Capítulo 10
Nuestras miradas jugaron a comprenderse, a entender lo que pasaba por nuestras mentes ahora que por fin compartimos unos segundos donde solo hablaba el recuerdo, la desesperación de algo que puede ocurrir en cualquier momento, ahora mismo si ambos lo permitiéramos.
Pero no, no puede ser.
Lo puedo intuir en ese destello de verdad que logro ver por un corto e imperceptible segundo, donde un gesto en su mirada me lo grita, me lo advierte, me dice que ahora no puede ser, que debo continuar con lo que él ya dio por hecho.
Él, aunque me mira de aquella manera, finge. Él miente haciéndole creer, no solo a mí, también a todos ahí, que no se acuerda de mí, que no me conoce, que está sorprendido de verme esta noche cuando en realidad me esperaba, desde hace mucho él esperaba que este encuentro volviera a suceder. Solo había algo que le impedía hacer lo que él no pudo hacer aquella noche, algo que lo orilla a mentir y refugiarse en una verdad, que por el momento, lo mantiene seguro.
Pero, ¿qué es? ¿Por qué finge?
Su mirada acostumbrada a engañar se oscurece, se aparta y vuelve a mirarla a ella, a Amalia que le dice algo en medio de un susurro que hace que él me mire de reojo, fingiendo desprecio. Como si la voz de ella llegara hasta mi a través de aquellos ojos almendrados, llenos de pestañas y con dos puntos claros como el agua limpia; me incitan a compartir el velo de su mentira, me empujan a retractarme de cómo lo veo a él, me demandan a fingir así como él tan genuino lo hace creer. Y lo hago. Me uno a su fiesta y comparto un poco de aquello que no se deja ver, que no le da el lujo a cualquiera de sentirlo. Pero cuando quiere hacer notar su presencia, se propone con su imperial capacidad dar un poco de lo que muchos niegan: Es imponente, único y es el real.
—Es hora de que te enfrentes a él.
—Sé que esto no puede demorar más tiempo, pero...
—Pero, ¿qué? —Sus dedos toman mi mentón —. ¿Acaso tienes miedo?
—No es miedo lo que siento —confieso mirando sus ojos —, en realidad no sé ni que siento al respecto. Pero algo ten por seguro, esto no es casualidad. Él no me envío hasta aquí por que si, alguna razón hay detrás de eso. Y no me preguntes cómo lo sé, solo lo sé.
—Es inevitable preguntarte eso, tienes mucha seguridad en lo que afirmas.
Siento los dedos de Andrea llamando mi atención, cuando giro, me encuentro con sus ojos brillando por una preocupación que le cuesta disimular. Miro con discreción hacia ellos, tragando el recuerdo de aquella voz y la ansiedad que me genero, siento que ella también lo hará, que mirara hacia él y descubriría lo que él trata de encubrir con aquella mentira que no logro entender, por eso, antes de que los ojos de Andrea se encuentre con el rostro de él, sonrío en medio de un sonido que hago para que ella se vuelva a concentrar en mí. Aquello no logra calmar la llamarada en su mirada, pero por lo menos lo controla, apacigua de alguna manera aquella preocupación que he dejado al susurrar aquellas palabras.
—Es solo la cabeza —Llevo los dedos hasta la sien, sonriendo en medio de un dolor que no siento pero debo hacer creer que sí —.Me duele.
—Es mejor que vayas a descansar —Andrea comienza a caminar y yo la sigo sintiendo el peso de su disimulada mirada —.Un buen baño, taza de té y una deliciosa cama es lo que necesitas, pero pensar no. No te agobies. Has pasado por impresiones fuertes esta noche.
—Tratare de llevarme de tu consejo, pero me pides mucho.
—Sabes bien que no sacas nada agobiándote —.Toca mi sien —.A veces cuando dejamos de pensar la respuesta llega.
Nos despedimos en medio de un abrazo que, cuando nos alejamos, me dio a entender que quiere decirme algo más. Una pregunta quizás. Pero no lo hace. Sabía que no era el lugar para indagar en algo que se notaba me estaba quitando los espacios en blanco que existen en mi mente. Aunque tratara de corregir el error de hace unos segundos, haciéndolo pasar por algo insignificante, fue evidente para Andrea que algo, aparte de lo sucedido en la fiesta, me perturbó.
