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CAPÍTULO ONCE

AMANDA

—No hay como el yogurt de piña con fruta. —Me saboreo despatarrada en el sofá.

Peter arruga la nariz frente a mí.

—Huele a vomito. —comenta. Y eso es ofensivo. ¡Amo el yogurt de piña!

—Agh, eso es asqueroso.

—Tú eres la que lo come.

—Puedes llegar a ser un cerdo, ¿no es así?

—Puedo llegar a ser muchas cosas —responde con una sonrisa pícara.

Pongo mis ojos para él.

El chico es agradable y nos hemos aclimatado al otro entre bromas que le suben los colores al rostro. No veo muchos chicos con mejillas carmesíes, así que la estoy pasando de lo lindo con él.

Annia se encuentra fuera en compras de último momento. Ni Peter ni yo estábamos de ánimo para acompañarla, de modo que tenemos el departamento para nosotros. Y no te burles, pero nuestros pijamas hacen juego por coincidencia de la vida. Nos vemos encantadores vestidos de rojo pasión. Hemos saqueado la nevera y en la tv tenemos un partido de fútbol.

—Hay muchachos latinos muy... sexys —dice frunciendo su nariz con la última palabra.

—Lo mismo dijiste hace un momento de los europeos —Le atajo. Su nariz se menea como lo hacen los gatitos. —¿Quién juega de todos modos?

—Venezuela y España —responde sin despegar su vista de la pantalla. ¿Cuánto quieres apostar a que no tiene ni la menor idea de las reglas del juego? Solo está viéndolo por los físicos de los deportistas. Uno de los equipos logra hacer una anotación y el jugador celebra sacándose la playera frente a las cámaras, lanzando su puño al aire. Peter se remueve inquieto. —Creo que necesito salir.

—Lo sé, Annia dijo que estabas aquí porque necesitas cambiar de aires.

—Odio a mi ex —Él exclama mirándome por primera vez en la última media hora. —Me deja justo en las fiestas, ¿quién hace eso?

—¿Hubieses preferido que te contara que te engañaba después de año nuevo? —cuestiono sin molestarme en esconder mi incredulidad.

Peter estaba de novio con un tal Harold. Un nombre deprimente si me lo preguntan. Llevaban juntos por dos años y hablaban de vivir juntos. Peter estaba en toda la idea de tener un hogar con el tipo cuando, salió anticipadamente del trabajo y llegó a casa de Harold sin avisar. Creo que puedes imaginarte el resto. Mucha piel expuesta, gritos, maldiciones, los zapatos de alguien volando hacia la cabeza de Harold y Peter llamando a Annia para pasar las fiestas con ella.

—No, obvio que no. —Él niega. —Pero lo odio. Lo amaba, maldita sea. Lo amo y me engaña y me vota como si yo fuese basura. Le di lo mejor de mí y no supo valorarlo. Lo que daría por tener la posibilidad de aplastar sus pelotas.

Su lamento es triste y me compadezco. Quiero abrazarlo al ver sus ojos afligidos, pero eso fue los que nos dejó en el estado en el que estamos en primer lugar, de modo que me contengo.

—Voy a salir en navidad y enredarme con alguien solo para olvidar. —Sigue en su nube negra.

—Peter, no creo que eso ayude.

—Puede que no, pero dudo que me sienta más como la mierda de lo que ya lo hago. Al menos, si me enredo con alguien, tendré sexo, cosa que también extraño.

Nada que refutar a eso.

Quien niegue que al terminar una relación no extrañas el sexo, miente. El sexo es importante. Es tan básico, y se vuelve algo tan esencial cuando estás en una relación establecida que cuando cortas, extrañas la intimidad con la pareja. Extrañas cómo huele, sus gemidos y su cuerpo. No el frotar; meter y sacar. Eso lo vuelves a encontrar. Pero la magia tarda en darse con una nueva persona. Aún con química de por medio.

Observo a Peter hacer zapping por los canales. Cachondo y deprimido es un asco, pero en las fiestas es un plus.

Todo el mundo tiene una opresión en el pecho para las navidades.

Yo misma.

Navidad es el día de mañana y hoy nochebuena. En donde pasaré la velada en casa de Trevor. Casi que me estoy arrepintiendo de haber aceptado. Ni sé qué tenía en la cabeza. Pasarme el día en pijama, comiendo chatarra que se irá a mis muslos suena como un plan. Un gran plan de hecho.

Y no digas ¡ja!, porque no estoy escondiéndome. Mucho menos de Trevor.

No lo he visto en un par de días, estoy reuniendo fuerzas para nuestro próximo encuentro, porque las necesito. Voy a volver a ser yo. Nada va a descolocarme. Ni siquiera sus mensajes que no dejan de llegar.

El del día de la presentación fue el primero. Fue la novedad y la advertencia. Porque él está interesado en mí y no en hacer su camino dentro de mis pantalones. Al menos, eso es lo que ha demostrado. Sus preguntas son inocentes. ¿Qué tal estás hoy? ¿Cómo va el trabajo? ¿Has llegado bien a casa? Que tengas una buena noche de sueño. Es dulce y entrañable y no sé cómo asimilarlo. Solo respondo lo mejor que puedo. Respuestas claras y cortas. Yo no diría que exactamente frías, pero tampoco comentarios que me dejen pensando demasiado.

Él no se está imponiendo realmente, solo está jugando con mi cordura mental.

En el trabajo, en donde mi cabeza se ve sumergida en papeles de la revista o en reuniones con pasantes, es mucho más fácil evitarlo. En cambio, en casa, no tengo mucho hacia dónde mirar. Peter se ha convertido en un increíble aliado para mi cabeza hecha jirones.

Las niñas me han pedido cosas con nombres que ni siquiera alcanzo a pronunciar... Tal vez podrías acompañarme a dar una vuelta al centro comercial... Oh, pero que mono, ¡ya nadie dice centro comercial! —Peter exclama al leer el mensaje que acaba de entrar en mi teléfono.

—Ya nadie dice mono, Peter, por Dios.

El teléfono vuelve a sonar.

¿Qué es un "Rainbow Dash"? ¿Él es tan adorable como suena aquí? —Pete agita el celular antes de lanzármelo. Lo atrapo a medio vuelo.

—Trevor es... es...

—¿Es?

—Es complicado. —digo a la defensiva. —No estoy segura de decir que sea adorable, aunque lo he visto con sus hermanitas y hasta yo me he sentido tentada a comérmelo a besos.

Peter suelta una risa seca.

—Por la manera en que reaccionas cuando un mensaje llega, pensé que odiabas al chico.

—No tú también. —Me quejo. ¿Tan terrible es mi expresión al hablar de Trevor? Pensé que lo estaba haciendo bien. —Nunca lo he odiado. Y somos amigos. No como lo son Eddie o Rick o Efren, pero es mi amigo y estamos bien así.

Él me mira como si fuese estúpida.

—Ustedes nunca van a estar bien... no a menos que tengan sexo. Duro contra el muro —Peter se ríe de su propio chiste.

Ruedo los ojos a modo de respuesta.

Hombres y sus pollas dirigiendo sus vidas. ¿Qué se sentirá tener una? ¿Será como la flecha de la brújula indicándote el camino correcto? ¿Buscando el norte? Yo siempre las he visto más como varitas mágicas, por sí solas no son más que un palillo duro, pero con dirección te salvan la vida. Algo así como Harry Potter, la vida del chico se hizo más llevadera tan pronto supo que era mago y le dieron una varita. La mitad de sus problemas se podían resolver con el palito sin vida ese.

Llaman a la puerta de entrada.

—¡¿Annia?! —grito sin ponerme de pie. La vi llevarse sus llaves, ¿qué tanto se ha desbandado en las compras?

—¡Soy Trevor!

Mi cabeza se endereza de un tirón del sofá.

Peter se asoma desde la cocina con los ojos brillantes de interés. Santa mierda, eso no puede ser bueno. Le apunto en advertencia antes de ir y abrir.

—Hey —articulo a modo de saludo.

Son las nueve menos cuarto de la mañana y Trevor está de pie fuera del apartamento con los brazos cargados de materiales como si estuviera listo para comenzar una exposición escolar. Él pasa de mí. Su mirada está más allá de mi hombro, hacia donde Peter está de pie con solo sus shorts de deporte cayendo de sus estrechas caderas. Sin playera, sin sandalias. Solo cabello rubio sobre un rostro de niñato que mira a Trev con sorpresa.

—Hey —Trev dice forzando su mirada sobre mí. Me evalúa de arriba abajo, una mueca tirando de su boca. —¿Estás ocupada?

Contengo el impulso de mirar sobre mi hombro cuando, demasiado tarde, oigo los pies de Peter ser arrastrados cerca de mí y su mano ser envuelta en mi estómago. Es confiado, posesivo, dando todas las ideas erróneas.

—Estábamos en algo —aporta Peter para completar su acto. Su voz dos tonos más profunda de lo que es. Su mano libre se extiende hacia adelante. —¿Eres tú el famoso Trevor?

Este estrecha su verde mirada sobre Peter —a quien voy a matar apenas tenga la oportunidad—y para mi sorpresa, se acomoda las cosas que porta en los brazos para estrechar la mano en su dirección.

—No sé qué clase de famoso Trevor he de ser...

—Peter solo bromea —Aclaro mi voz, codeando al chico rubio para que aleje sus manos de mí. Él lo hace, retirándose al interior del departamento con una odiosa risa a sus espaldas. De verdad, de verdad voy a matarlo. Estoy segura de que Annia estará de mi lado cuando vea el cadáver. —¿Qué te trae tan temprano por aquí? No pensé verte hasta en la tarde.

Trev da una última mirada detrás de mí y luego se aclara la garganta. Se revuelve buscando una hoja doblada de su chamarra.

—Las chicas me han pedido esto. —dice extendiéndomela para que pueda leerla. Las chicas son obviamente sus hermanas. —No entiendo la mayoría de los nombres y fui al centro comercial solo para quedarme una hora dando vueltas en el estacionamiento porque está arrebatado... —Se encoge de hombros. —Pensé que podrías estar dispuesta a comenzar el día temprano y acompañarme en esta misión suicida antes de verte en la cena.

Sé que dije que no quería salir. Y yo fui bastante consistente sobre ello al dejar a Annia ir sola, pero aquí... suena como un panorama. Las listas en mis manos no son cosas complejas. Y yo no he ido de compras para cosas de niñas como nunca. Y sé que sueno como si me estuviese justificando, cuando no lo estoy. No tengo porque hacerlo. Si yo quiero hacer algo, solo lo hago, no necesito rendirle cuentas a nadie. Ni al chico rubio que se está aguantando un chillido a mi espalda, ni al moreno que tengo al frente mirando sus pies dubitativo.

Solo a mí.

Como desearía tener un pene justo ahora para que me indique qué hacer.

—Vamos, no te costará nada. —Trevor pide ante mi silencio. Con esa nota de urgencia y vulnerabilidad otra vez.

—Nada parece ser demasiado en tu caso, a decir verdad. —Sonrío tomando una decisión.

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