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CAPÍTULO DIECISIETE


TREVOR

—Sin carro. —Reitera mi padre al finalizar la cena. Las llaves de la camioneta de Efren cuelgan de su mano.

—Mierda, tiene que ser una broma.

—Controla tu lenguaje Trevor. No pretendas engañar mi inteligencia; vas a beber hasta el grado de emborracharte, así que no te daré las llaves para que salgas irresponsablemente a conducir y producir un accidente de tráfico que de paso arriesgará a Amanda, lo siento mucho. —Su atronadora voz de "soy tu padre" deja en claro.

Estoy que echo chispas, pero literalmente tengo que morderme la lengua para no replicar y solo corresponder el abrazo que me tiende. Maldito hombre y su sentido de la responsabilidad. Él me da unas palmadas en la espalda y le gruño, lo que solo lo hace reír antes de separarse.

Alain me da la última mirada antes de desaparecer escaleras arriba, mi madre me tiende una tarjeta.

—Carro de alquiler, a toda hora —anuncia y me besa en la mejilla. Sube detrás de mi padre.

Amanda a mi lado, está aguantando una sonrisa detrás de sus manos.

—Anda, suéltalo. Eso fue humillante.

Ella toma mi brazo y lo frota de manera reconfortante.

—Creo que tienen razón, deberías de hacer esa llamada —dice apuntando la tarjeta en mi mano que contiene un numero de celular y la foto de un taxi detrás. —Les diré a Pete y Annia que nos tardaremos algo más.

Protestando y fulminando a lo alto de las escaleras, hago la condenada llamada por un taxi que nos recogerá en unos minutos. Amanda luce como si nada le molestase, y en cierto modo, a mí tampoco. No tengo un auto propio y a pesar de que mis amigos son lo suficientemente amables de llevarme de aquí para allá o solo prestarme sus autos, me veo en la necesidad de coger taxi. Maldito sentido de la responsabilidad en mi padre; lo repetiré hasta el cansancio.

—De acuerdo, los veremos allá. —Amanda cuelga cuando la alcanzo en el antejardín. —Los chicos dicen que esperarán.

Me uno a ella en la acera y tomo sus manos, está siendo una noche bastante fría así que me aseguro de soplar mi aliento caliente en ellas mientras esperamos.

—No contaba con que Alain reaccionara así.

—No está del todo desencaminado, si somos sinceros —dice con ojos acusadores. —Eres, además, la clase de borracho que se lanza a la primera estupidez que se le cruza por la cabeza, así que está mejor así.

Tiene un punto.

Los celulares de mis amigos guardan la evidencia de una sarta de malas decisiones bajo la influencia del alcohol que no abogan exactamente a mi favor. Sin dejar de lado, claro está, que falta poco para que den las doce de la noche y el inicio de un nuevo año.

El carro llega y nos subimos, el conductor es un viejecillo que nos habla mirándonos por el retrovisor.

—¿De fiesta, muchachos?

—Hay que celebrar el inicio de año —respondo lógicamente y él está de acuerdo con una sonrisa.

—Ah, la juventud... —dice de manera nostálgica. Da un par de vueltas al volante y se encamina por la carretera completamente vacía, una noche tranquila y ...entonces lo siento. Amanda está pegada a mi lado derecho, e indiscutiblemente aquello que se desliza acariciando mi pierna es una de sus manos.

Hago un ruido estrangulado, pero no me muevo para no delatarla. La miro, sin embargo, ella está más allá de mí mirando al frente. El abrigo que lleva cubriendo su mano curiosa subiendo. Y solo por si acaso, mueve su bolso y lo posa por encima de mi regazo. Esto es oro. Estoy incrédulo, en el camino rápido de lo excitado, por lo que abro mis piernas para darle tanto acceso como desee.

Una sonrisa tira de sus labios, el único gesto que hace.

Intento como puedo mantenerle la conversación al conductor, que ajeno a lo que ocurre en su asiento trasero, mantiene su cháchara alegre hasta que llegamos a destino.

Para entonces, estoy seguro de que se nota mi respiración acelerada y se me ha subido el calor hasta las orejas.

Amanda se baja del auto de un salto y tiene el descaro de desearle un feliz año al viejecillo. Yo solo puedo despedirlo con un gesto de la mano.

Ella se mueve hasta la entrada de su edificio, una torre blanca con puertas dobles de cristal. Hay luces en algunas ventanas aquí y allá a lo alto de la construcción.

Su amiga Annia es algo más baja que Amanda y atractiva del tipo delgada, me saluda tendiendo su mano para que la estreche. Sin duda entiendo porque es amiga de Amanda, en cambio, el muchacho rubio; Peter, se acerca sin miramientos a besar mi mejilla. Eso consigue las risas de las chicas.

A medida que los días han transcurrido, la confianza y ligereza típica de Amanda han retornado. Quizás sea que decidió darle una posibilidad a lo nuestro o es solo algo dentro de ella, pero le hace brillar en todo su grandioso esplendor.