Luther tenía razón, huelo a miedo. Por más que trate de disfrazar ese sentimiento el sale de mi piel como si fuera mi esencia natural. Trato, con el mejor de los perfumes, deshacerme de su olor, de camuflajearlo por el aroma de la valentía. Pero este es más fuerte, contundente a la hora de sobresalir: Atraer como la miel a aquellos que quiero lejos.
Andrea levanta su mano diciéndome adiós, yo hago lo mismo antes de entrar al coche y perderme en la noche fría que dentro de pocas horas está por convertirse en un nuevo día. Berlín no quiere que me pierda de aquel espectáculo, por eso, de una forma que me resultaba diferente a las otra veces que he acudido a su cita, veo como la aurora del sol nace para iluminar con su rayos claros el día de aquellos que esperaban su reencuentro. Me quedo quieta, sentada en el suelo, abrigada por una manta mientras pierdo mi vista en el aquel sol que se abre paso entre aquellas grandes y delicadas nubes espesas, nada que ver cómo estaban ellas apenas unas horas atrás.
Y ahí, viendo como los rayos de aquel círculo dorado seguro le brindaría una oportunidad, una segunda oportunidad a algunos, comprobé, con una sonrisa triste; que la oscuridad pinta mi piel con el lienzo más delicado que pudiera haber existido, que dibuja con aquellos colores opacos la idea de algo, que perfila lo que ella no habla y parece muere por decirme cada vez que aparece. La idea se expande, cubriendo cada espacio y quitando posibilidad, pareciera que solo quiere estar ella y nadie más.
Ella, como solo sabe hacerlo, me habla.
Pero hay un problema.
Por más que trate de descifrar lo que quiere decirme, no lo logro entender. En cambio, cuando entra el día con su máximo esplendor, como solo él suele hacerlo, la idea que concibo en la noche se esfuma por unas que están más claras, más aterrizadas a ser verdad, siento lo que dicen y ellas lo que yo siento. Entonces, ¿qué hago? No puedo seguir sintiéndome divida, no quiero seguir regando aquella espina que vengo arrastrando desde aquella vez, cuando me atreví a darme aquella oportunidad.
No me arrepiento de haberlo hecho, pero no puedo negar, que desde aquella vez, los retazos en mi mente se han hecho más constantes, más fuertes y persistentes a pesar de que aparecieran de forma extraña, en cambio, ayer, no fue así. Ayer experimenten otra cosa cuando ellos aparecieron, los siento míos, que eran realmente eran míos y no como aquellos que mi propia mente parecía rechazar.
Me pongo de pie y dejo la manta junto a mi vestido sobre la cama, camino hasta regadera y la abro dejando que el agua caiga por mi cuerpo que parece aliviando de sentir su calidez. Cierro los ojos y nuevamente recuerdo cuando Amalia dejo caer su mirada en mí, una gota de algo que no puedo nombrar a un pero si puedo afirmar no se sintió agradable, se deslizó por toda mi espalda y me abrazo de una manera que me dieran ganas de retroceder dos pasos y comprobar si lo que estaba sintiendo era real.
Sus labios no se movieran para hacerme sentir nada, la verdad no lograron ese efecto que ella quería deja ver ante los demás, no como su mirada. Ella era la protagonista, la que parecía hablar por aquellos labios que ocultaban algo que se notaba le da miedo decir en voz alta.
Cierro la ducha y deslizo mi mano hacia afuera para tomar la toalla y secar mi cuerpo que se estremeció cuando el recuerdo siguió su curso y cayó en la voz de aquel hombre. Fue como si convirtieran en cadenas que rodeaban mis tobillos y me condenaba a la verdad, a la realidad. Pero hubo algo, justo el momento en que nuestra miradas se encontraron cuando supe que algo cambió en él, aquella mentira haciéndola pasar por verdad hacía que la idea de la noche volviera a caer en mi mente, era como una especie de salvavidas.
