Capítulo 9
Música suave pero con un toque osado se escuchaba con más claridad una vez cruzamos la puerta principal. La estancia es pulcra, amplia, nada parece quitar aquella frescura y ese aroma de confort que se ve en cada detalle que la adorna. Lo único que parece quitarle protagonismo a todo el lugar iluminado por aquella lámpara de techo en forma de flor con unos pétalos que iluminaban toda la sala, no era la escalera a un lado, esa casi no se notaba se seguías mirando al frente, lo que inmediatamente captaba tu mirada era aquel ventanal corredizo de puertas francesas abiertas que daban vista hacia aquel jardín iluminado por el brillo de las personas que conversaban, disfrutan y bailaban al ritmo de aquella melodía que deambula por el lugar junto con los camareros que caminaban con bastante agilidad por el jardín decorado con elegancia, delicadeza y un toque de picardía.
Miro todo a mi alrededor, tragando el nudo que se había formado en mi garganta cuando comencé a subir escalón tras escalón. Humedezco mis labios resecos por la ansiedad. Suelto mi vestido y acomodo mejor el pequeño bolso en mi mano izquierda para deslizar la derecha sobre algunos pliegues que se habían formado sobre la tela negra. Mis ojos recorren las paredes, los rincones, los objetos que tantas veces había visto en las noches a través de aquellas fotografías para tratar de recordar algo, pero nada. Llegó hacerme sentir frustrada, molesta, ¿cómo era posible que no los recordara?, con el tiempos, en las noches, me convencí de que eso se debió a que fueron pocos los años que estuve en esta casa.
Un pie tras el otro, sintiendo a Ava detrás de mí, dejo caer los ojos cuando vuelvo a mirar hacia el frente, hacia esa pequeña línea que nos divide.
—Bienvenida a casa Luz —susurra Ava, aunque no la veo, sé que sonríe, está feliz de que esté aquí, de que esto esté sucediendo. Me gustaría contagiarme de eso, de esa genuidad que ella desprende con su presencia, con lo que ella cree correcto y es verdad. Pero no es así, no siento que nada de esto sea adecuado o cierta, más bien lo siento fuera de mi alcance, irreal por más que sea lo contrario. Ella cree que es verdad por lo que Diego le dijo, cree que es verdad por un papel lo dice, pero también hay algo más, ella cree algo que yo dedo pueda pasar.
Siento su mano en mi brazo, cortésmente le sonrío, es lo único que atino hacer cuando siento al temor disfrazado de ansiedad invadirme a través de un susurro escalofriante que se queda pululando en mi cuello. Con un gesto que hace en los labios, me invita a dar el paso que me falta, y lo hago, mirando una que otra vez la puerta que parece invitarme a salir huyendo de este lugar.
Pero ya era tarde.
La frescura de la noche acaricia la piel de mi pierna descubierta, ya estábamos afuera, la hora de arrepentirse ya paso de turno. Ava me señala con la mirada una mesa, ellos sonreían, celebraban chocando sus copas o alguno que otro comentario que compartían por lo bajo arrancándoles de sus labios más sonrisas que trataban de disimular mirando para otro lado, tapando sus bocas, o con un trago.
Se les veían tan bien...sin mí.
Es como si mi ausencia no representará nostalgia alguna durante estos años que estuve lejos por una razón que no tengo completamente clara. ¿Y qué hay de Diego, mi abuelo? Su partida parece que no les afectó. Solo fue alguien más en sus vidas. Un conocido, pero a la vez un extraño que solo merecía unos momentos de tristeza. Ellos era una familia, sin Diego y sin mí. Así parece que estaban mejor. Yo morí con mis padres hace más de 18 años y Diego, bueno, creo que antes de que él falleciera él ya estaba muerto para ellos.
Su cara aparece en mi mente, una sonrisa parece en ella, sus ojos adquieren una chispa y luego...
