CAPÍTULO SEIS
TREVOR
Me siento en una de las sillas altas de la barra del restaurant con una taza de humeante café en mi mano. No he dormido nada. No tengo sueño. Es un pequeño deleite esperar el amanecer en el silencio del local. Los trabajadores no llegarán hasta un par de horas más.
La cocinera Tammy en compañía de sus hijos Tom y Alfred, quienes hacen a su vez de meseros. No mucho después, le seguirán Lily y Marie para atender el mesón.
Todo el personal fue elección de mi padre, yo solo superviso que ellos hagan su trabajo y aquí entre nos, lo hacen de maravilla. Jamás he tenido problema alguno con ninguno de ellos. Ni siquiera los más jóvenes. Son tan responsables y comprometidos con el empleo que me hacen sentir mal.
Seamos sinceros, mi padre dejó este local a mi cargo solo para que tenga algo que hacer. No soy tan obtuso como para pasarlo por alto. Al final del día, solo tengo que recibir el papeleo y el dinero de la caja, y dos veces al mes encargarme de que los números coincidan; que los depósitos estén a tiempo. Eso hace a mí padre un tipo conforme.
Cuando terminé la escuela secundaria, estuve un largo tiempo a la deriva. Solo tenía diecisiete años y se suponía que tenía que definir mi futuro. Eso explota la mente de cualquiera. De modo que papá me encargó el restaurant, así yo buscaba mi lugar en el mundo sin presiones de por medio. De eso ya han pasado diez años. Y no ha cambiado nada. Excepto claro, que ya no soy un chiquillo. Ya no luzco como uno. Y mi banda de cochera tiene ahora un contrato discográfico.
El ruido de ruedas deteniéndose sobre la nieve llama mi atención, me acerco a la ventana para espiar el exterior y tengo que sonreír ante la imagen.
Amanda Muse está fuera de mi casa.
Su rostro iluminado como solo ella puede lucir tan temprano por la mañana. Pelo leonado, mejillas sonrojadas y la cantidad de maquillaje justa para resaltar sus labios carnosos y ojos que me lanzan chispas.
Debo ser alguna clase de masoquista pues mi deseo se enciende viéndola mirarme así.
Aquí empieza todo.
—¿Qué te trae por aquí tan temprano, nena? —digo a modo de saludo, saliendo a su encuentro.
Ella coloca una mano en su cadera.
—Al parecer tengo una cita contigo...hurra para mí.
—Alguien no tuvo una buena noche al parecer. —Ella lleva sus ojos al cielo. —Vamos, no puede ser tan malo. ¡Soy yo! ¡Será como una fiesta!
Bufando, Amanda pasa por mi lado e ingresa en el restaurant.
—Ni que lo digas.
Una ráfaga de viento me hace estremecer, por lo que me muevo para alcanzar el equipaje que Amanda dejó atrás. Y es abominable. Es simplemente demasiado.
—Mujer, vamos por unos días y traes todo tu departamento en esos bolsos. —Me quejo sobre mi hombro para que ella pueda escucharme. Yo solo empaqué una mochila. Amanda lleva tres maletas de tamaño medio y un bolso de mano. ¿Para qué necesita todo eso? ¿Pretende andar cambiándose de ropa cada dos por tres?
Mi hombro protesta bajo el peso de todo, pero Amanda ni se inmuta. En el interior, ella está sirviéndose un café con toda la calma del mundo. La veo oler la taza con los ojos cerrados. Hay un ligero temblor en sus manos.
—¿Está todo bien? —pregunto llegando a su lado.
—Sí —Abre sus ojos. —Solo es falta de sueño. Ayer no fue la tarde que esperé tener con mamá y solo... —Niega con su cabeza haciendo a sus risos rebotar. —Solo estoy cansada supongo.
Nos quedamos en silencio. No sé qué decir a eso. Amanda puede formar parte del grupo de amigos, pero no comparte demasiado conmigo. O, mejor dicho, no comparte y ya.
Y esa es una de las primeras cosas que deseo cambiar.
Toco su brazo muy ligeramente, en una muestra de entendimiento sin segundas intenciones.
—Puedes recostarte arriba, si lo deseas. Aun es temprano.
