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━ 𝐗𝐈𝐈: Podría causarnos problemas

── CAPÍTULO XII ────

PODRÍA CAUSARNOS
PROBLEMAS

───────⪻•⪼───────

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        EIVØR SE SENTÍA PEQUEÑA E INSIGNIFICANTE ante la mirada malhumorada del hombre que acababa de irrumpir en la alcoba. La tensión que llevaba acompañándola desde que había despertado en aquella caballa volvió a apoderarse de ella, contrayendo sus doloridos músculos. Sus uñas rotas se hundieron en la madera del cuenco que reposaba sobre su regazo y su hombro izquierdo volvió a presionarse contra la pared junto a la que estaba arrinconado el lecho.

Los ojos del recién llegado la traspasaron como el más afilado de los cuchillos, como si con una simple mirada pudiera reducirla a cenizas. Aquello hizo que la muchacha se pusiera en guardia, con todos y cada uno de sus sentidos alerta. Su presencia imponía mucho más que la de Brynjar, y también era el doble de inquietante. Si bien no era tan alto como el rubio, sí que era igual de corpulento. Las hebras grises que comenzaba a entrever su cabello castaño, junto con las incipientes arrugas que cincelaban su frente y las comisuras de sus orbes de color miel, revelaban que era varios inviernos mayor que Brynjar.

Un gruñido grave interrumpió los pensamientos de Eivør para resonar en lo más profundo de su ser, despertando en ella un inevitable instinto de presa. La actitud de aquel segundo hombre era totalmente opuesta a la del rubio, quien se había mostrado paciente y hasta incluso cordial a la hora de tratar con ella. En su expresión no había ni una pizca de amabilidad, solo molestia y desdén.

Como si su mera presencia fuera un estorbo.

El recién llegado volvió a emitir un sonido primitivo, justo antes de desviar su atención hacia Brynjar. La escudera lo imitó, contemplando al más joven por el rabillo del ojo. Se sorprendió al verlo inmutable en su asiento, como si el fuego que ardía en la mirada de su compañero no surtiese ningún efecto en él. Ni siquiera Revna —que continuaba tumbada a los pies de su dueño— parecía alterada, lo que la hizo suponer que ya estaba más que acostumbrada al mal genio del que, a todas luces, debía de ser el segundo habitante de la cabaña.

Brynjar le sostuvo la mirada hasta que, sin pronunciar ni una sola palabra, el desconocido giró sobre sus talones y abandonó el dormitorio como una exhalación. Con un suspiro derrotado, el rubio dejó una última caricia en la cabeza de Revna y se puso en pie. Eivør lo observó con los ojos muy abiertos y un sinfín de preguntas quemándole en la punta de la lengua. Si antes no se había fiado de toda aquella «hospitalidad», ahora mucho menos. El comportamiento huraño de aquel segundo individuo había reactivado todas sus alarmas, hasta el punto de que no podía verle de otra forma que no fuera como a una potencial amenaza.

—Vuelvo enseguida —se disculpó Brynjar.

La morena contuvo el aliento en tanto el hombre se encaminaba hacia la salida del aposento. La perra loba no tardó en seguirle, siendo su cola peluda lo último que vislumbró Eivør antes de que Brynjar cerrara la puerta. Una vez sola en la habitación, la guerrera dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo. La herida de su abdomen se había resentido a causa de la tensión que la había embargado a raíz de la inesperada aparición de aquel segundo sujeto.

Sin querer malgastar el escaso tiempo del que disponía, dejó el recipiente con lo poco que quedaba de sopa sobre la mesita auxiliar e hizo acopio de las energías que le quedaban para levantarse de la cama. Una nueva punzada de dolor alanceó su costado y la hizo apretar los dientes con rabia contenida, pero la ignoró como buenamente pudo y se puso en pie. La curiosidad y su instinto de supervivencia la urgían a moverse, a avanzar con paso renqueante hacia la puerta y pegarse a ella para poder escuchar la conversación que estaba teniendo lugar al otro lado del umbral.

Se recostó contra la hoja de madera y tragó en seco cuando una peligrosa arcada amenazó con hacerla vomitar el poco caldo que había ingerido. Volvía a tener la visión desenfocada y un sudor frío le recorría la espalda, ocasionando que la tela de aquel camisón prestado se adhiriese a su columna. Estaba tentando a la suerte y forzando demasiado la herida, podía notarlo; los puntos de sutura le tiraban y ardían como el fuego de Muspelheim, y empezaba a sentir algo de humedad en el vendaje que envolvía la parte inferior de su torso.

Pese a ello, se mantuvo pegada a la puerta y agudizó el oído.

—¿Y ahora qué? ¿Qué piensas hacer con ella?

