Capítulo 2
No aparto la mirada de mi objetivo a pesar de que siento como las pulsaciones de mi corazón se incrementan en un apresurado y arduo latir.
Jadeo, sintiendo el cansancio, el agotamiento de los kilómetros que llevo corriendo sin detenerme, es raro, sé que tengo que descansar pero no puedo parar de correr. Miro al frente, y a pesar de que siento que mi cuerpo me pide a gritos que me detenga, que pare y no luche contra la corriente, no puedo, continuó mirando ese punto sin fin que tengo delante con recelo y sigo, sigo corriendo como si no hubiera fin.
Inhalo unas cuantas bocanadas de aire que expulso por la boca rápidamente para lograr tener más resistencia sobre lo que estoy haciendo, sobre lo que haré.
Hilos de sudor se deslizan por mi frente, por mi pecho, por mi espalda mientras el palpitar de mi corazón se aviva con más ímpetu dentro de mí. Lo escucho golpear fuertemente en mi interior, me ínsita a detenerme, a llenarme de nuevas energías para continuar hacia ese final que se siente tan eterno, tan inalcanzable, tan lejano.
Siento esa sensación cosquillear las yemas de mis dedos, si tan solo...un poco más...un...poco...no pue...puedo...
Aún no es tiempo para saborear de ello.
Empiezo a sentir la traición de mis fuerzas y la victoria del cansancio, me saluda y me seduce para que acepte su invitación. La miro, desde su trono, y con lo que aún queda de mí sigo corriendo en medio de la carretera solitaria: corro para llegar, para huir, para ganar o para perder, pero corro con lo que queda de mí hasta que siento que no puedo más; mi pecho amenaza con reventar, mi corazón con salir y palpitar desde afuera.
Tomo aliento cuando me detengo en medio de una neblina espesa que cubre parte del camino, caigo de rodillas y lloro la rabia que me arde, que me duele, que me lastima.
Queman, mis lágrimas me queman.
Las llamas de mi sufrimiento rodean mi cuerpo cansado, agotado de una pelea contra alguien que no logro ver ya que es tan cobarde y mezquino que se esconde detrás de un velo oscuro. Desde ahí, de vez en cuando, saca su mejor artillería y me dispara, pero no me mata. Me hiere y me observa con su oscura sonrisa desde su sombrío escondrijo logrando que yo me llegue a cuestionar sobre esta guerra...¿Contra quién lucho? ¿Contra qué lucho? ¿Para qué lucho?. Muy bien puede ser contra ellos...contra mí, solo sé que peleo contra alguien que me supera, me conoce y anticipa mis movimientos para atacar antes y dejarme sumida en lo que hoy conozco como mi mente.
Y a esa pelea, con toda honestidad, le tengo el más terrible de los miedos.
Me rodea con su esclavitud y no se tienta en arrástrame, en hundirme en un mar que me golpea, me asfixia, me atormenta, me destruye como el buen maestro de la tortura que es. Sus palabras ausentes me envenenan mientras me mira desde su trono donde se encarga de hacerme saber que yo no soy más que una creación, su dado que tira y apuesta a ganar.
—Si supieras el efecto que tus palabras causaron en mí estarías lleno de dicha —digo —, las conseguido, has comenzado a destruirme y no me has puesto un dedo encima.
Dejo caer mis párpados lagrimosos, me hundo en el pavimento y el recuerdo de aquella mañana donde su aliento golpeaba mi rostro como las balas de aquella pistola que seguramente quería descargar en mí, me asaltan con vehemencia.
Su mirada era determinante. Dos pozos oscuros. Directos, que si me descuidaba, me sumergirían en su yugo.
Aun siento su tacto en mis muñecas, su cercanía en mi cuerpo, su aliento en mi nariz. Pero sobre todo su suplicio, sentí su martirio, aquel que le salía por los poros de la piel.
—No tienes una idea de cómo me alegro de no hubieras muerto —admite con una felicidad poco creíble —, eso sería como un regalo para ti.
—¿Crees acaso que esto es un regalo? ¡Qué mi vida ahora mismo es algo que debo agradecer! —le digo entre dientes.
Ríe con cinismo y niega cuando su risa se convierte solo en una línea.
