonreír.
—No importa. Yo quiero mi abrazo.
Con mucho cuidado de no mancharme, sus brazos me rodean con calidez. Sin importarme la pintura fresca o mi vestido, la acerco a mí y beso su cabello rubio.
—¿Qué estás pintando? —Se aleja un poco y estruja sus pequeños deditos—. ¿Puedo verlo? —Frunzo el ceño cuando niega con la cabeza—. ¿Por qué no?
—No es tan bonito como los que tú haces —murmura por lo bajo y mi corazón se entristece. Elevo su mentón con el dedo índice y acaricio su mejilla.
—Lexie, cariño, voy a preguntarte algo. ¿Crees que es bello? —Asiente con lentitud—. Si lo consideras bonito y especial, no importa lo que el resto piense. Aquellos que sepan apreciarlo, pensarán que es lo más hermoso que sus ojos han visto. ¿Entendido? —Asiente una vez más—. Ahora, quiero ver ese fantástico cuadro.
Ella abre la puerta un poco más e impulsa la silla de ruedas hacia el interior. Me acerca al cuadro junto a la ventana y ahogo un grito.
«No recuerdo haber visto esto cuando estuve con Lizzie. ¿Dónde lo tendrá oculto?», analizo mientras observo aquella majestuosidad.
—¿No te gusta? —susurra por lo bajo. Sé que mi silencio la está preocupando, pero es que el cuadro frente a mi me ha dejado sin palabras.
—Lexie, es hermoso.
La parte baja es un bosque bien tupido, pero los divide en las cuatro estaciones del año. A la izquierda está invierno cubriendo de nieve cada una de las ramas. Luego le sigue la primavera con algunas aves a su alrededor, después el verano y por último el otoño donde los árboles perdieron sus hojas.
Paso mis dedos por la superficie más allá del bosque, donde una enorme y bella mansión se eleva imponente cerca de un acantilado. Los rayos naranjas del sol que atraviesan las montañas a la derecha recaen en la arquitectura de piedra, anunciando la llegada de la noche.
—¿Te gusta?
—Me encanta, princesita.
—¿De verdad? —inquiere aún con dudas.
—Cariño —me giro hacia ella y toco su mejilla derecha—, la belleza radica en los ojos de la persona que observa. Y si alguien dice que es horroroso, van a tener que vérselas conmigo. —Ella ríe cuando le hago cosquillas—. Voy a decirte algo que papá siempre me ha aconsejado. En tu camino, siempre vas a encontrar personas que critiquen, y debes dejarlos, porque no tienen la misma opinión que tú y eso está bien.
—¿Y entonces qué hago?
—Déjalos que hablen. Lo importante es que no cambies lo que tú piensas, a menos que digan algo para ayudarte a crecer como persona y mejorar en tus habilidades. ¿Entendido? —Asiente y sellamos la promesa con el meñique—. ¿Dónde ese ese lugar? —Se encoge de hombros—. ¿Simplemente lo imaginaste? —Niega con la cabeza y la confusión me golpea.
—Mamá me lo enseñó. —Parpadeo desconcertada ante su respuesta.
—¿La has visto en sueños? —Asiente—. ¿Cómo?
—Hay un cuadro de ella en una de las habitaciones.
Dejo escapar el aire que no sabía que contenía.
—¿Ella te dice algo? —musito.
—Las escribe cuando nos sentamos a descansar—explica, señalando la mansión en el cuadro.
—¿Qué es lo que escribe? —indago, intentando no sonar muy perturbada y trago en seco con temor.
—Siempre va a estar cuidándome desde el cielo —explica con dulzura.
Mi garganta arde, mi pecho se queda sin aire y mi sangre se hiela. Una voz en mi interior grita que no me precipite, pero mi lengua nunca obedece. Jamás lo hace.
—¿La extrañas? —mi tono es casi inaudible.
Suspira antes de mirarme con intensidad. Lo hace por varios segundos, pero su escueta respuesta, calienta mi corazón y nubla mi vista con lágrimas:
—Quisiera, pero ahora te tengo a ti, y para ella, eso está bien, porque sabe que vas a cuidarme como lo hubiera hecho si estuviera viva.
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