El segundo piso de la tienda es mi casa. Si es que se puede llamar así. Es un departamento pequeño de dos estancias, pero funciona para mí. Tiene una habitación y una cama en ella, si eso es lo que Amanda necesita, está a su entera disposición.
—Eso es... muy amable de tu parte. —dice viéndome extrañada. —Pero estoy bien. —Se sacude y se aleja. —El café obrará su magia y en cosa de minutos podremos estar el uno sobre el otro. —Bueno... —Peleando, quiero decir. —Agrega rápidamente y sus labios se fruncen hacia arriba.
La veo moverse nerviosa y torpemente por el lugar. Ella viene tan poco por aquí que se siente... extraño. No de una mala manera. Solo fuera de lo común.
—¿Podrías ponerte una camiseta? —dice de pronto. —¡Vas a pescar un resfriado o algo! —Ladeo mi cabeza confundido por el cambio de tema.
—¿Qué? —pregunto y entonces caigo en cuenta. —¡Oh! Es que se está caliente aquí con la estufa y la cafetera funcionando, el lugar estaba agradablemente cálido. —Solo llevo una delgada y roída playera para dormir. Mi abdomen se marca contra ella. Hace muy poco para cubrirme. Suelo usarla bajo las capas de ropa. Es cómoda y me la compró mi madre. No pienso desecharla. —Amanda, ¿es que te molesta? ¿Acaso la vista de mi cuerpo te perturba?
Muevo mis cejar para ella, acercándome con los brazos extendidos. Sus ojos viajan a mi torso, hasta la caída de mis jeans en mis caderas. No me pierdo el hecho de que tiene que tragar, para luego negar con su roja cabeza.
—No seas ridículo, aléjate de mí. —Me esquiva, volviendo a poner distancia entre nosotros.
—Tengo que mostrarme, mi cuerpo es mi mejor arma. Bueno, a quién engaño, todo yo soy un arma. Solo mira mi sonrisa, o mis ojos. A las chicas les encantan. —Sus ojos se entornan y tengo que reírme.
Amanda odia mi ego.
Yo lo amo.
No tengo porqué ser modesto. ¿Se es modesto cuando sabes lo que tienes? Mis ojos suelen ser elogiados. El contraste con mi piel oscura, y mi perfecta dentadura reluciente. Las chicas dicen que les provoco cosas. Y eso es suficiente para que le saque provecho.
—Sí, sí, eres muy guapo. —Ella ondea su mano en el aire. —Será mejor que nos pongamos en marcha.
—¿Es que tienes prisa?
—¿Por confinarme en un automóvil contigo? No sabes cuanta. —Sí, no hay ni una gota de sarcasmo en su voz. Solo que el sarcasmo es el escudo de los inteligentes, ¿de qué se escuda Amanda? —Solo deseo llegar a Boston y deshacerme de ti.
A la yugular Bobby, a la yugular.
Esta clase de charlas amorosas somos nosotros, el nosotros de ahora. Necesito en serio que retire sus garras y lleguemos a ser cordiales. Paso una mano por mi pecho buscando algo que decir. Sus ojos siguen el movimiento.
Es bueno saber que aún le afecto, al menos. O también, mejor dicho.
Si tan solo ella me dejara, yo podría poner una sonrisa en su rostro antes de partir. Podría hacer que ambos fuésemos tipos felices. Dejar ir la tensión con un beso. Solo un beso. Desde que junté nuestros labios en Carlston —me niego rotundamente a llamarle a aquello un beso en sí— no he dejado de pensar en ello. Habían pasado años desde la última vez que probé su sabor. O su olor tan de cerca. El calor de su cuerpo y el temblor de sus labios.
Si ella me dejara, podría meter mis manos en su endemoniada melena y reclamar sus labios como corresponde. Sus labios llenos, suaves y siempre pintados de rojo. Son perfectos. Para besarla rudo y que su pintura se quede en mí. No comprendo de qué va ese chisme, pero anhelo que algo de ella se quede conmigo. Que desee reclamarme de vuelta con tanto fervor como yo...
Amanda se aclara la garganta.
