CAPÍTULO VEINTITRÉS
TREVOR
Me bebo mi ración de café usual y como cada mañana de día martes, recojo mis cosas y emprendo el camino al gimnasio. Soy uno de los primeros allí cada día; voy cuatro veces a la semana y un par extra con tal de conseguir un buen sueño. Y es que en estos días me cuesta más que nunca poder dormir sin sobresaltos. Extraño a Amanda horrores, llevo días sin verla, casi por cumplir dos semanas porque surgieron problemas en la editorial y ella no pudo viajar.
Me ofrecí a ir hasta allá. Dios sabe que aquí nadie me necesita con dependencia. Pero insistió en que no. Alegó que sería mucha distracción, lo que quise tomarme como un elogio y que me aburriría a montones mientras ella estuviese ocupada.
Puede que tuviese razón.
Solo puedo decir que la relación a distancia es mi nuevo tormento.
Sentirla en carne propia es un dilema muy diferente a escuchar de ellas por parte de otros. Los kilómetros de separación pesan en el corazón y no hay tecnología suficiente que ayude.
De modo que el gym es mi mejor amigo más que nunca.
El dueño es un conocido, casi amigo que nunca se sorprende cuando soy el primero en cruzar las puertas de entrada.
—Hey Trev, se te adelantaron hoy. —Saluda detrás del mostraros. Elevo una ceja a modo de pregunta. —Tu amigo allá llegó con una profunda furia hacia el saco de boxeo.
Le doy una mirada al área de boxeo y mis cejas casi se suben hasta perderse en el nacimiento del cabello cuando registro que el chico que golpea el saco con todo lo que tiene es nada más ni nada menos que Rick Baker.
Me encamino hacia él.
—Wow, ¿qué rayos te ha hecho el saco, amigo? —digo dejando mi bolso a un lado y parándome cerca de él. Está todo sudado ya, el cuello de su sudadera de deporte humedecido, el rostro como la remolacha y el pelo castaño aplastado contra el casco.
Él me da una mirada que dice claramente "ahórrate la basura", y prosigue en lo suyo. Levantando ambas manos en señal de entendimiento, me retiro. No necesito que me pateen el trasero tan temprano y él tipo se ve dispuesto a ello.
Hago mi rutina clásica; abdominales, la cinta de correr, trabajo brazos y piernas, todo a medida que la hora avanza y el lugar se llena de rostros conocidos. Toda el ala derecha del edificio está conformada por ventanas con vista al exterior, a la calle de adoquines. Aún queda nieve en las aceras mezclada con barro y los locales comerciales comienzan a abrir sus puertas, paleando sus entradas.
Me siento a beber de una botella de agua, cuando Rick se deja caer en el piso a mi lado. Se nota que acaba de salir de las duchas. Trae un equipo deportivo limpio y una toalla colgando del cuello.
Hace un ademán con su mano.
—Estaba algo ocupado hace un rato...
—Lo noté.
—Sí, bueno, necesitaba sacarlo de mi sistema.
Cabeceo dándole la razón en lo que sea que fuese. A veces, un hombre solo tiene que hacer lo suyo.
Rick es el mayor del grupo, nos lleva un par de años a todos por delante y en ocasiones, como esta, eso salta a la vista.
El tipo está en sus treinta, disfruta de las fiestas y las salidas de fin de semana como el mejor, pero se mantiene dentro de un margen. Toda la rectitud de la que Efren carece, parece estar sobre los hombros de Rick.
Él no bebe tragos que saben a rayos, ni se emborracha hasta hacer el ridículo. No sale con millones de chicas para luego dejarlas tiradas, él se hace cargo de sus enredos, incluso si estos no son más que los de una noche.
En general, Rick es un tipo bastante cuadrado por así decirlo. Maneja su negocio, pasa tiempo con su hermano, se divierte con amigos, tiene citas y le echa un ojo a su madre. Nada fuera de regla. Quizás se deba a la edad, o quizás y él solo es diferente al resto de nosotros.
Entre nos, mantuvimos un par de rencillas sin sentido a lo largo de los años, como arrebatarle una chica al otro o molestar respecto a las ganancias de nuestros negocios que son por completo opuestos.
Era eso o medirnos los penes y francamente, no es lo mío.
Él no es dado a charlar, así que me sorprende cuando dice:
—Hablé con Mandy esta mañana. —Eso es claramente su manera de iniciar una conversación, pese a que solo consigue hacerme fruncir el ceño.
Amanda me texteó cuando me desperté, para luego guardar silencio sepulcral. Sé que está en tiempo límite respecto al proyecto en el que trabaja, pero saber eso no me hace sentir mejor en lo absoluto.
Llámenme bastardo egoísta, no me importa. Quiero estar con ella todo el maldito tiempo; quiero saber qué hace, si piensa en mí, si me extraña tanto como yo a ella. Si los días separados también le pesan en los hombros y por sobre todo, si es que me ama, y se siente preparada para decírmelo. Porque yo estoy más que preparado para escucharlo.
Así que es varios tonos de jodido solo sentarme sobre mi trasero día tras día y darle su espacio.
