CAPÍTULO VEINTE
AMANDA
Alejo los papeles amontonándolos y apago el portátil sonriendo en grande. Restriego mi rostro llena de cansancio, lista para meterme bajo las mantas. Mi cama está cubierta de todo mi trabajo; ¿es malo de mi parte jactarme antes de que dicten al ganador, alias cabecilla del proyecto revista digital? Porque estoy segura de que lo tengo en la bolsa.
He estado durmiendo escasas horas en los pasados días, es lo que consigues cuando deseas ser el mejor. Y yo lo soy. Ninguno de los competidores de mi piso tiene tanto avance como yo. Lo sé porque he estado haciendo un poco de sano espionaje. Mi empuje es claro y solo Annia, que no está participando detrás del proyecto, sabe el enfoque que le estoy dando a las cosas.
Tendremos que diseñar una página web para empresarios, pan comido. Eso es básicamente Publicidad 101 en mi campo.
Con un suspiro, me llevo la mano a los labios. Lo he estado haciendo un montón. Es solo que besar a Trevor se siente genial, cada vez más y la molestia de que no es algo correcto, ha desaparecido casi en su totalidad.
Estoy tomando el consejo de Eddie y envalentonándome. Lo que se siente de maravilla.
Ahora, tras varios días en los que él no ha estado cerca, lo extraño. Se lo dije en la cama antes de partir, era el momento adecuado; sentí su inquietud interna.
En la realidad, el crudo sentimiento de necesidad es mil veces atroz.
Nuestra despedida fue limpia. Sin dramas ni lamentaciones, tuvimos un día completo para languidecer juntos y callar miedos a base de pasión.
Como la mujer hecha y derecha que soy, solté su mano y vi la camioneta alejarse por la carretera. Si mi corazón se estrujó o no, es otra cosa.
Hemos estado hablando, claro está. De todas las maneras que tenemos a la mano, por mensajes y llamadas constantes, pero mis dedos casi pican por sentir su piel.
Incluso estuvo intentando ayudarme a trabajar por video llamada. ¿Puedes imaginar lo lindo que es eso? Ayudó quitando la tensión de mis hombros, sugiriendo ideas y siguiéndome el ritmo. Fue una sorpresa, verlo tan atento y lúcido.
Trevor no es exactamente un bombillo encendido en la oscuridad, sé eso. No me malinterpretes, él fue a la universidad y se arrastró todo el camino hasta terminarlo. Fue la fuente de risas del grupo en aquellos años verlo tratar y batallar. Su inteligencia no se mide respecto a lo académico, eso es demasiado limitante.
En todo lo que me llama la atención de un chico normal, Trevor se queda corto. Todos los puntos a su favor, él no es un chico normal.
Es la clase de hombre que te hace olvidar que quieres cartas y flores con tan solo un beso, un beso que te quita la capacidad de hablar, un beso; al fin y al cabo, y unas pocas palabras sencillas, carentes de florituras procedentes directas desde su corazón, todo si es que tú así lo quieres.
Su encanto es tosco, dos malas palabras y una risa de por medio. Un genio sin preocupaciones. Una salida rápida para todo.
Debes haberte topado con alguno así; un diablo hecho hombre.
Y en contra de mi buen juicio, no lo quiero de otra manera.
Alcanzo mi teléfono de la mesilla de noche, y me deslizo por encima de su nombre —sí, el que tiene un corazón que brilla hacia mí—y texteo a Leah.
Necesito de tu ayuda. ¿Estás ahí?
Su respuesta no tarda ni siquiera un minuto.
Estoy cocinando, ¿Qué sucede?
Eso es todo lo que necesito. Le marco y contesta al segundo tono.
—Hey.
—¿Estás cocinando a las dos de la mañana? —cuestiono y su suspiro me llega amortiguado.
—Es Efren, estuvo enfermo desde hace un par de días. Hoy ya puede comer así que está arrasando con todo el contenido del refrigerador.
—Es un bebé.
—Sí, pero es mi bebé —declara con voz melosa. Resoplo y ella ríe. —Entonces, ¿qué sucede? ¿Estás despierta a estas horas solo porque sí?
—No, me he liado y yo... —Bueno, esto es difícil. No hay manera de que no suene como sé que lo hará. Así que lo lanzo. —¿Qué tal está Trevor?
Prácticamente puedo ver a Leah llevar las manos a su cadera. Sí, de acuerdo. No le he dicho nada con claridad sobre ello y ella está algo molesta conmigo. Es todo muy repentino, apenas lo estoy asimilando yo misma. Y ni tan bien que lo llevo. Ella no puede esperar que me siente aquí a lanzarle todo como mi diario personal. Porque es Trevor de quien hablamos. Es nuestro amigo en común, el chico de mi primera vez.
Es mi Voldemort personal.
—Dime algo —Le ruego frunciendo el ceño, como si pudiese verme.
—Está bien, escucha, el chico casi llegó saltando de la felicidad, así que yo diría que está bastante bien... Salvo por mí, por Alice y por todos los chicos que estamos a ciegas, porque ni tu ni Trev nos han dicho nada de nada. —Me replica no sin regaño.
Allí hay una cosa sobre Trevor; él me hace sentir anhelada, hermosa, magnánima. Como que no existe nada más frente a él y nunca ningún hombre, jamás logró algo así en mí. Ese es probablemente por qué Trevor significa para mí el cúmulo de todos mis miedos y deseos, porque él puede tomar cada parte de la chiquilla que fui y de la mujer que soy.
Es un gran poder que tiene en sus manos.
Él puede ser mi héroe tanto como aquel que destroce mi voluntad.