—Deberías de agradecer por la vida que tienes, claro, la de ahora. Porque la que tenías antes era una porquería, una inmundicia. No sé ni cómo a eso se le podía considerar vida.
Sus palabras me hacen sentir como una rata de alcantarilla.
Según tengo entendido mi vida, antes de que fuera parte del mundo oscuro de Diego Baermann, era bastante "normal". ¿Qué sucedió? ¿Qué fue realmente lo que pasó para que yo cambiara? Es no lo sabré hasta que recupere mi memoria.
Era una adolescente que vivió gran parte de su niñez hasta los 19 años en un internado de gran prestigio a las afueras de Berlín. Una vez salí de aquel lugar que fue mi hogar por años, fui una mujer completamente diferente, una réplica mejorada de Diego Baermann.
—No, no te preocupes por nada ahora. En mis manos estas mucho mejor que en otras que sí anhelan quererte en su dominio.
—Entonces, ¿debo agradecerte? —siseo.
—Sí. Porque si no ahora mismo estarías rogando. Aunque quien sabe, dudo que sepas que es rogar. —Me suelta dejando malestar en mis muñecas que tienen sutilmente la marca de sus dedos. Se aleja unos pasos sin dejar de mirarme y es ahí donde siento que vuelvo a respirar. Trago, humedezco mis labios y me pego aun mas a la pared como si pudiera meterme en ella. Él no hace más que mirarme, a una distancia, que si quisiera volver acorralarme, fácilmente lo puede lograr.
—De mi no tienes que tener miedo Baermann, por ahora no tienes que tenerlo.
—Entonces —Miro ahora su espalda guardada en una chaqueta de cuero marrón —,¿de quién si debo tener miedo entonces?
—De ti misma.
Me observo en el espejo de cuerpo completo y miro la imagen de aquella mujer con desprecio, con rencor mientras ella me ve diferente y eso me hace odiarla aún más, querer destruirla y volverla polvo para que se la lleve el viento lejos de aquí, lejos de mi. La que me mira es la que quiero ser pero no soy, ¡no soy ella!.
La odio, debió morirse aquel día.
Algunas de esas balas debieron matarla.
Mis apenas perceptible cicatrices en el abdomen y una en el pecho, cerca del corazón, me hacen sentir ajena al reflejo de ella que se ve tan limpia, genuina. Solo compartimos algo, un tatuaje sin sentido que cubre gran parte de mi espalda: Un triángulo invertido con líneas y formas extrañas en su interior.
Recorro aquella mujer desde la punta de sus pies hasta quedar a la altura de sus ojos, me acerco y ella también lo hace. Parece no tener miedo. Toco su cara, sus labios y a diferencia de cómo me siento, ella tiene una mirada diferente a la que tengo yo.
¡La odio! ¿Por qué hizo tanto daño?
¡Te odio! ¿Por qué lo hice?
Detengo el andar de mis dedos en su rostro libre de pecados y los vuelvo un puño.
—¡Ah! ¡maldita seas! —Golpeo el espejo en busca de un alivio que no encuentro. La golpeo, tratando de borrar esa inocencia de aquel rostro que tiembla bajo mis golpes. No desaparece, su ingenuidad no desaparece, al contrario, ahora una curva se forma ahí, justo donde ahora la mía teme.
Me sonríe, la desgraciada me sonríe y yo la golpeo otra vez. Ahora con dos puños y ella se sorprende. ¡Otra vez! La sonrisa de sus labios se vuelve angustia. ¡Otra vez! Su mirada se convierte en miedo. ¡Otra vez! Ella se quiebra. ¡Otra vez! Tiene dudas. ¡Otra vez! Tiene pena. ¡Otra vez! Me ve con compasión. En mi último ataque siento el dolor de ella introducirse en mí a través de minúsculos cristales. Ella, a pesar de estar rota, temerosa, me observa con una determinación que nunca logre quitar, y me refugia, me abraza en una seguridad que siento lejana, pero fiable de que un día yo también la llegare a sentir.
Me abrazo en el refugio del frío del piso y dejo que todo lo que siento salga...otra vez, recordando cómo fue que termine en esta pequeña casa olvidada cuando acepte mi única opción.
