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━ 𝐗: No soy tu enemigo

── CAPÍTULO X ────

NO SOY TU ENEMIGO

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( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        DEJÁNDOSE LLEVAR POR SU INSTINTO de supervivencia, Eivør alargó el brazo hacia la mesita que había tras ella y aferró el cuchillo de despiece que reposaba en su superficie y que, gracias a los Æsir y a los Vanir, no se había precipitado al suelo junto a los demás utensilios de cocina. Una vez tuvo el arma entre sus temblorosos dedos, apuntó con ella al hombre que había irrumpido de improviso en la cabaña y que ahora la miraba con una mueca indescifrable contrayendo su fisonomía.

Era joven —aunque varios inviernos mayor que ella—, alto y bastante corpulento. Tenía el pelo y la barba rubios y los ojos muy claros, probablemente azules o grises. Por su expresión corporal y la tensión que se había adueñado de sus hombros, parecía haberle sorprendido encontrarla fuera de la alcoba en la que había despertado.

Un sonido ahogado brotó de los agrietados labios de la skjaldmö cuando sus iris pardos detectaron movimiento detrás del desconocido, concretamente al otro lado de la puerta principal, que continuaba abierta. Un hocico oscuro y peludo se abrió paso en su campo de visión, seguido de unos ojos ambarinos y unas orejas largas y rectas. El corazón le dio un vuelco dentro del pecho al reparar en que se trataba de un lobo. Uno que, en cuanto se percató de que estaba amenazando al hombre con aquel cuchillo, se interpuso entre ambos con el lomo erizado y los dientes al descubierto.

—Revna, no pasa nada. —La voz del recién llegado hizo eco en la estancia, retumbando en las paredes de madera—. Tranquila, pequeña. Tranquila —dijo en tanto le acariciaba la cabeza al animal, que no dejaba de gruñir en dirección a Eivør—. Y tú —señaló a la muchacha con el dedo índice—, baja eso. A menos que quieras quedarte sin brazo.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Eivør, que trató por todos los medios de permanecer inmóvil. Estaba convencida de que, si realizaba el más mínimo movimiento, aquella bestia se le echaría encima para convertirla en su almuerzo. Apretó el mango del cuchillo con fuerza, ocasionando que su sencillo y rudimentario diseño se le quedara grabado en la palma. El sudor acristalaba sus rasgos y hacía que la tela del camisón se adhiriera a ciertas zonas de su anatomía, especialmente a su pecho y a la parte baja de su espalda.

—¿Dónde... Dónde estoy? —consiguió articular tras varios quiebres de voz. Tenía las cuerdas vocales resentidas, ya fuera por la convalecencia o por lo mucho que las había forzado durante la última batalla—. ¿Quién diantres eres?

Su cuerpo sufrió un espasmo involuntario debido a los temblores, provocando que el lobo —o, en este caso, loba— gruñera con más ferocidad. Sus colmillos, largos y afilados, brillaban a causa de la saliva que los recubría y sus ojos se veían mucho más anaranjados que antes, como si la sed de sangre los consumiera.

—Revna, ya. —El rubio empleó un tono más tajante y autoritario, a lo que el animal dejó de gruñir y de enseñar los dientes. Lo que no hizo, en cambio, fue retroceder. Se mantuvo entre los dos, empeñada en proteger al que a todas luces era su dueño—. ¿Quieres bajar eso de una vez? Está así porque piensa que vas a hacerme daño —manifestó, volviendo a focalizar toda su atención en la morena. Su expresión se había tornado algo contrariada.

Eivør frunció el ceño, poblando su frente de arrugas.

—Es justo lo que voy a hacer como no respondas a mis malditas preguntas —le amenazó—. Así que no juegues con mi paciencia y habla.

Pese a que estaba exhausta y dolorida, se mantuvo firme y estoica. Sentía que en cualquier momento las piernas le fallarían y la enviarían directa al suelo, pero hizo acopio de las pocas energías que le quedaban para no ceder al cansancio y al malestar que entumecía sus músculos y abotargaba sus sentidos. Su mano libre, la izquierda, buscó apoyo en la mesita en la que había encontrado el cuchillo de despiece, mientras que la derecha continuó suspendida en el aire, sosteniendo aquella improvisada arma a la que se estaba aferrando como si su vida dependiera de ello. Cosa que, desde su punto de vista, así era.

