Capítulo 4
Las horas se fueron convirtiendo en días que estaban por finalizar en una semana llena de sensaciones y emociones encontradas. Para mí, en este punto, era todo un tanto abrumador de sobrellevar. Un subir y bajar constante. No había parada para tomar un descanso. No lo había. Lo que sí existía eran esas ocasiones que parecía reinar la facilidad, un punto donde tomar aliento era solo de un segundo. Después, habían momentos en esos días, donde la situaciones era un tanto compleja de llevar: Siempre había algo nuevo, diferente y con muchas piezas que se debían encajar, algo parecido a un rompecabezas, pero sin duda era sencillo de solucionar. Aunque eso no quitaba el hecho, de que para mí, en la situación en que estoy, fuera agobiante.
No mentiré, la palabra difícil o complicado no tenía cabida en aquellos días donde parecía que el problema no tenía solución, sería un total engaño si me atreviera a tan siquiera a decir que en las situaciones a las que me sometieron por ser mi —"entrenamiento"—, ellas reinaron en algún momento. Lo que sí hubo fue estrés, presión, agobio, fatiga, mucho de eso fue lo que opacó a mis pensamientos mientras me sometía a las pruebas de campo.
Cada día había algo distinto que hacer o prender en las pruebas, eso era normal, parte del entrenamiento. Pero lo que ocurrió, que causó sorpresa para mí y unos pocos, —no era mi agilidad para llevarlo a cabo sin dificultad —,fue que darme cuenta que ya sabía cómo actuar ante el problema y lo resolvía sin que me llevará mucho esfuerzo en hacerlo. Era impresionante, para mí más, descubrir la energía y fuerza que guardaba mi cuerpo aun en momentos que parecía que no podría seguir. Penz me explico el porqué de eso, pero no era lo mismo oírlo que comprobarlo. Era como si siempre estuviera guardando una reserva extra para dar más cuando ya había superado el límite.
Después del enfrentamiento con Cameron, me puse a pensar detenidamente en cada detalle de mi reacción al tratar de defenderme de él. Fue extraño. Yo no tenía ni idea de que sabía que podía llegar a defenderme de esa manera tan feroz, tan vertiginosa. En ese momento no lo hice, pero supongo, que por instinto yo pudiera llegar a atacar a alguien que trata de hacerme daño de otra manera, no así, actuar de aquella forma cuando me siento amenazada. Aunque ahora que lo pienso mejor, lo que tengo que decir es que yo no recordaba que podía llegar a defenderme de esa aquella manera tan implacable.
En el calor de sentirme amenazada, acorralada por lo desconocido, solo atine a reaccionar de aquel modo.
Aunque he de confesar que hubo algo más que me hizo querer atacarlo así, querer desaparecerlo de mi vista, de mi mente.
Su voz recorrió mi cabeza como niño en búsqueda de su juguete favorito, camino por dentro de mí como si supiera por dónde debía ir para encontrarlo, y eso no me gusto, no me agrado para nada.
Era una sensación tan extraña, tan invasiva, pero conocida a la vez.
Por primera vez, aparte de los sueños que me perseguían y de las cortas imágenes con voces de fondo, hubo algo que por fin pude reconocer como parte de mi pasado. Como algo mío, realmente mío y lo puede tocar. ¿Y qué fue lo que hice? Temerle. Me dio miedo. No sé por qué razón, pero temí: a lo desconocido de la verdad, a la realidad, a lo que fui, a lo que sería si preguntaba más de lo que estaba dispuesta a soportar.
Sentí, estúpidamente llegar a pensar que, con lo que ya sabía de mi ayer era suficiente. Comprobarlo ya sería una tortura que no estaba dispuesta aguantar...Por lo menos por ahora, no lo quiero enfrentar. Creo por eso vi en aquella figura que se guardaba en medio de aquella oscuridad nocturna un escape a lo que él estaba a punto de decirme. Si, vi miedo, no el suyo, sino el mío reflejado en aquella bala que me arrastró a un pozo lleno de imágenes y voces que me seguían desde entonces.
No pude evitar reírme con amargura de esta situación que llegué a modo de conclusión el martes cuando me atreví a mirarme en el espejo de mi nueva casa de seguridad; después de tanto luchar, rogar y casi mendigar a mi mente un recuerdo de verdad, cuando tuve la oportunidad lo primero que hice fue correr del otro lado para no enfrentar lo que soy en realidad.