—En verdad, deberías de reconsiderar dormir un poco si es que tu humor será tan encantador. —digo fingiendo mi mejor sonrisa no calenturienta. Si ella lee solo un poco en mí, si tan solo se acerca a lo que estaba pensando, estaré viendo la puerta de salida cerrarse detrás de sus pasos. Hablar con Amanda es como estar frente a una leona. Tienes que cuidar tu lenguaje corporal. Eso dice Discovery Channel.
Mueve sus hombros en círculos hacia atrás.
—¿Quieres que te dé un masaje? No hay que ser un genio para saber que el asunto se trata de apretar y frotar.
Apurando lo que queda de su café, niega.
—No quiero que aprietes ni frotes ninguna parte de mí, muchas gracias. —Deja la taza sobre el mesón, señalando la puerta con su pulgar. —Quiero partir ya.
En ese caso...
—Bien, entonces lleva tu mala vibra fuera de mi local. —Su boca se abre y sin dejarla articular palabra la tomo por el brazo. Su chaqueta es suave. Su pelo huele a shampoo, ¿o es ese un nuevo perfume? Mmm, es como... no lo sé, no es su aroma a fresas usual, tiene que ser el olor a shampoo que desprende su cabello húmedo. Concéntrate Trevor, puedes hacerlo. —Mis trabajadores llegarán en cualquier momento y no puedes lanzarles tu mal de ojo a ellos.
De mala gana, aunque con una reticente sonrisa, la escolto fuera y le entrego las llaves de la camioneta que tan amablemente Efren facilitó para mí.
—Sabrás qué hacer.
Me vuelvo sobre mis pies, estremeciéndome. Me dirijo arriba saltando los peldaños de dos en dos. Mi mochila está esperando por mí en un rincón lista y dispuesta desde ayer. Viajo ligero, no necesito mucho y mi madre tiene un repuesto para mí en mi antigua habitación. Ella la mantiene intacta para mí ¿A que mi madre es la mejor del mundo?
Recojo mis cosas del baño, calzo una camiseta térmica por mi cabeza y tomo una sudadera de un gancho. Chaqueta en mano, vuelvo al primer piso.
Hay ruido en la cocina, es Tammy que ha llegado temprano. Ella es una señora mayor, de cabellos blancos y bajita. Me atrapa por la mitad del cuerpo en su clásico saludo. Beso su frente.
—Buenos días Tammy, preciosa voy saliendo. Estás al mando del barco —digo haciéndole un saludo de marinero, mano a mi frente. Ella se detiene en las cosas en mis brazos.
—¿Ya vas a casa, Trevor?
—Sí y no, ¿no viste a la chica en la camioneta allá afuera? —Como una cotilla asiente con los ojos brillantes. Beso su arrugada mejilla solo porque puedo.
Con todo eso de que mis abuelos dejaron a mi madre a su suerte cuando ella quedó embarazada de mí siendo demasiado joven, no hay abuelos en mi vida. Tammy es la única figura mayor que ha estado alrededor desde los inicios del negocio de mi padre, así que ella es como una nana a la que adoro mucho.
—Voy a casa y más. Deséame suerte.
Hago mi retirada, pero ella atrapa mi ropa.
—¿Ya has desayunado? —cuestiona con sus cejas blancas en punta. —No me digas que sí cuando ha sido café o alguna porción de pizza vieja de tu refrigerador.
—Me conoces, no he desayunado.
Como si de arte de magia se tratara, saca de su espalda una bolsa de comida para llevar. Está tibia y huele bien.
—Son dos sándwiches de queso. Para ti y para tu muchacha. —Ella me lo entrega, regalándome un guiño. Debió ser tamaña coqueta en su juventud. —El tuyo tiene doble queso, como te gusta.
Conmovido con su gesto y por el hecho de que me mime exactamente como me gusta, doy un último asentimiento y salgo. No quiero hacer algo que me haga sentir estúpido después.
—Trevor.
Me volteo con la mano en la manija de la puerta.
—Es una chica linda, muy linda la del carro. —dice por ultimo. —Solo no lo arruines.
A ella no puedo gruñirle, ni, aunque quisiera. De hacerlo, me daría con la sartén. De modo que le hago una mueca que espero se acerque a una sonrisa, cerrando la puerta detrás de mí. Las calles comienzan a cobrar vida, pero Tammy se encuentra sola y no quiero arriesgarme a que la pillen desprevenida.
