CAPÍTULO DIEZ
AMANDA
Para cuando llegamos al complejo de departamentos que es nuestro destino, me bajo de un brinco. Ya no hay incomodidad o nerviosismo, ya no hay nada. Nada malo al menos. Trevor me ayuda bajando las maletas del maletero y dejándolas a la entrada. Veo la intención en sus ojos de querer subirlas por mí, de seguir siendo servil, pero en ese raro comportamiento que ha estado teniendo el día de hoy, no presiona. Lo cual agradezco.
—Estoy bien con ellas desde aquí. —Acomodo mi cartera bajo el brazo y tomo el aza de la maleta. Los bolsos tendrán que hacer su magia en mis antebrazos.
—¿Puedo llamarte mañana? —pregunta yendo de vuelta al carro. Sus ojos se debaten entre el peso que cargo otra vez, pero obliga a su mirada ir lejos. La caballerosidad solo es bienvenida cuando es deseada. Odio que me hagan sentir como que no soy capaz de hacer cosas. En comparación a un chico, solo hacer pis de pie y apuntando se me dificulta. —Ahora que estás aquí podemos vernos, ¿no?
Es uno de esos momentos que describe Hitch en su película. Cuando la chica saca las llaves al final de la velada, pero no hace nada por abrir la puerta, porque lo que ella desea es el beso del chico.
Trevor sonríe ante mi silencio.
—Ya te lo estoy pidiendo, no me hagas también rogar.
Eso hace que le devuelva la sonrisa.
—Te veré alrededor, Trevor. —Le guiño y me doy media vuelta, no sin ver el gesto de triunfo que pretende esconder.
Ha sido más que suficiente para mí.
El Trevor que jode con mi cabeza es alguien con el que puedo tratar, es su alter ego; aquel que quiere cosas de mí, mi corazón, cuerpo y alma. Sí, ese no es uno con el que estoy ansiosa por pasar tiempo... Y no es porque no pueda con él. Si no porque me afecta. Y ya viste lo fácil que quedo expuesta con él. No puedo arriesgarme a ir más lejos.
Subo al departamento arrastrando mis cosas. Busco las llaves en mis bolsillos, sin dar con las malditas. Una sola ojeada a mi equipaje me deja claro que no encontraré nada en él a menos que me ponga a gatas. Golpear me salva.
—¡Mandy! —La puerta es abierta, brazos emergen tomándome por los hombros, jalándome dentro.
—Annia, me asfixias —Me quejo contenta por tal recibimiento. Mi efusiva compañera de piso se echa atrás.
—Lo siento, deja y te ayudo.
Metimos mi equipaje al interior, acomodándolo junto a la puerta. Así todo junto luce demasiado, me hago una idea porqué Trevor se quejó. Pero a diferencia de él, yo no vengo de vacaciones. No estoy en esto como un paseo, es mi vida ahora.
El apartamento está iluminado por un par de lámparas de pie con bonetes floreados ubicadas en las esquinas. Los sillones son disparejos, tienen mantas tejidas encima y están aplastados de tanto uso. No es exactamente la decoración que le daría a mi hogar, pero esta solía ser la casa de la madre de Annia y ella se niega a cambiar el mobiliario.
—¿Qué tal ha estado el viaje? No te hacía aquí hasta dentro de un par de días. —Annia se sienta en el sofá de tres cuerpos.
Me quito la chaqueta negando, dejándome caer en uno de los sofás pequeños.
—Se adelantó todo, un amigo se ofreció a traerme así que aproveché el aventón. ¿Novedades?
—Uuuh ese tono, ¿qué me escondes?
Tengo que reír.
—¿Por qué crees que te escondo algo?
—Porque suenas toda tensa al decir "un amigo"
Me quejo internamente. El cansancio en mi cuerpo impide que mi lado de actriz haga lo suyo. Normalmente soy buena fingiendo, respecto a todo. Más cuando se trata de Trevor y los enredos que arrastra.
