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CAPÍTULO CATORCE

TREVOR

—¡Trev!

El volante da un bandazo ante el grito de Amanda.

—¡Hey! —reclamo enfadado. Ella alza sus manos.

—Llamé tu nombre tres veces, ¿en qué estás pensando? —demanda saber escaneando mi rostro.

En que me estoy destruyendo por dentro lleno de malditas preguntas sin respuestas.

—Nada. –Suspiro fastidiado.

—No parece nada.

—¿No? ¿Y qué parece? —Guío el carro hasta la acera. Hemos llegado a la torre de departamentos de Annia. Afuera la nieve cae lentamente, algunas personas apretadas dentro de sus abrigos, corriendo en busca del calor de sus hogares.

Amanda desabrocha su cinturón, pero no baja del carro. En su lugar se gira para mirarme directamente, lista para enfrentarme en una pelea. No hemos tenido una en días y el ambiente casi pide por ello.

—Que estás muy enfadado, ¿qué está mal?

Suena interesada, rozando lo nerviosa lo que descolocada por mi ánimo. Aun peor, quita el guante suave que cubre una de sus manos, alzándola hacia mí con todas las intenciones de ir por mi rostro, lo que es una gran alerta roja.

Me echo atrás como si fuese a golpearme.

—¿Trev? —Su voz tiembla, insegura. Y solo eso hace que todo vaya sobre mí.

Por supuesto que ella no va a golpearme, no se necesita de algo físico cuando con sus palabras me ha dejado en el piso.

¿Recuerdas aquel momento de debilidad de espía que tuve días atrás en casa de mis padres? Bueno, no he podido superarlo.

Ha pasado un exacto par de días desde que escuché aquellas palabras que me devastaron. Aquellas que me avisan de un futuro carente de la chica de la que estoy enamorado; el pronóstico de un futuro turbio sin Amanda en él y aunque le he dado un millón de vueltas al asunto en mi cabeza, no consigo nada.

Estoy en blanco.

Bizqueando en la oscuridad por un haz de luz que me enseñe el camino divino.

—Yo... --comienzo de manera tensa. --estoy teniendo algo de problemas aquí.

—¿Qué pasa? —Amanda se acerca y vuelvo a alejarme tanto como el asiento me lo permite. No puedo con esto si ella me toca, necesito estar centrado aun si ver su gesto caer empeora la situación en mi estómago. —Me estás asustando.

Estamos en la misma página, preciosa.

Me detengo un segundo en su rostro, buscando la manera adecuada de hacer esto, pero estoy más allá de eso. Rebasé el limite de mi propia paciencia y lo necesito todo. Justo aquí, justo ahora.

—¿Qué significó para ti el beso que compartimos para navidad? —Sus ojos se cierran inmediatamente, disparando mi ansiedad. —Dime la verdad —ruego sin importarme nada más.

Amanda se toma su tiempo... un tiempo infinito.

Las chicas que hablan por hablar, me aburren. De la clase que les gusta escuchar su propia voz o aquellas que necesitan llenar espacios constantemente. Amanda no es ni una ni la otra, pero nunca he deseado tanto que me hable como lo hago ahora.

—Fue un impulso del momento —dice tras un suspiro y si escuchaste ese crack, fue mi corazón haciéndose pedazos.

Agradezco que sea sincera, en serio que sí, pero como que en este momento voy a necesitar que me deje solo si no quiere presenciar cómo me desmorono.

—Bueno, en ese caso...

—No hagas eso, —Ella pide sacudiendo su cabeza en su clásico gesto pidiendo fuerzas. —no suenes como si estuvieses dolido o...

—¿Y cómo se supone que he de sonar? Ilústrame.

—Mira, estoy intentando esto. Te besé porque quise, porque lo sentí y desde entonces, solo he pensado en eso y en cuanto quiero repetirlo.

¡Esas palabras no son una luz en el camino, son un deslumbrante y enceguecedor faro!

—Haberlo dicho antes...

—¡Alto ahí, vaquero! —Su mano se estampa contra mi rostro cuando me lanzo en su dirección.

—Pero dijiste...

Ella se burla de mí.

—¡No creas que te la voy a poner tan fácil! Haz dicho todo lo que querías decir. Haz hablado hasta el cansancio y eso se termina ahora. Te he escuchado y te creo. Creo que estás arrepentido y creo que quieres intentarlo otra vez... Y lo haremos, porque también yo lo deseo, pero lo haremos bien. Con tiempo, acciones y como personas maduras.

—Dios mujer, ¿por qué tienes que hacer las cosas tan complicadas? —Amanda se ríe sin una pizca de gracia y aun así me sacude. Mi sonrisa es tan grande que debo lucir como un loco, por lo que compongo el gesto. —Perfecto. A tu manera, empecemos por algo. No puedo leer tu mente, así que necesito que me digas exactamente qué quieres de mí, si esto realmente va a ser algo.

—No querrías leer mi mente de todos modos. No por el último par de años al menos, pero entiendo. Está bien, esto es difícil, pero yo solo quiero que seas tú. Con todo lo que arrastras, con todo lo que significas, con todo el problemón, quiero que seas tú mismo y me dejes verlo, ¿okey?

