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CAPÍTULO CUATRO


AMANDA

Cuando trabajas en una editorial, comprendes rápidamente que la imagen lo es todo. Esta debe estar ideada para generar algo. Un impacto. Crear controversia. Tendencia. Quedar en la retina de quien observa.

Así que me adueñé de eso. De la idea de apreciación por cada movimiento que hago.

Es por eso por lo que junto a Leah y Alice nos hemos tomado un viaje al centro comercial con toda la esperanza de que, entre el loquero de las fiestas, podamos encontrar algo que nos haga ser niñas felices al final de la jornada. Porque resulta ser que tengo un viaje en ciernes que me pone ansiosa. Y cómo no, es una gran excusa para regalarme algo bonito.

—Sé que no debería, es tonto de mi parte incluso.

—No lo es, no seas tan dura contigo misma. —Alice recarga su mentón en mi hombro, viéndome pagar por los obsequios que llevaré a casa de mi madre. —Es tu familia.

—Mamá va a estar enfadada, no me sorprendería si ni siquiera los quiere recibir. —Mi voz suena afligida. La dependienta que nos envuelve los regalos ha estado pendiente de nuestra charla, me da una mirada compasiva antes de entregarme las bolsas.

—Si ese es el caso, ya es asunto de tu madre. —Leah se coloca a mi lado, enganchado nuestros brazos. —A veces, tienes demasiada paciencia con ella. Y sea como sea, ahora tienes cosas más importantes en las que pensar. Como todo el tiempo que vas a pasar en compañía de Trevor camino a Boston.

—Me ha gustado mucho el abrigo de lana nuevo Leah, creo que es muy de tu estilo —ofrece Ali a mis espaldas. Me volteo hacia ella con una sonrisa cómplice.

—Sí, sí, es hermoso. No se hagan. Tenemos que hablar sobre esto. Es algo grande.

—Claro que lo haremos —Le responde nuevamente mi amiga al mismo momento que yo agrego:

—No hay nada de qué hablar.

Leah paga por el resto de sus presentes y salimos de la tienda para internarnos entre la gente.

—Déjalo estar Leah, y Alice tiene razón de tu abrigo. Es exquisito. —Viendo que no conseguirá nada más, mi pequeña amiga pone los ojos en blanco.

—Está bien. Ustedes deberían de haber conseguido uno para cada una también, estaban a muy buen precio y aún tenían variedad de colores.

Con Alice no necesitamos mirarnos para reír ante eso.

—A ti te queda de maravilla porque eres del tamaño ideal. A Alice le quedaría como una chaqueta sobre sus muslos y a mí no me habría cruzado en el frente. —Leah ojea mi ajustado abrigo que mantiene una lucha por retener mis pechos dentro sin hacer estallar el botón.

—Tienes un punto.

—Para mí tampoco hubiese sido práctico, en la escuela eso solo significaría un montón de manchas de parte de los niños. —Alice acota como si nada, ganándose malas miradas.

—La escuela no lo es todo. Tienes que comprarte cosas solo porque te gusten, el hecho de que trabajes es en gran medida hacer dinero para poder desperdiciar. Además, necesitas cosas lindas para salir, ¿cuándo fue la última vez que tuviste una cita? ¡De todo lo que llevamos, tú no te has comprado nada!

—No necesito citas y salgo todo el tiempo con ustedes. —Ella dice sonando ofendida.

—Ya, pero los chicos no cuentan. Somos amigos, necesitas tener variedad. —Le señala Leah.

—Por favor chicas... —Se queja en su tono que reserva para cuando tocamos ese tema.

Alice es algo así como la hija que toda madre desea algún día tener.

Hizo su carrera en la universidad en un tiempo récord sin reprobar materia alguna para luego proceder a trabajar en una escuela primaria que la deja cerca de casa de sus padres.