Pero que estúpida fui. Ahora me tortura aquellos retazos de imágenes que algún día viví.
Temí saber más de aquello que solo escuché y vi a través de unas fotos, unos documentos. No es lo mismo que te lo digan, a que te lo demuestren. Y solo alguien como Cameron podía demostrarme aquella verdad que odio y me ha llevado a este lugar, justamente a este espacio donde sigo sus pasos por el pasillo iluminado por unas luces que parecen en cualquier momento morir. Me detengo, unos pasos lejos de él, dejo caer mis hombros junto a mi respiración, y solo cuando me da la señal, me acerco hasta él.
—Vez esta hermosa mesa —Señala con el dedo mientras una sonrisa casi paternal se adueña de sus labios. Asiento y él vuelve su mirada hacia mí. —, quiero que armes una de ellas. Haz demostrado mucha destreza a la hora de defenderte, ahora quiero ver que...Oh, buena elección Baermann.
Me dieron ganas de reír cuando dijo eso ultimo. Si fuera verdad, eso sería grandioso. Tuve la oportunidad de decidir bien por primera vez ¿y qué hice?.
Y es que tan siquiera enfrentarme a alguien de aquel lugar, que si me conoce, que si puede decirme quizás el motivo que me llevó a hacer esas cosas, que me llevó a...matar...¡Maldición! Él me hubiera iluminado un poco más el camino.
Pero me inundó el miedo y la cobardía.
¡Y bienvenido sea mi temor!
Eso fue lo que pasó. Fui una miserable cobarde que lo único que hizo cuando tuvo la oportunidad de tocar un poco más allá el sabor de la verdad, hizo todo lo contrario, arremeter en su contra fue lo que hice.
Recordando lo molesta que me hizo sentir mi propia cobardía; encajo el cañón en su lugar, asegurándome de que las depresiones llanas del cañón están alineadas con las depresiones llanas del encaje del cañón. Oprimo el retén que lo sujeta, enroscar la tuerca fijadora, vuelvo a soltar en reten y aprieto la tuerca para asegurarme de que está bien sujeta.
La primera parte está hecha, y por la cara del sargento Koch, veo que lo hice bien.
Me desplego por la mesa ya que las piezas están esparcidas por doquier, y mientras lo hago vuelvo a cuestionarme el por qué demonios hice eso. Pude preguntarle millones de cosas, todas mis dudas, y preferí hacer todo lo contrario. —¿Quién soy?— ¡Qué clase de pregunta estúpida fue esa! Solo pregunte eso una vez, en el fondo sabía lo que él podía llegar a responderme, por eso lo agredí. Luche, no contra Cameron, sino contra aquel maldito pasado que me asfixiaba en aquellos recuerdos que apenas si lograba encajar en mi mente. Como quisiera extinguir aquel sentimiento que me oprime, que me hacía sentir tan minúscula, tan mierda como persona.
Encuentro el cerrojo y el conjunto del resorte de recuperador en una esquina y con rapidez vuelvo a encajar todo en su lugar, por último, halo hacia atrás el cerrojo e instalo el receptor. No muy lejos veo la tapa del cajón de los mecánicos, encajo el borde delantero debajo de la mira delantera y oprimo firmemente la parte trasera hasta que quede bien encajada.
—Se suponía que mi misión era ayudarte a trabajar en solitario —habla mientras yo hago el montaje de la empuñadura —,pero por lo que he notado no creo que mi ayuda sea de mucha utilidad.
Encajo el perno de desmontar en la empuñadura de pistola desde el lado izquierdo, le miro y le digo:
—La experiencia siempre es buena, pero un sabio con experiencia es mucho mejor.
Termino de plegar la culeta, cargar la UZI y amartillar el arma después de colocar el cargador lleno, asegurándome antes del selector de fuego esté en posición seguro.
—¿Cómo sabías eso? —lo miro sin entender su pregunta —. Lo de la empuñadura agarrado con la mano. Eso siempre ha sido un problema para algunos, se les olvida. Y a la hora de correr el botón amartillador hacia atrás todo esto vuelve un caos.
—No sabría decirle, solo...lo hice.
—Y sin miedo alguno.
No respondí.