—Deberías de esconder a tu hombre, Mandy —dice Peter recorriéndome con la mirada. —A dónde vamos pueden querer robártelo, yo quiero.

Su hermana Annia le da un golpe en el estómago, pero puntos a favor del chico, este ni se inmuta.

—Lo siento amigo, no estamos en la misma liga —Le respondo con mi mejor voz de tristeza. Sus ojos se abren como platos.

—Puedes tener un amigo, quizás...

Me río.

¿Qué? El tipo no está detrás de Amanda en lo absoluto, puedo apreciar que es divertido.

—Mis amigos están en Chicago, no estoy cien por ciento seguro de la sexualidad de todos, así que... uno nunca sabe.

Amanda niega.

—Lo siento Pete, ninguno de nuestros amigos en común es gay.

—Aunque conozco unos tipos del gimnasio que tal vez... —Mi voz se pierde a medida que me doy cuenta de la mano de Amanda otra vez palpando mi entrepierna. ¡Joder, no otra vez! ¡Estoy dando todo en mi para enfriarme!

En un principio creo que es mi hiperactiva imaginación jugándome este juego dos veces, quiero pensar como santo, pero no hay duda. Amanda se ha posicionado delante de mí y recargado en mi contra por apoyo. Mis brazos se envuelven a través de su pecho. Dios querido, me vuelve loco.

—De todas maneras, no hay mucho que pueda hacer con ella detrás de mis talones —Peter señala a su hermana y se le queda viendo inquisitivo —quizás debamos buscarte algún chico sexy a ti también.

Mientras Annia se vierte en regañar a su hermano; aun no me decido por quien de los dos es el mayor, aprieto mis dientes y pongo mi mejor rostro de concentración a medida que el trasero redondo de Amanda se presiona contra mí.

Y yo solo... hay cierta cantidad de cosas que un hombre con sangre roja en las venas puede soportar.

Y estoy llegando a mi limite.

Estoy excitado y no me echo atrás para ser un caballero, si ella quiere sentirme, aquí me encuentro, siendo todo suyo.

Me comporté en casa, pero ahora, esto es demasiado. La chica no espera que yo sea alguna clase de monje con resistencia de hierro, ¡me provoca cuando sabe cuánto la quiero!

Annia chequea su reloj de pulsera.

—Deberían de estar ya aquí —murmura y Amanda se inclina hacia ella, haciéndome tomar aire medido, muy medido para no verme extraño a los ojos de Peter que de pronto se interesan en mí.

—¿Quién debería de estar ya aquí? —pregunto como puedo.

—Mis amigos, ellos pasarán por todos nosotros —Me informa la chica y comprendo tardíamente el por qué nos encontramos de pie expuestos al frío.

Peter se acerca un poco, su mirada estrechada en mí.

—¿Estás bien amigo? —pregunta de manera amable, pero todo en él sabe lo que me pasa. Lo veo en su sonrisa maligna y en el gesto de su boca en una silenciosa "o". Espero que él se lleve lo suficientemente bien con Amanda como para guardar silencio.

—Creo que me siento algo... enfermo —Miento a cambio, el trasero de Amanda rebota. Ella ni siquiera me mira. Va a pagármelas. La haré rogar.

Peter se aclara la garganta.

—¿Qué tienes?

—No lo sé —Lo miro suplicante y él sigue de idiota. —Quizás debamos quedarnos atrás, nena.

Amanda se aparta... maldición.

—¿En serio no estás bien? —pregunta inocentemente, hasta con batir de pestañas incluido. Doy un paso hacia ella indignado y comienza a reír, fuertes carcajadas que mueren cuando la agarro y comienzo a besarla. Se derrite en mi contra. Su boca dispuesta y si cuerpo despidiendo calor.

Alguien exclama un "wow" a nuestro alrededor. Amanda se separa -no sin esfuerzo- con una nueva risa en su hinchada boca. Es una... una...

Ni siquiera me preocupo de cubrirme cuando es obvia mi erección.

—¡El chico quiere tener sexo! —grita Peter llevando sus manos al cielo dramáticamente. A la mierda con fingir, así que lo imito.

—¡Este chico quiere tener sexo! —Dejo en claro. Las chicas se ríen a mi costa, los ojos de Amanda buscando en mi una comprobación. Asiento sin intentar pasar desapercibido, de hecho, es casi suplicante. ¿Qué importa de todos modos? Es la verdad, lo que ella me ha pedido desde el inicio.

—Entonces, eso cambia nuestros planes —Amanda dice sorprendiéndome. Planta un beso rápido en ambos de sus compañeros de piso, dejándolos con la misma mueca de desconcierto que debe de tener mi rostro y agarra mi mano, jalándome hacia los departamentos. —¡Diviértanse chicos, sé que yo lo haré!

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