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CAPÍTULO TREINTA Y UNO

TREVOR

Las princesas siempre necesitan de un príncipe, para que este llegue y las salve y así se conviertan en reinas. Al menos, la mayoría de ellas lo necesita. Pero no Amanda, ella es una princesa guerrera que llegará tan lejos como desee por sí sola; y si tengo suerte, ella me dejará estar a su lado cuando lo haga.

He aceptado el hecho de que tengo una mujer que puede pelear sus batallas con sus propias manos. Que no necesita que salte a medio camino para interceptar el golpe de lo que se le viene encima. Ella es fuerte, ruda y se prepara con anticipación a todo.

Ahora mismo, la veo tomar aire antes de que nos bajemos del carro.

Le doy un apretón a su mano, que sostengo a través de la cabina.

—Todo saldrá bien —aseguro, aunque no tengo ni idea de lo que hablo. Estamos a punto de enfrentarnos a su madre. Mi suegra.

Dios se apiade de mi alma.

Como prueba final para que nuestra relación se establezca como tal, Amanda ha insistido en que debo conocer a su madre de manera formal, pasando nada menos que un fin de semana en su casa. Es de locos, pero no puedo negarme... Pese a que lo intenté, de todas maneras. Hice uno que otro arrebato, inventé mil escusas e incluso probé distrayéndola. Funcionó por un tiempo, pero llevamos un par de semanas en esto y aquí estamos.

—Ella es... está loca, no hay otra manera de definirlo —Amanda dice y aprieto de nuevo sus dedos. —Va a intentar de todo para desestimarte, nunca le agrandan ninguno de mis novios, así que no te lo tomes a pecho.

—Intentaré no hacerlo —prometo y sonrío, aunque ella no puede devolverme el gesto. Toma varias respiraciones y las deja salir de manera lenta. Está tan nerviosa, como no la he visto nunca.

—Tal vez fue una mala idea haber venido, aún debe estar molesta desde navidad. No sabes lo enfadada que se puede llegar a ver...

La silencio con mis labios sobre los suyos. Presiono un casto beso en su boca, sin moverme. Ella cierra sus ojos y los aprieta, cuando se aparta, luce mucho más compuesta.

—Sea lo que sea, lo pasaremos juntos. —declaro. —¿Qué era eso que decías hace unas noches? ¿No importa las pruebas que tengamos que sortear?

Ella se ríe.

—Listillo.

—Esta es solo una más, así que ahora vamos y saludemos a tu madre. Muero por ver tu cuarto.

Me bajo del auto y lo rodeo para llegar hasta ella y poder abrirle la puerta, sin contar con que Amanda ya se ha bajado y me atrapa a mitad de camino. Niego hacia ella, quien solo toma mi mano.

—Sé por qué quieres ver mi cuarto y la respuesta es no, no vamos a tener sexo en él. —dice en tono de regaño. —Mi política de cero sexo con los padres en casa, sigue en pie.

Quiero quejarme, a pesar de saber que no conseguiré hacerla cambiar de opinión. Ella es firme sobre ello. Prueba clara lo fue la semana pasada, donde fuimos a lo de mis padres a darles la noticia de nuestra relación y ella me tuvo duro y rogando cada minuto.

Amanda abre la puerta de su casa de la infancia con una llave que cuelga de una cinta rosada.

—¿Mamá? —llama una vez dentro. El recibidor es estrecho, con un gran jarrón con flores de aspecto peludo.

Escuchamos pasos y de la puerta lateral, la madre de Amanda aparece. Es una versión mayor de ella. Medianamente alta, rellenita y con una mirada que comienza a estudiarme tan pronto se percata de mi presencia.

—Así que llegaron. ¿Él es? —Abraza a Amanda y me apunta con un dedo enjoyado. Sus ojos se estrechan. Extiendo mi mano hacia ella, no muy seguro sobre cómo proceder.

—Soy Trevor, no he tenido el placer de con...

—¿Qué clase de nombre es Trevor? —Me corta sin aceptar mi mano.

—Mamá —Amanda dice en voz de advertencia y su gesto de disculpa es obvio. No hay por qué disculparse, me gusta la gente interesante.

—Mi nombre significa hombre apasionado y tímido; soy una contradicción —digo con voz concienzuda, brindando mi mejor sonrisa que muestra los dientes.

—¿Y eres así?

Sonrío más grande.

—Creo que eso debería preguntárselo a su hija.