Miro el subfusil en mi mano, armado complemente y me le quedo viendo. No tengo miedo a un arma, a disparar, a la gente, a pensar para conseguir mi objetivo pero si le tengo miedo a eso que se ve de lejos tan insignificante. Conozco mis limitaciones, en estos pocos meses he sabido distinguir cuales son. Desde afuera, aquel que no me conozca, creería que ellos son mis temores, pero no. No tengo miedos, tengo un solo, uno que de lejos se ve inofensivo, inocente e incluso tranquilo, pero no es así. El sale arrastrándose como animal ponzoñoso, como gas tóxico. Me rodea en un aura que tiene una promesa. El muy desgraciado es escurridizo y sabe cómo a salir a flote para amedrentarme, aislarme. Y ese, si se lo propone, fácilmente me puede volver parte de la nada, cenizas que se tiran al viento y son olvidadas.
No puedo permitirle que siga.
No dejaré que avance.
No le dejaré más cabida de la que ya tiene en mí.
¡Basta!
Si tengo que tirarlo al fango del olvido donde están mi desgraciados recuerdos, lo haré.
Si una bala, dos, tres, ¡siete balas! Tienen que cruzar por donde mí para hacer que no continúe, pasarán. Es mi enemigo, el número uno, el único. No le permitiré más, ni un poco más. Si llego hacerlo, si tan solo me descuido un segundo, es capaz de acabar conmigo en menos de un pestañeo.
—¡Tirados! ¡Reconocer blanco! —Al escuchar la señal del sargento Koch disparo consecutivamente en aquella imagen que simula un cuerpo y cuando mi cartucho se queda vacío miro satisfecha el resultado de aquel hilo recto de puntos vacíos que se vislumbra desde la cabeza hasta su estómago.
Nadie, de los hombres que están a mi izquierda dice nada: tres de ellos me ven de reojo, uno como si yo fuera poca cosa y el resto del equipo como una desgraciada afortunada que corrió con un poco de suerte, solo eso, suerte.
Llevo solo unos pocos días en entrenamientos con estos hombres que tiene semanas en esto, ya he salido a dos misiones con ellos como equipo y aun me siguen viendo por encima del hombro como si yo fuera una débil con cáscara de rudeza, ni me inmuto ante eso. Aunque no lo digan, ellos me menosprecian por razones que no me he molestado en saber pero me hago la idea ya que el al líder del grupo es Luther, y mi relación con él es como la del agua y el aceite, que por cierto, el lunes, cuando llegue, se encargó de darme una "maravillosa" bienvenida un día después del incidente en la cabaña que aún me tenía un tanto tocada.
Fue muy incomodo al principio estar con ellos, aunque se finaliza la semana en pocas horas, sigue siendo igual de incómodo que el lunes. Andrea fue compasiva conmigo y sostuvimos una pequeña conversación el martes, donde me hizo saber que ellos ya estaban constituidos como un grupo antes de que yo apareciera de la nada y entrará a formar parte de su grupo, casi una igual a ellos. No era porque fuera mujer con habilidades, era la forma en cómo había parecida ante la vida de todos ellos. Eso lo entiendo. Pero ellos, en especial Luther, no hicieron las cosas fáciles en un principio, bueno, tampoco es que lo hagan ahora.
El muy maldito, a pesar de que le salve el culo en la primera misión en terreno, sigue haciendo de mi estadía en la agencia un infierno. No esperaba, después de que le dispare en la sien a aquel hombre que estaba a punto de dispararle por la espalda, una fiesta por eso, pero por lo menos un mísero gracias, un gesto que me dieran a notar eso, o, que me dejara en paz.En cambio ¿qué recibí? Una mala mirada, malestar por la ayuda y una actitud del mismo infierno cada vez que estábamos en entrenamientos con su grupo, porque después de aquella vez, no volví a salir a ninguna otra misión fuera.
Imbécil.
No es que quiera que fuéramos los mejores amigos, pero una buena harmonía en el trabajo es indispensable para llevarlo a cabo, y este tipo de trabajos, no era la excepción. Si no hay unión como compañeros y nos comunicamos entre todos, fácilmente esta misión de El Maestro se iría a la misma mierda. Por eso mejor preferí solo ver, callar y acatar las órdenes del líder del grupo: me defiendo mejor con los hechos que con las palabras. Porque si digo lo que pienso o la impotencia que llego a sentir cuando estoy cerca de él, las cosas se pondrá peor que nuestro primero encuentro.
Se nota que está cumpliendo lo que me dijo aquella vez.
Está tratando de volverme nada.
—¿Puedo sentarme aquí? —pregunta la voz grave de un hombre.
