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Capítulo 14 «Sombras del pasado»

Edward

—¿Mis ojos me están engañando o la condesa Victoria está hablando muy tranquila con la duquesa McHall? —pregunta Erick inquieto.

—Y detrás viene Rose —añade William—. Parece que su conversación con Jane no fue placentera.

—¿Va a estar bien? —inquiero preocupado.

—Quedamos pocos, pero todos cuidan de ella sin importar donde este. Por la cara de Rose y las flechas voladoras que vi, se puede decir que esas dos no pueden estar en el mismo lugar —comenta Gregory—. Duque, después de todo lo ocurrido en la boda con Rose, ¿cómo es posible que ella siga insistiendo?

—Debo añadir que la joven no es la única insistiendo —modera Erick—. La condesa Victoria también es persistente.

—Un rechazo como ese, podría lograr que cualquier joven casadera quiera esconder su cabeza bajo la tierra y no sacarla jamás. ¿Por qué las dejas entrar en tu casa cuando es tan incómodo no solo para ti, sino también para el resto?

Cuando abro la boca para explicarle a Gregory, el mayor de los Warner expone:

—El Duque solo lo hace por caballerosidad. Lady Victoria era la mejor amiga de la madre de Edward. —El oficial resopla y Erick pone los ojos en blanco.

—Eso lo entiendo, pero la insistencia de la pupila es lo que me trae cierta preocupación —recalca Murray intranquilo.

—Rose era amiga de Alexia —contesto finalmente.

—¿Cómo? —espetan Gregory, Erick y el duque con asombro.

—Eso es una broma, ¿verdad? —insiste el oficial y niego con la cabeza—. ¿Cómo puede ser posible que la antigua duquesa fuera amiga de tan insoportable mujer? Es que no entiendo.

—La historia es un poco larga —comenta otra voz desde la puerta y Thiago se acerca a nosotros con paso lento.

—No hay nada mejor que una buena historia —opina Murray en tono divertido—, y yo tengo bastante tiempo.

—Será mejor que nos sentemos —digo mientras nos alejamos de la ventana y nos sentamos en las mesas de Hall.

—Alexia era pupila de la condesa Victoria, así como Rose —comienza a explicar William—. Ambas se criaron desde pequeñas en el mismo lugar, pero eran completamente distintas.

—La antigua duquesa siempre iba en contra de las normas de Lady Victoria —añade Thiago son una leve sonrisa en los labios—. Por eso es que siempre nos llevábamos también.

—Cuando inicié mi cortejo, las cosas entre ellas cambiaron completamente —explico, dejándome embargar por los recuerdos—. Con Alexia siempre teníamos un motivo para sonreír. Sus palabras e ideas disparatadas hubieran logrado una revolución en Netherfield.

—Mi hermana y la duquesa se volvieron muy unidas, y eso no le gustó a Rose. Con el tiempo, se fueron separando hasta que dejaron de hablarse en la misma casa. Luego de la boda de Edward, Rose decidió viajar y no volvió. Ni siquiera obtuvimos una carta suya cuando falleció la duquesa.

—A lo mejor no lo supo —ataja Erick.

—No lo creo. Yo me encargué de enviarle una carta —expongo con cautela.

—Hay algo que no entiendo. —Todos los rostros se giran hacia Murray—. ¿Por qué aparecer justo ahora? ¿Por qué sigue insistiendo?

—Porque desde un inicio, la favorita de la condesa fue Rose —recalca William—. Ella siempre estaba dispuesta a realizar cada una de las órdenes de Victoria.

—E imagino que Alexia no. —Todos negamos con la cabeza ante las palabras de Erick.

—Después de la muerte de mi esposa, le prometí a la condesa Victoria que, si no encontraba a otra mujer digna de la posición de Alexia, me casaría con Rose. Me dio un tiempo de siete años para elegir a cualquier joven.

—Ahí es donde entra mi hija. —Asiento hacia Murray y sonrío.

—Jane llegó días antes del regreso de Rose Bennett —continúa Thiago—. No es nuestra culpa que la vieja alcahueta y su pupila chillona llegaran tarde. La llegada de la institutriz dio paso a varios milagros en esta vieja casa.

—¿Milagros? No entiendo —dice Erick con curiosidad.

—Lexie no dijo una sola palabra desde que nación hasta que Jane llegó —explica Thiago y comienza a relatar los accidentes ocurridos desde que la institutriz llegó a nuestras vidas.

Erick y Murray no paran de reír. Gregory resopla varias veces cuando llega el turno de contar sus vergüenzas públicas. Erick no ayuda mucho ya que solo refuta la verdad, porque él mismo estuvo involucrado en una de ellas.