¿Qué cambio?
Me pongo de pie cuando termino de acomodar el zapato de tacón en mis pies, levanto la vista y miro el resultado en el espejo deseando quitarme los tacones y la chaqueta blanca para estar un poco más cómoda, pero mi personaje de mujer de negocios es algo que no se puede permitir. Tomo mi reloj a acompañado de una pulsera del mismo color, la acomodo en mi mano izquierda que toma mi bolso para salir teniendo una sola cosa claro en mi mente: Tengo darme una segunda oportunidad. Aclarar lo que siento con lo que creo, y tiene que ser ahora. No puedo seguir sintiéndome a medias, dejando que lo que siento sea más fuerte que lo que yo creo, ya que ninguna de las dos sé si son reales o producto de algo que quiero sea de verdad.
¡Venditas emociones encontradas!
Antes, cuando llegaron y se quedaron ahí, sin más, incrustadas como espinas imposibles de sacar, no eran tan molestas, eran soportables. Pero ahora estaban provocando escalofríos como solo ellas saben hacerlo. Eran como hielo en manos conocidas, pasaban por mi piel dejando rastro de que estuvieron por ahí, un hilo frío que me estremece, que provoca en mí algo que se ha asentado desde hace días y solo crece, crece y crece, volviéndose incluso más grande que mi miedo de saber la verdad.
A veces, el miedo es nada cuando tus emociones son las que dominan. Y ellas, al igual que el miedo, si no las sabes poner en su lugar como corresponde, pueden llegar a ser peligrosas, incluso, hasta mortales.
—Penz, ¿tienes un minuto? —me atrevo a preguntar cuando lo encuentro en el laboratorio de análisis. Su mirada se encuentra con la mía y el desconcierto se apodera de ella. Asiente, algo confundido, deja de lado unos papeles que parecían mantenerlo pendiendo de un hilo no sin antes preguntarme en un susurro: "¿qué ocurre?". Miro con disimulo a los chicos y él entiende asintiendo con la cabeza cuando nota que permanezco en silencio. Le entrega los papeles ordenados a uno de los chicos que se llama Benno, firma unos papeles que le entrega otro chico que está enfrente y, antes de guiarme con la mirada hacia fuera, le recuerda a Benno que es importante mandar unas pruebas al segundo piso. —Te noto algo extraña, ¿todo bien? —pregunta cuando la puerta del laboratorio se cierra a nuestra espalda.
—Es una pregunta muy abierta —saludamos a Loren, yo con una sonrisa y asentamiento de cabeza, y Penz con un beso en la mejilla —.Exactamente, ¿a qué te refieres con todo bien? —indago cuando perdemos de vista a Loren que se quedo del otra lado de la puerta y nosotros en el pasillo.
—Físicamente sabes que no es.
—Me conoces muy bien, demasiado diría yo —atino a decir mirándolo de reojo, comprobando que lo que he admitido le hace hacer ese gesto en los labios y en una de sus cejas —,eres mi doctor y aparte de eso mi psicólogo con un toque de terapeuta.
»No entiendo porque me preguntas: "¿Todo bien?" Si sabes que nada está bien.
—No te le pregunté cómo tu médico o psicólogo —Detiene sus pasos, mete ambas manos en los bolsillos de su pantalón negro y me mira a los ojos —, lo pregunto como un compañero que se preocupa por su compañera...como un amigo lo pregunto Luz.
—No estoy bien.
—¿Te afectó más de lo debido el encuentro con tu familia?
—Digamos que fue...la gota que derramo el vaso —susurro, agachando mi cabeza que se pierde entre mis pensamientos. Muerdo mi labio sintiendo que la pregunta está a nada de escaparse por ellos mientras veo sus zapatos negros relucientes, impecables como siempre. Subo la cabeza y me encuentro con aquellos ojos que pareces que nada los opaca. Zafo de mis dientes mi labio superior al mismo tiempo que la pregunta que estaba reteniendo sale disparada.