Dejo el tenedor a medio camino y miro al castaño arrugando mi entrecejo cuando entiendo lo que me dice. Miro a mi alrededor y veo algunos de los pequeños grupos hablando animadamente en el comedor, que por cierto, tienen asientos vacíos. El lugar es amplio, con una pared de cristal de fondo, dejando ver el verdor de la amazona que rodea el escondido lugar. Siempre elijo esta parte, dándole la espalda a todos y perdiéndome en lo que sucede cuando veo una hoja caer, cuando veo que se mueve por la caricia que le hace la brisa, por cosas tan pequeñas y que me hace sentir paz.
Vuelvo a subir la mirada hasta sus ojos chispeantes y le pregunto:
—¿No hay más asientos disponibles?
—¿No te han dicho que tienes una actitud poco agradable?
—¿No te han dicho que no me importan lo que piensen de mi actitud?
—¿No te han dicho que a mí tampoco me importa lo que otros piensen de tu actitud? —comentan dejando su bandeja frente a la mía —.Pienso que tienes buena actitud, un poco borde y mierda, pero buena al final. ¡Me encanta!
—¿No te han dicho que es de mala educación hacer las cosas sin recibir el permiso? —le pregunto al ver que toma asiento y comienza a picar su comida con el tenedor como si le hubiera dicho que si se pudiera sentar.
—¿No te han dicho que es de mala educación dejar esperando a la gente? —sonríe y me apunta con un brócoli —.Si vamos hacer amigos, ¿pero qué estoy diciendo?. Si vamos hacer los mejores amigos debes tratarme un poco mejor, ¿no crees?.
—Número uno: No, no me lo han dicho. Y número dos: ¿Estás mal de la cabeza?
—Número uno: Me alegro de ser el primero en decírtelo. Y número dos: ¿No sabías que somos los mejores amigos del mundo? Y no, no estoy loco. —Extiende su mano hacia mi mientras la otra lleva el tenedor hacia su boca y con ella llena de brócoli se presenta: —Mucho gusto, yo soy Jakob, a partir de ahora tu bez fries. Disculpa, mi ingles es como tu actitud, una mierda pero entendible.
Su boca se mueve enérgicamente devorando aquel brócoli y mi cara se contraer porque es algo desagradable la manera en cómo está masticando, claro, también por la conversación tan extraña con él.
—¿No vas a tomar mi mano? Tómala, aún no muerde mejor amiga. —Insiste.
—¿Seguro que te sientes bien? Puedo buscar a un médico y que...
—No hace falta que te presentes, sé perfectamente quién eres —dice, callándome.
—Ah... Verdad, eres mi mejor amigo y como tal debe saber todo de mí.
—¡Ah! No lo sabía por eso —resta importancia con el tenedor mientras decide con la mirada que elegirá. Como si tuviera buena opciones en aquella bandeja compuesta por un plato de verduras hervidas, una manzana y jugo de textura y color extraño —.Tu apellido es el más mencionado en los vestidores de los hombres, eres la sensación querida.
Mis cejas se juntan, casi formando una sola, él lo nota y su mirada pasó de ser pequeña a unos enormes ojos claros preocupados.
—No, espera, lo dije mal. Bueno, si es mencionado, pero no del modo en que crees que es mencionado. ¿Me doy a entender?
—Eso creo Jakob. No te preocupes, me hago una idea de cómo mi apellido es mencionado.
Una idea no es precisamente lo que me hago, lo que en realidad hago es un mundo.
Mi apellido no es cualquiera, tengo la "bendición" en el mundo de las desgracias de llevar el apellido Baermann, el mismo que viene siendo investigado por años y apenas si se la ha encontrado algunos pormenores raros, pero no demostrables, son más las conjugaciones en su contra que las pruebas que lo incriminen. Ahora mismo mi apellido no está dominando el puesto número uno en la cartelera de los buscados, pero si es uno que se conoce bastante bien aquí en la OFIC. El dominio y poder que Diego Baermann comenzó a tener prácticamente de la nada lo hizo un punto blanco de investigación, pero cuando yo aparecí en el juego para trabajar con él, aquello que era apenas un árbol con uno que otro frutos maduros, conmigo floreció como el árbol más poblado por sus frutos únicos e inalcanzables.
Ahora, con su muerte, las cosas del lado oscuro de él parecen comenzar a agitar aquel árbol. El fruto está cayéndose al piso y alguien está recogiendo la cosecha, atribuyéndose que ahora es de él, que es el nuevo dueño y lo quiere reproducir como nunca antes Diego Baermann pensó en hacerlo. Nadie conoce su rostro, se sabe que es un él porque uno de los infiltrado en el grupo de Diego logró estar en una reunión de ambos hombros, pero no logro ver su rostro, nunca se mostró ante Diego Baermann, solo fue su voz lo que se exhibió ante aquel hombre de años que parecían solo hacerle bien.