Mi madre puede ser controladora respecto a mí. Le gusta acaparar mi tiempo cada vez que me encuentro en la ciudad y eso es decir bastante, pero la madre de Alice lleva las cosas a un nuevo plano. Para ella, Alice es la última hija soltera en una familia con dos hermanos mayores en apariencia perfectos, de modo que debe hacer su vida en un bajo perfil para así un día tener un marido aceptable.

Lo que está del todo descabellado.

Digo, soy religiosa. Creo en Dios y por lo mismo, dudo mucho que él tenga un ojo sobre nosotros para privarnos de vivir la vida que nos ha sido otorgada. Estamos aquí por una razón y no podemos dejar que el resto del mundo dicte cuál es.

Alice que vive bajo la atenta mirada de sus padres, tiene citas escasas y cada una de ellas, casi programadas por ellos.

Es su vida y le viene haciendo en falta un tipo que la aloque.

—Necesitas un hombre, Alice —digo con renovado entusiasmo cuando una idea se me ocurre. —Necesitas a alguien grande y musculoso.

—Sí, alguien de ojos claros, creo —aporta Leah con una sonrisa maliciosa. Ella siempre derritiéndose por los ojos azules. —Te veo con algún tipo rubio quizás, quedaría bien contigo.

Alice se ríe, nerviosa.

—No creo. No tengo un ideal de chico para salir.

—Es que ya no necesitas un chico, Ali —La corto y ambas de mis amigas me miran. Sí, llevo viendo a Alice prácticamente mi vida entera y hemos vivido bajo el mismo techo como para saber de lo que hablo. —Dije que necesitas un hombre y no estoy hablando de la misma manera religiosa que esperan tus padres, porque en serio los respeto, pero están locos. Esto es el siglo veintiuno, por Dios. Necesitas a alguien para divertirte, no para casarte.

Incomoda, ella se atusa sus perfectos risos azabache.

—Sé que no lo ves a mi modo, porque estás criada de otra manera. Lo que no quiere decir que tienes que dejar pasar el abanico de posibilidades que tienes a tu alcance. Las mujeres tenemos muchas opciones; la independencia económica es solo el comienzo de ellas, las aventuras en lugares desconocidos, los placeres de una buena y selecta compañía y por qué no, la belleza del amor propio. ¿Siquiera sabes si quieres casarte?

Ella boquea unos instantes antes de hablar.

—Bueno, lo querría si me enamorara primero.

—Ahí lo tienes —Leah asoma su cabeza.

—Oh vamos, Leah. Como si fuera tan fácil. —refunfuña Ali con sus mejillas comenzando a tornarse rosas. —Tu tenías a Efren prácticamente en lista de espera.

—Puede ser —Ella encoge sus pequeños hombros. —Pero eso no quita que tengas que estar abierta a opciones.

La mirada de Alice vaga por las vitrinas de las tiendas en un gesto que conozco como evasión. Las discusiones no son lo suyo después de todo.

—Miren eso, podría comprarme un par de botas. —habla después de unos instantes. Suena más entusiasta de lo que debería y me mira pidiendo por zanjar el tema. Claramente no deseo hacerlo, pero no voy a presionar. No en esta ocasión.

—Creo que no te vendrían mal.

Su rostro se ilumina con una sonrisa y nos armamos de paciencia para entrar a perder al menos dos horas por un par de botas.

Quizás Alice solo necesita encontrar alguien que le motive lo suficiente para salir al mundo a su propio ritmo.

Es entrada la noche cuando volvimos al apartamento que solíamos compartir con Alice. Nuestras narices se encuentran imposiblemente rojas y apenas sentimos los dedos de las manos ante la tarea de cargar pesadas bolsas en el frío invernal.

—Salir de compras debería considerarse un deporte —Se ríe Alice dejando libre todo lo que al final se vio tentada a comprar. Al par de botas le siguió otro y obviamente conjuntos a juego de blusas y pantalones.

—No siento mis pies, creo que voy a llamar a Efren y decirle que pasaré la noche con ustedes, ¿qué opinan, chicas?