—Luz, ya tuvimos una conversación sobre eso. ¿Lo recuerdas?. No quiero someterte a otro estrés como ese —dice retomando el camino.
Mi mente refresca el momento en que me dijo, cuando me recupere de otro episodio, que no debía desperdiciar mi tiempo en recordar un pasado que posiblemente quisiera olvidar.
—Es un riesgo que quiero volver a correr —admito cuando estamos frente a la puerta.
Su espalda se tensa, su mano se queda quieta en el pomo y sus cejas se juntan en un estado de confusión ante mi petición. Deja escapar aquella tensión que le provoque ante, no solo mi pregunta, también la confirmación de que quiero volver a intentar aquella sección que se había quedado a medias en el hospital. Niega suavemente, pero siento que es más arrepentimiento que otra cosa. Abre la puerta dejándome pasar primero, voy directo hacia el mueble pegado a la pared y él hacía una de las dos butacas que están enfrente mientras medita las palabras de su respuesta en su mente.
—¿Por qué? —es lo que dice dejando ver el desconcierto ante lo que se ha escapado de mis labios —. Ya habíamos hablado de ello. No habría más intervenciones, y más de aquel tipo. Para ayudar a tu memoria, a tus recuerdos lo estamos intento de otra manera. Mencionaste que estabas bien, conforme con el avance que habías tenido, que estabas cómoda sólo con las charlas para aliviar la tensión que todo esto te pudiera llegar a generar. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
—Penz, ¿Quieres que repita las palabras que me dijiste cuando sufrí aquel episodio? Además, sabes bien que aquello sólo nos lleva a un callejón sin salidas, no sirven de nada. —Desvió la mirada un lado por unos segundos para después volver a mirarlo —.Y también sabes que eso lo hacías, más que para saber cómo estaba mi mente, era para confirmar que no mentía sobre lo que decía.
—Si estas tan segura de que solo era para confirmar que era verdad lo que ya yo sabía y había explicado aquí —Se acomoda mejor en su asiento, entrelazando sus dedos y mirándome de esa forma que me hace saber que ya no hablo con mi compañero, sino, con mi psicólogo —,¿qué te hace pensar que intentarlo de nuevo te ayudará ahora? Al parecer no te ayudo antes, ¿de verdad crees que ahora sí?
Silencio.
—Luz, respóndeme.
—Porque si lo hizo Penz —admití, aquella confección pareció haber sido una bala en el centro de su cabeza, pude ver el impacto de ella dibujándose en su rostro —.De una manera que no me ha gustado en absoluto, lo hizo.
—Recordaste —decir aquella palabra parecía costarle —¿Todo?.
—No —confieso dejando descansar mi espalda en el sofá y mirando el techo blanco —.Solo han sido momentos, pedazos que me confirman que ciertas situaciones ya la he vivido antes, haciéndome sentir familiar a ellas, creo que esa fue una de las razones por las que accedí a trabajar para ustedes.
—Fue...¿desde aquella vez?.
Me pongo de lado, descansando una de mis manos bajo mi rostro y otra sobre mi estómago.
Asiento y él parece perderse justo en aquel momento.
Cuando crucé la puerta seguida del doctor Penz, no me imagine que me arrepentiría de haberlo dicho que si. Lo miro, con duda y vergüenza mientras muerdo mi dedo pulgar. El arrepentimiento se está apoderando de mí en aquel lugar, pero, por la mirada de él, sabía que era algo tarde para sentir aquello; me advertía de que no hay marcha atrás, que ya estábamos aquí y que está, al parecer, era una de las dos alternativa que tenía: Lo hacía y comenzaba a recuperar mi recuerdos, o se lo dejaba al tiempo, algo que no era muy prometedor.
Aunque su mirada fuese dura, sabía que si le pedía que saliéramos de aquí, que no podía seguir con esto, él me abriría la puerta y me dejaría salir. Pero, cuando la angustia me estaba cosquilleando los pies para salir de aquí, nuevamente ese algo me hablo, desde lejos, pero me hablo diciéndome que apartara ese sentimiento que se generaba como bola de nieve en el centro de mi estómago.