Le llaman El Maestro, el hombre con mil caras y una voz de hielo. El cielo es su hogar y la tierra un terreno que no se da el placer de pisar, solo lo hace cuando es oportuno para su negocio.
El quiere avivar la llama que había dejado Diego Baermann, la quiere hacer crecer a su manera, y eso, según lo que he escuchado, no sería para nada bueno. De por si a Diego le tenían miedo, algo que él creía era respeto. Era reconocido en los bajos callejones de Alemania, donde reinaba solo un poder, el de él. No conozco a profundidad cuáles fueron sus alcances, pero por lo visto sí que llegaba lejos con tal de conseguir lo que quería. Y por lo visto, El Maestro, es capaz de eso y un poco más.
—Bueno... Tienes un apellido...—Medita aquella palabra por unos segundos, pero al final decidí ayudarlo.
—De un criminal, que no se te haga difícil decirlo.
—Las dicho tú, no yo.
—Mi apellido es simplemente mi apellido —le digo a Jakob —.Que lo lleve no quiere decir que sea igual a él. Yo soy Luz Baermann no Diego Baermann. Él y yo somos distintos... ahora somos distintos.
El pasado es eso: Un recuerdo del ayer que marca el presente del hoy, de lo que soy hoy. Sí, mi pasado es una pesadilla que me sigue a donde voy, pero yo hoy tengo la oportunidad de crear un recuerdo del ayer mejor, uno donde reine lo que siento que soy en realidad y no uno donde soy el títere que era en aquellos años donde hacía lo que él quería. Yo era la huella que él dejaba a su paso, la rostro que daba frente a sus enemigos, la mano que tiraba del gatillo, el peón que no daba un golpe si una orden, eso era. La frialdad era mi piel, así como la sangre que corría por mi era agua, no pesaba más que las ganas de obtener lo que él quería. Pero ya no soy más ella, no soy más así, no lo soy.
—Se nota que no eres como él —Su tenedor señala mis ojos —, se nota en tu mirada determinante. Puede que compartan la misma sangre, el mismo apellido, pero no eres igual a él. A veces las personas tienen estúpidos prejuicios, les place señalar la mierda de otros para no ver la basura asquerosa que tienen a su alrededor.
—Tienes razón.
—Querida, siempre la tengo.
Asiento y terminamos de comer en silencio, en uno agradable donde las palabras no fueron necesarias hasta que él termino con su comida. Se despidió señalándome con su tenedor y con la promesa de volver para almorzar juntos mañana, me sonrío y se fue dejando una estela agradable en el ambiente. Su espalda no era para nada ancha, se notaba el ejercicio, pero no al punto de la exageración como algunos de los de aquí. Posee un porte jovial, quizás de mi misma edad o cercano. Aquella barba cuidada podría darle una apariencia mucho mayor, pero en realidad no lo hacía, lo que si lograba era realzar la suavidad de su piel con la claridad de su mirada que se ocultaba detrás de una gafas para poder ver mejor. Su andar era un tanto chistoso, es como su personalidad: chispeante y notoria.
Sonreí una vez vi que se desapareció por completo por el largo pasillo de la agencia. Miro mi plato a medio comer, pico unas cuantas veces y di por perdido que terminaría aquella ensalada desabrida. Tomo la manzana roja y la bandeja la dejo donde antes lo había hecho Jakob. Mordisco tras mordisco, mucho mejor que aquella cosa, camino por el pasillo, deteniéndome en las esquinas y estirando mi cuello para ver algo más. No todo llamaba mi atención, en realidad nada de aquí lo hacía, pero era mejor que estar sentada hasta que llegara mi custodio y me dejara en mi nuevo "hogar".
Mi hogar.
¿Acaso el mismo concepto que tengo yo de hogar lo tienen todos?. Si es así, que asco.
Por lo menos era una casa un poco más amplia y estaba dentro de la civilización. Podía escuchar ruidos provenientes de otras personas, de la noche iluminada por la vida y no de la soledad que me hablaba cuando el sol me decía adiós. No quiero ser desagradecida, fue una buena compañera la muy condenada. Me escuchó sin mirarme de aquella manera que me hacía sentir tan inferior a los demás. Pero como me hacía sentir la muy maldita, ¡me abofeteaba con el látigo de la sinceridad!. Y mira que ardía, quemaba aquella verdad que ella me ayudaba a descubrir en medio de aquellas noches donde solo éramos ella y yo.