Rosa Barbosa se voltea echando chispas.

—No me agrada, —sentencia y Amanda se queja para todos. Mis cejas suben, bueno, eso ha sido un juicio rápido.

—Mamá, no le conoces, dale una oportunidad. —Amanda se posiciona a mi lado, tomando mi brazo en advertencia de que mantenga la boca cerrada. Obedezco. —Trevor solo está bromeando, vamos.

Su madre resopla.

—No, se parece a tu padre, con labia y lindos ojos. Él será algo malo para ti, cree en mis palabras. —Y con eso se va por donde vino.

—Ella es agradable —comento.

Amanda apoya su frente en mi hombro.

—Esto es peor de lo que pensé. —Se queja.

—¿Por qué?

Ella niega y se esconde en mi pecho.

—Te ha comparado con papá, eso no lo había hecho jamás. Desde ya te odia.

—Oh. —Sé que suena poco inteligente, pero qué puedo decir. Amanda no suele hablar de su padre, escasamente sé que él se marchó cuando ella era muy joven y los vagos recuerdos que tiene no son para nada rescatables.

Pero la tensión que la invade es mortífera.

Y dado que su madre dijo aquellas palabras como sentenciándome a un cáncer, es algo grande.

—Puedo ganármela, soy encantador, tú lo has dicho.

Eso la hace sacudirse con una leve risa.

—Eres encantador conmigo últimamente, no es siempre, más que nada cuando quieres algo. —Touché. Acepto eso sin culpa.

Beso su cabello de fuego para calmarla.

—Ahora quiero que ella esté bien conmigo, por ti. —Amanda me mira y le guiño. —Todo saldrá bien, ya lo verás. Y luego, recogeremos a Peter para que pase unos días con nosotros en Chicago, ¿de acuerdo?

El recordatorio de la vista de su nuevo amigo parece animarla. Saca su teléfono del bolsillo y aprovecha de checarlo.

—No me ha hablado, así que no se ha retractado. —Su dedo se desliza por la pantalla. —Annia, por otro lado, parece a punto de asesinar a su hermano. En verdad, ella desea que me lo lleve por un par de días.

—No puedes culparla, el chico está loco.

Amanda guarda el móvil, para guiarme por la casa. Es de un solo piso, sobrecargada, decorada como lo hace una mujer a la que le encantan los estampados y los asuntos florales.

—Peter no es un crío, tiene nuestra edad y se parece mucho a ti. —dice por delante.

—Wow, y yo pensando en que me veo varonil —bromeo.

Amanda golpea mi estómago de manera juguetona, pero la sonrisa muere tan pronto llegamos a la cocina.

Su madre está ahí, levanta la vista de su tarea para fulminarnos con la mirada nada más vernos en la puerta.

Voy a ganarme a esta mujer a como dé lugar.

Lo prometo, antes de dejar esta casa, ella va a amarme, puedo apostar mis pelotas.

—¿Qué estás haciendo, mamá? —dice Amanda, irguiendo sus hombros armada de paciencia.

—Estoy preparando el almuerzo —responde ella, evidentemente malhumorada.

Amanda ojea la cocina.

—Te hemos traído un par de cosas, voy al auto.

—Puedo ir yo —sugiero solicito, pero Amanda niega.

—Dame las llaves, yo me encargo. —Extiende una mano a por ellas. Me da un pico y desaparece por el pasillo.

El recipiente con verduras puesto bajo el chorro del agua emite más ruido del necesario cuando la madre de Amanda lo pone con rudeza allí. Ella está ignorándome a propósito, emitiendo sonidos y tarareando solo para que yo no pueda hablarle.

Esa terca, dura de roer, eso salta a la vista.

Lo que ella no sabe es que yo soy un tipo persistente, solo hay que ver como perseguí a su hija por diez años para conseguir una segunda oportunidad.

Perseverancia debería ser mi segundo nombre.

—¿Cómo quiere que la llame, señora Barbosa? —Me hago escuchar por encima del ruido de la cuchilla cortando contra la tabla de picar.

Ella no se detiene. Y ya sea que es parte del acto o no, ella es habilidosa triturando vegetales. Tomo nota.

—Ya me has dicho señora Barbosa, —Hace notar. —y no creo que estés alrededor el tiempo suficiente para que sea necesario que me llames de otra manera.

Respiro hondo.

Momento de tomar otra estrategia.