Respire hondo y solo deje que cayera cuando me senté en la silla.
Relamí mis labios, una que otra vez, pero así como los humedecía volvían a secarse. No hacía frio, la habitación estaba ambientada con una temperatura moderada, pero mi piel parecía no entender eso.
—Necesito que cierres los ojos y te guíes de una sola cosa, ¿de acuerdo? —Asiento con los ojos cerrados —.Solo déjate llevar, mi voz será la que te guiará en todo momento, ¿de acuerdo?
Y lo hice, guiándome de su voz caí en un sueño profundo, en uno que por más que trataba de hacerlo desaparecer, no podía. Ya la voz de Penz no era la que me guiaba, era mi voz que lo hacía, ella era la que me estaba conduciendo en el camino oscuro que estaba recorriendo. Ella era la luz en aquel camino, que por como está, no sé cómo, sé que estoy dentro de mi propia mente. Es difícil describirla, todo está hecho añicos y cada vez que me detenía para tocar algo se oscurecía impidiéndome entender lo que había pasado. De repente, ya mi voz no camina, corría al ritmo de ella pero a mí me costaba alcanzarla, mis heridas sin sanar me impedían seguir. Me dolían, mi respiración se estaba volviendo pesada y mi frente comenzó a pelarse por unas gotas de sudor, caí, de rodillas y le grite con un aliento adolorido que parara.
—Por favor —lloriqueo.
Se detuvo, no muy lejos de mí, pero se apagó. Me quedé a oscuras, confundida, adolorida y temerosa. Solo estaba segura de algo: quería despertar, no quería estar más en este lugar.
—Por favor —suplico, poniéndome de pie.
Como si sintiera lástima, vuelve a parecer, pero no habla. Es una pequeña bola blanca, fosforescente, que se para frente a mis ojos y me deja ver dos mundos aparentemente distintos. Era ver el cielo y el infierno, dos versiones mías en lugares diferentes, pero al fin y al cabo, eran las mismas.
¿Cómo podía estar en dos lugares al mismo tiempo?
Toca la bola y ella ensancha aquella imagen dejando sin rastro alguno la oscuridad a la cual estaba sumergida hace unos segundos. Nuevamente los dos mundos, yo en dos versiones distintas, la calma y la tormenta, el inicio y el fin, solo compartían algo: La necesidad.
—¿Qué pasa? —pregunto y ellas solo se miran entre sí, compartiendo una complicidad de la cual me siento lejana.
—No podemos confiar —dice aquella que se ve en calma.
—¿En quién?
—Nos quiere dañar —habla la que se ve en la tormenta.
—¡Quien!
—Tú sabes quién —dicen a la vez.
—No sé, no sé quién —respondo desesperada.
—Sí, lo sabes —de nuevo hablan juntas —Sólo tienes que encontrar...
Un ruido, seguido de la voz de Penz no me dejo escuchar lo que ellas intentaba decirme, advertirme. Su voz se vuelve más fuerte, más aguda, más penetrante a medida que ellas se vuelve más débiles, más delicadas, más frágiles...Se desvanecen en medio de su voz.
—¿Estas conciente de que eso no fue un recuerdo? —Aquella pregunta la disfrazó muy bien, porque más que eso parecía una afirmación que no tenía contradicción. —A partir de ese momento se derivaron tus sueños Luz, eran eso, sueños, no recuerdos. Tienes que tomar en cuenta que estabas bajo un estrés postraumático, tu cerebro aún estaba frágil y aquello sólo sirvió para debilitarlo aún más.
»Llegaste agredirte cuando dormías, por eso comenzamos a monitorear tus sueños y como era que estaba trabajando tu cerebro mientras dormías, y ahí fue que encontramos una de las secuela que te dejaron ellos cuando te inyectaron esas drogas que borraron tus recuerdos —Su espalda sube y vuelve a bajar con calma, esta de espalda, mirando a través de la ventana —.Un error de mi parte ha sido no hondar en cada una de ellas, de hablarte cuales son y qué es lo te pueden llegar a ocasionar en un futuro.
—Penz, han sido recuerdos, no es una mala pasada de mi mente.