—Oh, ya basta —protesta el oficial—. Todo fue un error desde el principio.

—¿Y justo ahora te das cuenta? —protesta William a su lado—. Me parece que ya estamos a mano.

—¿Y de qué estás hablando ahora, Warner?

—¿De verdad olvidaste tu primer enfrentamiento con la institutriz? Si es que ella me ayudó en ese entonces —explica William y el oficial resopla—. Tú me golpeaste ese día, y me la cobré el día de la emboscada. Parece mentira que hace más de un año eras un patán insoportable y ahora...

—Oh, cállate. Reconócelo, Warner. Al menos ahora ya no eres tan blandengue. ¡Auch! —protesta el oficial mientras masajea su nuca—. ¿Y tú por qué me golpeas?

—Que estás hablando de mi cuñado, imbécil —contesta Thiago y Gregory pone los ojos en blanco.

—Jovencito, me pareces conocido. ¿Cuál es tu apellido? —El rostro del aludido se torna pétreo ante la pregunta de Murray.

—Su apellido es Willmort —contesta William y el duque asiente—. ¿Por qué la pregunta?

—Su rostro se me hacía ligeramente familiar. Solo eso.

Al llegar la tarde, nuestras invitadas se habían retirado. Rose ni siquiera entró a la mansión, sino que fue directamente al carruaje y no salió más. Para nuestra sorpresa, Kate y Victoria conversaron de forma amena hasta que la condesa se retiró.

—¿Todo bien, cariño? —inquiere Murray cuando su esposa entró al hall donde solo estábamos él y yo.

—La condesa solo quería disculparse por el infortunio pasado.

—¿Estuvo dos horas disculpándose por unas flores? —Los duques se miran entre ellos por mi pregunta y frunzo el ceño—. ¿Hay algo que deba saber?

—¿Recuerdas las que trajo ese día? —pregunta Murray y asiento—. Esa flor tiene propiedades particulares. Cada una de sus partes puede ser usada de formas no convencionales.

—Ese es uno de los métodos más atroces usados en las viejas mazmorras de Francia. —Parpadeo confundido—. Las semillas secas en un té pueden producir nauseas, dolores de cabeza, y si no se tiene cuidado, puede inducir a una muerte larga y dolorosa.

—El resto de la flor sigue siendo igual de tóxica —añade Murray y noto como el cuerpo de Kate se estremece—. Si están al aire libre, pueden llegar a ser inofensivas. Ellas pueden resistir el más fuerte de los inviernos o los veranos más cálidos. El olor agradable en una habitación cerrada es engañoso. Puede dar paso a alucinaciones, ardor en la vista y comezón en toda la piel.

—Es terrible —murmura Kate—. La condesa se excusó muchas veces porque no sabía nada.

—La disculpa solo lleva un minuto. ¿En qué utilizaron el resto del tiempo? —indaga su esposo y ella sonríe con amplitud.

—Si les soy sincera, creo que esa señora se siente sola. —Enarco una ceja con escepticismo—. No lo sé. Estuvo hablando mucho sobre sus viajes. Las historias son increíbles y tiene buenos gustos en cuanto a vestidos se refiere.

—¿Entonces ya enterraron el hacha de guerra? —replica Murray y ella asiente con lentitud—. Gracias a Dios. Al menos tendremos paz de ahora...

Unos golpes en la aldaba de la puerta principal interrumpen las palabras del duque.

—¿Quién será? —pregunta Kate y su respuesta es contestada al instante cuando una figura familiar se adentra en el Hall.

El rostro de Murray y su esposa cambia por completo. Ambos se levantan de sus asientos y noto como sus rasgos faciales comienzan a endurecerse. Kate aprieta el mentón y su mirada gris se torna gélida, mientras su esposo cierra las manos en puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornan blancos. Un ambiente extraño de tensión cubre la habitación mientras el nuevo invitado sonríe con amplitud.

—Buenas tardes, Duque Kellington.

—Buenas tardes, Regente —digo con los dientes apretados.

Mis ojos se desvían a Chloe y ella asiente. Sabe que debe alejar a Jane de este hombre, porque si sus padres tomaron esta posición defensiva casi al instante, ella no podrá ni respirar el mismo aire que él. La vez pasada, la institutriz pudo enfrentarlo sola y él se retiró de aquí entre protestas y gruñidos, pero ahora todo ha cambiado.

Ella no puede moverse por sí misma, y si lo ve, el odio que reflejan sus padres en la mirada se duplicará en la institutriz. Y lo menos que quiero ahora es una recaída en la cama otra vez. No puedo perderla.







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