—Ya está todo listo. —Amanda espera por mí.
—Toma, Tammy ha preparado esto para el viaje. —Extiendo la bolsa de papel, la cual ella mira desconcertada. —Pensé que podíamos tomar el desayuno aquí antes de salir, pero no parecías muy participativa hace un rato, así que esto es lo que tenemos. Sándwiches de queso, podemos tomar refrescos en el camino.
Amanda mira la bolsa concentradamente y luego a mí, un gesto culpable cruzando su rostro.
—Lo siento, no sabía que tu... —Ella señala el local con una cabeceada.
—No pasa nada, la comida de Tammy es la mejor así que sobreviviremos.
Tomo las llaves de vuelta de su mano y me subo al auto. Aquí no es el local climatizado. Aquí te congela las pelotas si conversas más de lo necesario.
Amanda abre la puerta del copiloto y una ventisca me hace estremecerme. El frío y yo no vamos de la mano. Somos enemigos naturales. Amanda da un salto adentro. Se saca el gran abrigo que llevaba y lo lanza atrás. Ni siquiera me molesto en preguntarle si es que tiene frío; la punta de su nariz es de un fuerte rosa al igual que sus mejillas. Enciendo la calefacción al máximo y también la radio; Red Hot Chili Peppers sale de los altavoces.
Ella deja la comida en su regazo y acerca las manos enguantadas a las ventillas de aire.
—¿Cuál es nuestro plan de viaje?
Nuestro.
Saboreo eso.
—Pretendo tomarlo con calma, mucha gente tomará las carreteras hoy y quiero devolverle a Efren su carro en una pieza, de modo que no sé cuánto nos tome llegar. —Enfilo hacia la acera, quedándome en la pista rápida. Por el momento la cosa se ve tranquila, pero en vísperas de navidad no puedes confiarte de nada. —Comeremos algo en el camino y podemos llegar a casa de mis padres entrando la noche. —Amanda me da la razón con un asentimiento. Su pelo se secó en la intemperie y está apuntando como loco en todas direcciones. Se ve mona. —Sé que me dijiste que querías quedarte estos días en casa de tu amiga así que no hay problema, saludaremos a mis padres y te llevaré a casa de... Disculpa, pero no recuerdo el nombre de la chica.
—Es Annia y está bien. Ya veremos qué sucede. Y Trevor... —Espera para que la mire antes de hablar de nuevo. —Gracias por esto.
Sonrío ante el tono de su voz. Es sincero; ligeramente ahogada incluso. Eso que hace la gente cuando se muestra vulnerable, ¿y Amanda siendo vulnerable? Sí, no quiero ir allí.
—No te preocupes, yo iba a viajar de todos modos, ¿sabes?
No me gustan los agradecimientos, como nunca.
Hacen las cosas complejas. La gente se pone sensiblera. Soy más de lo que te dice que si hago algo por ti, siéntete libre de hacer algo por mí cuando lo necesite.
Amanda se echa hacia atrás en el asiento.
—No lo entiendes Trev, sé que te ofreciste a traerme porque eres el único que comprende mi ajustado presupuesto, —Deja salir una risa sutil que se mantiene flotando en la confinada cabina —y no me explico cómo lo entiendes, pero gracias por hacer que esto signifique algo de libertad para mí. No sabes cuánto... lo aprecio, en verdad.
Aprieto el volante.
Bueno, eso ha sido... ¿lindo?
Estoy al pendiente de ella. No todo el tiempo y no hago nada con ello, pero Amanda es normalmente mi amiga. Lo es, y en el fondo de mí, significa más. Si ella necesita una mano y yo puedo tendérsela, jamás lo pensaría dos veces.
—Anoche vimos a alguien montárselo en la calle —comento alegremente y Amanda, notando la necesidad de cambio de tema, comienza a desenvolver los sándwiches para charlar. Les echa una ojeada, me tiende uno y toma otro para sí. El mío es justamente el de doble queso. Le doy una mirada detenida al sándwich y después a ella, Amanda me regala un guiño que me calienta por dentro.
—Voy a querer oír eso, así que dime más.
Así que la charla empieza con un tema seguro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro