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CAPÍTULO OCHO

AMANDA

Trevor ha salido a fumar, ha preferido congelar su trasero en la intemperie que tener que pasar un segundo más conmigo y nuestro invitado habitual; el silencio incómodo.

De pie en el asfalto, de frente al paisaje agreste y blanco de la carretera, solo puedo observar su espalda y la parte trasera de sus jeans. Tiene una columna de humo dándole un aire de chimenea.

No puedo ver su rostro desde aquí, aunque no es que haga falta. Está grabado a fuego en mi memoria.

Mi tipo no son los morenos, pero Trevor lo es. Su piel es oscura, como el chocolate con leche. Su cabello en punta sobre su cabeza, sus ojos verdes como el pasto recién cortado. Sus rasgos son duros, su nariz divertida.

Es guapo. Y no es justo que lo sea. Es mucho más fácil odiar a un idiota con rostro de adefesio y aliento de perro. Pero ni siquiera su aliento huele mal.

Lo veo arrojar la colilla consumida al piso y aplastarla con su bota. En realidad, odio que haga eso. Que fume, quiero decir, no solo el olor es molesto, sino que es pésimo para su salud. Es tan imprudente.

Sacude sus manos contra sus jeans, luego las frota juntas. Son tan grandes y extrañamente suaves al tacto. Con toda la fibra en su cuerpo, con los músculos abultados, uno se pensaría que es tosco. Pero no. Solo es sexy. Con los tendones marcados, las venas en sus antebrazos, el vello varonil.

Ingresa de nuevo al local, volviendo a su puesto frente a mí.

—¿Estás mejor? —consulta.

—Sí, quizás deberíamos partir.

—¿No quieres nada más? Aún queda un par de horas para llegar a casa de mis padres, podemos pedir algo para llevar así no tenemos que parar de nuevo. —ofrece y suena razonable. Odio que suene razonable. Lo hace ver lindo, como un buen chico.

El camarero que nos atiende aparece a nuestro lado, ubicando a una pareja de muchachos en la mesa continua.

—¿Podría darnos raciones de pastel para llevar? —pide Trevor. —¿De qué quieres el tuyo?

—Algo con fruta —digo de inmediato.

—Que sean dos con fruta.

El camarero ofrece una sonrisa.

—No hay problema, en seguida regreso. Estamos algo lentos en el servicio, así que si pudiesen esperar...

—Descuide, sin prisas. —Trevor lo descarta.

Luce más relajado que hace unos minutos atrás cuando se alejó como si no pudiese estar cerca de mí.

No es que lo culpe.

Estoy menos tensa con el respiro que me dio, pero no dejo de desear correr lo más lejos posible de él... o arrojármele encima y ver qué tan lejos podemos llegar luego de la electricidad que saltó entre nosotros en la cabina del auto.

Definitivamente no iré por la última, puedes respirar tranquila.

La pareja a nuestro lado, son un chico y una chica bastante jóvenes, de unos quince o quizás dieciséis años. Me da curiosidad lo que pueden estar haciendo allí en medio de la carretera solos, pero me llama más la atención la manera en que se sostienen de la mano a través de la mesa y charlan mirándose a los ojos con sonrisas cómplices en sus rostros.

—¿Por qué sonríes? —inquiere Trevor siguiendo mi mirada. Sus ojos se amplían. —Son monos.

—Amor joven —digo sin necesidad de explicar más.

Asiente dándose por entendido. Sus dedos tocan su barbilla, tiene un rastro de barba sutil.

—Entonces, con que estabas viéndome allá afuera, ¿eh?

—No lo hacía. —Niego. Y él emite un resoplido incrédulo.

—De acuerdo, ¿y que hacías si no?

No hay caso en negar lo obvio, ¿no?

Los muchachos a nuestro lado ríen fuertemente, provocándome una sensación melancólica. Yo reí así una vez; una risa completamente feliz y enamorada.

—Estaba comparando. —Mi voz suena dudosa, ¿de verdad quiero aventurarme a esto?

Su ceja derecha se alza en ese gesto que tanto envidio, pues yo no puedo hacerlo.

—¿Qué comparabas?

Me encojo de hombros.

—La primera vez que te vi. Y el cómo luces ahora.

Él me echa una mirada recelosa.

—¿Qué pensaste la primera vez que me viste? —incita tras mi silencio y no me pierdo la nota de urgencia escondida en su voz.

Bueno, ya me metí en esto.

—Pensé que eras muy lindo. —respondo dejando al recuerdo agridulce venir a mí. Lo puedo ver cómo fue años atrás, más bajo y más delgado que en estos momentos. En otras circunstancias, más desgarbado, pero con la misma postura confiada y llamativa. No me doy cuenta de que estoy sonriendo hasta que ya es demasiado tarde. —Estabas charlando con Efren —digo negando. —y me dije "Dios, que lindo es". Leah nos presentó, entonces abriste la boca y la magia terminó.

Una risotada aliviada burbujea fuera de su pecho.

—Qué puedo decir, es un don.

—Sí, no has cambiado mucho. —acuso y él asiente sin perder su sonrisa.

—Lo lamento, —concede —era muy hormonal en esa época, y estaba tan alocado por ti. —Mi estómago salta. Pretendo que no note que me afecta con sus palabras, pero él se inclina hacia adelante, viéndome a los ojos. —No finjas estar bien con ello, tienes que saberlo. No puedes ignorarlo después de tanto tiempo. Comprendo que te cueste admitirlo... por todo lo que, tú sabes, pasó después.

—Era una época muy rara —ofrezco sin saber qué más decir.

—Estaba aterrado, ¿sabes? Me gustabas, todo de ti. Desde tu piel a cómo te sentías entre mis brazos y no supe qué hacer. —Trevor prosigue. Vuelve a tocar su barba y su rostro busca lo correcto para decir, cuando ya me tiene absorbida. Y no es porque no hayamos tenido esta conversación antes. Deber ser por lejos el tema más gastado entre nosotros, pero es la forma. No soy tan obtusa para notar el cambio en su voz y lo acomplejado que se ve. —Nunca me había sentido... así. Y fue un balde de agua fría descubrir que el amor no es siempre perfecto como dicen. A veces, el amor es un desastre.

—¿Qué...?

—Tenía miedo. —Asume haciéndose atrás de nuevo y cruzándose de brazos. —No reacciono bien cuando estoy aterrado, y lo estaba. No tienes idea cómo. Tenía esta... necesidad por ti. De ti. Que no sabía qué hacer con ella. No quería hacer nada mal. No quería dañarte. Perderte al final.

Eso... me hace enfadar. Me hace sentir una idiota.

—Quizás no me querías perder —digo no sin un poco de burla. Porque es tan difícil creer en lo que dice —pero tampoco me creo que quisieras tenerme.

—No sabía cómo. —Hace énfasis comenzando a molestarse.

—Ya, es más sencillo decir que fuiste un cobarde.

Trevor luce como si lo hubiese abofeteado.

—Amanda... —dice a través de sus dientes apretados.

Pero ya estoy cabreada. Y peor.

¡Jesús, es como si Trevor tocase teclas en mí para que reaccione de este modo!

¿Es infantil de mi parte ponerme toda loca por un tema que yo misma puse en la mesa? Sí.

¿Estoy dando pasos en falso en cuanto a fingir que lo he superado? Definitivamente.

¿Actúo como una adolescente dolida? Lo más seguro, pero al menos en este punto tengo algo a lo que aferrarme.

—No quiero pelear —digo mirando a otro lado. —Tenemos todo el resto del viaje aun por recorrer, así que solo... fue una idea estúpida decir esto. Rebobina los últimos minutos, bórralos. Nunca pasaron. ¡¿Y dónde están esos pasteles?!

La parejita de enamorados nos echa una ojeada, pero los miro mal. Ellos pueden volver a su mundo de unicornios y corazones. El mundo real es para los adultos.

—Pensé que me entenderías, ¿sabes? —Trevor no se detiene, consiguiendo picarme.

—¿Qué?

—Cuando me fui con Cristina Jeff —explica como si fuese necesario. Pongo mi mejor rostro de odio. —¿Cuántas veces más tengo que repetirlo? ¡Estaba asustado!

—¿Y por eso tenías que engañarme? Suena muy lógico —Siseo y ugh. Estoy perdiendo el punto. —Mira, dejémoslo...

Su mano se estrella contra la mesa haciéndome saltar.

—No, nada de dejémoslo. —brama. —Llevas huyendo del tema por demasiado tiempo y vamos a salir de él aquí y ahora.

Bien, me cruzo de brazos negándome a sentirme intimidada.

—Puedes comenzar con tus disculpas entonces, idiota.

Trevor gruñe.

—Estábamos en una secundaria donde nadie esperaba a llegar al baile de promoción para hacerlo.

—De hecho, Trev, si lo hacían. —Tengo que rebatir. —Todos ellos. Solo no esperaste a ello.

—¿Me estás diciendo que lo hice mal por apurarme? —escupe incrédulo.

Niego.

Que caprichoso es esto, señor. Pelear por algo de hace diez años. Si alguien nos escucha, se va a pensar que estamos locos. Y tenemos que estarlo a estas alturas.

—Salté a tu cama demasiado rápido. —digo como final de tema.

—Nunca te he recriminado por eso.

Bufo.

—Aun así...

—Amanda, me gustabas tanto que, si me hubieses hecho esperar por ti, lo único que hubiese conseguido es que terminara con mi mano muy adolorida con pensamientos que...

—¡Eres un cerdo! —Le corto mirando a todos lados.

—Lo digo en serio, me gustabas mucho. Aun me gustas.

Mi cuerpo se pone en guardia.

Eso es solo una artimaña. Un truco sucio.

Quiera o no, él me afecta y en demasiados sentidos. No hay manera en esta tierra que él no lo sepa.

Sabe que mientras luchamos siento ganas de echarme a llorar y de tirármele encima y... ¡demonios! ¡Detesto el irracional deseo que se enciende!

Sabe que recordar el pasado es una forma de atraer mi atención, es solo que no nos deja avanzar. Deberíamos ser capaces de pasar más allá de esto. Poder decir que todo estuvo mal antes y resultó ser una mierda, pero que está donde debe estar, en los recuerdos.

Yo necesité mucho de él y él de mi nada.

Los muchachos a nuestro lado nos ven ahora con alarma en sus rostros adolescentes. Casi que tengo ganas de extenderme hacia la chica que aun sostiene la mano de quien debe ser su novio y darle el consejo que no se enrede jamás con aquel que tenga el poder de romper su corazón.

—Tú tomaste solo mi virginidad Trevor, pero yo te di mucho más. —digo totalmente agria. Y ese sí es el final del tema.

Esa es la verdad de todo. Esa es mi verdad y mi dolor. Me entregué a él y es el peor sentimiento haber sido lo suficientemente estúpida por haberlo hecho.

Soy una mujer adulta, me enfrento al mundo cualquier día sin herramientas en mis manos, sin siquiera titubear, pero no puedo dejar ir al chico que rompió mi corazón.

Quizás y es cierto lo que dicen, el primer amor nunca se supera del todo.

Por el rabillo del ojo veo a nuestro camarero serpentear entre medio de las mesas y nunca he estado tan agradecida en mi vida por trozos de pastel.

—Aquí, —dice depositando una bolsa en la mesa. —la mejor tarta con frutas que probaran en estas vísperas navideñas.

No puedo ser amable con él, ni, aunque lo desee. Trevor paga la cuenta con su tarjeta antes de que yo pueda hacer un movimiento por mi bolso. Siento su mirada centrada en mí mientras la transacción se realiza. Me hace sentir vulnerable y molesta. Y entre esos dos, siempre es mejor aferrarse a la rabia que al dolor. Con ninguno me siento yo misma, sin embargo, uno no me hace sentir débil.

Sigo a Trevor hasta la camioneta en silencio. Deposito las bolsas en mi regazo al montarme en el asiento del copiloto y no me molesto con el cinturón de seguridad de nuevo. Supongo que voy a tener que rezar para que nada malo ocurra en el camino que me haga necesitarlo.

Trevor se sube de su lado.

—Dijiste que me amabas...

—¿Qué? —pregunto no segura de haberlo oído.

Él coloca las llaves en el contacto sin molestarse en encender el carro.

—Tú sabes qué, una vez. Cuando éramos unos chiquillos, cuando estábamos juntos... dijiste que me amabas. —me recuerda. Su voz es plana y casi dolorosa, lo que se siente como un hierro en mi interior. No puede sacar eso, aquello es un golpe bajo de la peor clase.

—¡Era una adolescente! —me desespero sintiendo las lágrimas picar en mis ojos. —Acababa de tener mi primera vez con un chico que me gustaba y al que creía que le gustaba igual. Perdóname si me sentí abrumada por la situación. ¡Perdóname por estar enamorada!

Trevor suspira.

Fija su vista al frente y flexiona los dedos sobre el volante. Sus nudillos se tornan blancos. Por un momento pienso que no dirá nada más, al igual que cada vez que tocamos el tema, hasta que...

—Yo también estaba enamorado.

No emito comentario, no me fío de mí misma. Estoy a nada de lanzarle los pasteles a la cara. ¿Por qué no puede callarse? ¿Qué hace falta? Voy a poner mis labios sobre los suyos si con eso consigo que cierre el pico de una buena vez.

Trevor me reduce a una versión extraña de mí misma. Más apasionada sí, pero a la misma vez, descontrolada y no es una cosa que me guste.

Respiro hondo hasta lograr contenerme. Él pone el auto en marcha y se une a la carretera.

—¿Por qué? —pregunto al fin.

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué ahora?

Se encoge de hombros.

—¿Por qué no?

—Te conozco, tiene que haber un motivo detrás de ello. Tú no eres simple. Eres un capullo con el cerebro siempre en movimiento. —Su gesto se tuerce en una sonrisa sin gracia. —Te he dicho que podemos mantener las cosas fáciles, hablar hasta cierto punto.

—Qué mala suerte para ti que las cosas no sean como tú deseas. Ya deberías saberlo, las cosas solo son y tienes que lidiar con ellas como vengan. Es una perra, lo sé, pero creo que puedes soportarlo, eres una chica grande. —Hace un ademan con la mano al apuntarme. —Además, he estado pensando...

Oh no.

—Primero déjame explicarte.

—¡No he dicho nada!

—Estás poniendo la cara. Esa que dice "aquí vamos"

—Estoy segura de que será bueno. Solo eso. —Aferro los pasteles en mis piernas cuando la camioneta da un bandazo.

Trevor la estabiliza y me mira.

—Lo es. No has querido escuchar nada de mí cuando he venido todo intenso sobre ti. —dice dividiendo su atención entre verme y mantener un ojo en la conducción. —Hay que hacer las cosas fáciles como dices... solo hacerlas.

Casi que tengo miedo de preguntar.

—¿Solo hacerlas?

—Sí, ¿crees que podríamos ser amigos con beneficios? —Suelta sin más y mi quijada cae del asombro. ¿Está jugando a hacerse el tonto?

—Oh por favor, eres increíble. —Él no aprecia mi tono y frunce sus pobladas cejas. De verdad no está bromeando. Entrecierro los ojos en su dirección. —¿Tienes algún caso de bolas azules del que debas encargarte? Debemos de cortar con este jueguecito.

—¿Ves? Eso es exactamente lo que recibo de ti, ¿por qué no puedes creer que estoy siendo sincero?

Me callo con una mueca.

Trevor no es ajeno a los acercamientos. Ha intentado conseguir algo de mí tanto en la cama como en lo emocional y siempre lo he rechazado. No puedo. No he llegado a la villa del perdón aún, tomé el camino largo. De modo que tiene un punto el muy maldito.

Y lo deseo, ya hemos dejado eso claro.

Él no es solo atractivo, es un placer culpable desearlo de la manera que lo hago. Y lo odio por ello.

Okey, no me mires así, no lo odio. No iré tan lejos, quizás solo me molesta porque respira tan bien. Si tan solo pudiese darle un golpe que lo deje cojeando o algo así, estoy segura de que me sentiría mucho mejor.

—No creo que deba.

—¿Crees que podríamos ser amigos con beneficios? —Vuelve a preguntar como si no hubiese hablado.

—¿Estás hablando en serio? —Mi voz todos los tonos de incredulidad posibles.

—A Efren y Leah pareció funcionarles. —Simplifica.

Sí, ahí tiene otro punto.

Hmm... no me gusta hacia donde se inclina esto, cada vez menos.

—Por un par de semanas —Tengo que darle la razón. Su semblante se ilumina, por lo que me apresuro en añadir: —Para ellos es diferente. Están tan enamorados el uno del otro que solo era cuestión de tiempo. Efren llevaba años esperando por una oportunidad con Leah. Y no es que ella lo llevase mejor.

El auto patina levemente y me pregunto si lo está haciendo a propósito al verme maniobrar con la comida en mi regazo, o genuinamente es cosa de la carretera. Él parece concentrado en su tarea de llevarnos sanos y salvos a casa así que por ahora le reclamaré al asfalto.

—Me conoces, ¿qué se supone que es todo esto entonces? —dice haciendo un gesto entre nosotros. —¿Crees sinceramente que he estado todos estos años detrás de ti si no quisiese algo? Incluso entre la rabia, el dolor, el odio... tienes que poder ver que estoy más que arrepentido. Que te extraño.

Mi mano sube hasta mi boca y esta vez es fuera de bromas.

—¿Extrañarme? ¿Sabes lo ilógico que eso suena? —No puedo evitar reírme de la impresión y él contrae el rostro. Ups, es que es todo tan absurdo. —Nos hemos evitado por años. Es cierto que te veo más de lo que he visto a ningún ex después de una relación, pero Trevor, me traicionaste. Ya no tenemos nada que hacer juntos. ¿En qué me convierte el volver con un tipo que tiene antecedentes de no poder mantener su polla en sus pantalones?

Trevor suspira exasperado.

Él no puede sorprenderse. No en verdad. Hemos hecho esto por años, si mi memoria no falla, y apuesto mi gordo trasero a que no. Hicimos esto hace unos escasos meses atrás y mi negativa fue bastante clara.

Sus dedos tamborilean en el volante.

Caigo en cuenta que no hemos encendido nada del carro salvo el motor. La radio está apagada, la calefacción demasiado baja para importunar, la quietud solo rota por el ruido del exterior y las respiraciones trabajosas de cada uno.

Trevor me mira por un minuto, lo suficiente para hacerme sentir mal por lo que veo en sus ojos.

—¿Y qué pasa si lo quiero? ¿Si lo queremos? ¿En que nos convierte eso? Aún hay algo entre nosotros, no puedes negarlo. Es complicado y yo... —Se ve como si estuviese luchando consigo mismo. Al final, se humedece los labios listo para algo. —En verdad, te ofrecí venir porque necesitabas una mano... y porque quería ver si algo podía surgir. Sé que no tiene sentido, pero siempre vuelvo a ti. Estamos solteros, podemos ver qué pasa.

Oh, santa mierda.

Me remuevo inquieta en el asiento, sintiendo como su revelación me crea un caos en la cabeza.

—El hecho de que estemos solteros no quiere decir que debamos intentarlo. —digo. Porque es la verdad y porque mi cerebro se opone a trabajar por una respuesta más elaborada.

Trevor se arma de paciencia. Alza una mano para gesticular como lo hace cuando se cabrea. ¿Qué? Son cosas que todo el mundo nota, no me mires así, no estoy al tanto de él para nada.

—He dicho que quiero. Me gustas. Te deseo. Estás hecha a mi medida y no soy un crío con las hormonas en los pantalones en esta ocasión. No estoy diciendo que no me estoy cagando de miedo de solo decirte esto, pero creo que... —Su voz se va apagando a medida que la frustración se filtra en él. Trevor no es bueno con las palabras, habla un montón, de lo cual es casi toda basura carente de sentido. Si bien me cuesta admitirlo, él y yo compartimos los mismos demonios. El espectro de las emociones.

Somos apasionados, sentimos todo demasiado y puede considerarse un regalo en determinados momentos, pero en esto, no es más que un estorbo.

Él arrastra su mirada de la carretera a la mía con el entrecejo fruncido y los hombros encorvados.

—Olvídalo. Como dijiste antes, rebobina y borra. Supongo que te hice demasiado daño y lo siento, jamás quise que me odiaras. —Sentencia de manera definitiva.

Eso no es para nada lo que estaba esperando que dijera.

Soy muy buena aconsejando a las personas cuando tienen problemas de pareja. Y yo no puedo lidiar con la única que está en el medio de todo para mí.

Constantemente acuso a Trevor de ser un inmaduro que no puede con el mundo, quizás ya viene siendo hora tomar de mi propio regaño.

—Rompí tu corazón porque no supe valorarte. Me enamoré de ti y escupí sobre eso. Lo siento, sinceramente.

Y con eso mi alma se destroza.

Si no hubiese estado sentada, el peso de todo me hubiese lanzado de rodillas al piso. Mi quijada tiembla y el aliento que tomo es tan inestable, nada de ayuda.

Jesús, no puedo con esto.

Lo estoy perdiendo.

Trevor mide mi reacción a sus palabras.

Aquellas benditas que jamás había formulado antes.

Porque sí, él pidió volver. Quiso colarse en mis bragas. Justificó lo que hizo y hasta se sintió estúpidamente ofendido... pero jamás se disculpó. Y eso es lo único que yo deseé.

Que él lo sienta tanto como yo.

Que le duela el hecho de haber roto todo lo que era y lo que pudo ser.

Desvío la mirada cuando mis emociones me abordan. No lloraré, yo no lloro.

—Las cosas podrían ser muy diferentes sin todo esto de por medio —Hablo a través del nudo en mi garganta. Acomodo el asiento hacia atrás, escudando mis ojos de la emoción latente en ellos. —Veo el arrepentimiento en ti. A veces, me miento diciendo que no lo he visto nunca, pero no es cierto. Te he visto sufrir detrás de ello y... si es muy necesario de decir.... Hay un sentimiento en mí que no se ha ahogado nunca del todo respecto a ti.

Dejar eso salir se siente como la confesión más grande de mi vida. No sé si estoy siendo estúpida de nuevo al confiarle aquello o solo es parte del momento. De la ola de sinceridad reinante. Como sea, ya está fuera.

Trevor me está observando cuando me incorporo y me sorprendo con la solemnidad brillando en sus ojos.

Esto significa algo para él después de todo. 

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