—No miento, lo juro. —La angustia y desesperación parecen hablar por mí.
Me mira por unos cortos segundos que se ven interrumpidos por sus flamantes pasos, camina con una quietud que parece imposible que un hombre como él, después de lo vivido hace unos minutos atrás, pueda poseer.
Su mano abre otra carpeta que apenas si había reparado en ella. Busca, desesperadamente, y al encontrarlo lo desliza a un lado. Lo mira con anhelo y esperanza, como si la espera de su deseo se convertirá en realidad ahí mismo. Pero no, eso no va a suceder y él se da cuenta de ello golpeando la mesa haciéndola temblar.
—Cometiste un error Baermann, un solo error. Y es por el que hoy estás aquí parada ante mí, yo no soy tu verdugo como crees. Solo queremos una cosa de ti, una sola cosa.
—¿El qué? —pregunto sin miedo a su respuesta.
—Ayuda, necesitamos tu ayuda —habla una voz tierna, suave como la brisa y delicada como el amanecer del sol.
Sus ojos café brillantes me observan con un deje de ilusión que se puede casi sentir si tan solo me decido a saludar aquella mano que sigue extendida hacia mí, pero declino de ella y solo asiento en forma de saludo. Ella retira su mano y la guarda dentro de su gabardina negra.
—Ahora eres la única que puedes ayudarnos —repite nuevamente Andrea.
—Sera algo mutuo, tu ayuda a cambio de nuestra ayuda —dice el hombre que está detrás de ella. Da un paso y estira su mano en mi dirección, la miro y hago lo mismo que con Andrea pero él da dos pasos más y toma mi mano. —Soy Schmidt, espero no me hayas olvidado tan rápido.
—Yo no...No entiendo. Yo no recuerdo nada, apenas si me familiarizo con mi nombre...¿Cómo puedo ayudarlos yo a ustedes y ustedes a mi? —cuestiono, desconfiada de la presencia de ellos tres, de la situación también.
—Solo tienes una opción —habla ahora Schmidt.
—¿Cual? —no me quedo más que preguntar.
Miro su foto donde él sonríe, la agarro entre mis dedos adoloridos y la coloco en la pared justo al lado mío. Yo también le sonrío pero con amargura cuando le clavo una tachuela en su frente. Tomo el hilo rojo y comienzo a entrelazar cada imagen, cuando termino me hago hacia atrás, cayendo en el borde de la cama, y dejo escapar un suspiro cuando me doy cuenta que el juego apenas si está comenzado.
Me voy a la cama con un solo pensamiento: "Uno de ellos debe ser, uno de ellos tiene que ser".
El sol acaricia mi rostro mientras respiro al compás de mis pies que corren por la carretera poblada únicamente por los árboles frondosos. Sigo corriendo detrás de aquella meta final, pero nuevamente se siente lejana, inalcanzable para mí. A diferencia de ayer, hoy siento como mi corazón, mi respiración y mi correr van a la par, a la misma sintonía. No me siento cansada, agotada de un esfuerzo que parecía no provenir de mi misma a pesar de que era yo la que corría.
Tomo aire y voy bajando el ritmo a uno más lento pero igual sigo sintiendo como las rayas amarillas pasan con rapidez a mi lado mientras mi mente trabaja en todo lo estudiado para el gran día. No debe haber falla alguna, una sola y mi condena será aún mayor. Por eso me he enfocando hasta en lo más mínimo, hasta en aquello que parece inofensivo y puede alterar sus planes, como los míos también.
Una vez salga a la realidad que me espera, estaré más sola que nunca.
Salí del hospital una semana después de la visita de ellos, no tuve más opción que irme antes de lo previsto ya que uno de mis enemigos se enteró que aun seguía con vida y eso, para quien puso el precio a mi cabeza, significaba un peligro: Una oferta que a más de uno se les hizo irresistible desaprovechar.
Soy la piedra en el zapato de algunos.