Las manos del hombre, por otro lado, se alzaron en un gesto conciliador.

—Responderé a todas tus preguntas, ¿de acuerdo? Pero solo si bajas ese cuchillo y te tranquilizas —declaró, midiendo al máximo sus palabras. La tensión de sus hombros se había extendido por el resto de su cuerpo, manteniéndolo en un estado de alerta constante—. Si sigues viva es gracias a mí, así que no tiene sentido que te pongas a la defensiva. No soy tu enemigo —le aseguró.

Eivør sacudió la cabeza de lado a lado, inflexible.

—Primero sácala de aquí —exigió, señalando con un suave cabeceo a la loba—. ¡Vamos! La quiero fuera ya.

El rubio suspiró.

—Vale, vale... Pero, por todos los dioses, cálmate.

Sin bajar en ningún momento el cuchillo, la más joven vio cómo el desconocido instaba al animal a abandonar la cabaña. Obviamente no lo consiguió a la primera, puesto que la loba parecía estar obcecada en protegerle de la amenaza que suponía la presencia de Eivør. Sin embargo —y tras insistirle con silbidos y palmadas en los muslos—, Revna acabó obedeciendo. El sonido de sus pisadas hizo eco por toda la estancia, hasta que finalmente salió al exterior y el hombre cerró la puerta tras ella.

La escudera soltó todo el aire que había estado conteniendo, aliviada. Ver a ese animal había hecho que ciertos fragmentos de su enfrentamiento con el úlfheðinn cruzaran su mente como un dardo envenenado, desestabilizándola por completo. La herida de su abdomen palpitó en consecuencia, como un cruel recordatorio de lo que había sucedido en el campo de batalla.

—Ahora te toca a ti —volvió a hablar el rubio, que continuaba a escasos metros de la puerta de entrada—. Baja ese cuchillo y te lo contaré todo.

Eivør comprimió la mandíbula con fuerza, haciendo rechinar sus dientes. Su mano izquierda abandonó la superficie de la mesa para poder cerrarla en un puño apretado, como si estuviera debatiéndose consigo misma. El dolor y el malestar no disminuían, por no mencionar que el brazo derecho ya se le estaba empezando a acalambrar por mantenerlo en alto durante tanto tiempo. Era perfectamente consciente de que no tenía ninguna posibilidad contra él: la superaba en fuerza y tamaño, y también en reflejos. Iniciar una pelea en su estado podría ser catastrófico para ella y sus heridas. Aunque lo haría si las cosas se torcían.

Parpadeó varias veces seguidas, a fin de librarse de las gotitas de sudor que humedecían sus largas y espesas pestañas, y bajó el cuchillo. No lo dejó caer al suelo, dado que, de necesitarlo, perdería un tiempo demasiado valioso tratando de agacharse para recogerlo. En su lugar, volvió a dejarlo en la mesita, a la que se apegó todo lo que pudo. No le temblaría el pulso a la hora de defenderse con uñas y dientes.

—Habla —le ordenó, impaciente.

El hombre volvió a alzar las manos con sumisión.

—Me llamo Brynjar. Brynjar Røreksson —se presentó—. Y esta es mi casa. Te encontré en el valle, al otro lado de la Montaña de la Cicatriz... Bueno, en realidad, fue Revna quien dio contigo. Percibió que aún estabas viva y me lo hizo saber —explicó. Hablaba despacio, como si se estuviera dirigiendo a un niño pequeño—. Tuviste suerte de que pasáramos por allí. Habías perdido mucha sangre y apenas podías mantenerse consciente —añadió sin moverse de su sitio.

Eivør arrugó el entrecejo, más confundida si cabe que antes.