—Amo a su hija, ella me ha pedido que me lleve bien con usted. —Hago una pausa para que me mire. —No soy bueno con las palabras, no es lo mío, menos si quiero impresionarla.

—Eso es muy difícil de conseguir, seriamente complicado.

Me encojo de hombros.

—Puedo intentar, es algo que Amanda quiere y quiero poder darle todo lo que ella desee, se lo debo.

El cuchillo se detiene en el aire.

—¿Cómo que se lo debes? —cuestiona recelosa. Ella y Amanda no han sido del todo cercanas en su relación madre e hija, así que estoy completamente seguro de que ella no sabe acerca de nuestro pasado como pareja, qué mejor para mí.

—Amanda es la mujer de mi vida, es lo mínimo que puedo hacer, complacerla.

El cuchillo vuelve a cortar y suspiro.

Estoy seguro de lo que digo, tengo convicción y respeto detrás de mis palabras. Puedo ser un bobo la mayor parte del tiempo, pero no sobre esto. Porque esto me importa.

Quiero que Amanda se sienta bien conmigo, con la clase de hombre que tiene a su lado.

Un idiota cien por ciento fanfarrón, ya no es compatible.

La madre de Amanda se detiene por fin dispuesta a darme su atención.

—El padre de Amanda también dijo que yo era la mujer de su vida, —dice despacio y allí está lo que ella no puede dejar ir. Aquel hombre que significo tanto. —¿Qué te hace diferente respecto a mi hija? ¿Cómo sé que no la dejarás mañana sufriendo?

Es una pregunta válida, no puedo rebatírsela.

Es una mamá protectora, lo lógico.

Y qué bueno que tengo una respuesta para ello.

—No fue mi elección, todos saben que Amanda y yo somos un caos. —Hago una mueca sencilla a falta de palabras. —La eligió mi corazón, por eso sé que es la indicada.

Mi madre siempre fantaseó con que yo encontraría a alguien a mi medida, dijo que eso sacaría lo mejor de mí. Y puedo darle la razón; hablar desde mi corazón se siente bien. Es lo correcto si estás detrás del motivo adecuado.

—Hace mejor mi vida, —agrego con una media sonrisa, pensando en cómo eran las cosas meses atrás —hace que quiera ser un mejor hombre y es todo lo que me enseñaron a anhelar.

El reloj de la pared anuncia las doce del mediodía y por el brillo en los ojos de la mujer frente a mí, sé que toque un nervio.

—Espero que así sea, Trevor —dice al fin y me sorprendo porque ha usado mi nombre. Con una inclinación de cabeza hacia fuera, me indica. —¿Por qué no vas a ayudar a Amanda?, creo que se está tardando demasiado.

—Por supuesto. —Giro sobre mis talones, sintiéndome complacido.

He ganado una pequeña victoria aquí.

En el recibidor, la puerta de entrada está abierta y Amanda se encuentra de pie afuera, dándome la espalda. Se ve algo rígida, de modo que pongo mi mano en la línea de su columna para advertirla de mi presencia.

—¿Qué te está tomado tanto tiempo? —digo y busco su rostro.

Sus oscuros ojos me ven brillantes y todas sus facciones están iluminadas por el efecto de su sonrisa característicamente roja.

—¿Amanda?

Ella se abraza a mí.

Estoy sorprendido, pero la rodeo con mis brazos de inmediato, dejando descansar mi mejilla sobre su cabeza. Hoy lleva zapatos sin tacón que permiten esta posición de encaje perfecto.

—Te he espiado, lo siento. No pretendía decírtelo, ni ser atrapada, pero tras escucharte decir... —Guardo silencio para que ella pueda continuar. —Tras escucharte decir que te hago un mejor hombre, me he escabullido de vuelta. ¿En verdad, crees eso?

—Claro que sí, es evidente —Beso su frente y cada una de sus mejillas. Dios, nunca puedo tener suficiente de ella. Me he pasado tardes enteras contando el tiempo que soy capaz de resistirme a su piel y es tan escaso, que es ridículo. Es como si su cuerpo me llamase constantemente. Su hermosura, sus curas llenas, los detalles pequeños de su aroma o el color de su cabello que siempre combina con sus labios.

Todo en Amanda me parece ideal y es por eso que quiero ser, al menos, agradable para ella.