Con Alice compartimos una mirada antes de demostrar nuestro apoyo con un agudo chillido. Leah se tapa una oreja riendo.

—Está bien, está bien, voy a tomar eso como un sí. —Se escabulle al área de la cocina, llevándose el teléfono al oído.

Alice se pone en movimiento, cargando las bolsas de sus compras a su cuarto.

—Deberíamos encargar algo de comida en ese caso, ¿una película?

—Claro. —respondo. Alcanzo mi teléfono para un pedido, el numero está programado en marcación rápida y lo que deseamos es algo que puedo recitar de memoria. Comida italiana para la ocasión, platos grasos y cargados de calorías. El chico que me contesta tiene una voz nasal de adolescente y un fingido acento italiano. Le doy mi orden y me desparramo en el sofá de tres cuerpos, dejando que el móvil caiga de mi mano directo a la alfombra. Feliz, tranquila y agradecida.

Debería de estar llevando mis cosas a mi habitación también, pero no tengo las fuerzas suficientes para obligar a mi cuerpo a tan siquiera un poco de esfuerzo extra.

Voy a visitar a mi madre mañana. Eso aplacará algo de su ira a posterior y le llevaré los presentes que compré para ella y el resto de la familia. Si tengo suerte, puedo cruzarme con algunos de ellos y empaparme de sus infaltables abrazos cálidos y buenos deseos, porque los voy a necesitar.

La familia Barbosa es escasa, por lo que intentamos hacer honor a nuestras raíces latinas.

Mis primas son conocidas por sus consejos sobre el amor, aun cuando sus propias vidas son un desastre. Tía Jill tiene tres hijas, la mayor de ellas, Dana es un encanto armado. Literalmente. Trabaja de oficial en Puerto Rico y duerme con el arma cargada bajo la almohada. Es un milagro que no haya asesinado a tiros a alguno de sus pretendientes porque posee el temperamento de un volcán.

Quien le sigue es Olga, casi una copia de mí en apariencia y con solo un año de diferencia, pero con severa falta de iniciativa. De pequeñas solíamos soñar con viajar al exterior y ser mujeres que se llevaran el mundo por delante, lástima que el mundo mismo la aterró y ahora se queda en casa a cuidar de su madre. Solo la veo en las reuniones familiares y cada que charlamos veo sus ojos brillar cuando escucha de mi independencia.

Y la tercera, el ángel Carolina como la llaman todos, acaba de terminar la escuela y planea viajar a los Estados Unidos dentro de los primeros meses del año siguiente a probar suerte.

La familia de mi madre es originaria de Brasil, tía Jill y tío Marcos, su esposo; se conocieron y casaron allá y solo siguieron a mi madre cuando ella estuvo casada con mi propio padre aquí en Chicago. Gracias a Dios por los pequeños favores. A veces creo que, sin ellos, me hubiese vuelto loca controlando a mamá.

Para tranquilidad de ambas hermanas Babosas, con mis primas nos mantenemos libres de hombres en la agenda, de lo contrario, el elegido debe ser presentado en la familia y esperar por la aprobación de todos. Cosa que rara vez ocurre.

Si vas a tener tu primera vez, vas a desear que sea con un chico con experiencia. —dijo Dana aquellas vacaciones diez años atrás, y su voz llega a mi como la de un fantasma. —Ya vas atrasada Mandy, debes de tomarlo de alguien que te haga pasar un buen rato.

Sólo había tenido diecisiete años y acostarme con alguien por primera vez había parecido el reto más grande en mi vida.

Grave error.

Estaba aterrorizada, las condenadas mariposas en mi estómago solo amplificando todo por mil. No sabía de posturas, tiempos ni nada que se le asemejara. Era un lío con la única certeza de que deseaba estar con mi primer amor.

Trevor.

Desde que lo conocí, lo quise.