Para ellos, que aún desconoce mi estado ya que la OFIC se encargó de tapar todo a la perfección, represento un peligro, uno inminente que sabe demasiado, más de lo que de lo que debería. Una bomba de mecha corta que no se tienta la mano para destruir lo que le estorba, lo que le molesta. Una calculadora de números que se encargaba de aquellos negocios que no le convenía en los tratos que tenía con Diego Baermann: Los hacía desaparecer, los volvía nada, luego los adquiría y así no solo tenía dominio de ese negocio también del dueño. Esa era una de las maneras "legales" con las que llenaba de millones a Diego Baermann como al mismo tiempo me llenaba del odio de unos cuantos.
Después de aquella amenaza que casi se cumple, el hospital ya no era seguro para el amuleto de la OFIC. No me podía pasar nada, ni un rasguño. Yo sería que los llevaría a desmantelar a una importante organización de traficantes de joyas preciosas y ahora personas, como también dar con un líder mafioso peor que Diego Baermann en sus tiempos de gloria.
Yo soy la llave que abrirá sus puertas.
—¡Ni se te ocurra tirar la puerta! —aviso a Schmidt, que note, mientras caminaba de regreso a la cabaña con la intención de partir la puerta con aquella mano —.Como pueden ver no me escape si era eso lo que les preocupaba.
—Y si lo hicieras te encontraríamos con la misma rapidez en lo que pensaste esa posibilidad —habla Luther.
Los miro a los tres y luego señalo mi tobillo con el brazalete de monitoreo que no deja de parpadear si intento cruza el límite.
—Chica inteligente, me agrada —dice Schmidt
—No es que tenga muchas posibilidades —Les doy paso para que entren a la casa que se convierte en un cuadro pequeño para la presencia de los tres, más que nada por la de Luther y Schmidt —¿A qué se debe el honor?
—Veo que desistes hacerme caso y comenzar a ojear el contenido —apunta Andrea mirando y pasado su dedo por la mesa que está hecho un desastre.
—No es que tenga mucho con lo que entretenerme aquí, así que no me quedo de otra que comenzar a conocerme.
—Y al parecer no fue muy grato saber quien eras —Luther mira el intento de espejo y luego a mí.
—Bueno, ¿a qué debe su visita? —pregunto.
Se miran entre sí.
Andrea es la primera en dejar verme que aquella visita no es para nada grata, veo su respiración incrementar y luego disminuir. Sus labios se juntan y después me invita junto con ademán a tomar asiento.
—Tenemos que adelantar los planes Luz —En su voz no había ni una pizca de gracia en ello.
—¿Por qué? —cuestiono.
—Diego Baermann murió —habla Luther —,y eso cambia nuestros planes.
Cada uno me mira en espera de algo, una respuesta puede ser, pero no llega. Solo asiento y espero a que alguno de ellos hable y me diga cual será el paso a seguir, pero no, no hablan solo se miran entre sí.
¿Qué debo hacer? Llorar no es una opción que me llegue como primera alternativa en estos momentos, si, aquel hombre de mirada confiable era mi abuelo. Más que eso, mi mentor. A él le debo lo que fui pero lo que soy ahora...lo que pretendo ser, no. No sé si en aquella oportunidad tuve la posibilidad de elegir. No sé si aquella fue mi única opción, pero ahora, ahora yo decido y elijo, a mi modo será.
Según Penz, puede que parte de mi cerebro este "dormido" pero aún hay una parte, mi memoria a largo plazo, que no está del todo afectada. Para yo descubrir con tanta facilidad que me gusta y que no, para distinguir el miedo, la rabia y la felicidad como la distingo yo tan rápidamente y no por supervivencia, le indicó a él que parte de mi cerebro guarda bien mis sentimientos y emociones. No recuerdo a Diego Baermann y sé que cuando lo haga mis sentimientos hacia él serán los mismos que siento ahora...Ninguno.
—Supongo que ahora las cosas se complican aún más.
—Ahora estás completamente sola Luz —me indica Andrea.
Sonrío y miro a la pared llena de fotos.
—No tengo problemas con eso, es mejor sola que mal acompañada.
No muy convencidos, se miran de nuevo.
A Schmidt esta situación lo tiene visiblemente incómodo, esto no estaba en sus planes. La muerte de Diego Baermann sin duda traerá más complicaciones de las previstas. Pero ni modo, en planes como estos nunca tienes que dar nada por asegurado.
Primera falla de su plan.