Su mente se puso a trabajar a toda velocidad, desmigajando hasta el último pellizco de información. ¿Qué sentido tenía que un completo desconocido se tomara tantas molestias con ella, rescatándola de entre una marea de cadáveres y miembros mutilados? ¿Acaso no estaba al corriente de la guerra que se había desatado entre Vestfold y Kattegat? No se fiaba de sus buenas intenciones, era más que evidente.

—¿Y por qué lo has hecho? ¿Por qué me has ayudado? —cuestionó ella con recelo—. ¿Qué sentido tiene? No me conoces de nada, ¿por qué arriesgarte a sacarme de un valle en el que ha tenido lugar una batalla? —prosiguió en tanto negaba con la cabeza—. ¿Acaso estabas allí? ¿Participaste en la contienda?

Algo parecido a una sonrisa asomó al semblante de Brynjar.

—¿Siempre eres tan agradecida? —contraatacó, mordaz—. Y no, no formé parte de esa carnicería. Podría haberte dejado morir, es cierto. Pero no lo hice. —Inspiró por la nariz y expulsó el aire por la boca, como si estuviera armándose de paciencia—. Créeme, si quisiera causarte alguna clase de daño, ya lo habría hecho. Has estado inconsciente durante toda una semana —remarcó.

Aquello último hizo que el aire abandonara súbitamente los pulmones de Eivør. Su cuerpo se tambaleó debido a la impresión, lo que la llevó a volver a apoyarse en la mesa para evitar desplomarse al suelo. El rubio hizo el amago de acercarse a ella, pero al final se lo pensó mejor. Se mantuvo clavado en el sitio mientras la morena luchaba contra su propio malestar.

—... ¿Cómo que una semana? —balbuceó Eivør.

—Lo que oyes. —Brynjar se encogió de hombros con naturalidad—. Te saqué del campo de batalla y te traje aquí, a mi cabaña. Has estado siete días convaleciente.

La aludida se masajeó el tabique nasal con la mano que tenía libre.

Era mucha información que asimilar de golpe.

—¿Estamos... Estamos en Vestfold o en Kattegat? —consultó, temerosa de lo que pudiera llegar a responderle. Bien podría ser un súbdito de Harald Cabello Hermoso, uno de sus lacayos.

—Ni en uno ni en otro. —La contestación de Brynjar la pilló desprevenida, instándola a restablecer el contacto visual con él—. Este bosque es como una especie de limbo, un punto intermedio. No pertenece ni a un reino ni al otro, así que puedes estar tranquila —puntualizó—. Aquí estás a salvo.

Eivør no pudo por menos que soltar una risa amarga.

—¿A salvo? —repitió con insidiosa ironía.

El hombre volvió a suspirar.

—Vi los colores de tus ropajes y la pintura de tu rostro. Que viva apartado de todo no significa que no esté al tanto de lo que ocurre en esta tierra —manifestó sin rodeos, a lo que su interlocutora terminó de perder el poco color que atesoraban sus mejillas. Había pasado aquel detalle por alto—. Perteneces al bando de Kattegat. Eres escudera de Lagertha, exesposa de Ragnar Lothbrok y madre de Björn Piel de Hierro. —Ese último nombre hizo que un molesto nudo se aglutinara en la garganta de Eivør, constriñéndole las cuerdas vocales—. Me imagino que ya lo supondrás por cómo acabó todo, pero Vestfold ha ganado la guerra civil. Ahora Kattegat se encuentra bajo el mandato de Ivar El Deshuesado.

No le faltaba razón al decir que ella ya lo sospechaba. La retirada de sus tropas del campo de batalla había sido el detalle decisivo para declarar vencedores a Harald, Ivar y Hvitserk. Sin embargo, para ella todo lo demás estaba en blanco. No sabía qué había sido de sus compañeros, si es que acaso habían logrado escapar o si, por el contrario, habían caído en manos del menor de los Ragnarsson. Si era cierto que Ivar había tomado el control de Kattegat, ¿qué habría sido de su abuela? ¿Y de Drasil y Kaia? ¿Björn les habría hecho frente a sus hermanos o habría huido para poder contar con una mínima posibilidad de sobrevivir?