Entre ruidos confusos y susurros amortiguados, Eivør pudo distinguir una voz grave formulando aquellas preguntas. Si bien era parecida a la de Brynjar, supo que no se trataba de la del rubio por el deje contrariado que la acompañaba. Por no mencionar que esta era más profunda y rasgada, y arrastraba más las palabras a la hora de hablar.

Se escuchó un resoplido.

—¿Qué pretendes que haga? —Ese sí que era Brynjar.

—Para empezar, quedarte quieto por una maldita vez en tu vida —le reprendió el castaño. Parecían conocerse desde hacía tiempo, a juzgar por su forma de hablar y de tratar al otro—. Nos has puesto en peligro por una desconocida.

—Ya te expliqué por qué lo hice —se defendió el más joven, a lo que la skjaldmö frunció el ceño. ¿Había un motivo detrás de sus acciones, entonces? Todo parecía apuntar a que sí, lo que no hizo más que aumentar su desconfianza. Al final sus sospechas no iban mal encaminadas—. Además, ¿tú la habrías dejado allí, entre todos esos cadáveres y miembros mutilados? ¿La habrías abandonado a su suerte sabiendo que estaba viva?

Eivør aguantó involuntariamente la respiración.

—No es asunto mío, así que sí —farfulló el otro con irritación—. No sabemos nada de ella, más allá de que es una escudera de Lagertha. Podría causarnos problemas ahora que Ivar El Deshuesado se ha autoproclamado rey de Kattegat.

La muchacha reculó de manera instintiva.

Brynjar le había asegurado que no tenía nada de lo que preocuparse, que, mientras estuviera bajo su techo, no sufriría ningún daño. Pero la aparición de aquel segundo hombre había vuelto a desbaratarlo todo, trastocándola a más no poder. Ya se lo había dejado bien claro al rubio: ella no era su maldito problema, solo un riesgo que no estaba dispuesto a correr. Ahora que el castaño había entrado en el tablero de juego, estaba claro quién llevaba la voz cantante. ¿Y si Brynjar acababa cediendo a la presión y a los deseos de su camarada? ¿Y si intentaban deshacerse de ella para no buscarse un conflicto mayor? Estando como estaba, con el abdomen vendado y sin un ápice de energía en el cuerpo, un combate contra ellos era impensable. Pero, entonces, ¿qué opciones tenía? ¿Acaso contaba con alguna posibilidad —por ínfima que fuera— de salir bien parada de aquel embrollo en el que, sin comerlo ni beberlo, se había visto envuelta?

El eco de unas pisadas hizo que emergiera de sus turbulentas cavilaciones.

De nuevo, el pánico hizo presa de ella, atrapándola entre sus afiladas garras. En un abrir y cerrar de ojos retrocedió hacia una esquina, maldiciéndose en su fuero interno por no contar con nada con lo que poder defenderse de la nueva amenaza que suponía el mayor de los hombres. Su espalda chocó contra la pared que tenía detrás, impidiéndole seguir avanzando, por lo que esperó a que sus anfitriones ingresaran nuevamente en la alcoba.

El primero en entrar fue el castaño. La arruga vertical que se había instalado entre sus cejas se pronunció aún más al verla de pie en aquel rincón, como un gato erizado y listo para atacar. El siguiente en aparecer fue Brynjar, aunque Eivør apenas le prestó atención. Sus orbes pardos no se apartaban de aquel cuyo nombre desconocía, monitoreando todos y cada uno de sus movimientos. El dolor que sentía en el costado era cada vez más intenso y sofocante, pero hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para que aquello no se delatara en su expresión.

Si tenía que correr, correría.

Y si tenía que defenderse, lo haría con uñas y dientes.

Con las pulsaciones disparadas y la respiración entrecortada, la guerrera esperó a que cualquiera de los dos se abalanzara sobre ella. Pero, para su desconcierto, ninguno se movió. Aquello la alivió, aunque no lo suficiente como para hacerla bajar la guardia. Se tomó unos instantes para poder contemplar a Brynjar —quien ahora sí que parecía un poco tenso—, y luego volvió a focalizar toda su atención en el castaño. Este la sometió a un riguroso escrutinio, analizándola de pies a cabeza. Las comisuras de sus labios temblaron al fijarse en el camisón que cubría su cuerpo, aquel cuya procedencia le era desconocida.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el mayor, siendo esas las primeras palabras que le dirigía desde que había irrumpido en la estancia.

Eivør apretó los labios en una fina línea blanquecina, negándose a responder. Como consecuencia de ello, el que ahora era su interlocutor entornó los ojos y la fulminó con la mirada. Saltaba a la vista que no le gustaba que le hicieran perder el tiempo. Por lo poco que había visto de él, era todo lo contrario a Brynjar, quien se había mostrado mucho más comprensivo y considerado en ese aspecto. Quizá pudiera tirar de ese hilo y usarlo a su favor en caso de que las cosas se pusieran feas; tratar de enfrentarlos en base a sus diferencias.