—Hace unos meses atrás, solo estaba preocupado por ir al gimnasio y que el restorán no se perdiese. Ahora me involucro con lo que pasa con nuestros amigos, prueba de ello es que quiero que Peter pase un buen rato cuando esté con nosotros —Amanda suspira contra mi pecho y siento sus manos colarse por mi camiseta para tocar la piel de mi espalda. Ella tampoco se cansa de estar en contacto conmigo y es otro punto para atesorarla. —Estoy al pendiente de las cuentas en la cadena, he sido de ayuda para mi padre.

Quizás, para alguna otra persona, todo ello no es más que actos sencillos y triviales que cualquiera puede realizar de una sentada. Y lo son. Pero no se trata del acto en sí, sino de la gratificación que lo acompaña.

Ver la sonrisa de orgullo en el rostro de mi padre o la compañía de los chicos, sabiendo que pueden pedirme consejo y saber que estaré ahí. Todo se ha convertido en algo mejor de lo que era. Aunque nada se compara a la sensación en mi pecho, cuando Amanda habla de mi siendo un gran tipo.

—Si somos justos —digo rozando su oído con mi nariz —cuando estábamos en mi casa para las navidades, yo también te escuché hablar con mi madre.

Amanda se echa atrás, con amabas cejas alzadas.

—¿Qué?

—Las escuché detrás de una muralla, conoces lo que es espiar, es bastante simple una vez que la gente está metida en su rollo —Tomo uno de los rizos de su cabello y lo enredé en mi dedo. —Eso me hizo despertar de alguna manera, el saber todas esas cosas que quieres.

Amanda evita mi mirada.

—¿Escuchaste todo? ¿Matrimonio, hijos y demás? —Alcanzo su barbilla para que no se escape.

—Escuché todo y estoy de acuerdo; si algún día así lo quieres, estoy en ello.

Sus ojos centellean y ríe, libre y relajada.

—Algún día. —concede. Se acerca hasta mis labios y me esté besando lento, en una misión de exploración. Saboreo el gusto de su lengua junto a la mía, sus labios ligeramente curvados y su aliento que se pierde a saltos las respiraciones. Tomo su rostro, al mismo tiempo que ella toma mi camiseta para acercarnos.

La beso dándome un festín de la chica que es mía, hasta que la sangre comienza a correr hacia al sur, así que tengo que retirarme. Ella permanece con sus ojos cerrados un instante más. Toco su nariz con la punta del dedo.

—Te amo, nena.

Sonríe.

—Te amo, encanto —devuelve y sonrío también. Como que me estoy acostumbrando a ello.

—Vamos adentro, tu madre espera. De lo contrario, vamos a seguir poniéndonos cursis. —Amanda ha dejado las bolsas de compras en el piso, me agacho a recogerlas. —Todo esto está afectando a mi imagen.

Ella se ríe y sorprendiéndome, palmea mi trasero haciéndome dar un respingo.

—¡Hey!

—Dios no quiera que tu imagen se vea empañada —Finge estar sentida. —¿Te sentirías mejor si cuando nos marchemos puedes tenerme en el asiento trasero del auto? Puede ser algo de sexo rápido antes de Peter.

Me río con ganas, porque no solo suena a una muy buena idea, sino que ella me entiende. Ella es perfecta para mí, nadie puede decir lo contrario.

—Dime que es un plan. —Mi voz suena de inmediato con necesidad precipitada.

—Es un plan —Ella me roba un beso al ver que no puedo detenerla con mis manos ocupadas, me hace gemir y luego se aleja, liderando el camino de entrada, moviendo sus caderas más de lo necesario en esos infernales jeans que decidió utilizar hoy. —Hasta entonces, voy a torturarte —dice sobre su hombro y mis sospechas se ven confirmadas.

Mientras la sigo, me siento como un hombre dispuesto a atravesar toda clase de tortura si ésta involucra a esta mujer y deseo sexual contenido, juntos de la mano. Ella me tendrá en sus manos por ahora, pero tan pronto estemos fuera de la casa de su madre, yo la tendré en las mías.

Amanda Muse va a tener que estar preparada para lo que venga si es que desea provocarme, ambos sabemos que somos muy buenos jugadores en morder la cola del otro.

La amo, con locura y desenfreno.

Ella se voltea a darme una mirada coqueta y es ese brillo de fuego en sus ojos, que sé que me ama con la misma ferocidad.

Voy a mantener ese brillo allí siempre, ya sea que me tome toda una vida... es más, planeo que me tome todas nuestras vidas.  

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