Contengo la respiración pero el dolor se comienza a dibujar en mis labios cuando reprimo la necesidad de gritar, de llevar mis manos hasta mi cabeza y apretar hasta que esto desaparezca. ¿Qué fue eso?. Mis ojos se comienzan a nublar por culpa de aquel recuerdo, trato de ocultar la molestia que aún sigue en mi mente de los preocupados de Ava que me pregunta que me sucede, cierro los ojos y le pido un vaso de agua. Cuando se aleja, dejo escapar un sollozo, el dolor de aquello que recordé. Tenía que controlar que estaba sucediendo, no podía exponerme de esa manera, no por ellos. Sabiendo que no puedo hacer un episodio de esos, que los he aprendido a controlar cuando aparecen, doy la espalda a la realidad y respiro hondo dejándome llevar por lo que recuerdo y es obvio que no puedo dejar de lado por más que quiera.
—Si alguien va a destruirme quiero que seas tú.
—¿Por qué me das ese derecho?
—Sé quién eres —Su mano acaricia mi mejilla —,que buscas y que quieres.
Suspiro en medio de aquello que me consume, me desgasta, incluso, me quita hasta el aliento.
—¿Estás bien Luz? —le susurro un diminuto sí cuando llevo el vaso de agua hasta mis labios, pero solo me cree cuando sus ojos se conectan con los míos.
—No fue nada, seguro la emoción de volver después de tanto tiempo —digo, caminando una al lado de la otra hacia una de las mesas vacías.
—Me lo imagino. Pero, ¿por qué no te acercas?.
Miro la mesa y luego a ella que tome de su copa.
—Supongo que no soy tan valiente —respondo jugando con mi copa.
—Luz, no conozco todas las razones, por lo menos esa que quieres saber —comentado meditando sus palabras en un principio —,pero ten por seguro que ellos te quieren, todos, a su manera, te quieren.
No encontré las palabras, no había una combinación perfecta para lo que en realidad quería decirle, no cuando sé que eso a lo que ella llama —Te quieren —,no es verdad.
—No, no, no. Quita esa cara. Hoy no es día para eso —dice, sonriendo, cambiando no solo el ambiente a nuestra alrededor, también aquella cara de preocupación por una sonrisa pícara que no parece muy propio de ella. Si, es simpática y amable, pero ¿pícara? Por lo poco que hemos convivido no creo que sea así. Aunque, viendo como lleva aquella otra copa a sus labios y toma de aquellas burbujas, su otra personalidad, la que quizás muy pocas veces muestra, sale a flote gracias a la magia del champagne —Mira, estás consciente de que te están mirando.
Susurra con complicidad, niego y ella, con disimulo, me señala con sus cejas oscuras hacia unos cuantos pares de ojos masculinos que nos miran.
Uno de ellos eleva su copa cuando nuestras miradas curiosas coinciden en el primer encuentro, le sonrío, o más bien trato de hacerlo cuando él, con una sonrisa ladeada, sube su copa. El otro hombre que está a su lado, de ojos redondos y claros devoran con la mirada a Ava, quien, después de hacérselo saber, una pequeña sonrisa sale de aquellos labios pintando de un rosa suave. No se atreve a mirar, no como en realidad ella quiere hacerlo, me lo dice cuando agrada su mirada y me deja ver la timidez que estoy acostumbra a ver. Mis labios, inyectados por lo que se forma en las mejillas de ella, van hacia los lados, sonriendo, notando que el efecto de valentía se ha desvanecido.
Vuelvo a mirar, quería atreverme hacer aquello que Ava quería hacer, pero que por aquella vergüenza que ella siempre tenía cuando no estaba en sus dominios, no haría. Aquello no eran sus aguas, no era una sala donde defendería a alguien y sabía que iba a salir victoriosa como ella estaba tan acostumbrada; eso es algo que ella domina, que sabe cómo empezar y cómo terminar, pero eso, aquello que parece incierto por más que algo la incite hacerlo, no se atreverá hacerlo. Y es raro, siento que esas dos cosas van de la mano, pero ella no lo siente así, los aparta y lo hace ver como si fueran dos mundos diferente cuando son uno solo, y creo que este es más fácil.