—Lo que sea, es Trevor, y —Me adelanto al brillo en sus ojos. Maldigo el día en que puse a Annia al tanto de mi historia con él. Demasiadas horas de trabajo y un par de copas de vino al final del día aflojaron mi lengua. —fue un viaje que no me esperaba. Puedes interrogarme mañana, estoy muerta. Casi literal.
Annie se carcajea comprensiva. Ella sabe que puedo hablarle de lo que sea estando del humor correcto.
—Bien, lo dejaré pasar por ahora. Solo porque tengo algo que comentarte. —Eso llama mi atención. Ella muerde su labio en una clara muestra de nerviosismo. —Estás aquí, así que mejor y lo resolvemos de inmediato... —Se retuerce las manos hasta hacerse tronar los dedos para completar la imagen de la ansiedad.
—Es tu casa, puedes hacer lo que desees —Me adelanto a tranquilizarla. Cuando me marché días atrás, ella estaba con un plan en mente. Deseaba viajar a visitar a su familia y dejarme a mí su departamento sin restricciones, pero había algo más....
No es que importe, como dije; es su apartamento. La chica está loca si piensa que yo me opondré a alguna decisión que tome. Estoy aquí de invitada y llena de regalías, no es exactamente una posición para ser quisquillosa.
—¿Quién vendrá?
Los hombros de Annia se relajan ante mi tono y hace una seña hacia el pasillo de los dormitorios que queda fuera de mi vista. Escucho el ruido de una puerta al ser cerrada e inmediatamente pasos acercarse. Abro mis ojos como platos.
—Bueno, eso es rápido.
Annia se disculpa.
—Quería asegurarme de que no te sintieras incomoda con ello de todas maneras —dice con voz apenada. La descarto justo cuando un chico entra en la sala de estar. —Entonces Mandy, él es mi hermano Peter. Peter, ella es Mandy, mi compañera de trabajo.
Estoy de pie en un brinco y mi mano yendo para ser estrechada. No voy toda besos y abrazos sobre alguien que no conozco. Por muy guapo que este luzca. Y Peter ciertamente lo es, ¿no lo crees igual? Alto, cuerpo atlético y sonrisa matadora. Me arriesgaré a decir que es más joven que Annia, por lo tanto, ha de ser más joven que yo. Le doy unos veintipocos.
—Un gusto Mandy, —Y voz ronca también. Sí, él es un paquete completo. —en verdad espero que seas sincera al decir que no te molesta que esté aquí de último momento.
Peter se va a sentar al lado de Annia y yo retorno al mío.
—Estoy siendo sincera, puedes creerme. Además, ¿cómo podría molestarme? Eres guapo para tener alrededor. —Contra todo pronóstico, un rubor cubre las mejillas del chico. Definitivo, es lo más mono que he visto en días. Lo pido.
—Te dije que ella no es tímida para nada —Le codea Annia sonriéndose, el chico luce más rojo si es que eso es posible.
XXX
A la mañana siguiente, me dirijo a las oficinas de la editorial Sunny Days en compañía de Annia. Es una editorial pequeña, jugamos en las ligas bajas, pero aspiramos por las mayores. Me he quemado las pestañas por entrar en ella, por vivir de lo que me gusta y para lo que soy buena. Porque si hay una cosa que debes remarcar de mí, es que soy completamente entregada a mi trabajo. No solo soy dada a los brazos de mis amigos y mi madre, también lo soy con mis jefes. Ellos han visto potencial en mí y me han dado oportunidades que he tomado sin pestañear dos veces. De eso se trata cuando quieres surgir en la vida. Solo te lanzas.
El frío del exterior es tan tremendo que mantengo a Annia cerca mientras esperamos el autobús. No hay manera de que caminemos las pocas calles a pie.
—Peter es un chismoso —Ella comienza con las advertencias. —Ahora que no le tenemos alrededor, quiero que me lo digas todo. Estás recompuesta, no tienes ninguna excusa que darme.