—Mira, mocosa. —El castaño la apuntó con el dedo índice de su mano derecha—. Si estás aquí es gracias a él. —Su dedo pasó a señalar al rubio, que se había cruzado de brazos en tanto guardaba silencio—. De haber sido por mí, ahora mismo estarías siendo pasto de los gusanos. Pero, fíjate tú por dónde, has tenido suerte —continuó diciendo en un tono de lo más hosco—. De modo que no juegues con mi paciencia, porque no te conviene que la pierda. ¿Estamos?

Eivør le sostuvo la mirada, desafiante. Sus manos, que permanecían pegadas a ambos costados de su cuerpo, se habían convertido en dos puños apretados. Deseaba tanto acortar la distancia que los separaba y estampar sus nudillos en la mejilla de aquel indeseable que tuvo que contar mentalmente hasta cinco para poder mantener la compostura. No tenía ninguna posibilidad contra ellos, de manera que no le quedaba otra que tragarse su orgullo y acceder a sus exigencias.

—Sissel. Me llamo Sissel —dijo finalmente.

No consideraba prudente revelar su verdadero nombre, de ahí que hubiese optado por el primero que se le había venido a la mente. Cuanto menos supiesen de ella y de su vínculo con Kattegat y Lagertha, mejor. Que Dörholt se tratara de un condado independiente que no había hincado la rodilla ante ningún monarca no significaba que sus habitantes fueran de fiar, puesto que hasta el hombre más noble tenía un precio. Y si sus seres queridos habían logrado escapar de la capital, Ivar les habría puesto precio a sus cabezas. De modo que no podía llamar la atención ni levantar sospechas sobre su verdadera identidad. Si quería sobrevivir, debía ser inteligente y pasar lo más desapercibida posible.

El castaño entrecerró aún más los ojos, como si hubiese captado al vuelo la mentira, aunque no dijo nada al respecto. Se limitó a atravesarla con la mirada, con aquella expresión de pocos amigos que tan característica parecía ser de su persona contrayendo su fisonomía.

—En cuanto puedas moverte, te marcharás —prosiguió el mayor de los hombres, inflexible. Ni siquiera su aspecto demacrado o su incapacidad para mantenerse erguida durante dos minutos seguidos despertaban en él un mínimo de compasión. Aunque no es que Eivør lo deseara, ni mucho menos. Podía meterse la moralidad por donde le cupiera—. Si, mientras estés aquí, causas algún problema o te pasas de lista, te echaré a patadas. ¿Te ha quedado claro?

Las manos de la aludida volvieron a crisparse a sus costados. Sus uñas rotas e irregulares se hundieron con saña en la carne sensible de sus palmas, provocando que una descarga de dolor le recorriera los antebrazos. Si tan solo tuviera algo lo suficientemente punzante para...

—Tío. —La voz de Brynjar se impuso al silencio ensordecedor que se había instaurado en el dormitorio—. Ya he hablado yo con ella. Sabe que no tiene nada que temer aquí.

«Así que son tío y sobrino», pensó Eivør.

El susodicho ignoró el tono admonitorio del más joven. Su cabello desgreñado caía sobre sus ojos claros y una barba de varios días oscurecía su mandíbula y disimulaba las cicatrices que surcaban su piel tostada por el sol. En sus finos labios había dibujada una mueca desdeñosa constante, como si siempre estuviese malhumorado. Ahora que los tenía el uno junto al otro, la skjaldmö podía apreciar ciertas similitudes físicas entre ellos.

No hubo más palabras por parte del castaño. Sin poder disimular su enfado, dio media vuelta y se encaminó hacia la salida del aposento. El portazo que dio a su espalda retumbó en las paredes de madera e hizo que Eivør pegara un respingo involuntario. Había conseguido aplacar el temblor que se había apoderado de su cuerpo, aunque la herida de su abdomen le pedía a gritos que regresara a la cama y guardase el reposo que necesitaba.

Miró a Brynjar, y él la miró a ella. Los carnosos labios del hombre articularon una disculpa que no desencadenó ninguna reacción en la morena, lo que le hizo suspirar. Descruzó los brazos y se rascó la nuca con cierto nerviosismo.

—Deberías descansar. Todavía tienes comida en la bandeja, así que termínatela cuando quieras —manifestó a la par que señalaba con un suave cabeceo la porción de queso y el trozo de pan que había junto al cuenco de sopa—. Si necesitas cualquier cosa, avísame. Estaré en la sala, ¿de acuerdo?