Cuando miro de nuevo hacia los dos hombres, un tercero que no estaba antes llama mi atención de una forma peculiar. Tiene un traje azul que pareciera ser su propia piel. Está delante de ellos, combinando su risa con la de los dos hombres. Orillada por un cosquilleo, trato, con disimulo, descubrir su rostro. Pero, en medio de su risa que cesó, de su rostro que giro y guardo bajo la sombra de la distancia, y una corta mirada por el rabillo del ojo donde él noto que lo miraba y trato de disimular alzando su mano para llamar la atención del camarero, noté que tiene la intención de permanecer incógnito a pesar de que sé que siente mi curiosidad encima de él.
—¿Sabes quiénes son?.
—Claro, y quién no —Me explica con aquella habilidad que ella tiene para disimular que está observado alguien que el chico del traje negro, con el que coincidí la mirada, se llama Dedrick. El que está a su lado, un tanto más despreocupado, se llama Frederick. Ambos son hermanos y tiene una compañía que colabora en tiempos de verano e invierno con la compañía de los Baermann —Y ese, que está de espaldas, si no me equivoco es Christopher, se encarga de la parte pública de Barschmuck.
—Se pocas cosas Ava —digo cuando mi curiosidad queda callada —.No sé qué te habrá dicho mi abuelo de lo que sabía o no sabía, pero cuando estaba con él, todo lo concerniente a Barschmuck no era nuestra prioridad.
—Lo sé, él se encarga más de hablado de este lugar, de la casa, de tu familia. La última vez que estuviste aquí apenas tenias unos 8 años, eras una bebé —comienza hablar de ese tema que muero por escarbar —.Según lo que me contó tu abuelo, vivías aquí con tus padres antes...ya sabes, antes de eso. Quizás el recuerdo de ellos este aun en las paredes de esta casa y por eso estas así. No te preocupes, te entiendo más de lo que crees.
Reparo en ella, en esa mirada opacada por una oscura melancolía mientras decía eso último. Consolarla ante algo que supuestamente yo no sé no es una opción. La picardía de antes en sus labios se ve reemplazada por un momento de tristeza en medio de aquellas palabras que sé le han ocasionado un recuerdo agrio. Se nota que algo le duele aunque ya no tanto. Sé que es, la causa de aquel recuerdo triste, pero no puedo consolarla cuando se supone que es un secreto bien guardado sólo por ella y Diego.
—Yo también perdí a mi madre muy niña, mi tío, el único familiar de mi mamá era un drogadicto y no se podía hacer cargo de mí. Por eso crecí en un orfanato. —No sabía qué decir ante aquella confesión, por eso guarde silencio. —¡Hey!, quita esa mirada, ya no duele tanto como parece. Aunque parezca que sí. El tiempo me ayudó: Puede ser la herida más honda, la más dolorosa, no importa, el amigo tiempo se encarga de que esa herida que siempre seguirá expuesta, sea menos dolorosa.
—El tiempo, aunque parezca cruel, es algo benévolo.
—El tiempo no conoce lo que es la benevolencia, ni un poco. El tiempo es cruel, despiadado, puede llegar hacer tan ponzoñoso como una alimaña de la peor especie.
»Que el tiempo se encargue de apaciguar heridas, no quiere decir que las cure por completo. Al contrario. Lo que hace en realidad es inyectarte de algo que poco desconocen y muchos le temen.
—¿Miedo?
—No...Es algo que se ve, que se siente, incluso, se huele. El miedo es algo ficticia, una mentira que ciertas personas usan como excusa cuando la palabra no aparece.
—¡Miren a quien tenemos aquí! —Las palabras de Ava se quedaron en el aire cuando una voz masculina, escandalosa, la interrumpe rodeando su cuerpo con sus brazos —.Si es la mujer más inteligente de planeta tierra y la más gustosa de mundo dulce.
Los labios del castaño, casi pelirrojo, se dejan caer de la misma forma en que llegó sobre la mejilla de Ava que rápidamente cambia aquella mirada imposible de descifrar —Es extraña, en menos de dos minutos ha cambiado de semblantes como si tuviera mil caras—,ahora sonríe, divertida mientras lo rodea con sus brazos. Él esconde su cara en el cuello de ella y hace un sonido con su boca que provoca que la risa de Ava se salga de control.