Nada más poner mi cabeza en la almohada la noche anterior, caí rendida ante el sueño. Culpo a la tensión acumulada. El día de hoy me siento fresca cual lechuga; estoy radiante, nerviosa sin motivo alguno. Me siento vibrar de energía.
El autobús que hace nuestro recorrido aparece por la esquina. Subimos a él encontrando asientos juntos detrás del conductor. Annia toma la ventanilla.
—Está bien. Fue el viaje por carretera más inesperado que te puedas imaginar. —digo frunciendo el ceño. —Trevor Mills se comportó como un caballero, tanto como él puede llegar a serlo, al menos.
—¿Cómo eso pudo ser algo malo? —Sus cejas se juntan imitando a las mías. —Cuando te pregunté, tenías tal rostro que pensé que el chico había intentado hacer un movimiento contigo.
—No es que no quisiera hacerlo... o eso creo. Fue el paseo por los recuerdos. Peleamos porque tuvimos sexo antes del baile de graduación. ¿Puedes imaginarte lo embarazoso?
Annia se ríe acomodando su bufanda más apretadamente.
—Tuvo que ser bueno.
Ahogo un gemido.
—Fue un desastre de proporciones bíblicas.
—Quizás están sacando toda la basura del camino para llegar hasta el otro —Annia es una romántica. Presintiendo mis pensamientos me mira intensamente. —Dijiste que nunca se habían besado después de ya sabes. Ha pasado mucho tiempo, ¿no?
—Lo fue. En estos últimos días, las cosas no están siendo como lo eran antes. Ya me besó en una ocasión y casi caigo yo misma ayer... Se suponía que si alguna vez lo intentaba, él perdería alguna parte de su anatomía. —Pensar en la poca resistencia de mi cuerpo me molesta. Yo no pienso con mi vagina, mi vagina no me controla. Tengo que ser capaz de separar los impulsos de mis pensamientos.
Annia se ve totalmente confusa y pone voz a lo que me he estado recriminando yo misma.
—¿Qué pasó entonces?
—No lo sé. —digo con una nota histérica porque no tengo más para decir. No soy yo misma en estos días, no sirve. Es un eufemismo. —Solo sé que no quiero que se repita.
Annia me mira escéptica. Siento la necesidad de explicarme.
—He querido dejarlo todo atrás muchas veces, sobre todo cuando recién ocurrió. ¿Sabes lo que es ser una adolescente enamorada? La traición se minimiza cuando lo ves todo a través de ojitos de corazón. —Una de las manos de Annia se posa sobre las mías en silencioso entendimiento. Un gesto que más que apoyo, me hace sentir sensible ante tal compasión. —Quise poder olvidarlo y seguir adelante, darle una oportunidad cuando apenas la pidió. Lo quise tanto; pero siempre venía a mí el recuerdo de cómo me sentí cuando lo vi con otra y no podía salir de eso.
Hecho nuestro recorrido el autobús se detiene, varias personas bajando antes que nosotras. Annia me da una sonrisa suave a las puertas del edificio.
—Está todo bien lo que me has dicho. Solo date cuenta de que estás hablando en pasado —Hace notar.
Lo que Trevor me hizo, romper mi corazón a tan temprana edad. Mostrarme la traición ante un primer amor, no es algo que vaya a olvidar jamás. Pero ya no duele como solía hacerlo. Ya no sangra si peleamos, si discutimos o nos enfrentamos. Eso ahora es cosa de nuestra rutina.
La química que tengo con Trevor es otra de las cosas que no puedo negar. Salta en cuanto estamos juntos. Es electricidad pura de su piel a la mía, nos conecta y nos jala. Hemos estado tan concentrados en negarla que ha buscado la manera de salir a flote sin importar nada. Y no hay mejor muestra de pasión que molestar al otro.
—¿Crees que alguna vez puedas perdonarlo por completo? —La pregunta me arranca de mis pensamientos.