Sentía que le faltaba el aire, que no podía respirar por más que intentase llenar sus pulmones. Su corazón arrancó a latir desenfrenadamente y su visión volvió a enturbiarse, cubriéndose de una leve pátina de niebla. Jadeó y pestañeó varias veces seguidas, tratando de recuperar el control sobre sí misma, pero la angustia y la ansiedad, aderezadas con el miedo y la incertidumbre, volvieron a apresarla entre sus afiladas garras. Se sentía resquebrajada, como pendiendo de un fino hilo.

No le importó darle la espalda a Brynjar, que monitoreaba sus movimientos como un halcón al acecho. Se agarró a la mesa como buenamente pudo, haciendo todo lo posible para no perder el equilibrio y precipitarse al suelo. Estaba dolorida, exhausta, febril y confusa. Por más que intentara poner en orden sus pensamientos, estos no hacían más que enredarse entre sí, convirtiéndose en una maraña difusa e inconexa.

—¿Te encuentras bien? Tienes muy mala cara. —La voz del rubio llegó como un eco lejano a sus oídos—. Aún estás muy débil. No tendrías que haberte levantado de la cama.

Eivør sacudió la cabeza.

Debía hacer algo. Había perdido demasiado tiempo nadando en el océano de la inconsciencia, y ahora no tenía ni la menor idea de qué había sido de sus familiares y amigos. Debía buscarlos y reunirse con ellos, asegurarse de que se encontraban sanos y salvos y hacerles saber que ella también continuaba con vida.

—Tengo que... Tengo que irme... —bisbiseó con voz trémula.

Sin importarle nada que no fuera reencontrarse con sus seres queridos, Eivør avanzó hacia la salida de la cabaña. O, al menos, esa fue su intención. Estando tan débil como estaba, sus pies chocaron entre sí y sus piernas cedieron al cansancio. Un dolor agudo se adueñó de sus rodillas cuando estas impactaron contra el duro suelo de madera. Su cuerpo se bamboleó de un lado a otro, al mismo tiempo que diversos puntitos negros aparecían en su campo de visión.

Lo último que vio antes de que la oscuridad la reclamara de nuevo fueron los ojos azules —casi grises— de Brynjar, que no lo dudó a la hora de acortar la distancia que los separaba y agacharse a su lado. Sintió unos fuertes brazos rodeándola y elevándola del suelo con una facilidad insultante, como si no fuera más que una pluma. Justo antes de que el mundo volviera a teñirse de negro y ella dejase de ser consciente de todo.

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· INFORMACIÓN ·

— ೖ୭ Fecha de publicación: 27/10/2024

— ೖ୭ Número de palabras: 2351

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· NOTA DE LA AUTORA ·

¡Hola, vikingos y valquirias!

Bueno, pues el misterio (no tan misterio) se ha resuelto... ¡Démosle la bienvenida a Brynjar, por favor! Y, por supuesto, a Revnita uwu Ambos aparecieron por primera vez en el epílogo de Yggdrasil, ¿os acordáis? Como bien menciona Brynjar en este mismo capítulo, fue Revna quien encontró a Eivør en el campo de batalla. Aunque nuestra sassy escudera no parece sentirse muy cómoda en presencia de ninguno de los dos x'D

Contadme, contadme: ¿qué os ha parecido el cap.? ¿Y Brynjar? ¿Cuáles han sido vuestras primeras impresiones? ¿Podemos confiar en él o creéis que hay gato encerrado? (͡° ͜ʖ ͡°)

El caso es que la pobre Eivør está un poco shockeada, sobre todo a raíz de descubrir que lleva inconsciente toda una semana *o* Es que me pongo en su piel, y uff... Se me rompe el corazón. Porque encima el primer pensamiento que ha tenido es sobre la gente que le importa :') Ay, no me quiero ni imaginar cómo se pondrá cuando se entere (si es que se entera, je) de que Hilda es ahora prisionera de Ivar T_T

Y poco más tengo que decir, la verdad. Tan solo espero que os esté gustando lo que llevamos de segundo libro =') Quedamos muy poquitos, y eso hace que me sienta bastante insegura la mayoría de las veces, pero confío en estar haciendo las cosas bien </3

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^ 

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