—Te he dicho que no hagas eso David, saca mi risa de corral.
—Amo tu risa de corral —admite él apretando su nariz —. Eres la porqui más sensual del mundo.
—¡Por Dios! En serio, ¿porqui?
Ella ríe escandalosamente de nuevo, pero lo oculta llevando sus manos hasta su boca. Cuando logra tranquilizarse, acomoda su cabello y pasa la mano por su vestido, quitando arrugas que no existe mientras mira a su alrededor.
—Tenemos que retomar las clases de como ligar con una mujer, estos cumplidos no te llevaran ni a la esquina.
—Pero si soy todo un ligón bombón de molocochon.
Para dar crédito a eso que dice: Ubica cada mano atrás de su cabeza, muerde sus labios y contornea hacia atrás, hacia adelante, hacia la izquierda, luego la derecha su pelvis. Un baile que él cree sexy pero no lo es. Lo que sí logra es llamar la atención y murmuraciones, no solo de unos cuantos a nuestro alrededor, también de aquella mesa que está presidiendo la fiesta.
—Deja de hacer eso —Ava palmea su estómago sutilmente pero él hace un drama como si ella le hubiera sacado la última gota aliento —.Exagerado.
Cuando él se recompone de aquel duro golpe, su mirada chispeante como el color de la paz que tengo tan bien memorizado gracias a las fotos, cae sobre mí. Su postura cambia, se arregla el saco acomodando el botón negro y sonríe, extiende galantemente su mano hacia mí y me dice:
—Mucho gusto bella dama de mirada seductora —Besa el dorso de mi mano, sin despegar aquellos ojos pintado de un azul que casi no se perciben, en cambio, en su hermana si se nota—,soy David Baermann, hombre de las mil lunas y un solo amanecer que estoy dispuesta a regalárselo a usted.
Ava se disculpa con la mirada después de soltar una corta risa.
—Deja de hacer el ridículo por favor, ¿no la reconoces?
—¿Eres el amor de mi vida a caso?.
—David...—susurra Ava.
—No soy el amor de tu vida.
—David...—vuelve a susurra Ava.
—Entonces no, no la reconozco —dice David mirando a Ava en espera de una explicación.
—David, Luz. Luz, el tonto de David...tu primo, tu prima.
—¡Hey! ¡Como que tonto! —Se defiende señalándole con el dedo.
—Solo un tonto puede hacer el ridículo que acabas de hacer —asegura Ava apartando su dedo acusador.
Él parece darle la razón con la mirada.
David se nota que es una persona muy agradable, espontáneo y aventurero, la diversión que se filtra a través de aquella mirada es la garantía de que estarás en una montaña rusa con caídas desde una empinada altura que te hará gritar de una adrenalina que pensaste nunca antes sentir. Es justo como lo habían descrito los chicos. Aunque no recuerdo nuestra infancia juntos, compartiendo en esta casa, una sensación de complicidad me invadió al sentirlo cerca de mí.
—No puedo creer que seas Luz, mi prima.
—Si lo soy.
—Pensé que no vendrías hoy —admite dejando caer sus dedos en mi mano, la acaricia con suavidad, cariño, con algo que hace, por primera vez, tenga un recuerdo claro y sin dolor —.No pregunto cómo estás porque se nota que estás más que bien. Me alegra que por fin decidieras regresar con nosotros. No sabes cuantos te hemos extrañado. ¡Esta casa volverá hacer un puto manicomio! Ahora versión mejorada —dice con voz grave eso último, resaltandolo con la mano mientras la otra rodea mis hombros —¡Dios! La abuela va a enloquecer con todo lo que le vamos hacer.
—Me hubiera gustado regresar en mejores circunstancias —admito.
—Entiendo a qué te refieres, pero...A veces las cosas no son como uno quiere.
—Qué bueno que lo entiendas.