Asiento.

—Santa mierda, ¿qué estamos haciendo? —Ella exclama haciendo a sus rizos rebotar conforme niega. Suena asustada y extasiada, pero es tal el brillo en su rostro que me alienta. Toda mi esperanza renovada. —Ahora tu turno, ¿qué quieres de mí?

A ti.

Plenamente.

Pero sí, decir eso puede provocar que quiera echar a correr en dirección opuesta y no dejarme más que una nube de polvo para apreciar.

—Podemos empezar con esto —Me inclino hacia su cuerpo sin miedo ni cuidado esta vez y tomo su rostro entre mis manos como he venido deseando desde hace tanto que he perdido la cuenta. Es un beso rudo y desordenado y Amanda -leyéndome como solo ella ha descubierto hacer durante los últimos años- me responde sin contención.

Se entrega al beso apoyándose en mí. Y afirma mi rostro de vuelta de la misma manera que estoy haciendo con el suyo; encontrándonos unidos, completamente pegados y el espacio que es una mierda de pequeño, pronto se llena con los suspiros, los jadeos y los gemidos que no tienen que ser contenidos.

Ya no más.

Todo mi cuerpo se calienta con el conocimiento de ello, como si una llama fuese encendida desde el fondo de mi ser y se encuentra lista para ser llevada a su punto álgido.

Las manos de Amanda se trasladan por mi cuello, me estremezco con la caricia, con su suavidad y el movimiento va a mis hombros, tomándolos con fuerza, sus uñas clavándose en la piel cuando voy encima de ella para sentirla un poco más.

—El maldito auto... —reclamo entre besos sobre su pulso desbocado.

—Es mejor así, quizás —dice sin aliento y tengo que gruñir en desacuerdo.

¿Mejor para qué? ¿Para no perder los papeles en la primera ocasión? ¿Se supone que tenemos que seguir alguna especie de límites de contacto físico? Amanda gime bajito y la sangre canta en mis venas en su viaje al sur de mi cuerpo. Es un canto alegre porque sabe que puede conseguir muchos más de esos, en una intensidad diferente, con Amanda retorciéndose bajo mis manos que se mueren por... Me aparto gentilmente, reuniendo toda mi fuerza de voluntad para echarme atrás y darle espacio.

Tengo una vista increíble de ella, lo que solo hace el trabajo más difícil. Quiero lloriquear cual cachorro. Amanda con el cuello sonrosado y la blusa corrida lo es todo. Y para empeorarlo, su semblante está iluminado con los ojos oscurecidos y un poco despeinada. Se aprecia integra acomodando todo en su lugar, armada para algo grande y esto definitivamente lo es.

Allí donde ella está entera, yo me siento en pedazos; dispuesto a tomar lo que me está planteando, sea lo que eso sea.

Lo mejor de mí, lo peor de mí... todo le pertenece si así lo quiere.

Amanda se baja del carro y la sigo para escoltarla hasta la puerta.

¿Qué? Yo también puedo ser un caballero.

Ella pone los ojos en blanco al notar lo que acabo de hacer, no obstante, para mí agradable sorpresa se acerca y se abraza de mí, permitiéndome disfrutar de su cuerpo otra vez. Ahora que puedo tocarla, no quiero dejar de hacerlo.

Enredo un mechón de su cabello en mi puño y luego lo dejo deslizarse entre mis dedos. Veo al rizo caer y luego volver a formarse como un resorte.

—Quiero pedirte algo —anuncia echándose atrás para mirar mis ojos.

—Lo que quieras.

Está haciendo un frío que pela y solo con esa excusa, la acerco de la cintura hacia mí. Una sonrisa se dibuja en sus labios de inmediato.

—Quiero la foto que tu madre tiene en la entrada —La miro extrañado. —Esa que está colgando justo cuando abres la puerta.

—Oh no, ni de coña. —Amanda se larga a reír y se remueve. Jesús, esto es nuevo... y me gusta. Sé exactamente a que foto se refiere y puedo querer esto -otra vez, sea lo que sea- pero no le daré acceso a una parte tan terrible de mí. Niego rotundamente. —Era un niño gordito, pasé de eso. Supéralo.

—Nunca lo supe, de modo que no puedes culparme —De hecho, hace un lindo puchero y la atraigo para robarle otro beso. Tan pronto toco sus labios, mi corazón salta. Ella se aparta antes de tiempo. —Debería tener una copia de ello, ¿saben los chicos que fuiste tan adorable?

Ella está tocándome, estamos interactuando como nunca, pero aun así se siente como si hubiese algo extraño de por medio. Quizás estoy siendo paranoico, quizás es solo porque Amanda se aparta demasiado rápido de los besos o quizás es porque, es todo muy reciente y yo mismo debo hacerme a la idea. Pero doy un paso atrás y bajo mis manos hasta sus brazos para frotarlos y no agobiarla.

—Amanda, nada en mi es adorable, ni antes, ni ahora, ni nunca. Así que no, no hay manera de que alguno de los chicos pueda saberlo.

—De todas maneras, le voy a pedir a tu madre una copia. —Me asegura y apuesto a que sí. Mi madre parece llevarse con ella, lo que será mi perdición. 

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