Era un chico divertido y apuesto. Me cortejó; se tomó el tiempo de convertirse en mi amigo. Era todo lo que en mi fantasía adolescente podía llegar a desear. Esperaba las clases que compartíamos en la escuela, anhelaba el momento en que él cruzaba por la puerta. Sus ojos inmediatamente buscándome, absorbiéndome. Había sido tan boba que caí como un ciego detrás de sus palabras. De sus sonrisas de dientes brillantes, de guiños a mitad de las reuniones con los amigos.

Si se acercaba a mí en el corredor entre clases, sentía un subidón porque todas las chicas veían que el chico nuevo que todas deseaban se dirigía a mí.

Si lo emparejaban conmigo en clase de Historia, mi corazón aleteaba como un estúpido por la posibilidad de pasar más tiempo juntos.

Y cuando me besó por primera vez...

Fue el beso perfecto.

En el primer ensayo de Suck it! Apoyados en la cochera de Efren. El calor del sol sobre nuestras espaldas. Sus manos apartando mi melena. Sus ojos mirándome como si yo fuese todo cuanto podía ver. Mi pulso resonando como un loco en mis oídos y la sorpresa agradable de sus labios dulces, tiernos y tentativos sobre los míos.

He deseado hacer esto por tanto tiempo —susurró cuando nos vimos obligados a buscar aire. Y así, solo con eso me tuvo. Estaba tan malamente enamorada. Porque él no estaba tomando algo de mí. Él me estaba dando.

—Quita ya esa cara Mandy, deja de pensar en una cita ideal para mí —Alice entra de nuevo en el salón llamándome al presente. —El timbre está sonando y ni siquiera te mueves a contestar la puerta. ¿Eso no te recuerda viejos tiempos?

No hay reproche en su voz mientras que atiende nuestro pedido de comida. Paga al chico en el rellano y cierra con la punta del pie cargando bolsas humeantes.

—Mmm, huele delicioso. —Leah emerge de la cocina, guardando su teléfono en sus jeans. —Justo a tiempo.

Miro a las chicas.

Se mueven por la cocina, sacando platos y destapando gaseosas. Colocan vasos en la mesilla frente a mí, cubiertos y envases de plástico con comida que hace unos minutos me hubiese devorado con gusto. Ahora no hay nada.

Trago.

Las chicas son mis mejores amigas, como mejores amigas del mundo y para toda la vida. Ellas son la versión de hermanas que nunca tuve y tener un secreto con ellas, cuando hemos pasado por todo, cuando hemos estado allí las unas para las otras, me ha carcomido por los últimos diez años y contando.

—Chicas —llamo con una voz desconocida. Ambas levantan sus cabezas en mi dirección. —Tengo que contarles algo.

—Claro, esto ya casi está.

—Danos un segundo...

Y es como si mi pecho no pudiese más. Voy hasta ellas y las arrastro hasta dejarlas caer en los sofás.

—¡Mandy!

—No puede esperar. Quiero que escuchen y luego vayan sobre mí, ¿está bien?

Leah se ríe nerviosamente.

—Me estás asustando, ¿qué sucede?

—¿Acaso mataste a alguien? —Alice también bromea.

Hago una mueca.

—Bueno, deseé hacerlo, aunque no lo logré —Los ojos de ambas se abren tanto que sus cejas casi se pierden en la raíz de sus cabellos. Lo que no ayuda a como me estoy sintiendo. ¿Ellas en verdad piensan que yo sería capaz de algo así? Que halagador. —Sólo es un chiste... yo, quise matar a Trevor.

Alice se inclina hacia delante, la tensión dejando sus hombros.

—Siempre quieres matarlo, eso no es una novedad.

—Pero no saben el por qué.

Eso reclama su atención nuevamente. En sintonía corren sus traseros por el asiento, expectantes. Es Leah quien dice:

—Nunca quieres hablar de ello.