—¿Por qué estas molesta? Solo respetamos tu decisión, te entendimos. No fue como que nos olvidamos de ti, eres nuestra prima. Incluso, después de un tiempo, decidimos dar una vez más el paso, no quisiste darlo con nosotros pero aun así insistimos. —Algo parece hacerle clic —¿Diego no te la entrego?. Era de suponer, hasta eso tuvo que fastidiar.
—David, creo que no es el momento —aconseja Ava acariciando su mejilla.
—¿No es el momento Ava? Cuando se trata de él, nunca lo es —reprocha.
—David, yo...
—Luz, no te preocupes —Vuelve a abrazarme y yo correspondo dejándome llevar por la sensación que me transmite sus palabras, su semblante —.Te extrañe mucho pequeño camaleón.
Rio con lágrimas en mis ojos, nuevamente sus palabras me llevan a un recuerdo sin dolor, sin angustias. No me arrastra esa sensación que me acorrala, que me deja sin aliento.
—Y yo a ti chuparosas —susurro.
—¿Cuándo vas a dejar de llamarme así? —pregunta, apretando mi oreja.
Le sonrío.
—Me alegra estar de regreso en mi casa, con mi familia —Un deje de veneno se escurre por mi labios y él lo nota.
—Sé que sigues dolida con ella pero...
—No se trata de dolor David —le digo.
Por primera vez, en todo este rato, su brillo se apaga, mira a Ava y en silencio se dicen algo. El asiente en modo de despedido y ella lo sigue, no sin antes señalar una mesa que he venido viendo desde hace rato.
—Recuerda lo que hablamos Luz —dice Ava antes de irse con David.
La fiesta era un derroche de esplendor, se notaba con solo mirar aquellas mujeres de la alta sociedad Alemana perfectamente peinadas y con vestidos adecuadamente para su posición social, asiendo símbolo de que ellas son intachables. Mientras el mío no era más que un claro símbolo del vacío, soledad y tristeza. Aquella que se siente cuando se acomoda en tu ser la nostalgia y la añoranza.
Mi vista se fija de nuevo en una de las tantas mesas esparcidas en el jardín, en esa que he venido observando con cierto disimulo desde hace unos minutos. Ahí está mi familia, disfrutando animadamente de la velada. Sonrío con la hipocresía pintando mis labios, tomo una copa que me ofrece un camarero y camino hacia ellos, esquivando personas a mi paso. Mesas por doquier están esparcidas de forma elegante, así como las personas que están sentadas en cada una de ellas, paradas sosteniendo una animada conversación o bailando al zoom de aquel delicado violín que ha relajado un poco el ambiente. Disminuyo el paso, justo al frente de ellos que guardaron silencio ante mi aparente inoportuna presencia.
—Buenas noches familia. —Saludo mirando detenidamente a cada uno de los miembros de la familia que no dudaron en mostrar duda ante una posible confusión de mi parte.
La mesa estaba presidida por la matriarca de la familia, Amalia Baermann. A su izquierda estaba su hijo Donovan junto a una acompañante que con una cálida sonrisa me saludo a pesar de no conocerme. Al otro lado de Amalia, a su derecha, estaba su hermana Carola Müller; aunque en realidad son hermanas de parte de padres, aunque se criaron sin un lazo que las hiciera sentirse de otra manera, al parecer, el amor de padre fue repartido equitativamente, al igual que el amor de la mamá de Amalia, para Carola que había perdido a su madre en un accidente. Justo al lado de Carola, estaba Deborah, hija de Donovan. David asomo su semblante con una risa que guardo apresuradamente cuando los ojos de su abuela recayeron sobre él.
—¿Quién eres? Tu cara me resulta familiar —indaga Carola.
—Soy Luz Baermann señora Müller, ¿o debería llamarla tía? —Ella parece perdida mientras tantea el brazo de su hermana Amalia, quien, al escuchar lo que dije, estaba a punto de romper la copa entre sus delicados dedos. Carola le susurra algo, una cosa que parece no tranquilizarla aunque ese era el objetivo de su hermana mayor.
—¿Qué haces aquí? —Suelta con dureza, disimulando para no llamar la atención.
—Amalia...—reprende Carola.