Y con todo eso, nunca; ni antes ni ahora, he visto a Trevor fanfarronear una vez que me sabe suya.
Él puede ser un bocazas respecto al juego previo y sí, fue un gilipollas integral el día que cometió el error de engañarme, pero cuando todo está dicho y yo me encuentro de su lado, él jamás me ha mirado como menos que un hombre que sabe lo que tiene y lo que puede hacer con ello.
Jamás ha existido maldad en sus ojos, ni una sola vez.
Y eso es algo que por más que quisiera obviar, siempre salta a la luz.
Trevor me quiere y lo está dejando ver.
De todas maneras, llevo los ojos al cielo dado el tono de acusación de mi amiga.
—Leah, solo es una cucharada de tu propia medicina. Cuando tú te liabas con Efren a escondidas de todos nosotros, estábamos de la misma manera, ahora sufre.
Ella rezonga.
—No puedes hacer algo porque yo lo hice.
—¿Y por qué no?
—¡Mandy! —gritonea obligándome a alejar el aparato de mi oído. Jesús, esa chica debe de tener sordo a Efren. —Soy tu mejor amiga, cuéntame.
Suspiro.
¿Qué caso hay?
—Estoy tomando las cosas tal y como vienen e intento mantenerme ocupada para no sentir la necesidad de pensar mucho, ni de agobiar a Trevor de paso. Estamos juntos, como saliendo, acostándonos y toda la cosa. Solo pasó y creo que fue mejor de esa manera. —Hago una pausa tomando valor —pero si te lo confieso, quiero llamarlo a toda hora solo para escuchar su voz —Me cubro el rostro muerta de vergüenza de decir algo tan... infantil. Trágame tierra, qué acaso tengo quince años. Porque eso parece.
Años atrás, la mera voz de Trevor me provocaba un golpe de hielo directo al corazón. Era aversión pura hacia él, una que se atenuó con el tiempo, nunca desapareciendo del todo... hasta ahora.
Hasta este momento donde todo en él; sí, desde su voz baja cargada de sarcasmo hasta su piel completamente caliente, encienden cada terminación nerviosa en mi cuerpo.
Este chico será mi perdición.
Leah hace un ruidito ahogado de sorpresa.
—Mandy cariño, eso es genial.
—¿Lo es?
—Por supuesto, Trev no ha querido decir mucho incluso aunque Rick lo golpeó en el estómago para ello. —Ella se ríe. Y en la tierra no existe nada como la risa relajada de Leah, como si todo se pudiese arreglar. Y los problemas son agua entre los dedos. —¿Estás feliz?
Le doy un pensamiento y no me cuesta para nada decir:
—Lo estoy.
—Entonces, ¿con qué necesitas de mi ayuda?
—Para empezar, creo que me gustaría poder hablar con Clarisse...
—¡Efren! —Ruidos inconfundibles de forcejeo siguen al grito indignado de Leah y entonces, alguien corretea.
—¿Qué está pasando? —consulto, aunque presiento que ha de ser.
—¿Tienes un asunto con mi madre? —pregunta Efren divertido.
Lo que me supuse.
—Sí Efren, tengo un asunto con tu madre. —respondo mordaz. La madre de Efren es como la gran consejera de todas las chicas del grupo; sin saber cómo, ella estuvo ahí para todas dando siempre el aporte lógico a las cosas. En gran medida, ella es la responsable, de hecho, de que su hijo esté con Leah. Créanme, es una mente maestra. —Ya sabes que mi madre es como un tiro al aire. Con su cabeza siempre volando con los pájaros y la amo, pero no puedo hablar seriamente con ella y siento que estoy a punto de sufrir un colapso.
—Mmm, bueno, si esas son las circunstancias, te sugiero llamarla a su móvil porque no se encuentra disponible en estos momentos. —habla haciendo el tonto. La réplica de Leah regañándolo llega amortiguada. —Su luna de miel se ha vuelto a alargar una semana más.
—Santa mierda. —Me quejo. Había olvidado que Clarisse se casó hace tan poco.
—¿Puedo preguntar a qué se debe tu desasosiego?
—No. —Me cruzo de brazos, aunque él no pueda. Maldito cotilla. Irá con Trevor para decirle todo. Como si él escuchara mis pensamientos, se ríe.
—Hmm, resulta la casualidad que esta misma mañana, Trevor se ha presentado ante mí con un tono de voz muy similar al tuyo.
—¿Qué tenía? —pregunto antes de contenerme y tengo que morderme la lengua cuando escucho su ruido satisfecho.
—Contrariedad, compungido y si me atrevo a admitir, al borde de las lágrimas. —dice con parsimonia y la risa detrás de sus palabras rebuscadas me habla de burla.
Si hubiese estado frente a mí, habría estrechado mis ojos sobre él y encontrado la picardía brillando en sus azules ojos que siempre lo delatan. El chico está mintiendo, lo conozco lo suficiente como para saber que es capaz de tomarme el pelo de este modo. No existe manera en la que Trevor se mostrase tan vulnerable frente a todos ellos.
—Que mal te ha hecho el enamorarte. —sentenció sin más y gracias a Dios, Leah le arrebata el teléfono de vuelta en ese momento, lo que me hace tragarme mis palabras cuando él da rienda suelta a su risa.
—Mandy, entonces, ¿qué es lo que necesitas?
Ah, sí, a lo que venía.
—Planeo una sorpresa para Trevor, -digo de frente antes de ser interrumpida. —así que si pudieses ser mi respaldo...
—Cuanta con ello.
Lo mejor de las separaciones, son los reencuentros, ¿a que crees lo mismo?
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