—Eso espero. En algún momento. Quizás si las cosas siguen cambiando como ha venido pasando hasta ahora... Solo deberías ver la determinación que tiene detrás de ello. —acepto siguiéndola. Entramos en el ascensor y marcamos nuestro piso. —No sé cómo detenerlo... casi lo besé ayer y estaba agotada por eso anoche. ¡Él me descoloca! —Annia se ríe a mi costa. —¿Qué pasará si lo perdono? Eso deberías preguntármelo. ¿Qué pasará con nosotros sin temas por los que discutir? ¡No voy a saber qué hacer!
—Oh, sabrás que hacer. Hasta yo lo sé. El tema es si te va a gustar la respuesta o no. —Y con eso, me deja caminando por el piso hacia el sector de fotografía donde es su especialidad.
Levanto mis manos ahorcando su figura a la distancia.
Saludo a los chicos de mi sección yendo a mi escritorio. A la mayor parte de ellos los conozco desde que estábamos en la universidad. Como dije, aquí jugamos en las líneas bajas y se apuesta por el talento sin explotar. Por los visionarios en busca de oportunidades. Cada año se contratan chicos con la tinta fresca en sus diplomas.
Las ligas mayores están en el lugar que están porque hicieron apuestas asertivas. Y no hay nada más asertivo que la energía de quien desea comerse al mundo. De quién desea demostrar su potencial y probarse a sí mismo. Para los escépticos, Roma no se construyó en un día. Si quieres llegar a la cima, debes empezar por colocar cada piedra en su lugar.
Y nada te lleva hacia adelante como chicos ansiosos por su oportunidad de oro.
Abro la sala de presentaciones, el monitor ya está encendido, esperando por mí al igual que los cuatro muchachos de turno. Ninguno debe tener más de veinte años. Sus sonrisas dispuestas saltan al repartirles las carpetas que he traído conmigo para el recorrido.
Yo no me ando con rodeos, no me ablando por su juventud. Si vienes aquí, o cualquier trabajo, tu trabajas. Es sencillo. No tengo que ser amorosa, ni hablarles medido. Esto no es el preescolar. Es una de las industrias con más movimiento en el presente. Con mayor competencia y proyección al futuro.
—Muy bien chicos, comencemos. Imagen; novelas, revistas, comerciales, ¿Qué tienen en común al primer vistazo? —digo yendo directo al punto. Apago las luces y enciendo la presentación.
—Colores.
—Las palabras.
—¿Los chicos guapos?
Sus respuestas inmediatas me dejan conforme. Bien, tres participativos de cuatro es todo lo que necesito.
El principal trabajo de un editor en jefe es encargarse que sus chicos hagan el trabajo. Si ellos fallan, yo fallo. Y no me gusta fallar. En la universidad tuve las mejores notas, mantuve un trabajo de tiempo parcial y salí con mis amigos cada fin de semana en el calendario. Soy multitareas. Soy cumplidora. Si me comprometo ante algo, procuro hacerlo bien. Si no, ¿cuál es el punto?
—Están en buen pie en esto. En el folio que tienen en sus manos está todo lo que necesitan saber tanto de la empresa como de mí. Yo soy mamá gansa de ahora en adelante, y voy a meter en sus cerebros toda la información necesaria para que hagan lo correcto por esta empresa. —Una risilla nerviosa recorre a los chicos. Tres muchachos y una chica. Ella asiente hacia mí. —Vean este video para que entren en el tema y al terminar lo comentaremos. Presten atención, porque adoro a los habladores.
El monitor reproduce un montaje de la historia de la publicidad y los campos que cubre, lo he visto tantas veces que mis labios forman ciertas partes por sí solos.
Me sitúo al fondo de la sala, detrás de los muchachos, su maravilla es buena, pero su concentración es mejor. Desde aquí puedo medir quien presta real atención a lo que ve, quien servirá para mi departamento al final de la capacitación y quien será desechado. Porque es triste, pero no todos ellos se quedarán conmigo.
Solo necesito a dos nuevos ayudantes de piso.
Mi celular vibra con un mensaje entrante.
9:23 pm. De Trevor:
¿Qué tal tu mañana?
Y el gato sale de la bolsa.
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