A veces un poco de ruido no cae mal.
A veces uno quiere escuchar algo más, algo que no lastime.
A veces, solo a veces, la compañía nunca está demás.
—¡Aquí estás! —Mi manzana cae al piso y rueda hasta los pies de Andrea que se disculpa con la mirada —. No quise asustarte.
—No hay problema, yo era la que estaba distraída. —Me agacho y recojo la manzana —.Este lugar es enorme y siempre termino perdiéndome.
—Necesitarás de meses para recorrerlo entero, es muy grande y todos los pasillos de cada planta se conectan uno con otros. Es muy fácil perderse aquí. Esto es como un... una especie de laberinto.
—Sí que lo es —comento mirado a mi alrededor las paredes tenues iluminadas solo por las ventanas que rompen con su exterior la armonía del interior del lugar —. ¿Y para qué me estabas buscando?
Un gesto algo incómodo se aprecia en su rostro bronceado. Hecha su cabello largo y negro atrás de su oreja. Muerde su labio inferior y después deja escapar el aire, resignada.
—Tenemos el testamento de Diego Baermann en nuestro poder y...— Mira sus manos y luego a mi —...eres la única heredera de él.
—Pero...
—Tu familia aún no sabe eso y cuando eso suceda tendrás que prepárate para la furia de todos ellos. En especial a la de Amalia, tu abuela.
—Creo poder con ellos, no hay problema.
—Ese no es en realidad el problema, ellos no lo son...por lo menos no tanto. Pero resulta que eso no estaba en nuestros planes, aunque no es malo, podrás trabajar desde la presidencia y darnos mejor información.
—Andrea, andas con mucho rodeos. ¿Puedes ir directo al grano? Dime lo que en realidad me quieres decir —insisto al verla hablar y gesticular con su manos de aquella forma poco inusual en ella, además, tiene en tic que ella hace involuntariamente de poner casi todo su peso en la pierna izquierda. No creo que el testamento, la incomodidad de los Baermann o todo lo concerniente a ellos y los negocios sea lo que en realidad ella quería decirme.
Me hace una señal y me ubicado a su lado siguiendo sus pasos hasta el ascensor. La miro de reojo una que otra vez, no dice nada y mi curiosidad solo va en aumento. Los números suben y suben hasta detenerse en el piso 6, las puertas de metal se abren y lo primero que noto son las miradas inquieta, molesta y cansada de Penz, Luther y Schmidt.
La primera en dar un paso fuera es Andrea, me observa con aquellos grandes ojos castaños, alentandome a salir del ascensor y seguirlos. A diferencia de la primera planta, este piso es menos armonioso. Las paredes son de un tono grisáceo y en cada una de ellas, mientras pisaba por donde ellos iba, cuelgan fotografías en blanco y negro de hombres y mujeres, y a veces, después de cada tres imágenes con aquellos marcos negros brillosos, aparece la imagen de un paisaje.
—Andrea, ¿ya le dijiste? —pregunta Schmidt en medio de un bostezo que parecía no acabar.
—Ella no tiene por qué estar aquí —reclama Luther.
—No comencemos con eso de nuevo —advierte Penz.
—Aún no Schmidt —responde Andrea mirando de reojo a Luther y diciéndole algo con la mirada que él contesta mirándome, dejando ver la molestia que le ocasiona mi presencia.
Llegamos hasta una enorme puerta que hacía el papel de pared, se podía ver lo que seguía en el fondo del pasillo pero se notaba que pocos tenía el permiso para entrar. Schmidt, como va delante, ingresa un código y luego su huella.
—¿Me pueden decir qué está pasando? —me atrevo a preguntar una vez la puerta se cierra detrás de mí.
—Encontramos algo...¿interesante? —Andrea mira a Penz y este asiente —.Sí, se encontró algo muy interesante en la bala con que te dispararon.
—¿Interesante? —pregunto —¿Qué se puede encontrar de "interesante" en una bala?
—Información Baermann —contesta Schmidt.
Hola, hola caracoloa...¿como están? Tarde, pero seguro el capitulo 4.
Me encantaría saber, ¿qué opinan del desarrollo de esta historia? Me encantaría conocer su opiniones y teorías de quién podría ser...
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