—Tu mente nunca te va a jugar una mala pasada Luz, nunca lo hará. —Mete la manos en los bolsillos de su pantalón negro —.Los seres humanos estamos hechos de recuerdos. Nuestras experiencias no solo nos marcan, también nos ayudan a construir nuestra personalidad, a aprender y a saber cómo comportarnos en el mundo, en el típico día a día.
»Lo que pasa es que tú no tienes el típico caso de pérdida de memoria, no fue el accidente que te lo ocasionó, fueron las altas dosis que usaron contigo lo que lo hizo. Y ellas, aparte de hacerte olvidar, pueden llevarte al estado donde estas ahora.
—¿Dividida? ¿Desesperada? ¿Confundida?
—Es normal que te sintientes así, la situación a la cual estás sometida te hará subir y bajar.
—Por eso es que quiero que lo intentemos una vez más —comento poniéndome de pie.
—Luz, no lo haré. No pienso volver a someterte a algo como eso, no sabiendo cómo está trabajando tu cerebro ahora mismo, no así. —Me enfrenta después de unos segundos donde el silencio era lo que reinaba. —Aquello fue muy negligente de mi parte, pensé que te ayudaría y la verdad es que no lo hizo.
—Pero si lo hizo, estoy recordando —insisto.
—¿Estas tomando las pastillas? —pregunta. Algo se está dibujando en sus facciones, algo que no me gusta para nada lo que me está haciendo sentir. —Sabes bien que ellas, más que aliviar el dolor de cabeza, ayuda a tu cerebro. ¿Las has estado tomando?
—Se para qué sirven, se lo que hacen, no soy una niña —me atrevo a decir mirando sus ojos para que crea la mentira que estoy diciendo, me había olvidado de ellas hace mucho tiempo —.Crees que no estoy consciente de ya no tengo remedio, que estoy echada a perder gracias a él, a lo que puso dentro de mi cuerpo. Sé que tengo una solo oportunidad, una sola, y por eso te estoy pidiendo un segundo intento.
Un destello de algo que no llegó a percibir del todo ya que solo fue un segundo que se dejo caer en su rostro, me deja con la sensación de que hay algo que él esconde.
—Penz, ¿sabes que soy buena leyendo a la gente sin que ellas hablen? —Y él es un libro abierto, es muy fácil descifrar lo que piensa o siente ya que las sensaciones que él siente se dibujan muy bien en sus ojos que siempre brillan o aquel gesto que hace involuntariamente con los labios.
Justo cuando sus labios se entreabren para contestar, unos nudillos tocan la puerta, Penz porto aquel semblante de preocupación incluso después de escuchar quien era que estaba del otro. Lo miro por los segundos, sabía tardarían en abrir la puerta y llegar a nosotros, eran los juntos para que él respondiera aquello que estaba a punto de contestar, pero callo. Me puse de pie y metí los dedos de mi manos en los bolsillos trasero de mi pantalón, cuando Schmidt entró, Penz había vuelto a darme la espalda, para, seguro, relajar aquel semblante que le había dejado nuestra conversación.
—Huele atención aquí. — Schmidt toma asiento en el sillón donde estaba antes Penz.
—Ideas tuyas —resto importancia dando unos pocos pasos.
—Mis ideas siempre son acertadas Baermann.
—Pero esta idea no —contesto sin mirarlo ya que mi celular comenzó a vibrar dejándome ver el nombre de Andrea en la pantalla, deslizo el dedo sobre la pantalla para responderle, y mientras lo hago, me despido de Penz y Schmidt.
Le sonrío a una agente cuando abro la puerta, guardo mi celular nuevamente y cuando estoy a punto de cerrar la puerta por complemento alcanzo a escuchar como Penz le hace hincapié en una sugerencia que rápidamente Schmidt declina.
Lo sabia.
Hola, hola caracola...¿como las trato el fin de semana?
Un nuevo capítulo de esta locura y quiero saber que piensan de ese hombre, no dije nombre pero di uno que otro dato para que sepan quien es. ¿Atinaron a adivinar?
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