Eivør simplemente asintió. No abandonó el rincón en el que ella misma se había confinado hasta que el rubio avanzó hacia la salida y cerró la puerta tras de sí. En cuanto volvió a quedarse completamente sola, la muchacha dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo y se permitió encogerse sobre sí misma. Su mano dominante fue a parar a la venda que se ocultaba bajo el camisón, allá donde la herida que le había infligido aquel maldito úlfheðinn palpitaba con virulencia, como si gozara de vida propia. Apretó los dientes con fuerza, reprimiendo un sollozo, y echó a andar hacia la cama. Se deslizó con cuidado bajo las sábanas y contuvo un nuevo quejido cuando se acomodó sobre el costado contrario al de la herida.

Pese a que el sudor continuaba acristalando sus rasgos, sentía frío. Un frío húmedo y desagradable. Atrapó las mantas con dedos rápidos y ágiles y se cubrió con ellas hasta la nariz, para finalmente cerrar los ojos. Para cuando volvió a abrirlos instantes después, su mente ya se había puesto a trabajar a toda velocidad, recapitulando los últimos acontecimientos. Se encontraba en el condado de Dörholt, en una cabaña en medio del bosque junto a dos extraños que, por motivos que aún se le escapaban, le habían salvado de una muerte segura. Estaba malherida y muy débil, y no tenía ni la menor idea de qué había sido de aquellos que le importaban. Se sentía más sola y desamparada que nunca, como si los dioses hubiesen terminado de darle la espalda. Y lo peor de todo era que no sabía cómo gestionarlo. No sabía cómo lidiar con aquella tormenta de emociones que se había desatado en su interior y que ya empezaba a tomar el control de cada parte de su ser.

Tragó saliva, a fin de deshacer el molesto nudo que se había aglutinado en su garganta, pero fue en vano. Una voz en su cabeza no dejaba de repetirle que no podía bajar la guardia, que aquellos dos hombres no eran de fiar. Pero ¿qué otra opción tenía? Ninguna. Todo cuanto podía hacer en aquellos momentos era rezar para que su intuición fallara y su herida se curase lo antes posible. Porque, en cuanto fuera capaz de moverse sin desfallecer en el intento, se marcharía lejos de allí. Buscaría a sus seres queridos y juntos decidirían lo que hacer a continuación.

Porque estaban vivos. Debían estarlo.

De lo contrario...

Una traicionera lágrima resbaló por su mejilla. Y luego otra, y otra más. Eivør se las secó rápidamente con el dorso de la mano, frunciendo el ceño en el proceso. No podía permitirse más debilidades, no podía permitirse ser vulnerable. Debía ser fuerte y valiente, por ella y por aquellos a los que amaba. Y, sin embargo... La misma mano con la que se había enjugado las lágrimas descendió hasta su boca para poder ahogar el llanto que pugnaba por escabullirse de su garganta y desgarrar sus cuerdas vocales. Se acurrucó bajo el peso y la calidez de las sábanas y las mantas y, aprovechando su amarga soledad, rompió a llorar desconsoladamente.

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· INFORMACIÓN ·

— ೖ୭ Fecha de publicación: 12/01/2025

— ೖ୭ Número de palabras: 2853

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· NOTA DE LA AUTORA ·

¡Hola, vikingos y valquirias!

¿Qué tal? ¿Cómo estáis? Es un poco tarde para decirlo, pero espero que hayáis tenido un inicio de año estupendo :'3 Yo ya tenía ganas de traeros un nuevo capítulo de Fimbulvetr, ¡así que aquí estamos! Es mi primera actualización de 2025, que conste uwu

A todo esto... Qué cap. más tenso e incómodo, ¿no? Está claro que la suerte de Eivør no mejora ^^' El tío de Brynjar no se parece en nada a él, y lo ha dejado más que demostrado con esta primera intervención xD Así que ahora la pregunta es: ¿realmente Eiv está a salvo con ellos? Porque este señor es de todo menos amigable y comprensivo :S No culpo a mi niña de haberles proporcionado un nombre falso xP

No os voy a mentir: la trama de Eivør en Fimbulvetr me tiene tan emocionada como asustada. Estoy escribiendo una versión de ella que ni yo misma esperaba, porque se aleja un poco de la imagen de chica dura y a la que todo le resbala que hemos visto en Yggdrasil. Vamos, que está teniendo una evolución tremenda. Y me encanta que esté sacando a relucir su lado más sensible y vulnerable, porque eso la hace ver mucho más humana. Así que espero que estéis disfrutado de este nuevo enfoque, porque se vienen cositas muy interesantes u.u

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

P.D.: en el capítulo 15 volveremos a saber de nuestros fugitivos favoritos, lo prometo =P

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