—Porque es doloroso. Pero en vista de que voy a aceptar su oferta de las fiestas, necesito decirles esto. —Las chicas se miran de nuevo y tengo que controlarme a mí misma. Me siento frente a ellas. —Está bien, está bien —Me infundo ánimo. —¿Ustedes recuerdan aquel chico de la escuela? ¿Con el que tuve mi primera vez?

Alice me mira sin entender. Las manos de Leah en cambio suben hasta cubrir su boca ahogando una exclamación. Entonces, Alice también cae en la cuenta.

—¿Tu...?

Tengo que cerrar mis ojos al admitir.

—Fue Trevor.

Solo se dio. Como se dan algunas cosas en la vida. La ropa estorbó. La risa nerviosa y las manos que se habían vuelto torpes sobre el cuerpo del otro. Él estaba sobre mí, yo estaba sobre él. Era una locura. Una ideal. Trevor hizo que lo incomodo se volviese secundario, no permitió que mi cabeza se llenara de miedos innecesarios, ni el que el dolor efímero arruinara el momento.

Hasta el día de hoy no me arrepiento. No en verdad, porque fue mi elección y el chico que estuvo conmigo en aquel momento, aquel Trevor; fue perfecto para mí.

Lo malo fue lo que vino después.

—¿Puedo decir "wow"? —consulta Leah. —Quiero decir, es más que "wow", pero no sé qué palabra usar.

Me quejo audiblemente. Mis entrañas protestando ante la vergüenza. La sala en completo silencio. No me atrevo a mirar a mis amigas.

—Todo este tiempo y nunca nos dijiste nada Mandy, ¿por qué?

Niego. Mis rizos abofeteando mi rostro con el movimiento.

—No podía chicas, lo siento. No podía —Tengo que asumir, mi voz desbordando cansancio y tristeza. —Siento haberles fallado con esto, pero supongo que todos tenemos nuestra propia cruz con la que cargar.

Pasos amortiguados sobre la alfombra se deslizan hacia mí. Un segundo después, una mano gentil retira el cabello de mi cara.

—Mandy...

—Aun no.

—Amanda —llama firmemente Leah y la miro. Arrodillada a mis pies. Pequeña y sin reproche en sus ojos. —No nos fallaste, ¿cierto, Ali? —Alice se mantiene en su sofá. Sus ojos acuosos con una sonrisa suave al asentir. —Yo sé de secretos.

—Gracias.

—Cuando quieras. —Leah se pone de pie. —Vamos a servir algo de esa comida. Los platos se están enfriando y francamente, dudo que nuestra charla haya terminado aquí.

Solo cuando un tenedor y un plato de pasta con crema que ha vuelto a ser atractiva es presionado en mis manos, Alice pide por más información.

—Si tuviste tu primera vez con Trev, fue porque lo amabas. ¿Puedo suponer?

Mastico mi comida.

—Estaba enamorada. Él también. No fue un capricho del momento.

—¿Entonces qué pasó?

La jodió. Eso es lo que pasó.

Los días posteriores a nuestra primera vez, Trev se volvió esquivo. Se refugiaba en los ensayos con la banda. Tardes con los chicos y ayudar a su madre en casa. Ya no me buscaba en la escuela y las conversaciones se redujeron a prácticamente nada.

El globo de exquisita tensión hormonal fue ponchado y lo vi marcharse volando.

Así y todo, lo busqué; hice de todo para que nadie notara nada extraño e intenté hablar con él de todas las maneras posibles, pero era como si el Trevor que me había hecho el amor hubiese sido raptado y en su lugar se encontraba un chico frío que no tenía problema alguno en hacerme a un lado.

Mi corazón, en verdad, lloró por él.

Aunque nada fue como su golpe bajo. Aquel directo a mis entrañas que me hizo por un momento, en realidad, odiarlo.