Ella me pidió tiempo y yo se lo daré, tanto si me vuelvo loco en el proceso.
Con Amanda tengo claro que de presionar, no solamente estallará todo en mi cara, si no que ella se escurrirá entre mis dedos por no darle su independencia que le es tan preciada; pero de que me carcome saber que habla con otros y no conmigo, lo hace.
No estoy celoso, al menos no se sienten como celos románticos, es más como una patada en las bolas saber que no puede molestarse en textearme siquiera.
¡Estoy agonizando aquí!
Estrecho mi mirada en Rick que comprende hacia donde se dirigen mis pensamientos.
—Ella no me ha hablado, ¿por qué a ti sí?
Él se ríe desde lo profundo de su pecho.
—Tranquilo Trev, no te estoy levantando a la chica. Mandy es mi amiga.
Cruzo mis brazos a través de mi pecho.
—¿Entonces?
Rick suspira.
—Necesitaba consejo femenino y ella es alguien a quien puedo acudir, ¿no?
Mis ojos se vuelven rendijas sospechosas.
—Creo que tenemos más amigas en común que Amanda.
Rick se vuelve a reír, pegando las rodillas al pecho y rodeándoselas con los brazos. Está más en Marte que aquí conmigo, lo veo en su mirada. Ni siquiera puede mantenerla fija en mi rostro desde que llegó.
—Leah se encuentra inubicable, con su teléfono apagado al igual que el de mi hermano. —facilita. —Lo intenté.
Las campanas suenan en mi cabeza. Por lo que me inclino hacia adelante para consultar.
—¿Y Alice?
No te pierdas la manera en que se tensa. Por favor, no lo hagas. Esto es la exclusiva.
Se voltea a verme lentamente.
—Sí, no podía hablar exactamente con ella... —cede a regañadientes.
Volvemos a guardar silencio. No voy a preguntar el por qué Alice no es una opción a consejos cuando ella es todo amor para darlos. Aun cuando quiero. Aun cuando debería hacerlo para tenerle información de primera a Amanda, quien solo tiene buenas intenciones para con su amiga. Probablemente hasta tú también quieras saber, ¿no es así?
—Creo que me he estado planteando muchas cosas en este último tiempo. —Rick dice tras en un momento. Luego sacude la cabeza antes de ponerse de pie. —Ignórame, ¿te veré esta noche, cierto?
—Claro, ensayo a las ocho, —digo alzándome también —como siempre.
—De acuerdo. —Él recoge sus cosas y se dispone a marchar, arrepintiéndose en el último momento y volteándose. —Una cosa, yo... sé que estás con Mandy en esto de manera seria, tan seria como tú puedes llegar a ser, al menos.
Eso me hace reír.
—¿Se supone que tengo que decir algo?
Niega y un rojo vergüenza sube por su cuello.
—No, como sea. A lo que quiero llegar es, tú y yo nos parecemos...
Él me mira como quien dice, dejando la pelota en mi lado de la cancha, de modo que asiento.
—Eso creo, —concedo —¿por qué?
Richard se lleva ambas manos a la nuca y se la frota con vehemencia. La frustración saliendo de él a raudales.
—¿No estás teniendo problemas respecto al celibato? —Me sorprende con su pregunta.
Y ya que él está de un humor extraño, puedo darle algo de sinceridad.
—Me mantengo ocupado, no pienso en ello. —confieso. No me he vuelto ciego de pronto, nadie que esté en una relación se vuelve ciego al resto del mundo, eso es obvio. Pero por primera vez comprendo la importancia de estar con alguien a quien le importan esas cosas. —Amanda me cortará en trocitos si la engaño, y estoy con ella. Le debo eso.
—Sí, es solo que... Mira, no estoy diciendo que esté con alguien ni nada, pero esto solo empezó a pasar de pronto. —Sí, cómo no. Él lleva los ojos al techo dada mi sonrisa. —Es que me siento como un adolescente con muchas hormonas. Constantemente estoy excitado y ni siquiera cuando fui un chiquillo eso me pasaba.
Ah, así que por ahí va la cosa.
Lo entiendo, no sé a qué se deba, pero es como si tuviese una erección constante en presencia de Amanda. Escuchar solo su voz y tenerla tan lejos es una porquería.
Le tiendo mi mano a Rick.
—Hey, bienvenido a la tierra de los jodidos, hermano.
Él se ve reacio a tomarla, debido a la clara burla, pero vamos, no puede irse igual de envarado. Al final, se rinde estrechándola.
—Eres un gilipollas. —dice y se marcha.
Miro mi reloj y me pongo en movimiento también. Me estomago ruge y esa es toda la brújula que necesito.
Es la hora del almuerzo y sé exactamente en donde conseguirlo.
Conozco la puerta del apartamento de Efren y Leah, tan bien como la de mi propia casa. Solía pasar mucho tiempo en este lugar cuando mi amigo era soltero, buenos tiempos aquellos. Pero ahora él está en pareja y retiró las llaves de emergencia del resto de nosotros. Por lo que me veo obligado a llamar al timbre, como un vil mortal.
Pasados unos minutos, no hay respuesta, y yo solo sé que ellos están ahí.