—Esa pregunta me ofende, usted sabe bien porque estoy —Por un momento creo va a desvanecer en los brazos de su hermana e hijo. Su rostro se torno temeroso, ansioso, suplicante —Bueno, no le quito mas el tiempo, solo quise venir a saludar.
Camino despacio, disimulando con indiferencia lo que siento. Su silencio hablándome fue más de lo que pensé, se suponía que tenía que ver otra cosa en su mirada y no eso, no así, no de esa manera. No tenía que haber sentido nada, desinterés, o un poco de empatía quizás. Pero no esto, no aquello que ella me decía y en el fondo yo compartía.
Un camarero acerca una bandeja con copas de diferente colores, tomo una y la acerco a mis labios de un solo trago. Suspiro fuertemente, dejo caer mis hombros a modo de quitar un poco de tensión de mi cuerpo y cierro los ojos. Tú puedes hacerlo. Tienes que hacerlo. Ya lo estás haciendo. El líquido recorre mi garganta como un veneno mortal, logrando que la ansiedad que tenía fuera una agonía. Desde aquí, noto como la mesa de la familia estaba alborotada, todos murmuraban, mientras me observaban con poco disimulo. Menos ella, ella no. Amalia me observa de una manera diferente, más ansiosa. Y eso solo hacía que mi agonía fuera más lenta, más dolorosa.
Había algo, algo más.
El Clan Baermann, uno de los más poderoso y fuertes de la sociedad Alemana, dedicados especialmente a la confección de joyas ahora se vería en un punto débil si yo no me hago cargo de lo que dejo Diego Baermann. Tanto la empresa, como la familia, tiene un prestigio que mantener, y Amalia sabe que sola o con Donovan, David o Deborah, no contaría por siempre, ellos respetan la empresa pero su vida no está atada a ella como lo estaba la de Amalia.
—No tienes que pensarlo tanto, solo hazlo. —Me sugiere la inconfundible voz de Andrea justo a mi lado.
—Pensé que no vendrías.
La saludo con un abrazo que ella no duda en contestar de la misma manera.
—Yo pensaba lo mismo, el trabajo se puso algo pesado —dice haciendo un mueca —.Pero no tienes de qué preocuparte, los chicos están aquí, no estabas tan sola como creías.
—No los he visto —digo buscándolos con la mirada.
—Presta atención a los detalles Baermann, los encontrarás —susurra dejando sus labios rozar el vino claro.
Me guía con la mirada que cae en tres hombres: Un camarero rubio de ojos oscuros y semblante molesto que me ofrece una copa, Luther. Un bartender de cabello canoso con barba cuidada y gesto divertido mientras prepara los cocteles en frente de mé, Penz. Otro, alto, cabello claro y con un puro en los labios, Schmidt.
—¿Pero qué fue lo que les pasó?
Miro a Andrea sonriendo, sorprendida de lo diferentes que se ven cada uno de ellos, sino fuera por aquellos sellos distintivos que son propios de Luther, Penz y Schmidt en verdad no hubiera reparado quien es quien, y mejor aun, que fueran ellos.
—Queríamos que Penz fuera barrigón y tuviera el cabello rubio pero no quiso ponerse la barriga y mucho menos ser rubio —comenta Andrea tirándole un beso a Penz que él recibe sacudiendo la coctelera —Luther es un aburrido, esa cara de limón no se le quita con nada, por eso le tocó de camarero y ser rubio. El único que se divierte es Penz, le encanta disfrazarse y hacer cosas locas. Schmidt, ¿qué te digo? No se le pude hacer mucho, el semblante de mafioso ya lo tiene.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿De qué vas disfrazada? —pregunto mirando el trozo de tela que cubre su cuerpo.
—¿No se nota? —niego —¡Voy de mujer de la noche, de puta!
Apretando los labios, miro a Schmidt que saca de sus labios el puro, dejando escapar un hilo de humo que hace sonreír a una mujer que no duda en dejar caer su mano en su pierna, por unos segundos siento que la sonrisa que se forma en sus labios es para ella, pero en realidad no, es para nosotras.
Cuando quiero darme cuenta, la felicidad de los prometidos opaca la música que sonaba. El compromiso de Deborah fue anunciado ante aquellas personas que aplaudían y celebraban la unión de ambos chicos con felicitaciones, abrazos y sonrisas que dejan ver lo feliz que estaban por ellos.
—No te acercaras.
—No.
Un camarero se acerca hacia mí con su bandeja que deja debajo de mi vista, niego, declinando la copa, pero cuando noto su insistencia lo miro a los ojos y él me conduce con ellos hacia una esquina que me deja ver la espalda descubierta de una mujer, miro la copa de vino y sonrió al percibir el olor que desprende. La tomo y el camarero se va inmediatamente.
—¿Qué fue eso? —pregunta Andrea simulando retocar su labial.
—Julianne. —Es lo que respondo cuando comienzo a caminar en dirección hacia la mujer que no repara en mi presencia hasta que dejo la copa que antes me ofreció el camarero en la barra donde ella hablaba plácidamente con un señor, claro, en apariencia. Le pido a uno de los chicos que está ayudando al bartender una copa de su vino favorito, la veo de reojo sonreír haciendo que el señor deje de hablar aquel discurso barato para halagar lo hermoso que son sus labios en medio de aquella sonrisa. Cuando el chico me entrega la copa, la tomo en mi otra mano y la levanto discretamente en su dirección.
Ella, delicada y seductoramente, deja caer su mano cubierta por unos pequeños anillos llamativos sobre el hombro del señor que rápidamente vuelve a guardar silencio ante la caricia de ella que hace sobre la tela de su impecable traje. Se disculpa por la abrupta interrupción, y con un beso que deja marca de su labial carmesí sobre la mejilla de aquel hombre, ella se despide.
El pobre suspira en medio de una sonrisa como hombre estúpidamente seducido mientras la ve alejarse con aquel andar que tanto la caracteriza, pareciera que sus pies no pisan el suelo, pareciera que no hay nada bajo su caminar.
—Me alegra que vinieras —admito.
—Y a mi alegra que hayas vuelto...de nuevo —comenta sin voltear a verme.
Ambas estamos con nuestras copas, apoyadas del barandal mirando a la nada de aquello que se ve justo frente a nosotras. Le estamos dando la espalda a la celebración mientras intercambiamos palabras sin dejar de mirar aquel verde que ahora se ve opacado por una oscuridad celestial.
—Como te dije, cuando nos vimos en la clínica, necesito que me has un favor.
—Te he dicho que es imposible dar con ese hombre, sabes bien que él no pisa tierra a menos que sea necesario.
—Jualianne, tranquila, mientras hagas lo que yo te diga él hará lo que yo quiera.
—No entiendo.
—No hace falta que lo hagas.
—¿Qué necesitas de mi Luz? —Ahora si clava su mirada en mi, de reojo hago lo mismo con ella.
—Un regalo. —Abro mi bolso y saco una pequeña caja de terciopelo azul.
—¿Qué es esto? —pregunta mirando con curiosidad la caja.
—No seas curiosa, tú solo haz que llegue hasta él.
—Y porqué no se le entregas tú personalmente —Sus ojos verdes se desliza hacia un punto que no dudo en seguir, pero cuando me giro, un estruendoso ruido que rozó mi piel y provocó el pánico de las personas, que, agachadas y mirando a su alrededor con miedo, no dejaban de gritar. —¡Luz!
—Estoy bien Julianne.
Cuando subo mi cabeza noto que fue más el susto que otra cosa, todas las personas estaba conmocionada por lo que acaba de suceder. Al parecer no hubo ningún herido, excepto yo, otra vez. Pero esta ocasión fue solo un raspón, una especie de aviso, de invitación. Alguien, entre la oscuridad el jardín, me ve con satisfacción, con una sonrisa que apenas percibo desde donde estoy. Voy hacia donde está con paciencia, aquello, sea lo que sea no huye, me espera. Cuando estoy a punto de acercarme lo suficiente, me da la espalda y comienza a correr por aquel lugar como si fuera su hogar, confundida, trato de seguirle el ritmo en medio de aquella oscuridad que nos absorbió a los dos. No podía ver bien, chocaba con ramas, piedra, con mi respiración que se mezclaba con los pasos de su huida.
Entonces, deje de escuchar, para sentir como me agarraba y me arrastraba con todo lo que tenía para darme, trataba de pelear, luchar, pero era más fuerte que yo. Me agarra del cuello, me alza y me exige con una voz que enfría mi cuerpo que abra los ojos, que lo mire, pero no puedo, no me atrevo. Entonces, ríe, ríe con el deleite que se siente cuando se come un manjar. Sus dedos aprieta mi cuello, mis manos van hasta la suya intentando quitar aquella opresión, pero no tengo existo. Su risa salvaje se detiene, me hace saber en medio de aquella satisfacción lo que cree que soy, para después dejarme caer. Reprimo el dolor de la falta de aire, de mi cuerpo contra la tierra, y abro los ojos antes de volver a cerrarlos cuando golpea mi estómago. Trato de pararme, pelear, pero no puedo, las fuerzas de mi cuerpo se han ido.
Camino a mi alrededor, riendo, luego su pie va hasta mi cabeza y la aplasta contra el piso.
—De verdad, ¿esto es todo lo que puedes? ¡Ja! Vamos, mírame o...dime algo. Pierde, para eso si estás hecha.
Suelta mi cabeza para comenzar a caminar como si nada, me pongo de pie y sigo su respiración que se comienza a volver invisible junto a su andar. Tropiezo cuando siento que la tira de la cola de mi vestido se enreda con una rama, halo dejando parte de ella ahí, y sigo lo que él había dejando. Al final, me encuentro con una pared, del otro lado el viento propaga su caída y su risa.
Ha ganado.
Yo he perdido.
Cuando estoy a punto de regresar en medio de su burla, algo llama mi atención, rasgo una parte del vestido para agarrarlo, entonces me doy cuenta de algo, no se trata del Maestro, se trata de alguien más. De alguien que sabe mi pasos, que los ha trazado y dibujados para que yo confiara ciegamente en ellos como he venido haciéndolo, no se trata de alguien que quiere un pedazo de tierra, se trata de alguien que me quiere destruir, volverme parte de lo que un día existió y no volverá a existir.
—¿Qué diablos te pasó? —pregunta Andrea cuando me ve salir de las penumbras.
—Dejo esto —Extiendo mi mano —.Averigua de quién es y me dejas saber.
En silencio ambas comenzamos a caminar, no contento aquella pregunta, menos le doy pie a la duda que se ha instando en ella. Cuando me encuentro con ellos, me miran sorprendidos pero no indagan qué me pasó. Noto que la mirada de Amalia se queda en mí más tiempo de lo que ella misma quisiera, me habla con ella y no me gusta lo que me está diciendo. No me amenaza, no me espanta, más bien es una especie de consejo lo que me hace, una que ya es tarde para tomar. Ella parece entenderme por que aparta su rostro a un lado y quita de él una lágrima que sea escabullido. Le sonrío con timidez a todos y sigo a Andrea, pero cuando estoy a punto de poner un pie fuera, la voz preocupada de un hombre me frena.
—¿Te encuentras mejor Amalia? —pregunta el hombre de traje azul.
—Sí, solo fue un susto hijo.
—Luz, vámonos —susurra a mi lado Andrea, pero no me puede mover, no ahora que aquel hombre a seguido la mirada de Amalia sobre mí. Pareciera que no se acuerda de mí, de aquel día. Me ve extraño, como si no me reconociera. Su entrecejo se arruga y luego mira a Amalia para preguntarle algo que solo ella pudo escuchar. Su cara perfilada por aquella barba se torno sorpresivo cuando nuestras miradas vuelve a chocar, se ve genuino —¿Luz?
—No puede ser, es él.
Hola, hola caracola...Aquí dejando un pedazo de otro capítulo.
¡Por los clavos de los hombres buenotes! ¿Qué pasó aquí? Ese hombre, el de traje azul, ella lo reconoció... Veo opiniones. Y ese encuentro, ese primer encuentro, ¿que creen quien sea?
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