—Estábamos a semanas de la graduación —Leah habla haciéndome mirarla. Sus ojos están tristes. Íbamos a la misma escuela. No es difícil atar cabos. —Trevor invitó a una de las porristas al baile escolar. ¿No es así? —Su tenedor descansa en su plato y me mira con tanta pena que me tengo que esforzar para no encogerme. —Sabía que había algo mal con el baile cuando te negaste con tantas ganas a ir.

Trevor estaba allí de pie. Ramo de rosas en mano e invitación en la otra, frente a una emocionada porrista que gritó fuerte y claro su deseo de ir con él a la fiesta.

La había invitado.

Le había hecho una proposición publica, el muy... el muy... No hay palabras para decir lo que él había sido en ese momento.

La gente alrededor aplaudió, sacándome de mi estupefacción y en ese momento, nuestros ojos se habían cruzado. Me imagino que los míos deben de haber mostrado todo el hielo que se ramificaba dentro de mí, en cambio, los de él brillaron. Con reconocimiento, duda quizás y algo que sabía a resignación. Y en último momento, con algo muy parecido al dolor.

Quise moler sus pelotas y obligarlo a tragárselas. Una y mil venganzas en su contra planeé tendida en mi cama con el rostro surcado de lágrimas. Me sentía tan avergonzada de lo que había sucedido que preferí quedarme en el anonimato antes de que todo el mundo se enterara de que había sido engañada suciamente por Trevor.

El chico nuevo que todas deseaban, ja. No había hecho más que reírse de mí.

—Trevor no desmoronó mi vida. —Les digo a las chicas recomponiéndome. —Me dio un motivo al que aferrarme cuando mi ánimo flaquea.

—Ugh, superar un corazón roto es terrible. —Alice manifiesta.

—Apesta. —Está de acuerdo Leah.

Mi celular suena. Nuestras miradas caen sobre él. La pantalla se ilumina con un mensaje entrante y el nombre de Trevor brilla para todas. Dubitativa, lo tomo.

21:47 pm. De Trevor:

No planees nada para mañana, ya tienes planes conmigo.

Mi dedo va a la pantalla. Lo deslizo perezosamente por encima de su nombre, como si necesitase un recordatorio de quién es.

Otro mensaje entra.

27:48 pm. De Trevor:

Valdrá la pena.

Santa Mierda... Ahogo una exclamación. Tecleo una respuesta rápida.

21:50 pm. Para Trevor:

Iré a casa de mi madre mañana. No puedo, sea lo que sea que tengas planeado.

21:51 pm. De Trevor:

De acuerdo, te haces la difícil. Puedo con ello. Has aceptado, así que es una pequeña victoria para mí. —Imbécil. —Solo quiero que sepas que haré esto de la mejor manera posible. Te gustará. Te espero temprano en mi casa de aquí a dos días. Será un viaje interesante.

Las chicas están asomadas por encima de mis hombros para poder espiar.

—No sé qué tenga planeado —digo en medio del silencio. —Presiento que no me va a gustar.

Leah hace una mueca.

—Bueno, conociendo a Trev, apuesto todos mis ahorros a que se tratará de algún jueguecito del gato y el ratón.

No puedo discutir con eso. Él presiona todos los botones correctos en mí. Pasar minutos juntos es toda una proeza y en soledad, confinados a una cabina, por horas. Sí, si salgo con vida, voy a merecer una medalla. En mi mente se cruza la imagen de su sonrisa coqueta y la forma en que abulta sus bíceps para hacerse el interesante. ¿Por qué se mete tan fácil debajo de mi piel?

—Puedo jugar tanto como él. —Sacudo la inquietud.

Los chicos pueden dejarte sin palabras, pero nosotras somos las únicas capaces de volar todo pensamiento de su cabeza.

Mi madre fue una mujer muy inteligente cuando decidió compartir ese conocimiento con su joven hija adolescente. Ya es hora de ponerlo en uso.

Si Trevor viene por mí, voy a estar preparada.

No permitiré que sea nuevamente mi perdición.

No caeré en su trampa dos veces.

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