—¡Dejen de coger como conejos! —grito aporreando la madera con el puño. —¡Tengo hambre, es hora del almuerzo, chicos!
Y eso hace su magia. No pasan ni dos segundos, antes de que se escuche una sarta de maldiciones y pisadas enfadadas del otro lado. Me echo atrás justo cuando Efren abre la puerta de un tirón.
—Hola, amigo —saludo, pasando por su lado antes de que tenga tiempo de despacharme. —¿Interrumpo algo?
—Siempre interrumpes algo, Trev —responde Leah saliendo del cuarto. Sí, por supuesto que estaban en algo. Ella lleva la camiseta al revés y las mejillas coloradas. El moño que ata sobre su cabeza, no hace nada por ocultar su cabello en todas direcciones.
—Lo siento, pensé que podíamos comer juntos. Estoy siendo un buen amigo.
Efren me empuja luciendo molesto. Él está vistiendo un simple buzo y las marcas rojas en su cuello son evidentes.
—Avisa, joder. No puedes caer así, ni gritar de esa manera. —Me reclama. —¡Los vecinos creen que somos alguna especie de adictos al sexo, porque siempre se te ocurre alguna estupidez para decir!
—Oh, no es como si no lo fuesen. —Me defiendo con sorna. —Los conozco, ¿qué estaban haciendo justo ahora?
Entre ellos comparten una mirada y las mejillas de Leah se convierten prácticamente en señales de neón, por lo que me río fuerte. Ella es una pequeña cosa encantadora. Siempre lo ha sido. Estar con Efren solo ha destacado aun más el hecho.
—A eso me refería —digo mirando el lugar, ellos se ven perdidos respecto a qué hacer. Puedo apostar a que quieren volver al cuarto, pero mala suerte. Camino hasta la cocina, abriendo los muebles. —Entonces, ¿cuál será el menú de hoy?
Emiten un suspiro de profunda irritación en sincronización perfecta.
—Saben que me aman —señalo cuando comienzan a moverse a mi alrededor, evitándome. —Cualquier persona en el mundo, querría un amigo como yo, que se preocupa de su alimentación y por pasar tiempo juntos. Además, ustedes deben desenvolverse en el uno del otro.
—Voy a molestarte tanto cuando estés con Mandy —Efren amenaza cogiendo una sartén, haciéndola girar por el mango. —Voy a estar detrás de tus pasos, solo para saltar cuando estés a punto de...
—¡Efren! —Lo ataja Leah. —No termines esa oración, te lo pido, por favor.
El gesto de él se suaviza cuando baja sus ojos hasta ella, entonces me voltea a ver de nuevo y estoy seguro de que él solo desea arremeter en mi contra.
—¿Eso es lo que te pasó a ti ahora? ¿Estabas a punto de llegar a tu lugar feliz y he interrumpido? —Hago un puchero en su dirección. —Pobre Efren, tiene un caso de bolas azules...
Esquivo la bolsa de verduras que Leah me arroja desde el congelador riendo, pero no soy lo suficientemente rápido para esquivar la segunda. Guisantes congelados se estrellan de lleno en mi rostro.
—¡Ouch!
—No lo provoques tampoco, Trev, Jesús. —Ella le quita la surten de las manos a su novio y en cambio, le entrega una olla pequeña. —Ahora, ya que, Trevor ha venido para quedarse, armen algo rápido para comer. Voy por una ducha.
Deposita un beso en la mejilla de él y me da una mirada de advertencia, dirigiéndose al dormitorio donde entra y cierra la puerta.
Efren me arroja la olla al estómago sin perder tiempo.
—¡Gilipollas! —gruñe.
—Tu hermano opina lo mismo —respondo con condescendencia. Abro ambos paquetes de verduras y los vierto en la olla que coloco a fuego lento en la cocina; moverme aquí es mucho mejor que en mi casa. Acá las alacenas están siempre con provisiones, gracias a Leah. En la mía, tienes suerte de pillar algo de salsa y un par de huevos.
—Estoy seguro de que Rick tiene muy buenos motivos para decírtelo.
—Nah, ni te lo creas. Es más como que está envidioso de mí, porque nuevamente soy más genial que él —Ni siquiera sé por qué oculto lo que Rick me dijo en el gimnasio, quizás y sea por la expresión en su rostro, pero simplemente no parece correcto hablarlo. No es mi historia para contar.
Con Efren nos decidimos por una comida surtida de arroz, pollo y verduras salteadas. Mientras él se encarga del pollo, yo me maniobro con el resto. Puede que no cocine seguido, dado que no es mi fuerte. Pero puedo saltear verduras en aceite.
En el silencio del espacio reducido, puedo escuchar la pesada respiración de mi amigo.
—¿Si te he dejado a medio camino de tu lugar feliz?
Él toma aire bruscamente.
—Trev, estoy sosteniendo un maldito cuchillo. —Hace énfasis al enseñármelo. —Cocina, si no quieres que te haga daño.
Doy un paso al lado, tomando sabia distancia, pero le muestro mi mejor sonrisa.
—Ese es suficiente sí para mí.
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