—Vas a recibir entrenamiento, serás una agente más del equipo —comenta Schmidt.
—Me encargare de insertarte en tu familia lo más rápido posible —dice Andrea.
—Estarás en mi equipo y te daré todas la herramientas para que puedas defenderte sola —aclara Luther.
—Cuando estés afuera, dentro del círculo de familia, harás con exactitud lo que se te pida en la agencia —añade Schmidt.
—Amigos y enemigos, todo lo vas a conocer a profundidad en esta carpeta —avisa Andrea—, cualquier duda antes de actuar consultame primero.
—Afuera solo tiene una oportunidad, lo desperdicies —aconseja Luther.
La noche amarga como ella solo sabe, me ve desde su altura y me invita a hacerle compañía. Le sonrió y aceptó nuevamente su invitación de reflexión que se volvió rutina las últimas tres semanas. La primera vez tuve recelo de ella, la segunda vez un poco menos y para el tercer día, con su silencio, me escucho. Fue fácil, ella escuchaba y callaba. Después nuestros encuentros se volvieron tan íntimos que hasta le di la oportunidad de verme llorar, en aquella ocasión, ella no callo, lloro conmigo por horas.
Tomo entre mis manos la taza humeante de té y me acomodo en el balcón con mis pies tocando la nada y sintiendo el frío de la noche. Tomo un sorbo y el calor comienza a bañar mi cuerpo de una sensación de gratitud. La brisa me abraza, mechones de cabello danzan a su son y yo solo puedo pensar, es lo mejor que hago, en cómo pude dejarme manejar de aquel modo, cómo pude haber hecho tanto tan descaradamente y sin la más gota de arrepentimiento.
Se perfectamente que no me arrepentía de lo que hacía.
Las fotografías que tomaron de mi, del antes, no dejaba ver a una mujer que fácilmente se dejaba intimidar por algo alguien. Mi mirada, mi talante, mi astucia, por ellas que las podía ver en aquellas pocas fotos, que lo menos que pensaba yo era en arrepentirme de algo.
Miro a la nada de las montañas que rodean mi hogar y dejo escapar un suspiro cansino, dejo de lado la taza a un lado, cierro mis ojos y descanso mi frente en la madera rústica del balcón.
Hago un movimiento con mis labios cuando un ruido que me estaba comenzado a incomodar se detiene, es de noche y sonidos extraños y molestos siempre se escuchan. La primera noche casi no logro conciliar el sueño debido a ellos, eran desagradables y persistentes, podía escuchar todo, desde el crujir de una rama seca hasta a los animales deambular por el lugar o los árboles.
Me levanto y voy a la silla, tomo la manta para cubrirme, me dejo caer junto con lo que queda de mi té y vuelvo a cerrar los ojos intentando despejar todo aquello que sé no me ayudara en lo más mínimo.
La madera cruje, las hojas se desprenden, el viento se agudiza y yo respiro a su melodía, a su paciencia y a su tranquilidad.
Mi mente viaja, lejos, aun lugar al cual siento muy familiar: El jardín es hermoso, verde y frondoso. Alguien corre, se puede decir que vuela por aquel verde pasto mientras ríe como si no hubiera fin. Y es que bajo sus pies la hierba pica y eso hace que corra y ría a la vez. Su cabello no es largo, pero llega a tapar su rostro aniñado. Sus manos, puedo ver sus manos pequeñas llenas de pulseras de colores, y su vestido, también puedo verlo mientras ella corre por el lugar. Es un vestido hermoso, colorido como ella. Alguien parece llamarla, no veo su rostro ni escucho su voz, solo una mano que brilla en dirección a la niña. Ella se detiene, se gira y...
—Te encontré tortuguita —susurra una voz que tapa mi boca con su mano.
Hola, hola caracola...¡Veo los comentarios! ¿Qué tal el capítulo de hoy? Oigan, ese Luther le tiene mala voluntad a la pobre Luz. ¿Qué le habrá hecho ella a él para que la trata así? Y por si fuera poco, su cabeza tiene un precio y con la muerte de Diego las cosas se tendrán que adelantar más de lo esperado. ¿Creen ustedes en realidad que esta alianza entre el bien y el mal funcione?
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